Dicen que la adolescencia es la etapa en que uno deja de hacer preguntas y empieza a dudar de las respuestas

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Jugando a ser jueces

Mis hijos han pasado toda la tarde juzgando a un hombre por el maltrato al que sometía a su hija. «¡Vaya hijo puta! Mamá, ¿has visto esto?» Cuando me he acercado a ver lo que querían enseñarme me he encontrado con un vídeo en el que una chica de 15 años explica cómo su padre la perseguía por su casa armado con un cuchillo, los puñetazos que le daba, cómo una vez le cortó el pelo para dejárselo «como a un chico» por llevar un piercing en la lengua… El vídeo forma parte de un reportaje de El mundo sobre maltrato a menores.

El padre siguió dando palizas a su hija hasta que la madre lo descubrió todo. «Es un hijo puta, aunque sea padre», ha dicho muy serio mi hijo pequeño cuando hemos terminado de ver el vídeo. «Un grandísimo hijo de puta», ha añadido el mayor. Después de lo que acababa de ver y de cómo les ha afectado no me he atrevido siquiera a afearles el lenguaje.

Entonces es cuando han empezado a jugar a ser jueces. Primero han condenado al padre a muerte -en su opinión la merecen todos los terroristas, asesinos, violadores y maltratadores-; cuando he intervenido en la conversación para explicarles que vivimos en un estado de derecho y que aquí, afortunadamente, no se aplica la pena de muerte, uno de ellos ha dicho que, como mucho, le rebajaría la pena a cadena perpetua.

Los dos están de acuerdo en que ese hombre debería dormir a la sombra el resto de sus días, «sin posibilidad de reducciones de condena ni leches de esas, ¿o la chica tiene que esperar a que salga de la cárcel cuando ella tenga 25 años y le vuelva a pegar?», ha dicho el mayor. Siguen hablando del tema, y creo que el debate va para largo.

«Condón, o yo pongo stop»

Comienza ella: «STOP. Tronco, yo no corono rollos con bombos. O condón, o yo pongo stop, Como fosos, como pozos. Somos dos. O con condón, o yo sobro».

Y sigue él: «Bombón, yo propongo. Condón, como modo. Lo cojo, lo toco, lo pongo. Con condón, yo floto pronto».

Ella:»Sólo con condón».

Él:»Sólo con coco».

Esta es la letra del hip hop con el que el Ministerio de Sanidad intenta concienciar a los jóvenes para que usen preservativos en sus relaciones sexuales. La campaña llega tras la publicación de los abultados datos de abortos registrados el año pasado entre las más jóvenes.

El vídeo invade desde ayer los medios de comunicación. Está en todas las webs, las cadenas de televisión… No soporto el hip hop pero si esta campaña ayuda a evitar un solo embarazo no deseado, o una enfermedad de transmisión sexual, bienvenida sea.

Sólo hace falta que en el momento crucial sean muchos los adolescentes que lo recuerden y sean capaces de ponerse o poner un condón. Parece fácil pero decenas de campañas anteriores no lo han logrado ¿Será posible esta vez?

¿Puedes decidir sobre tu muerte a los 13 años?

Una adolescente británica, de 13 años y aquejada de leucemia desde los 5, rechaza el trasplante de corazón al que le obligaban a someterse las autoridades sanitarias. Corría riesgo de morir durante la intervención quirúrgica y asegura que «quiere ir a casa y no pasar por más tratamientos». Tanto ella como su familia reclaman el derecho a una muerte digna.

Hannah Jones sufre una lesión cardíaca, derivada de un tratamiento contra la leucemia, que impide que su corazón funcione con normalidad y que le ha generado innumerables sufrimientos durante los últimos años. Ella se niega a someterse al trasplante. Las autoridades sanitarias lllegaron a amenazar a los padres, que apoyan la decisión de su hija, con quitarles la custodia. Finalmente, Hannah ha conseguido convencer a la Justicia británica que, de momento, no va a adoptar ninguna medida legal contra la familia.

