Dicen que la adolescencia es la etapa en que uno deja de hacer preguntas y empieza a dudar de las respuestas

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Puertas al campo de las redes sociales

Casi todos los chavales utilizan las redes sociales para comunicarse con sus amigos, con amigos de esos amigos, gente nueva que van conociendo gracias a ellos, y con otro montón de gente a la que hace tiempo que no veían y que han recuperado gracias a Internet. Para ellos entrar en Tuenti, en Nettby o en cualquier otra red es tan habitual como usar el móvil o los videojuegos.

Ya no sabrían vivir sin ellas. Allí vuelcan sus fotos, los vídeos graciosos y todas las gansadas que encuentran por Internet, pero también sus emociones, sus aficiones, sus gustos y disgustos. Por eso pasan allí horas y horas.

La evolución de estas redes ha sido tan rápida que, como ha ocurrido en el resto de Internet, ha dado paso además de a grandes posibilidades de comunicación a algún que otro abuso o uso fraudulento. Para intentar controlar que los menores hagan un buen uso de ellas y no se vean sometidos a abusos por parte de nadie, la Secretaría de Estado de Telecomunicaciones pone en marcha a partir de mañana, Día Internacional por una Internet más Segura, la iniciativa Chaval.es.

La web incluirá un decálogo audiovisual sobre lo que conviene o no conviene visitar, cómo protegerse de los virus y de otras amenazas más dañinas… además de contestar a las preguntas que hagan los visitantes (no sólo jóvenes, también padres, abuelos o profesores).

Lo cierto es que a los padres españoles nos preocupa mucho el uso que nuestros hijos hacen de Internet, especialmente en lo que se refiere a la violencia y el sexo, aunque curiosamente también somos de los que menos programas de filtrado utilizamos para evitar que visiten páginas con esos contenidos.

Seguramente muchos piensan, como yo, que no podemos poner puertas al campo, y que mejor será explicar a nuestros hijos qué se pueden encontrar y cómo reaccionar ante ello antes que prohibirles el acceso.

«Ya no sabría ligar»

Estaba el otro día con una amiga en un bar. La dejé un momento sola y cuando volví me la encontré hablando con un chaval de unos 18 o 20 años. Cuando él se fue me contó, entre risas, que había intentado ligar con ella mediante un curioso procedimiento: le estaba diciendo que un amigo suyo quería conocerla, que la llevaba mirando toda la noche desde la otra punta del bar y que le había mandado a él de emisario para iniciar el contacto si a ella le gustaba el chico.

Ella, que ha pasado de los treinta y tiene pareja estable desde hace diez, no daba crédito. «Ya no sabría ligar con la gente de esta generación», me dijo entre risas. «¿Tus hijos también lo hacen así?», me preguntó inmediatamente.

Tendré que preguntarles, aunque no creo que tengan la más mínima intención de contarme cómo lo hacen. Lo único que suelen decir es que ellos son los únicos que se lanzan y que ellas «se sientan a esperar a que les entre un tío» y nunca toman la iniciativa.

¿Cuántas veces eres capaz de ver el mismo vídeo?

«He visto esa peli diez o doce veces». Lo dice orgulloso, y no parece cansarse de ver una y otra vez la misma película. En este caso mi hijo hablaba de Como Dios, protagonizada por Jim Carrey, pero podría haberlo hecho de Piratas del Caribe, 60 segundos, Enemigo público, o de su adorada Los chicos del coro, que ha debido ver más de veinte veces -tres o cuatro de ellas conmigo-.

No le pasa sólo con las películas ni se siente solo en esto. Su hermano tampoco se cansa de ver algunas series de televisión: da lo mismo la cantidad de veces que Antena 3 repita los capítulos de Los Simpson, a ellos siempre les apetece verlos.

Algo parecido les ocurre con Friends: no importa cuántas veces vean el mismo capítulo, las bromas siempre les parecen divertidas. He llegado a verles decir largas frases enteras unos segundos antes de que las pronuncie un personaje. A veces lo hacen también en inglés y creo que cuanto más veces repiten la misma broma, más les gusta.

