Dicen que la adolescencia es la etapa en que uno deja de hacer preguntas y empieza a dudar de las respuestas

Archivo de mayo, 2008

¿Proyecto Adolescente?

De piedra me he quedado al leer que el número de familias que han acudido a Proyecto Hombre para pedir un tratamiento de desintoxicación para sus hijos adolescentes ha crecido un 37% en un año. ¿Deberíamos empezar a llamar a esta asociación Proyecto Adolescente?

Es una realidad incuestionable que los jóvenes cada vez consumen más drogas, que empiezan a probarlas antes y que muchos terminan enganchándose a ellas. De poco parece servirle a las nuevas generaciones la cantidad de información que tienen sobre los terribles efectos que causaron a los que ya no son tan jóvenes, y los que siguen causando.

Ya sé que nadie escarmienta en cabeza ajena, pero con los adolescentes es todavía más fácil que ese viejo dicho se haga realidad. Están en la edad de probar un montón de cosas, aunque todos, o casi todos, saben lo que se juegan con las drogas. Se conocen la teoría a la perfección, pero en la práctica… se las encuentran hasta en los huevos kinder y muchos, demasiados, terminan picando.

No sé qué les pasa por la cabeza al resto de padres y madres, pero yo no puedo dejar de alarmarme cada vez que leo una noticia parecida.

Ya están aquí los exámenes

El final de curso está a la vuelta de la esquina. Se acercan los exámenes y empiezan a cundir los nervios entre los estudiantes.

Mi hijo mayor se pone muy nervioso cuando está a punto de hacer un examen. Cree que no lo va a aprobar y no puede evitar ver la parte negativa, los temas que lleva más flojos o aquellos problemas que no le salen a la perfección, aunque luego los resultados suelen desmentir sus malos augurios.

El pequeño, que hasta ahora se tomaba los exámenes con bastante calma, ha empezado a seguir sus pasos ¿Será el miedo a suspender algo y quedarse sin viaje de fin de curso a Mallorca?

Así que estos son días de agobios, de dejar de hacer las cosas que hacen habitualmente para encerrarse a estudiar toda la tarde… De momento, ambos han renunciado a una celebración familiar por los exámenes. Y creo que no va a ser su única renuncia.

Aún así, no todo es responsabilidad: a veces dejan pasar la tarde perdiendo el tiempo con otras cosas -la tele, el ordenador, los amigos al teléfono…- y luego no les queda más remedio que estudiar durante gran parte de la noche, con la ayuda de un café con leche o una bebida enérgetica para aguantar sin dormirse.

Y tú, ¿a qué grupo perteneces?, ¿cómo te organizas para estudiar? ¿o cómo lo hacías cuando te tocaba examinarte?

¿No le ha venido aún?


-¿Qué pasa tío?

¿No le ha venido aún?

-¡Qué fuerte! pero habrá que esperar, ¿no?

-Tranquilo, tío, yo te llamo mañana. Un abrazo.

Esta fue, palabras más o menos, la breve conversación telefónica que mi hijo mantuvo hace unos pocos días a mi lado. Eran más de las doce de la noche cuando le llamaron, estábamos juntos en el sofá y era evidente que no quería que yo me enterase de lo que decía. Pero me bastó su cara de susto cuando pronunció ese «¿No le ha venido aún?» para ponerme en guardia.

Estaba realmente impresionado. Tanto, que no había sido capaz de levantarse para seguir hablando lejos de mi como suele hacer cuando quiere privacidad. En cuanto colgó fui yo quien empezó a hacer preguntas: ¿Qué pasa? ¿a quién no le ha venido qué?

«¿Eh?, ¿qué dices? son cosas mías», respondió intentando que le dejara en paz pero sin recuperar el color en la cara ni la capacidad de movimiento. Mi preocupación iba en aumento y seguí preguntando.

-Es una amiga. No le ha venido la regla este mes, y ya está. Eso es todo lo que pasa, me explicó.

-¿Te parece poco? hablamos de un posible embarazo de una adolescente y aún no sé si has tenido algo que ver en ello, insistí.

-Venga, ya. Es la novia de un colega. A ti no te interesa. Ni es asunto mío ni tuyo, sólo de ellos dos.

