-Estoy harto de que se compre lo mismo que yo. ¡Me copia hasta los calzoncillos!
-¿Que yo te copio? pero ¿qué dices? Mamáaaa, ¿has oído a éste? si es él el que siempre se compra los vaqueros y los jerseys iguales que los míos.
-Tú flipas, chaval. ¿Quién fue el primero en comprarse el Carhart?
-Pero yo lo vi primero.
-Si, claro, ¿y las Vans? ¿y los Levi’s? Hasta tus cinturones son iguales que los míos.
-Vale, que si, lo que tú digas…
Ésta conversación, con ligeras variaciones, se repite cada vez que salgo a comprar ropa con mis hijos o cuando están en casa probándose algún nuevo modelo antes de salir. Intento zanjar esas discusiones recordándoles que no compramos en tiendas exclusivas, sino en grandes cadenas que visten a miles de chavales como ellos; y no sólo en España sino en medio mundo, así que ninguno de los dos debería presumir de ser muy original sino de comprarse algo que les guste y les siente bien.
Pero ellos siguen erre que erre: que si «yo lo vi primero», que si «éste enano me lo copia todo» o que si «él se pone mi visera nueva más que yo». Y donde digo visera podría decir zapatillas, camiseta o calcetines. Siempre les gustan mucho más si son del otro, que es otra forma de copiar y alabar el gusto ajeno.
Por más que lo intento no entiendo estas absurdas peleas, ese mérito por ser el primero en comprarse algo y presumir de ello, porque no hablamos de diseños exclusivos sino de vaqueros tan bajos de cadera como los que llevan desde hace años e idénticas zapatillas, camisetas o pantalones de chándal que los que luce toda la pandilla. Ahora que, si ellos lo vieron primero, yo ya no digo nada y dejo que se lo crean.