Esta tarde han pasado un buen rato muertos de risa repitiendo sin parar un vídeo de Youtube con respuestas absurdas de los concursantes del programa de Carlos Sobera.

Sus risotadas se oían desde todos los rincones de la casa y no han parado hasta que no me he acercado al ordenador para verlo con ellos. ¿Y a ti? ¿también te gusta ver los mismos vídeos una y otra vez? ¿cuántas veces eres capaz de hacerlo?

¿Sales hoy? No te drogues

No lo digo yo, lo dice la Cruz Roja en su nueva campaña para reducir el consumo de drogas entre los adolescentes, en la que ofrece a los chavales alternativas de ocio para pasárselo bien sin necesidad de ingerir ninguna sustancia adictiva.

La campaña ofrece información a los más jóvenes sobre qué son las drogas, qué efectos producen, qué consecuencias negativas pueden tener, cómo prevenir su consumo…

Lo mejor de la campaña es que no se presenta, como suele ser habitual en estos casos, con folletos -a los que los chavales no prestan ninguna atención- ni con anuncios televisivos. Qué va, se hace acudiendo directamente a las zonas de ocio más frecuentadas para hacer botellón o ir de bar en bar. Y se prolonga desde las ocho de la tarde hasta las dos de la madrugada.

La organización ofrece una dirección confidencial de correo electrónico, nolodudes@cruzroja.es, para resolver dudas relacionadas con el consumo de drogas y con algunas conductas de riesgo que pueden asociarse a ellas, como el sexo inseguro o la conducción imprudente.

La campaña se está desarrollando en Madrid -el próximo fin de semana la cita será en la zona de Moncloa- pero que tal vez debería repetirse en otras ciudades. ¿Qué opinas sobre ella? ¿crees que será más efectiva que el reparto de folletos?

¿Qué se puede hacer un día sin clase?

Un día sin clase puedes dormir todo lo que te da la gana. Si tus padres están trabajando y no hay nadie que te obligue a salir de la cama puede darte la hora de comer, o incluso puede hacerse algo más tarde sin que te des ni cuenta.

Entre que te desperezas, pasas por la ducha y desayunas ya se han hecho las cuatro o las cinco de la tarde. Para esa hora ya te habrá llamado algún colega. ¿Y la comida? ¿alguien tiene hambre cuando acaba de desayunar? Una partida de PRO antes de salir de casa o una al mus con los de clase, y luego una vuelta por los alrededores del instituto a ver si encuentras al resto de la pandilla para vaguear por ahí el resto de la tarde.

Si hay tiempo y dinero, un cine, «que para eso estás de vacaciones». Y si no, inviertes lo poco que te queda en una hamburguesa o un kebab con los que todavía no se hayan ido para casa.

Si llaman tus padres para reclamarte en casa a la hora de la cena, le dices que todavía estás por ahí y que te dejen estar un rato más, que para eso estás de vacaciones. Total, mañana no tienes que madrugar. No madrugas mañana, ni pasado ni hasta después de Reyes.

Cuando llegas a casa, lo más tarde que puedes, te metes en el ordenador a relacionarte con los que no has visto o a comentar la jugada con los que acabas de dejar. Eso si no te da por pasar más de una hora colgado al teléfono con esa chica que te gusta tanto o ver una peli en cinetube hasta las tantas de la mañana. Para entonces tu madre lleva un rato dormida, aburrida de decirte que te vayas a dormir.

Las vacaciones acaban de empezar. Te quedan por delante unos cuantos días para vivir como las marmotas de día y disfrutar de la tarde-noche. ¡Para eso estás de vacaciones!

Conducir sin carné


El 31% de los adolescentes reconoce que ha conducido sin el carné obligatorio. Además, un 20% dice que también han cometido infracciones como excesos de velocidad, saltarse semáforos o stops y conducir sin casco.

