Por Violeta Assiego (@vissibles)
El matrimonio homosexual no existe. Existe el matrimonio entre personas, y estas pueden ser del mismo sexo o de distinto sexo entre ellas. El matrimonio hasta donde sabemos no tiene ‘sexo’ aunque sí tiene, eso parece, ideología. Sino no se entienden las reacciones de los sectores más conservadores de la sociedad reclamando la exclusividad de esta fórmula jurídica para legalizar las relaciones entre dos personas que se aman (o que dicen que se aman). El caso es que los detractatores del matrimonio entre personas del mismo sexo argumentan que este tipo de unión va contra los valores tradicionales, y en base a esta abstracción niegan a una buena parte de sus familiares, amigos y vecinos la posibilidad de igualar sus relaciones en derechos y visibilidad, de igualarlas a las que ellos tienen.
El referéndum celebrado en Irlanda, país tradicionalmente católico, tiene su importancia. Sobretodo para aquellas y aquellos que con su resultado podrán disfrutar de cierto estatus de normalidad a través del matrimonio, del mismo estatus que disfrutan las uniones de distinto sexo. Sin embargo, permítanme la nota pesimista, que nadie se piense que con esto se acaba la conquista de derechos para las personas LGBTI. Más bien se plantean nuevos retos, e incluso se evidencian los ya existentes.
En nuestro país, -el que creemos uno de los más tolerante con las personas homosexuales, bisexuales y trans principalmente por el hecho de tener leyes que nos igualan en derechos e ‘integran’ la diversidad sexual- todavía hay muchas profesoras y profesores de colegios concertados católicos (es uno de los muchos ejemplos) que no muestran su orientación sexual o se casan con sus parejas para no ser despedidos. De hacerlo sería muy probable que esto les sucediera, tal y como lo refleja una película que les recomiendo y que narra perfectamente este tipo de casos: ‘El Amor es Extraño’. Otro ejemplo, en el mundo judicial -uno de los más conservadores de nuestro país- son pocas las mujeres, juezas o fiscales, que se atreven a reconocer que son bisexuales o lesbianas; porque haberlas (y haberlos) haylos. Hay aspectos de la vida privada de los que es mejor no ‘alardear’ (así lo nombran algunos) si quieres que tu vida profesional no se trunque inesperadamente.
Por tanto, no debemos ser ingenuos y pensar que una vez reconocido el derecho a formar una familia (tal y como recoge la Carta de derecho humanos de la Unión Europea) está todo alcanzado. Para empezar porque formar una familia para muchos, la mayoría, no es solo tener una esposa o un esposo (menudas palabrejas) sino también tener hijas e hijos. Y esta es otra de esas negativas encubiertas de prejuicios de aquellos que dudan de si a un niño le puede afectar negativamente tener dos papás o dos mamás. «No está demostrado todavía que no les afecte negativamente» -me decían el otro día en una charla- «debería esperarse a comprobarlo». Lamentablemente, en estos temas, la ignorancia construida a base de estereotipos campa a sus anchas, y es esa ignorancia mutada en desprecio, negación y agresión las que daña a las personas LGBTl y a sus hijas e hijos.
En esa misma charla, otra persona me exponía, de manera delicada y educada eso sí, todas sus dudas y argumentos sobre la normalidad de la homosexualidad y de que ‘esas personas’ (entre las que él mismo me incluía) pudieran formar una familia. Al terminar su intervención me subrayó que esta era su opinión, y me preguntaba qué era lo que pensaba yo. Sin meditar mucho la respuesta fui diecta: «Me importa poco lo que pienses tú. Lo que me importa es que si me discriminan o me agreden, el Estado me proteja, y que cuando alguien me cuestione mi normalidad o salud mental, yo tenga claro quien soy y lo que diga no me dañe».
No crean ustedes que mi respuesta provocó en mi interlocutor una catarsis y una conversión instantánea. En absoluto. Sin embargo, si fue posible ese desencuentro y que no fuera a mayores, en gran medida se debió a que desde hace 10 años en España existe el matrimonio (sin mas calificativos) para todos las y los ciudadanos, independientemente de su orientación sexual. Y eso, se quiera o no, facilita (y mucho) que muchas las opiniones homófobas se queden en el mundo de las opiniones y los derechos LGTBI en el de los derechos de todas las personas.