El asunto pone sobre la mesa un montón de preguntas. No se trata sólo del eterno debate sobre la eutanasia, del derecho a morir dignamente, sino el de la capacidad de decisión de una chica de 13 años sobre cuestiones vitales. Es el primer caso que conozco de un menor que reclama su derecho a morir y, si para cualquier otra decisión de menor envergadura -desde hacerse un piercing o un tatuaje hasta escoger el centro de estudios- es necesaria la aprobación de los padres, supongo que en casos como este las leyes -sean británicas o de cualquier otro país- deben cumplir ese principio a rajatabla.

¿Quién decide qué se hace en un caso así? ¿una chica de 13 años que lleva casi toda su vida sufriendo? ¿unos padres que, a todos los efectos, son sus responsables legales, que están de acuerdo con ella y que entienden perfectamente su dolor y su estado de ánimo? ¿los médicos que la tratan y que tienen la obligación moral de salvar su vida por todos los medios posibles? ¿o unas autoridades sanitarias o judiciales que están obligadas a aplicar estrictamente la ley?

Cuatro años sin ver a una hija a la que no verá nunca más


Manuel, que desde que se había separado de su ex mujer, hace cuatro años, no veía ni a Maores ni a su otro hijo, se fue directamente al cementerio.

Ha asegurado que ahora se «arrepiente de no haber visto a su hija en este tiempo y no haberle dado todo el cariño». A pesar de todo, ha puntualizado que si no se reunió con sus hijos durante este tiempo «no fue porque no me dejaran verlos. Fue por las circunstancias».

Maores es la chica de 14 años que murió degollada y apaleada en Ripollet por colgar en Internet un vídeo en el que se besaba con su presunto asesino, Sergio, de 15 años.

El caso ya era lo suficientemente estremecedor por si solo, pero las declaraciones del padre me han dejado helada. ¿Cómo puede pasar un padre cuatro años sin ver a sus dos hijos? ¿y reaparecer ahora en escena para pedir en el programa de Ana Rosa (Telecinco) que los asesinos de su hija pasen toda la vida en la cárcel? Cuando la vio por última vez Maore sólo tenía 10 años.

Es evidente que la presencia del padre no hubiera podido evitar el terrible final que le esperaba a su hija. Seguramente él se habrá dado cuenta ahora de su terrible equivocación durante estos años. No importa que trabajase de pastor a muchos kilómetros del domilicio de sus hijos, ni que sólo cobre 600 euros al mes. Eso no justifica nada. Si hubiera querido ir a verlos, habría ido. Pero ha preferido estar ausente. Ahora que no venga con cuentos en las televisiones.

Violada y lapidada a los 14 años

¿Puede haber algo peor que ser violada por tres tíos a los 14 años? La pregunta se la hacía hace un rato una amiga de mis hijos que ha cenado en casa. Ha surgido a raíz de un reportaje televisivo sobre la lapidación de Asha Ibrahim, la chica somalí de 14 años que murió hace una semana lapidada por orden de un tribunal islámico.

_Pero allí lapidaron a otra mujer hace poco, ¿no?, ha preguntado mi hijo pequeño.

_No, era esta misma chica, lo que ocurre es que al principio dijeron que era mayor, le ha aclarado su amiga.

A mi también me cuesta creer que haya algo peor que una violación múltiple, pero la realidad se empeña en demostrar que sí, que el horror no tiene límites para unos pocos descerebrados. Y que una joven violada puede pasar de víctima a acusada de adulterio para terminar lapidada en la plaza pública, en Somalia o en Afganistán.

La corta vida de Asha es una muestra de esa disparatada realidad que se vive en algunos países, a unas pocas horas de avión de aquí.

Ni era una mujer, ni tenía 24 años, ni era una adúltera. Si hay un país en el mundo en el que lo malo se convierte en peor, ése es y desde hace décadas, Somalia. Y la historia de Asha Ibrahim Dhuhulow, la supuesta mujer de 24 años lapidada en público el pasado lunes en la ciudad portuaria de Kismayo, es sólo un reflejo. Porque no era mujer, sino casi niña. Asha no tenía 24, sino 14 años. No había cometido adulterio. Había sido violada por tres hombres del clan más poderoso de la ciudad.

Así arranca el reportaje que El País ha publicado sobre la lapidación de Asha, a la que inicialmente calificaron como «una mujer de 24 años, prostituta, bígama y adúltera».