La información, publicada recientemente en 20minutos, se basa en un estudio realizado por investigadores de la Universitat de València entre 1.173 estudiantes de cuarto de ESO y segundo de bachillerato.

Los chavales consideran «poco probable» ser pillados infringiendo las normas de tráfico. Quizá sea ese uno de los motivos por los que cometan esas infracciones. Además, muchos de ellos no tienen nada claro qué consecuencias penales podría tener su conducta, especialmente si superan la velocidad permitida o conducen bajo los efectos del alcohol.

Si uno de cada tres adolescentes han conducido sin carné y además, según el estudio, «las mujeres son más prudentes y cometen menos ilegalidades que los hombres», supongo que lo habrá hecho al menos uno de mis dos hijos. ¿O tal vez los dos?

Cada vez que leo una estadística sobre conductas temerarias de los chavales -tanto da que se hable de conducir un coche sin carné o una moto sin casco (como en la imagen de arriba, de la película 7 vírgenes) como de consumo de alcohol, marihuana o cocaína- me da por traducir las cifras a mi casa.

No se trata de estar todo el día pendiente de lo que puedan hacer cuando yo no estoy delante, sino simplemente de que la ingenuidad no me pueda otra vez.

¿Se puede ser más ingenua?

Llevo muchos días sin actualizar el blog. He tenido mucho trabajo y algunos sobresaltos familiares que me han impedido hacerlo. Espero que sepais disculparme.

Ya conté aquí una vez que sospechaba que mi hijo pequeño había empezado a fumar. Cuando ya casi había descartado que fuera cierto volví a tener dudas. Había numerosas y variadas pistas por toda la casa: olor a tabaco en su habitación, que siempre decía que era del colega fumador que acababa de irse y no suyo; ceniza en la tierra de las macetas, que también habían dejado caer los colegas, claro; decenas de mecheros por cualquier parte y alguna cajetilla que, cómo no, él le guardaba a un colega.

Pues bien. Hace unos días nos reunimos mis hijos, su padre y yo para hablar sobre algunas cosas relativas a sus estudios y sus horarios. En mitad de la conversación surgió el tema del tabaco. Yo creía que fumaba el pequeño y su padre estaba convencido de que quien lo hacía era el mayor. Ambos descubrimos en ese momento que los dos teníamos razón: fuman los dos.

Aseguran que sólo fuman los fines de semana -aunque a ver quién se fía ahora de lo que dicen-. No parece que estén enganchados a la nicotina, ya que ambos son capaces de pasar un día entero en casa, o varios, sin un cigarrillo -de hecho, llevaban meses ocultando esta afición-. Son conscientes de que el tabaco no les va a hacer ningún bien aunque supongo que pesa mucho la edad, el grupo… Ni su padre ni yo podemos hacer nada para que lo dejen si no son ellos mismos los que deciden hacerlo. Sólo espero que la nicotina no termine ganándoles la partida.

Desde que sé que fuman me viene continuamente a la cabeza esa campaña publicitaria de prevención del consumo de alcohol entre los jóvenes en la que un padre, incrédulo ante los desmanes de su hija con la bebida, grita: «¿Mi hija? Mi hija no». Yo siempre pensaba que a mi eso no me pasaría, que sería capaz de detectar determinadas cosas aunque no me las contaran. ¿Se puede ser más ingenua?

Un cómic porno entre las toallas


_Lleva esa ropa a tu cuarto y yo dejo las toallas en el baño.

_Vale, mamá, déjalo ahí que ya voy.

_¿Qué es esto? ¿qué hace esta revista entre las toallas?

Gran silencio. Mi hijo pequeño se quedó mudo durante unos segundos. Mientras tanto me dio tiempo a ver que lo que había visto entre las toallas no era exactamente una revista sino un cómic porno -la chica de la portada era demasiado perfecta para ser real-.

Cuando volví a preguntarle ya había recuperado el habla: «No tengo ni idea, ya sabes que a mí no me gustan esas cosas. ¿Yo mirando a tías en bolas? ¿qué dices?», dijo con ese tono chulesco que últimamente le gusta tanto.

