Enrique Anarte (@enriqueanarte) plantea el Tema. Esperamos que no sea la única vez que escribamos en el blog sobre el poder del uso y disfrute de algunas apps. Hoy le ha tocado el turno a Grindr.
Las apps de ligue son un chaleco salvavidas para las personas que, públicamente o en privado, desafían la norma binaria y heteropatriarcal. Pese al todavía resistente núcleo de actitudes moralistas y del más rancio esencialismo emocional («el amor verdadero solo…»), estas aplicaciones de nuestros smartphones -al igual que en un principio lo hicieran foros y sitios web como el chat de Terra o Badoo (todavía existentes, aunque puedan sonar a años luz de distancia)- han abierto un oasis de libertad y descubrimiento de la propia persona en medio de un desierto de silencio, incomprensión e intolerancia.
La moralidad pública, aun habiendo evolucionado durante los últimos años en tolerancia y respeto por la diversidad de relaciones interpersonales, sigue reacia a considerar las nuevas formas de conexión humana surgidas gracias a (o como consecuencia de) las nuevas tecnologías con el mismo respeto. Cierto es que el peligro de convertir las relaciones humanas en un frío escaparate bajo el yugo normativizador de nuestros cuerpos que mantienen las industrias de la imagen está siempre al acecho. Pero, más allá de esta precaución, no hay muchas otras razones objetivas por las que rechazar las oportunidades que nos brinda la tecnología para explorar la diferencia; y, de paso, desbancar al establishment monógamo, patriarcal y heterosexista de su posición de privilegio en lo que a modos de vida se refiere.
Lo que sí es preocupante es la manera en que aprendemos a socializarnos en estos nuevos espacios, que por lo general se consideran neutrales e igualitarios, pero que en gran medida mantienen muchas de las estructuras de poder que observamos en otros.
De ahí que muchos de estos santuarios se establezcan al margen de las tendencias heterosexualizantes. Apps específicas para gais, lesbianas y bisexuales, algunas de las cuales han incluido opciones que representan en mayor medida la riqueza de la sexualidad y el género humanos, ayudan a saltar los muros que la sociedad y la rutina urbana construyen, acortando asimismo las distancias geográficas.
Sería ingenuo, no obstante, pretender creer que Grindr, Wapo, Wapa y sus muchos homólogos o similares son la panacea de la libertad y el respeto. No hace falta ser un experto en los mecanismos con los que funcionan para entrever dos de sus grandes problemas: el primero, respecto a los prejuicios y desigualdades que tienden a perpetuar; el segundo, respecto a las precauciones que deberían tomarse en su uso, por lo general en lo relativo a la intimidad, pero en ocasiones también en seguridad propia.
Y, sin embargo, forman parte de la cotidianeidad de miles de personas. También de nuestros menores. Escandalícense, saquen a pasear una tabla de mandamientos tras otra, pero ahí están los casos, quien trabaja con menores (y sobre todo con menores homosexuales o bisexuales) sabe que la tecnología es parte de ese zigzagueante proceso de volverse adultos, errores incluidos. Con frecuencia, además, acabamos conociendo los que peor acaban. Instagram, Facebook y Twitter son quizás una fase previa, pero una formación tecnológica (ya deficiente en esos contenidos) verdaderamente educativa debería ir más allá.
¿Es acaso osado o perverso pensar que cada vez más, y sobre todo ante el reciente repunte de la violencia homófoba entre los más jóvenes, nuestros menores van a recurrir a estas aplicaciones para explorar su (sana) sexualidad a salvo de la intolerancia que les rodea? Algunos tendrán la suerte de salir indemnes. Otros estarán expuestos al ciberbullying de compañeros con malas intenciones o al grooming por parte de adultos, antes siquiera de saber lo que es. Imágenes comprometidas, datos personales y hasta la propia integridad física son vulnerables. El adolescente debe descubrir por sí solo el camino de rosa y espinas, pues su sociedad ultratecnológica se niega a educarle en el uso responsable de los dispositivos con los que pasa más tiempo que con sus seres más cercano.
Puedo imaginarles revolviéndose en su asiento, precisamente porque yo llevo horas haciéndolo. ¿Hablar de Tinder, Grindr o Wapa en nuestros institutos? Incomoda, ¿verdad? Pero también hay a quien sigue incomodando (e indignando) que se hable de condones. Avanzamos demasiado y al mismo tiempo nos arrastramos a pasos de tortuga. Es comprensible, pero lo preocupante es que, mientras nos debatimos entre anacronismos morales, legislaciones incongruentes y realidades incómodas, muchos sufren. Yo elijo enseñarles a protegerse.
Eso del grindr es un mercado de carne puro y duro, para que nos vamos a engañar.
14 septiembre 2015 | 19:50