_¿Así que allí si le pones los tochos a alguien te lapidan, no?, ha preguntado mi hijo al final de la conversación.

_Bueno, si eres hombre no pasa nada, puedes hasta violar. El problema lo tendríamos tu madre o yo, ha sentenciado su amiga

Soy cruel. Que se entere todo el mundo

Hay días en los que sólo llegan malas noticias: bombas, inundaciones, empresas que se van a pique, hombres o mujeres que matan a sus parejas… A nadie le gusta ser portador de malas noticias pero la realidad, a veces, es así de terca y tiñe de negro periódicos, radios y televisiones.

Hoy varias de esas malas noticias están protagonizadas por jóvenes. La más trágica de ellas es la deun estudiante finlandés que ha matado a 10 compañeros de instituto antes de suicidarse de un tiro en la cabeza.

Como ya viene siendo habitual, antes de ese trágico final el asesino ha colgado varios vídeos en Youtube con sus presuntas hazañas. En uno de ellos se le ve disparando con una pistola automática; en otro, grabado sólo unas horas antes de la masacre, se dirigía a la cámara para decir «Tú serás el siguiente en morir».

Otra noticia se refiere al ciberbullying, la forma más extendida de acoso escolar. No es tan grave como la primera, pero sí preocupante. Ya no basta con acosar, insultar o agredir al compañero de clase sino que hay que hacerlo público, dar la mayor difusión posible a esas salvajadas para que la víctima se sienta completamente intimidada: «La rapidez con que se propagan las grabaciones ofensivas por Internet o a través de los teléfonos móviles y el gran número de destinatarios que pueden recibirlas en poco tiempo hace que un mayor número de personas puedan involucrarse al acceder a contenidos humillantes o transmitirlos».

La crueldad de algunos jóvenes no parece tener límites. Y sus ansias de notoriedad tampoco. «Sí, soy cruel, y quiero que se entere todo el mundo», parecen decir con su actitud los protagonistas de estas brutales acciones. La historia no es nueva, una canción de Sabina de los ochenta ya retrataba esta afición al minuto de gloria de un macarra de ceñido pantalón: «Pero antes de palmarla se te oyó decir: Qué demasiao, de esta me sacan en televisión». Aquel macarra no llegó a conocer YouTube, pero le hubiera encantado.

Tan joven como su hija

Conozco a algunas mujeres a las que les gustaría conservarse siempre jóvenes, que están siempre al día sobre las últimas tendencias en estiramientos de piel, bótox y similares, y que se visten con el ombligo al aire o una minifalda cortísima como si fueran quinceañeras aunque ya no vayan a cumplir los 40, 50 o incluso 60. También hay algunas que se empeñan en hablar y comportarse como sus hijas adolescentes, o en robarles sus vaqueros y terminar embutidas dentro de ellos como si así fuesen a conseguir parecer tan jóvenes como ellas.

Pero hoy he leído una noticia sobre una mujer que las supera a todas. Se trata de una madre de 33 años que ha usurpado la identidad de su hija, de 15, para matricularse en un instituto y ejercer de cheerleader.

Aprovechando que la hija vive en otra ciudad con su abuela, la madre debió decidir un buen día que no tenía nada mejor que hacer que ponerse un top, una minifaldita y unos pompones en las manos para animar al equipo del instituto. Y así ha estado durante algún tiempo sin que nadie lo advirtiera.

Una vez detenida por usurpar la identidad de su hija sólo se le ha ocurrido decir que había mentido sobre su edad porque quería obtener el diploma escolar y convertirse en animadora. También ha contado que durante el tiempo en que engañó a las autoridades escolares participó en varias actividades con las otras animadoras y acudió a una fiesta en la piscina del entrenador. Vamos, como una quinceañera más.

¿Qué habrá pensado su hija al enterarse?

A vueltas con la vuelta al cole

«Ya están estos aguafiestas jodiendo el final de las vacaciones». Mi hijo pequeño suele pronunciar una frase similar todos los años -el lenguaje ha ido empeorando- cuando las cadenas de televisión empiezan a llenarse de anuncios sobre la vuelta al cole.