Siguió durante un rato en plan vacilón, primero haciendo como que no le importaba que hubiera encontrado el cómic, después intentando hacerme creer que eso sería cosa de su hermano…

No es la primera vez que encuentro una revista porno en casa. La primera de ellas fue durante una mudanza: cuando los dos musculosos jóvenes que se ocupaban de cargar los muebles más pesados levantaron uno de los colchones del cuarto de mis hijos quedaron a la vista un par de revistas. Dejaron el colchón en el suelo, me miraron y sonrieron mientras uno de ellos me decía: «Esto pasa en las mejores familias, no es la primera vez que lo vemos».

En otra ocasión encontré una revista porno en su habitación mientras ordenaba una estantería, estaba entre el Marca, el Cuore y un suplemento dominical. «A mi me gusta leer de todo», respondió el mayor en esa ocasión. Ahora todo apunta a que el cómic es del pequeño, creo que esta vez tampoco va a ser necesario llamar a los de CSI para averiguarlo, aunque ninguno de los dos está dispuesto a confirmarlo. Una vez más se alían dos contra una.

¿Y tú?, ¿también leías revistas porno a escondidas?, ¿has encontrado alguna escondida por tu casa?

La foto pertenece a la película Pirates II. Stagnetti’s Revenge.

Prohibido entrar con piercing

De los tiempos en que frecuentaba las discotecas me quedan recuerdos sobre algunas de las absurdas prohibiciones para entrar: desde los famosos calcetines blancos a los pantalones cortos -los de ellos, los nuestros siempre estuvieron bien vistos- o las zapatillas deportivas -esas dependían de la marca y el modelo, siempre a juicio del portero-inquisidor-.

No sé si se sigue prohibiendo el acceso con calcetines blancos pero acabo de enterarme de que algunas grandes discotecas prohíben el acceso con piercing. El hermano de una amiga, que acaba de estrenar uno en el labio, se lo quita cada sábado -también se desprende temporalmente de las dos perlas que lleva en las orejas- para pasar el control del portero de turno en la puerta de su discoteca favorita.

Por lo que veo, el discutido derecho de admisión de las discotecas y locales de ocio es cada vez más arbitrario. La última vez que pisé una discoteca, hace tan solo un par de semanas, fue para asistir a un concierto. Y juraría haber visto un montón de piercing, en labios, cejas, ombligos… Debe de ser que cuando pagas una entrada de concierto, bastante más cara que la de una sesión discotequera, los porteros (o quienes les pagan) se olvidan de prejuicios y discriminaciones.

Abofeteados y arruinados en el campamento


Tres jóvenes británicos, dos de ellos monitores de unas colonias de inglés en Tossa de Mar (Girona), han sido detenidos por maltratar a los alumnos que custodiaban, a quienes solían insultar e incluso abofetear y exigir pequeñas cantidades de dinero, según fuentes de la investigación.

Me quedo de piedra al leer cosas como éstas. Tres jóvenes de veintitantos y algo borrachos deciden (o no, depende del grado de embriaguez) insultar, pegar y robar el poco dinero que tuvieran a los chavales a los que se supone que deben cuidar. Los niños, de 10 a 14 años, tenían miedo y uno de ellos fue quien dio la voz de alarma.

Mis hijos ya no van de campamento. Pero el pequeño fue a uno hasta el año pasado y este verano ha estado a punto de trabajar allí como ayudante de monitor -cambió de idea cuando le ofrecieron un trabajo con chavales más pequeños y al lado de casa-. Mientras leía ésta noticia con él no he podido evitar imaginármelo primero como víctima y después como verdugo.

Estoy convencida de que estos tres agresores no habrían pegado ni robado a nadie si no hubieran bebido o si hubiesen estado solos. Pero en grupo, aunque sea tan pequeño como un trío, los jóvenes son capaces de sacar lo más sucio de sí mismos. Y lo peor es que suelen actuar así para «quedar bien» delante de sus colegas.