En su opinión me estaba poniendo muy pesada, pero no quise dejar pasar la oportunidad de recordarle el elevado número de embarazos de adolescentes, las consecuencias que eso tiene en sus vidas y las facilidades que tienen para evitarlos si, tanto ellos como ellas, aplican en la práctica la teoría que dicen saberse de memoria.

Afortunadamente, hoy he sabido que el episodio se ha quedado en un gran susto. La amiga de mi hijo debe estar disfrutando por primera vez en su vida de tener la regla. Espero que la experiencia les sirva a todos, sean «colegas», amigos del alma o simplemente conocidos, para evitar embarazos no deseados.

La imagen pertenece a la película Juno.

Aquí huele a tigre

Entrar en el cuarto de dos adolescentes a media tarde, cuando llevan horas sin ducharse, tal vez después de una clase de gimnasia y con las hormonas en plena ebullición, puede ser una prueba de valor, o de imprudencia.

Esa mezcla de sudor y olor a pies que reina en la habitación echa para atrás a cualquiera. Y cuando acaban de llegar de un partido el aroma ya es… realmente insoportable. Se lo dices y ni se inmutan, así que optas por salir de allí y no volver a pisar la habitación hasta que la ventilan bien, pasan por la ducha y meten la ropa de deporte en la lavadora.

Ayer, a la vuelta del partido, no llegaron dos adolescentes sudorosos a casa, qué va, llegaron seis. El olor era mucho más intenso del que me había acostumbrado a soportar -y eso que ninguno llegó a quitarse las zapatillas-. Estaban felices, casi eufóricos por la victoria, comentando los goles, las faltas y las jugadas.

Creo que sólo les dejé hablar un par de minutos antes de lanzar una sonora queja: «¡Aquí huele a tigre!».

-«Mamáaa», dijo mi hijo pequeño con gesto de reprobación.

«Vosotros dos, a la ducha. Y el que quiera quedarse que pase también por allí», ordené ante el temor de que el olor terminara anestesiándome.

¿Preferías cambiar pañales?

«¡Cómo han crecido tus hijos!». Cada vez que escucho esta frase ya sé lo que viene después: una larga ristra de tópicos sobre el paso del tiempo y lo rápido que esos tiernos bebés se han convertido en adolescentes.

Cuando se habla de hijos parece inevitable que la conversación termine salpicada de frases como éstas:

-Tú ya has pasado lo peor, ¿no?, ahora puedes salir, ir al cine…, suelen decir los padres y madres recientes con la envidia de quien no puede hacerlo.

-Es mucho peor cuando son mayores, eso sí son problemas…, responde alguien, con o sin hijos pero acostumbrado a tratar con adolescentes.

-Los hijos son un infierno a cualquier edad, tercia otro que ni tiene hijos ni quiere tenerlos.

Total, que suelo ser la única que termina por callarse en medio de un debate tan antiguo como repetido. Y aburridísimo.

«¿Preferías dar papillas y cambiar pañales o es mejor lidiar con dos adolescentes con sus altibajos y sus broncas?». Me lo preguntó ayer una amiga mientras paseábamos con sus dos hijos pequeños.

Difícil pregunta. No sé si era mejor, o más fácil, lo primero que lo de ahora. Seguramente entre mis recuerdos de la etapa de los pañales y biberones pesan más sus sonrisas que los lloros y las malas noches. Pero sí recuerdo el agotamiento físico y cómo me sacaban de quicio de vez en cuando.

Ahora, aunque sigo disfrutando mucho con ellos, me quejo a menudo de sus bruscos cambios de humor o de sus malos modos repentinos. He cambiado el agotamiento físico de su infancia por el mental. Ahora dan muchos quebraderos de cabeza, lo discuten todo, siempre tienen un argumento para intentar salirse con la suya… ¿Quién dijo que esto fuera fácil? Ni cuando llevaban pañales ni ahora con los calzoncillos a la vista bajo los pantalones.

El «impacto negativo» de la separación

«No vivir con ambos padres hasta los 16 años tiene un impacto negativo en los niños durante toda su vida». La cita es del profesor de la Universidad de York (Reino Unido), John Hobcraft, que asegura que el efecto que causa en los hijos la separación de una pareja les condena poco menos que al fuego eterno: «Esos niños tienen mayores niveles de depresión, son más pobres, tienen parejas menos estables, tienen más posibilidades de convivir que de casarse, así como de separarse de sus parejas».

