Dicen que la adolescencia es la etapa en que uno deja de hacer preguntas y empieza a dudar de las respuestas

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Maniatados, aislados y sedados en centros que deberían protegerles

Menores maltratados, maniatados, obligados a desnudarse sin justificación aparente, castigados en una celda de aislamiento por eructar… La lista de hechos que, presuntamente, han sufrido un montón de chavales en centros de menores de toda España pone los pelos de punta. Lo ha desvelado el Defensor del Pueblo, tras analizar la situación de estos centros a raíz de las denuncias de algunos padres y de varios psicólogos que han trabajado allí. Acabo de escuchar a Manuel, uno de esos psicólogos, en RNE. Él sólo aguantó unos días en un centro (La Jarosa). Nunca había trabajado con menores y tras ver que algunos vigilantes los lanzaban contra el suelo para inmovilizarlos, y otras salvajadas similares, decidió irse de allí y denunciarlo.

Me ha llamado la atención el hecho de que la mayoría de los centros de menores estén gestionados por entidades privadas (concretamente 55 de los 58 centros existentes en España están en manos de empresas privadas). Ya veo que no gozan del mismo prestigio que las que gestionan un colegio, una universidad o una clínica privada. Debe ser porque a las primeras les pagamos todos y a las últimas sólo quien está contento con sus servicios.

El informe del Defensor del Pueblo habla de «una realidad extremadamente dura, dolorosa y compleja, cuyos graves problemas alcanzaban límites inesperados». Cita una serie de «medidas educativas correctoras y creativas» que escondían «prácticas contrarias a los derechos de los menores», como atar a dos menores uniéndolos por las muñecas, prohibirles salir al patio durante una semana, darles un montón de tranquilizantes para que se calmasen, darles alimentos sin cubiertos para que comiesen con las manos…

Y todo eso en unos centros que, presuntamente, deben velar por la educación, los derechos y la protección de unos menores que han llegado allí después de una infancia difícil, en muchos casos escapando de un pasado de maltrato que el destino les ha vuelto a poner en presente. ¿Cómo reaccionarán en el futuro cuando cumplan 18 años y deban abandonar esos centros?

Jugando a ser jueces

Mis hijos han pasado toda la tarde juzgando a un hombre por el maltrato al que sometía a su hija. «¡Vaya hijo puta! Mamá, ¿has visto esto?» Cuando me he acercado a ver lo que querían enseñarme me he encontrado con un vídeo en el que una chica de 15 años explica cómo su padre la perseguía por su casa armado con un cuchillo, los puñetazos que le daba, cómo una vez le cortó el pelo para dejárselo «como a un chico» por llevar un piercing en la lengua… El vídeo forma parte de un reportaje de El mundo sobre maltrato a menores.

El padre siguió dando palizas a su hija hasta que la madre lo descubrió todo. «Es un hijo puta, aunque sea padre», ha dicho muy serio mi hijo pequeño cuando hemos terminado de ver el vídeo. «Un grandísimo hijo de puta», ha añadido el mayor. Después de lo que acababa de ver y de cómo les ha afectado no me he atrevido siquiera a afearles el lenguaje.

Entonces es cuando han empezado a jugar a ser jueces. Primero han condenado al padre a muerte -en su opinión la merecen todos los terroristas, asesinos, violadores y maltratadores-; cuando he intervenido en la conversación para explicarles que vivimos en un estado de derecho y que aquí, afortunadamente, no se aplica la pena de muerte, uno de ellos ha dicho que, como mucho, le rebajaría la pena a cadena perpetua.

Los dos están de acuerdo en que ese hombre debería dormir a la sombra el resto de sus días, «sin posibilidad de reducciones de condena ni leches de esas, ¿o la chica tiene que esperar a que salga de la cárcel cuando ella tenga 25 años y le vuelva a pegar?», ha dicho el mayor. Siguen hablando del tema, y creo que el debate va para largo.

Cuatro años sin ver a una hija a la que no verá nunca más


Manuel, que desde que se había separado de su ex mujer, hace cuatro años, no veía ni a Maores ni a su otro hijo, se fue directamente al cementerio.

