Dicen que la adolescencia es la etapa en que uno deja de hacer preguntas y empieza a dudar de las respuestas

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Campeonato de pedos

Cuando intentan divertirme con sus gamberradas no hay quien les aguante. Y cuando eso deriva en una alianza de dos contra una, mucho menos. Su última idea para cabrearme son los concursos de pedos, una vieja práctica de cuando eran niños que ahora han recuperado.

La cosa empieza con un sonoro pedo de cualquiera de los dos. El otro intenta emularle, entre carcajadas más sonoras todavía, con otro más ruidoso. Y la cosa sigue así durante un estruendoso rato, hasta que uno de los dos es incapaz de mantener ese ritmo y el otro se alza con el dudoso título de campeón. En alguna ocasión creo que han simulado el sonido con esta máquina de pedos o con una especie de globo que aprietan convenientemente entre las manos, pero no me he quedado cerca para comprobar si dejan algún aroma a su paso. En momentos como esos, mejor alejarse.

Cuando se ponen así es como si realmente volvieran a la infancia, pero no a los 7 u 8 años sino mucho antes, a los 2 o 3, y aún no hubieran superado la etapa escatológica del «Caca, pedo, culo, pis«. Aunque, ahora que lo pienso, esto no es sólo propio de adolescentes. Tengo algunos amigos, de ambos sexos, que ya han pasado los 40 y a los que les divierte muchísimo hablar de pedos. Tendré que preguntarles si en su casa también hacen campeonatos. ¿A ti también te hacen tanta gracia los pedos?

Pillado desde una ventanilla indiscreta

-¿No es ese tu hijo?

Miré por la ventanilla del coche y allí estaba. Parecía estar divirtiéndose mucho con un amigo, caminando en dirección contraria a la de casa, a una hora en la que debía estar ya en ella.

Paramos el coche y le llamé:

-Hola, ¿dónde estás?

-Llegando a casa.

-Tenías que estar allí hace rato.

-Ya te he dicho que estoy llegando

-¿Seguro? ¿dónde estás exactamente?

-Que ya llego, pesada.

-Creo que desde la plaza en la que estás te queda aún un buen trecho.

Se quedó mudo. Ya no fue capaz de seguir llamándome pesada ni de insistir en que estaba llegando a casa. Empezó a buscarme con la mirada hacia todas partes sin encontrarme, mientras yo seguía dándole detalles de su amigo, de lo que llevaba en la mano… Finalmente, me planté ante ellos y colgué el móvil.

Su amigo no sabía qué decir, mis amigos tampoco. Pero él se quedó tan fresco, como si la cosa no fuera con él. ¡Qué morro el suyo!

Subió al coche y nos fuimos todos para casa. Allí, ya en privado, tuve que leerle la cartilla.

A mi se me hubiera caído la cara de vergüenza si me pillan mis padres, pero ya veo que en eso no se me parece. ¿Qué hubieras hecho tú en una situación similar?

¿Sólo lo cura el tiempo?

Estoy harta de discutir cuando llego a casa y me la encuentro hecha una leonera, harta de que se hagan un bocata y lo dejen todo perdido de migas, de que salgan de la ducha y hagan lo mismo con el agua… harta de insistir una y otra vez en las mismas cosas, esas que empecé a enseñarles cuando aún no sabían hablar y que ahora parecen no entender. Harta de que a veces se comporten como energúmenos y tenga que darles el alto como si fuera un guardia urbano… harta de examinar el váter antes de sentarme por si hay humedades indeseadas, de que pongan la música a mil decibelios, o más…

Harta de cocinar, comprar, tender, planchar o lo que se tercie para tres, mientras ellos siguen con su letanía de «eso no me toca, yo ya he hecho lo mío«.

Estoy harta, muy harta. ¿Esto tendrá arreglo? Si, ya sé que la adolescencia se cura con el tiempo, pero se me está haciendo eterno.

En respuesta a mis habituales quejas sobre el desorden, un amigo me ha enviado estos divertidos vídeos de Ikea. Mejor sonreir que perder los nervios.

Propósitos y normas

En este momento de buenos propósitos para todo el año me conformaría con que mis hijos cumplieran con esta lista de sencillas normas que tienen, desde hace tiempo, colgada en su cuarto:

_Debes llegar puntual a clase.

_Al salir de clase, a casa y llamada a mamá.

_Tienes que hacer la cama cada día, recoger tu ropa y no dejar nada tirado por el suelo.

_Tira de la cadena cada vez que uses el váter.

_Los albornoces y toallas húmedas NO se dejan encima de la cama sino en el cuarto de baño.

_TODO lo que se desordena se recoge (no sirve decir que el culpable ha sido tu hermano, él dice lo mismo).

_Las cosas fuera de sitio (desde un yogur a tus calzoncillos sucios) no van a volver solas, así que tendrás que acompañarlas tu.

_La vajilla sucia va al lavavajillas, la ropa sucia al cesto o directamente a la lavadora… en fin, esas cosas tan lógicas que pareceis haber olvidado.

_El ordenador se apaga a las diez. Y la tele a las doce.

Día de resaca

He abierto los ojos pasadas las tres de la tarde. Todo estaba en silencio. El tráfico, tan ruidoso a diario, era apenas un rumor. No se oían tampoco las habituales voces de gente por la calle.

