Por Lucía Rodríguez Sampayo (@rs_lucia)

Orgullo LGBTIQ. El Salvador, 2016. Foto: Ebony Pleasants
En tiempos de Orgullo, el gobierno salvadoreño da pasos importantes y las Ministras izan banderas y gritan con nosotras. Incluso el cuerpo diplomático hizo un espacio para que mujeres y hombres LGBT contasen ante un público inusual cómo viven, qué necesitan. Y en ese espacio extraño hablamos de trabajo y de salud, hablamos de amor, ¡por supuesto!, pero sobre todo hablamos de dignidad.
Celebro sinceramente la apertura de estos espacios, pero quedan cosas por hacer todavía…
Aquí, donde nadie parece preocuparse por la violencia y la crueldad con la que la sociedad trata a su población diversa, donde los grandes medios ni siquiera hablan de Orgullo; donde tenemos menos y peor acceso a la educación, a la salud y al trabajo; donde sólo nos dan un día al año para besarnos y amarnos sin escondernos –e incluso ese día tenemos que hacerlo ante miradas que nos reprochan-; donde nos siguen matando por odio, “con lujo de barbarie”, pero los crímenes jamás se resuelven; aquí, donde siguen sin reconocer nuestro derecho a defender derechos, celebro que los Estados y sus representantes escuchen por fin todo lo que tenemos que decir.
Celebro haber escuchado a las compañeras y compañeros hablar, explicar y exigir. Celebro haber escuchado al Fiscal General de la República prometer el nombramiento de Fiscales especializados que puedan dar respuesta a la especial vulnerabilidad colectivo LGBT y la especial impunidad de quien nos agrede. Celebro que los periodistas y los medios estuviesen también allí, que reconozcan que tienen también la obligación de reclamar y respetar la igualdad en la diversidad. Pero ese mismo día, en ese mismo espacio y en tiempos de Orgullo, escuché decir que no se puede pedir solamente al Estado, que la sociedad civil también tenemos responsabilidad. Y no estoy de acuerdo.
Podríamos discutir si este modelo es el más adecuado, pero el debate sería largo y arduo. Por el momento, mientras no nos demos otra forma de organización política y sigamos siendo ciudadanas de un Estado, es él quien tiene el deber de protegernos. Con su “monopolio legítimo de la violencia”, con sus poderes, es el único con la obligación y la capacidad de garantizarnos la seguridad, los derechos, la dignidad y la vida.
Y nuestra obligación como sociedad civil es vigilar, denunciar, y requerir al Estado que cumpla las suyas. Como parte de la sociedad civil me comprometo a vigilar y exigir leyes justas, políticas justas; a demandar justicia. Me comprometo a seguir exigiendo inversión y cuidado de los espacios donde se nos da voz, donde se reconocen nuestros derechos y se nos brinda la protección que los Estados nos niegan, como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Me comprometo a intentar ser coherente, a deconstruir mis prejuicios y reconstruirme cada día como una persona que vive y deja vivir, que respeta y defiende la libertad y la igualdad. Me comprometo a vigilar, a cuidarme y cuidar, a denunciar, a defenderme y defendernos, pero no voy a asumir responsabilidades que no me tocan.