Dicen que la adolescencia es la etapa en que uno deja de hacer preguntas y empieza a dudar de las respuestas

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Dos no discuten si uno… no está

«Yo no he sido, lo juro, ya estoy harto de que me eches siempre la culpa de todo», «Ya me ha vuelto a robar ropa, lleva mis pantalones nuevos», «Esos calzoncillos sucios no son míos», «Ha sido él el que no ha levantado la tapa del váter», «Yo ya he recogido mi parte, el resto es suyo». Llevo un par de días sin escuchar frases como éstas, muy habituales en mi casa a diario. Y aún no me lo creo.

Desde que mi hijo pequeño se fue de viaje el mayor no tiene con quien discutir, lo que ya es un gran alivio. Pero lo mejor es que no tiene excusas para escaquearse de sus obligaciones domésticas ni para justificar que él no ha hecho lo que es evidente que ha hecho.

Además, él todavía no ha terminado sus exámenes. Le queda uno, y dice que es la asignatura más dura. Así que, entre las horas que pasa estudiando y sus silencios en momentos en los que no pararía de discutir con su hermano, en casa reina una paz y un silencio de los que hace tiempo no disfrutaba.

¿Harto de tus padres? Actúa


ADOLESCENTE:

¿Estás cansado de que tus padres te den la plasta?

¡ACTÚA AHORA!

Vete de casa.

Busca un trabajo.

Paga tus propias facturas.

Hazlo mientras todavía puedas, cuando crezcas será tarde.

He leído este texto en una pegatina que mi hijo mayor tenía entre sus libros.

Las repartió en clase uno de sus amigos y dice que se la quedó «porque sabía que a mi me haría más gracia que a él». Gracia no sé si es la palabra adecuada, pero me parece muy curioso que un adolescente se dedique a repartir unas pegatinas con este texto. Y tú, ¿qué opinas?

¿Niños hasta los 18?

«Precios especiales en viajes a Orlando para niños hasta 18 años». Es la promoción de una agencia de viajes para que las familias viajen con sus hijos al gran parque de ocio estadounidense de la factoría Disney. No es la primera vez que leo o escucho algo así. Como podréis suponer, no tengo nada en contra de los descuentos para menores de edad pero me parece un exceso llamar niños a chicos y chicas que están a punto de alcanzar la mayoría de edad y que hace tiempo que dejaron bajitos a sus padres.

A veces tratamos a los hijos como si fuesen más pequeños de lo que son, tendemos a negarles cosas porque aún son jóvenes para esto o lo otro. Supongo que nos cuesta asumir que crecen, que ya no son esos tiernos bebés a los que achuchar y que cada vez necesitan más intimidad, más tiempo y espacio para ellos solos. Pero de ahí a considerarlos niños…

No recuerdo cuál fue la última vez que llamé niños a mis hijos pero han pasado ya unos cuantos años. Y estoy segura de que si lo hiciese lo considerarían un insulto.

Pese a ello, mis hijos me acusan a menudo de tratarles como a niños, especialmente cuando discutimos sobre la hora de volver a casa -aunque esa queja tenga mucho de intento de aprovechamiento por su parte-. Nunca me ha gustado oir hablar de ancianos de 60 años -un error muy común en los medios de comunicación-, ni de esa eterna juventud que muchos alargan hasta casi los 40 años. Parece que ahora le ha tocado el turno a la niñez, como si todos fuesen como Peter Pan y no quisiesen crecer. Si estiramos la infancia hasta los 18, la juventud hasta los 40 y nos convertimos en ancianos a los 60 (aunque nuestra esperanza de vida casi llegue a los 90), la madurez nos va a durar un telediario.

Yo también odio los móviles-discoteca


Cada día paso una hora y cuarto en transporte público para ir a trabajar, dos veces al día, en tren, metro y autobús. Cuando me dispongo a leer, dormir o relajarme para un viaje largo, me encuentro al típico pesado que pone en voz alta la música de su móvil, encendiendo los altavoces. No le puedes llamar la atención, no está prohibido. Por favor, en los transportes públicos debería estar prohibido el uso de móviles-discoteca.

El texto anterior es la carta de una lectora, Sandra Fernández, publicada hoy en 20 minutos.

Yo también odio los móviles-discoteca. No soporto esos inexplicables teléfonos con mp3 y altavoces incorporados, ni el ruido infernal que emiten. Y, como ella, tampoco los aguanto en el metro, ni en el autobús, ni en ningún otro sitio.