Ha asegurado que ahora se «arrepiente de no haber visto a su hija en este tiempo y no haberle dado todo el cariño». A pesar de todo, ha puntualizado que si no se reunió con sus hijos durante este tiempo «no fue porque no me dejaran verlos. Fue por las circunstancias».

Maores es la chica de 14 años que murió degollada y apaleada en Ripollet por colgar en Internet un vídeo en el que se besaba con su presunto asesino, Sergio, de 15 años.

El caso ya era lo suficientemente estremecedor por si solo, pero las declaraciones del padre me han dejado helada. ¿Cómo puede pasar un padre cuatro años sin ver a sus dos hijos? ¿y reaparecer ahora en escena para pedir en el programa de Ana Rosa (Telecinco) que los asesinos de su hija pasen toda la vida en la cárcel? Cuando la vio por última vez Maore sólo tenía 10 años.

Es evidente que la presencia del padre no hubiera podido evitar el terrible final que le esperaba a su hija. Seguramente él se habrá dado cuenta ahora de su terrible equivocación durante estos años. No importa que trabajase de pastor a muchos kilómetros del domilicio de sus hijos, ni que sólo cobre 600 euros al mes. Eso no justifica nada. Si hubiera querido ir a verlos, habría ido. Pero ha preferido estar ausente. Ahora que no venga con cuentos en las televisiones.

Violada y lapidada a los 14 años

¿Puede haber algo peor que ser violada por tres tíos a los 14 años? La pregunta se la hacía hace un rato una amiga de mis hijos que ha cenado en casa. Ha surgido a raíz de un reportaje televisivo sobre la lapidación de Asha Ibrahim, la chica somalí de 14 años que murió hace una semana lapidada por orden de un tribunal islámico.

_Pero allí lapidaron a otra mujer hace poco, ¿no?, ha preguntado mi hijo pequeño.

_No, era esta misma chica, lo que ocurre es que al principio dijeron que era mayor, le ha aclarado su amiga.

A mi también me cuesta creer que haya algo peor que una violación múltiple, pero la realidad se empeña en demostrar que sí, que el horror no tiene límites para unos pocos descerebrados. Y que una joven violada puede pasar de víctima a acusada de adulterio para terminar lapidada en la plaza pública, en Somalia o en Afganistán.

La corta vida de Asha es una muestra de esa disparatada realidad que se vive en algunos países, a unas pocas horas de avión de aquí.

Ni era una mujer, ni tenía 24 años, ni era una adúltera. Si hay un país en el mundo en el que lo malo se convierte en peor, ése es y desde hace décadas, Somalia. Y la historia de Asha Ibrahim Dhuhulow, la supuesta mujer de 24 años lapidada en público el pasado lunes en la ciudad portuaria de Kismayo, es sólo un reflejo. Porque no era mujer, sino casi niña. Asha no tenía 24, sino 14 años. No había cometido adulterio. Había sido violada por tres hombres del clan más poderoso de la ciudad.

Así arranca el reportaje que El País ha publicado sobre la lapidación de Asha, a la que inicialmente calificaron como «una mujer de 24 años, prostituta, bígama y adúltera».

_¿Así que allí si le pones los tochos a alguien te lapidan, no?, ha preguntado mi hijo al final de la conversación.

_Bueno, si eres hombre no pasa nada, puedes hasta violar. El problema lo tendríamos tu madre o yo, ha sentenciado su amiga

Cómo evitar conductas delictivas

«Siempre que un menor llega a un juzgado hay detrás un problema de fracaso escolar». Son palabras del juez de menores de Granada, Emilio Calatayud, en un curso de verano sobre la violencia escolar y la conducta antisocial de los adolescentes. El juez explicó que un 82% de los menores andaluces que cumple con el perfil de delincuente sufre fracaso escolar.

Calatayud, conocido por sentencias ejemplares como la que condenaba a un chaval analfabeto que había cometido un delito a que aprendiese a leer o la que obligaba a un hacker a impartir clases de informática, se resiste a que los menores que pasan por su juzgado terminen en la cárcel e intenta darles siempre una segunda oportunidad.