El otro día lo soltó al lado de unas amigas y un par de amigas -una de ellas profesora de Infantil y las otras dos madres de chavales de 8 a 10 años-. Me miraron todas con cara de sorpresa, como si jamás hubiesen oído a un adolescente cabreado o no supiesen que la vuelta al cole no le hace gracia a ningún estudiante.

Realmente me sorprende que a esos chavales les apetezca volver al cole pero me sorprende mucho más que sus madres crean que vuelven con gusto. Ya les tocará escuchar a esos mismos retoños algo más creciditos.

Volviendo a mi hijo, no sólo le cabrean los anuncios con chavales sonrientes cargando con sus mochilas nuevas camino del colegio, también las noticias: «¿Has visto ésta?», me decía hace un rato, refiriéndose a que en Italia acaban de anunciar una nueva asignatura en la que se evaluará la conducta de los alumnos «para evitar el gamberrismo y la violencia», muy habituales en los centros educativos de ese país. «¿Y ésta otra», me ha dicho señalando una información referida a los alumnos madrileños, que no estarán obligados a asistir a clase de Educación para la Ciudadanía.

«Eso es como si a ti te estuvieran todo el día recordando que mañana vuelves a trabajar, ¿no crees? Pues imagínate cuando todavía quedan quince días». Seguramente tiene razón. No recuerdo si cuando era pequeña me sentaban tan mal los anuncios de la vuelta al cole. ¿Y tú? ¿estás de acuerdo con él?

Agresoras sin causa… y sin castigo

Cinco chicas, de 14 a 16 años, son consideradas culpables de la brutal agresión sufrida por una menor ecuatoriana en Colmenarejo (Madrid). La paliza, de la que todos hemos visto imágenes estos días, fue grabada con un teléfono móvil y rápidamente difundida a través de Internet, y ha sido calificada de «pelea entre chicas de instituto», sin causa aparente, para descartar el racismo como móvil.

En los días que han seguido a la publicación del vídeo de la agresión ha habido declaraciones de la alcaldesa del municipio, de la Guardia Civil, del portavoz de la asociación hispano-ecuatoriana, de la familia de la víctima… Todo el mundo parece saber quiénes son las agresoras -la mayoría de ellas viven en el pueblo- pero ninguna de ellas ha sido detenida.

Eso ya sorprende bastante, pero hay algo más sorprendente todavía: un juez ha solicitado que se retire la custodia a la madre de una de las instigadoras de la paliza -sus padres están separados y la custodia pasaría al padre-. O sea, que pueden quitarte la custodia de un hijo/a si se dedica a dar palizas por ahí, o a grabarlas o a incitar a otros para que las den, pero ese mismo hijo/a se va de rositas, aunque cambie de domicilio. ¿Alguien me lo explica?

Abofeteados y arruinados en el campamento


Tres jóvenes británicos, dos de ellos monitores de unas colonias de inglés en Tossa de Mar (Girona), han sido detenidos por maltratar a los alumnos que custodiaban, a quienes solían insultar e incluso abofetear y exigir pequeñas cantidades de dinero, según fuentes de la investigación.

Me quedo de piedra al leer cosas como éstas. Tres jóvenes de veintitantos y algo borrachos deciden (o no, depende del grado de embriaguez) insultar, pegar y robar el poco dinero que tuvieran a los chavales a los que se supone que deben cuidar. Los niños, de 10 a 14 años, tenían miedo y uno de ellos fue quien dio la voz de alarma.

Mis hijos ya no van de campamento. Pero el pequeño fue a uno hasta el año pasado y este verano ha estado a punto de trabajar allí como ayudante de monitor -cambió de idea cuando le ofrecieron un trabajo con chavales más pequeños y al lado de casa-. Mientras leía ésta noticia con él no he podido evitar imaginármelo primero como víctima y después como verdugo.

Estoy convencida de que estos tres agresores no habrían pegado ni robado a nadie si no hubieran bebido o si hubiesen estado solos. Pero en grupo, aunque sea tan pequeño como un trío, los jóvenes son capaces de sacar lo más sucio de sí mismos. Y lo peor es que suelen actuar así para «quedar bien» delante de sus colegas.