Estoy totalmente de acuerdo con lo expuesto sobre el matrimonio (a secas). Pero hay que reconocer que la palabra matrimonio siempre ha estado vinculada a la unión de hombre y mujer, y esto es lo que más molesta a los conservadores religiosos. Como si de algo nuevo se tratara (siempre ha existido la homosexualidad y la unión de dos personas del mismo sexo=matrimonio), ¿habría que inventarse un neologismo para nombrar al matrimonio (gay)? Pues no. Matrimonio.
23 mayo 2015 | 16:12
Matris=madre. En la palabra matrimonio, indica el fin de la unión de un hombre y una mujer, ser madre.
Esa palabra existe mucho antes de que existieran los conservadores religiosos, además. Un aparato que se desplaza y lleva pasajeros, pero que vuela ya no es un coche, es un avión.O le llamamos coche volador, o le llamamos avión , pero no podemos llamarle coche. Creo que és fácil de entender. Si mi abuelo tuviera ruedas, sería una bicicleta, vamos.
Es algo parecido a la palabra pareja, tan de moda en estos días. su pareja, mi pareja, etc.Antes no se usaba nunca. Se decía mi novio, novia, mujer, marido,etc. Se intenta con eso enmascarar algún prejuicio. ¿Porqué nadie pregunta a un abuelo o persona mayor por su pareja? Es algo que han promovido los homosexuales y han conseguido introducir en la sociedad.
23 mayo 2015 | 19:12
Un matrimonio (matrimonĭum) sin matrem, es como un cubata sin refresco de cola.
Será otra bebida distinta, pero no es cubata.
23 mayo 2015 | 19:35
Para el comentario dos y tres, miraos el nuevo diccionario de la RAE, y buscad «matrimonio»…
Lo siento por vosotros…
23 mayo 2015 | 21:56
Ahora la justicia y el estado son como el primo de zumosol al que apelamos cuando los homófobos nos acosan… Pero antes los homosexuales y bisexuales eran personas que proponían alternativas a las instituciones conocidas (por ejemplo, la del matrimonio); entonces, ¿cuándo éramos más libres e independientes? La cultura «gay» ha frivolizado la homosexualidad, los ha convertido en una especie de débiles hipersensibles a los que hay que proteger y en un macronegocio turístico para ociosos promiscuos.
23 mayo 2015 | 23:32
Una pareja creo que pueden vivir como les de la gana, pero si no pueden tener hijos por ser del mismo sexo, no deberían llamarse matrimonio. Eso es otra cosa.
Clica sobre mi nombre
24 mayo 2015 | 10:07
Para el comentario 4., que la RAE se haya bajado los pantalones como hace últimamente y en su última modificación haya incluido una acepción para contentar a todos mediante el buenismo, no significa que tengas razón (ni que la RAE la tenga).
Yo lo siento más por ti, que eres capaz de pervertir la lengua según te convenga en vez de buscar un determinado vocablo o giro que se adecue más a lo que verdaderamente se está tratando, ¿y todo por qué? Porque se os ha antojado que por narices se deba denominar así, sin siquiera plantearse más opciones.
Ahora, al igual que tú antes, te animo a que de verdad busques la etimología del término en discordia y me intentes rebatir que matrimonio no lleva implícita forzosamente la raíz «madre». Y cuando no puedas rebatirlo porque es imposible, me intentes demostrar cómo diantres un ser con los cromosomas XY puede parir, porque de momento es inviable.
Partiendo de estas premisas, deberían proponerse términos como «unión conyugal» por ejemplo para designar el contrato que une o empareja a dos personas del mismo sexo.
Que sí, que parece muy enrevesado y ortopédico, poco natural, etcétera, pero emplear matrimonio para designar dicha unión no deja de ser un uso igual de desvirtuado.
25 mayo 2015 | 09:45