Dicen que la adolescencia es la etapa en que uno deja de hacer preguntas y empieza a dudar de las respuestas

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Qué bueno que haya videojuegos para echarles la culpa

La Audiencia de Tarragona juzga estos días a un joven dominicano por la muerte a golpes del hijo de su novia, un bebé de un año, al que dice que mató por culpa de un videojuego. El acusado ha reconocido los hechos y dice que estaba «enloquecido» con la Play y que no paraba de jugar. Cuando el niño apretó un botón que hizo que le mataran en la partida debió enloquecer del todo y empezó a golpear al niño hasta causarle la muerte.

¿Tanta brutalidad por un videojuego? Eso es lo que dice el acusado y también su madre. Ambos echan la culpa a la consola de lo ocurrido y aseguran que de no haberla tenido entre manos el niño no estaría muerto.

Eso de echar la culpa a un videojuego sería de chiste si no hubiera tenido unas consecuencias tan funestas. Pero aquí parece que lo importante es quitarse la culpa de encima, sea echándosela a un videojuego o a un juego de rol. Y no se la echan a un niño porque el de esta historia no sobrevivió para contarlo.

Espero que este caso no sirva a nadie para justificar esa presunta maldad intrínseca que algunos achacan a los videojuegos violentos. «¿Crees que alguien va a salir a la calle a matar gente porque lo haga en un videojuego?», me han preguntado más de una vez mis hijos. Evidentemente, no lo creo. Estoy segura de que cualquier persona en su sano juicio no se dejaría influir de esa forma ni por un videojuego ni por una película de vaqueros o de asesinos en serie. Pero me temo que un crimen como éste dará razones a muchos para creer que un videojuego violento es capaz, por si solo, de generar violencia en el mundo real.

Dos no discuten si uno… no está

«Yo no he sido, lo juro, ya estoy harto de que me eches siempre la culpa de todo», «Ya me ha vuelto a robar ropa, lleva mis pantalones nuevos», «Esos calzoncillos sucios no son míos», «Ha sido él el que no ha levantado la tapa del váter», «Yo ya he recogido mi parte, el resto es suyo». Llevo un par de días sin escuchar frases como éstas, muy habituales en mi casa a diario. Y aún no me lo creo.

Desde que mi hijo pequeño se fue de viaje el mayor no tiene con quien discutir, lo que ya es un gran alivio. Pero lo mejor es que no tiene excusas para escaquearse de sus obligaciones domésticas ni para justificar que él no ha hecho lo que es evidente que ha hecho.

Además, él todavía no ha terminado sus exámenes. Le queda uno, y dice que es la asignatura más dura. Así que, entre las horas que pasa estudiando y sus silencios en momentos en los que no pararía de discutir con su hermano, en casa reina una paz y un silencio de los que hace tiempo no disfrutaba.