Pero ayer no habló sólo de chavales. Habló sobre todo de las familias, de la importancia de la actitud de los padres para evitar que sus hijos desarrollen conductas delictivas. Dijo cosas como éstas:

«Se ha perdido el norte, puesto que hay que proteger a los chavales pero no todo vale».

«Hay que devolver la autoridad al padre, al maestro y también los políticos tienen que saber decir no, pues se está creando a unos niños muy light que no admiten la frustración».

«No podemos ver como normal que haya menores todos los fines de semana bebiendo alcohol en la vía pública».

«Los medios de comunicación también están creando una realidad y una juventud distorsionada. Los padres deben vigilar lo que sus hijos ven a través de la televisión porque ésta forma la opinión del 80% de la población».

¿Qué opinas? ¿estás de acuerdo con el juez?

«Le han pegado unos polis por ser negro»

Hace un rato han llamado al telefonillo. Era R., uno de los mejores amigos de mi hijo. No ha querido subir y mi hijo me ha dicho que tenía que bajar a verle: «Está hecho polvo, le han pegado unos polis por ser negro».

Según lo que me ha contado al volver, R. y otro amigo estaban haciendo un graffiti cuando llegaron unos policías que empezaron a insultarle y a pegarle. «Le pisaron la cabeza en la calle y tiene una rodilla hecha polvo y una herida en el labio», me ha explicado. La noche terminó en comisaría, con más policías y más golpes -todo según la versión que me ha dado mi hijo- pero casi todos los recibió R. El otro amigo se llevó un empujón o un puñetazo, no lo sabe muy bien.

Cuando me lo ha contado he empezado a hacer preguntas en voz alta, sin terminar de creerme lo que acababa de escuchar. «A ver, es muy fácil, van dos, uno negro y otro blanco, y sólo recibe el negro, ¿por qué es?», me ha soltado para aclarar mis dudas.

R. fue a un hospital después de lo ocurrido y tiene el parte médico que acredita sus lesiones, pero no ha presentado denuncia. Así que les he dicho que eso es lo primero que tiene que hacer. «De qué va a servir, son polis los que lo han hecho y se defienden entre ellos. Siempre es igual», ha intervenido mi otro hijo.

Al mostrar mi sorpresa por su respuesta y hacer nuevas preguntas me he encontrado con el relato de 4 o 5 casos de violencia policial contra chavales, amigos o conocidos suyos, unos menores y otros que ya no lo son. Me han dejado sin habla. ¿conoces más casos de este tipo? ¿hubo denuncia? ¿cómo se resolvió?

«No deberías dejar que te traten así»


«Es un crío pero sabe cómo hacer daño».

«Al niño que golpea no le sale valentía para hablar de otra manera».

«Negar el miedo no hará que desaparezca».

«¿Tu lees la biblia? porque la biblia dice: Ojo por ojo…»

Son frases de la película Cobardes, de José Corbacho y Juan Cruz, sobre la violencia escolar, en la que un chaval de 14 años -una edad en la que cobarde puede ser el peor insulto- no quiere ir a clase porque tiene miedo de lo que pueda hacerle un compañero.

Corbacho y Cruz han insistido en que la película no está basada en ningún caso concreto, pero refleja una realidad mil veces repetida en colegios e institutos de todo el país, desde el tristemente conocido caso Jokin hasta la reciente moda de grabar palizas entre adolescentes con la cámara del móvil.

Una violencia que apenas el 30% de quienes la sufren se atreven a contar. La película refleja muchos miedos: el del estudiante presionado por su padre, el del padre que teme perder su trabajo o el de la madre que descubre que no conoce realmente a su hijo, pero ninguno tan terrible como el de la víctima del acoso escolar.

«No deberías dejar que te traten así», le dice una compañera al chaval acosado. Nadie debería dejar que le maltraten, pero todos deberíamos arropar a esos cobardes que, paralizados por el miedo, no saben cómo actuar. ¿O vamos a pedir a las víctimas que se conviertan en héroes?