Hasta hace muy poco mis hijos se empeñaban en hacerme escuchar sus temazos a todo trapo, me gustasen o no, yendo de un lado a otro de la casa con uno de estos infernales aparatitos. Afortunadamente, parece que se les han pasado las ganas de usarlo.

¿Alguien se acuerda de esas pandillas que iban hace años con un radiocasete gigante a la piscina o a donde fuera menester para deleitarnos a todos con su gritona selección musical? Esto es lo mismo, un montón de gente se ve obligada a soportar la música que otro elige y, además, a todo volumen. Pueden ser adolescentes, o no. Tiene mucha razón mi compañero de blog Dani Cabezas cuando dice que quien los inventó debía tener un mal día o ganas de fastidiárnoslo a todos.

Nuevos equipos electrónicos, mucho más pequeños, ligeros y sofisticados, pero los mismos malos modos de algunos. ¿Está el mundo lleno de maleducados?

¿Hay tantos adolescentes agresivos?


Las agresiones de hijos a padres en España se denuncian 7 veces más que hace 4 años

Detenidas tres niñas entre 12 y 14 años por agredir a otras dos menores

Detienen a dos menores de edad en Vitoria por agredir a empleados de un banco.

Son titulares de noticias publicadas en este periódico sobre distintas modalidades de violencia ejercida por adolescentes. La última es de hoy mismo.

Una de las modas más preocupantes, tan salvaje como incomprensible, es la de grabar la agresión con la cámara del móvil para exhibirla después ante los amigos o colgarla en Internet, como refleja esta noticia: «Tres menores, imputadas por agredir a una compañera de clase y grabarlo en el móvil» o ésta otra: «Detenidos por agredir sexualmente a una menor y grabarlo con el móvil».

El número de denuncias por violencia adolescente en España es muy superior al de otros países del entorno como Francia, Portugal, Alemania, Polonia, Italia o Reino Unido. Aún así todos recordamos casos terribles ocurridos más allá de nuestras fronteras, como el de James Bulger, un niño de 2 años que fue asesinado por dos chavales de 10 años.

Con esto me ocurre como con la violencia contra las mujeres, siempre me queda la duda de si estas conductas han sido siempre tan habituales como ahora aunque antes no saliesen a la luz. ¿De verdad hay tantos adolescentes violentos? Los que yo tengo a mi alrededor muestran a veces conductas algo agresivas -hasta para un saludo cariñoso se dan empujones o codazos entre sí- pero, afortunadamente, no conozco a ninguno que haya pegado a sus padres, amenazado a sus profesores o cometido cualquier delito. Me gustaría creer que en el entorno de los compañeros de instituto de mis hijos tampoco hay ningún caso, pero tengo mis dudas.

¡Me copia toda la ropa!


-Estoy harto de que se compre lo mismo que yo. ¡Me copia hasta los calzoncillos!

-¿Que yo te copio? pero ¿qué dices? Mamáaaa, ¿has oído a éste? si es él el que siempre se compra los vaqueros y los jerseys iguales que los míos.

-Tú flipas, chaval. ¿Quién fue el primero en comprarse el Carhart?

-Pero yo lo vi primero.

-Si, claro, ¿y las Vans? ¿y los Levi’s? Hasta tus cinturones son iguales que los míos.

-Vale, que si, lo que tú digas…

Ésta conversación, con ligeras variaciones, se repite cada vez que salgo a comprar ropa con mis hijos o cuando están en casa probándose algún nuevo modelo antes de salir. Intento zanjar esas discusiones recordándoles que no compramos en tiendas exclusivas, sino en grandes cadenas que visten a miles de chavales como ellos; y no sólo en España sino en medio mundo, así que ninguno de los dos debería presumir de ser muy original sino de comprarse algo que les guste y les siente bien.

Pero ellos siguen erre que erre: que si «yo lo vi primero», que si «éste enano me lo copia todo» o que si «él se pone mi visera nueva más que yo». Y donde digo visera podría decir zapatillas, camiseta o calcetines. Siempre les gustan mucho más si son del otro, que es otra forma de copiar y alabar el gusto ajeno.

Por más que lo intento no entiendo estas absurdas peleas, ese mérito por ser el primero en comprarse algo y presumir de ello, porque no hablamos de diseños exclusivos sino de vaqueros tan bajos de cadera como los que llevan desde hace años e idénticas zapatillas, camisetas o pantalones de chándal que los que luce toda la pandilla. Ahora que, si ellos lo vieron primero, yo ya no digo nada y dejo que se lo crean.