En el sofá-cama del salón seguía dormitando mi hermana. Su novio, algo más madrugador que nosotras, había salido ya a dar un paseo. Y mi hijo pequeño, el rey del sueño, estaba profundamente dormido. Tanto, que ha seguido en la cama hasta media tarde. El mayor dormía en casa de su padre, y también se ha levantado por la tarde.

Anoche no bebí mucho, pero los excesos gastronómicos también dejan resaca. Todavía siento la barriga hinchada y no quiero ni oir hablar de langostinos, polvorones ni turrones, ni del estupendo tiramisú que tomamos de postre. No he sido capaz de hacer nada en toda la tarde más que tragarme dos películas seguidas en la tele y poner una lavadora.

Acabo de cenar una ensalada, y creo que es lo único que podré comer mañana. Debe ser cosa de la edad, porque mis hijos acaban de ponerse ciegos de pizza, están como una rosa después de su gran noche de fiesta y siguen haciendo visitas a la cocina, que si un poco de jamón, que si otro poco de queso…

Optimistas y atrevidos


¿Es que los adolescentes se consideran inmortales o invulnerables, inmunes a los peligros que los adultos ven tan claramente? ¿O no aprecian los riesgos involucrados y necesitan repetidos recordatorios de los peligros inherentes en actividades como conducir a demasiada velocidad, conducir borracho, tener relaciones sexuales sin protección, experimentar con drogas, beber en exceso, saltar a aguas desconocidas, lo que sea?

Estudios científicos han demostrado que los adolescentes están muy conscientes de su vulnerabilidad y realmente sobrestiman su riesgo de sufrir efectos negativos de actividades como beber y las relaciones sexuales sin protección.

El texto pertenece a un artículo del New York Times sobre los riesgos que asumen los adolescentes y cómo evitarlos, que puedes leer aquí completo.

Los expertos citados en el artículo concluyen, entre otras cosas, que los adolescentes sopesan racionalmente los beneficios y los riesgos de sus actos pero tienden a dar mucho más peso a los primeros que a los segundos cuando toman decisiones. La balanza se inclina para ellos del lado del optimismo -no de la irracionalidad de la que con tanta frecuencia se les acusa-.

Un adolescente es inquieto e inquietante por naturaleza, se atreve con cosas que pueden parecer disparatadas y está en edad de probarlo casi todo. No tengo ninguna duda de que para ellos los beneficios casi siempre superan a los riesgos a la hora de tomar una decisión. Pero no creo que eso sea sólo cosa de la edad: a mi también me ocurre a menudo. ¿A ti no?

Hoy no ha ido a clase

– Su hijo no ha venido hoy a clase, dice una voz al otro lado del teléfono.

– ¿Cóoomo?, pregunto yo, entre alarmada y sorprendida.

– Que no ha venido, repite la voz muy despacio para darme tiempo a reaccionar.

– No puede ser, se ha ido de casa por la mañana a la hora de siempre. No entiendo nada.

– Hace un rato le he visto en la calle y me ha dicho que se encontraba mal y que se había quedado en casa…

Me he quedado helada después de esta conversación. Es la primera vez que hace algo así, y ha ocurrido sólo un día después de levantarle un castigo de tres semanas por su mal comportamiento en clase (ya os hablé aquí de eso).

Inmediatamente le he llamado al móvil. Pero no lo ha cogido, claro. He tenido que llamar a uno de sus amigos para encontrarle. Estaban viendo un partido entre alumnos y profesores.

– Me encontraba mal y me he quedado en casa de papá, me ha soltado mientras intentaba poner la voz más débil del mundo entre el griterío de fondo del partido.

– Ah, claro, y te has empezado a encontrar mal de camino al cole, ¿no? Venga ya, eso no cuela. ¿Por eso no me has avisado en todo el día y estás ahora allí con los amigos? ¿No será que como tu padre tampoco estaba en casa nos la quieres jugar a los dos?, es lo único que he acertado a decir con voz calmada antes de mandarle a gritos para casa.

Así es la vida con un adolescente. Una de cal y otra de arena. Si ayer mismo parecía haber cambiado su comportamiento, hoy lo ha vuelto a poner del revés

Rebelde en casa, en clase, en la calle…

Estuve el otro día en el colegio. Me llamó el tutor de mi hijo pequeño para contarme algunas cosas sobre su comportamiento.

-Está muy rebelde, no deja de hablar en clase, se ríe de todo y de todos, cuando le llamamos la atención hace como si no hubiese oído y luego dice que él no estaba haciendo nada… Tampoco trae firmadas las notas que le damos para los padres… iba diciendo él mientras yo sentía que mi cara empezaba a enrojecerse.

-¿Qué notas? No he recibido ninguna.

Este niño se va a enterar, pensé mientras el profesor seguía hablando, y mi cara debía estar para entonces más amoratada que roja.

-Pues llevamos algo más de dos meses, casi desde que empezó el curso, intentando tener una reunión con vosotros. Y si él sigue con esta actitud, no vamos a tener más remedio que expulsarle unos días del colegio.

A partir de ese momento me quedé lívida.

Resultado: está castigado sin salir hasta que vuelva a comportarse como debe, en casa, en clase, en la calle… A ratos lo entiende y razona casi como un adulto pero, de repente, vuelve a mostrar su rebeldía contra todo lo que le rodea y se convierte en un ser huraño, que solo se hace entender con monosílabos y gruñidos. Ay, ¡qué días me esperan con él en casa y con este humor de perros!