La vecina del dedete

«¡No te imaginas lo que hemos visto esta tarde desde la ventana!». Lo dijo tan alterado que pensé en un fenómeno sobrenatural, un burro volando o cualquier otra barbaridad semejante. Pero lo que realmente habían visto mi hijo pequeño y sus amigos era mucho más mundano. Me lo explicó enseguida: «La vecina de enfrente se estaba haciendo un dedete».

-¿Un dedete?, pregunté sorprendida.

Su movimiento de rotación con un solo dedo y sus gemidos me lo dejaron claro enseguida.

-Sí, mamá, estaba en el sofá de su casa viendo la tele en albornoz y pasándoselo genial ella solita.

Acabábamos de llegar al edificio. Yo sólo conocía a dos vecinas bastante mayores -una de ellas, precisamente la del famoso dedete-. Lo más curioso del caso es que, aunque en nuestro primer encuentro me había parecido muy gruñona, a partir de entonces se mostró encantadora: «Qué simpáticos tus hijos, siempre me saludan por la ventana». Quienes la saludaron, como podréis imaginar, fueron los ocho o nueve adolescentes, chicos y chicas, con las hormonas totalmente revolucionadas, que estaban ese día en casa y que acudieron, uno tras otro, a la ventana para ver lo que ocurría enfrente.

A ninguno de ellos se le ha olvidado la escena. De hecho, cada vez que vienen a casa preguntan, entre risas, por la vecina del dedete o se asoman a la ventana del pasillo a ver si pueden volver a disfrutar del espectáculo. Aunque desde entonces los visillos están siempre echados.

Ali G y otras gansadas


Ay, que me da / ¿A ti te da? / A mi me pone / Me está poniendo / Está viniendo / Iker Casillas / ¡Qué maravilla! / ¡Toma pastilla!

He escuchado este estribillo más de cien veces en las últimas semanas. Y sigo sin encontrarle la gracia. Es de una canción de Ali G en una película doblada por Gomaespuma que mi hijo pequeño canta y canta sin parar. Puedes escucharla al final del vídeo.

A él le encanta compartir conmigo todo lo que le divierte. Y a mi me gusta que lo haga. Pero, sinceramente, me cuesta disfrutar de esas películas y esas canciones que le hacen tanta gracia y con las que me machaca día y noche.

Ya he contado aquí que no soporto sus temazos a todo trapo. No sé si es peor escuchar su música a todo volumen, con origen en un solo punto de la casa, o que te persiga por todas las habitaciones con el mismo soniquete rapero.

A todos les dejan… menos a mi

Esta frase es uno de los grandes argumentos de mi hijo pequeño para intentar convencerme de que le deje hacer algo. La utiliza para pedir cualquier cosa: quedarse por ahí hasta más tarde, ir a dormir a casa de un amigo, a la casa del pueblo de los padres de no sé quién, a la fiesta que organizan los amigos del campamento y, últimamente, para que le deje ir al viaje de fin de curso que ya están planificando.

Es agotador. No se cansa nunca de repetir lo mismo. «Es que les dejan a todos, te lo juro, llama si quieres a sus padres…», insiste una y otra vez pese a que ya le he explicado mil veces, o más, que no va a conseguir nada insistiendo, que no voy a llamar a nadie para comprobarlo y que hará las cosas cuando pueda o deba hacerlas, no antes.

Entonces pasa a la táctica de compararse con su hermano: «A él a mi edad ya le dejabais salir hasta más tarde», «Él podía dormir con sus amigos siempre que quería, pregúntale, ya verás», «Él hacía esto, él hacía lo otro…».

También le he explicado hasta la saciedad que todas las situaciones no son comparables, y que, además, no sirve acordarse de lo que su hermano hacía en tal o cual curso cuando uno nació a primeros de año y otro a finales y la diferencia es de casi un año… Pero le da igual, sigue en sus trece y vuelve a insistir. Creo que alguna vez utilicé esas mismas frases a su edad, pero no recuerdo haberme puesto nunca tan pesada.

Botellón en el armario


-¿Qué hace este Cumbres de Gredos en tu armario?, grito alarmada al ver un tetrabrick debajo de un par de camisetas arrugadas

Al levantarlas descubro que, además de arrugadas, están llenas de manchas de vino.

-¡No solo bebes a escondidas, sino que eres un absoluto desastre con tus cosas!, sigo gritando enfadada.

-A mi no me mires, mío no es.

-Ah, claro, lo habrá dejado tu hermano, por eso está en tu armario…

Una historia de viernes que terminó con dos adolescentes en casa, con una película en DVD y unas palomitas en lugar del botellón de calimocho.