Estas conclusiones forman parte de un estudio, coordinado por la ONU, en el que se habla también de otras cosas, como el incremento de la fertilidad entre las mujeres trabajadoras.

¡Vaya panorama más alentador pinta el profesor para los millones de hijos de separados que hay en el mundo! Sólo le ha faltado definirse como padre de familia unida y ejemplar, católico, apostólico y romano, con hijos felices y sonrientes, todos con pareja estable (si es que eso puede asegurarse) y, por supuesto, muy muy ricos.

Tendré que esperar a que mis hijos crezcan un poco más para saber si estas funestas predicciones se cumplen. Sé que la separación no fue un buen trago para ellos pero ni han sufrido depresiones ni sus parejas son menos estables que las de los amigos que conviven con ambos progenitores -aunque a su edad eso de la estabilidad suene a chino mandarín-. Ya veremos si consiguen hacerse ricos cuando se independicen, o si mantienen la misma pareja el resto de su vida. Si lo logran, perfecto; y si no, también. No creo que de ello vaya a depender su felicidad.

Por otra parte, si son felices y confiamos en las tesis de este experto, tenemos otro grave problema, ya que, en su opinión, «existen pruebas de que los individuos más felices tienen más tendencia a intentar tener niños». ¿Niños engendrados por un padre que fue hijo de padres separados? ¿y sin pareja estable? ¿y posiblemente pobre y aquejado de una terrible depresión? No quiero ni imaginarlo…

El informe se ha hecho con la colaboración de la ONU, pero parece obra de un profesor chiflado.

Yo también odio los móviles-discoteca


Cada día paso una hora y cuarto en transporte público para ir a trabajar, dos veces al día, en tren, metro y autobús. Cuando me dispongo a leer, dormir o relajarme para un viaje largo, me encuentro al típico pesado que pone en voz alta la música de su móvil, encendiendo los altavoces. No le puedes llamar la atención, no está prohibido. Por favor, en los transportes públicos debería estar prohibido el uso de móviles-discoteca.

El texto anterior es la carta de una lectora, Sandra Fernández, publicada hoy en 20 minutos.

Yo también odio los móviles-discoteca. No soporto esos inexplicables teléfonos con mp3 y altavoces incorporados, ni el ruido infernal que emiten. Y, como ella, tampoco los aguanto en el metro, ni en el autobús, ni en ningún otro sitio.

Hasta hace muy poco mis hijos se empeñaban en hacerme escuchar sus temazos a todo trapo, me gustasen o no, yendo de un lado a otro de la casa con uno de estos infernales aparatitos. Afortunadamente, parece que se les han pasado las ganas de usarlo.

¿Alguien se acuerda de esas pandillas que iban hace años con un radiocasete gigante a la piscina o a donde fuera menester para deleitarnos a todos con su gritona selección musical? Esto es lo mismo, un montón de gente se ve obligada a soportar la música que otro elige y, además, a todo volumen. Pueden ser adolescentes, o no. Tiene mucha razón mi compañero de blog Dani Cabezas cuando dice que quien los inventó debía tener un mal día o ganas de fastidiárnoslo a todos.

Nuevos equipos electrónicos, mucho más pequeños, ligeros y sofisticados, pero los mismos malos modos de algunos. ¿Está el mundo lleno de maleducados?

¿Por qué tienen hijos si luego los matan?

Estábamos viendo las noticias hace un rato. Las imágenes de un hombre que lloraba desesperado por la muerte de su hija, una niña de 6 meses a la que supuestamente ha matado su propia madre, de 32 años, han dejado de piedra a mis hijos -y supongo que a todos los que hayan visto o leído la noticia-. Ha ocurrido en la isla de La Palma. Al parecer, la madre sufría una depresión posparto que podría haberla llevado a hacer algo tan terrible. Curiosamente, la pareja se había sometido a un tratamiento de fertilidad para tener hijos, lo que hace todavía más incomprensible lo ocurrido.

No ha sido el único caso del día. Los padres de otro bebé de 5 meses han sido detenidos en Fuerteventura por intentar matar a su hijo de 5 meses tirándolo por un acantilado. El niño está vivo aunque se encuentra en estado crítico. Según los primeros indicios, ha sido su madre quien lo ha lanzado al vacío.

-¿Por qué tienen hijos si luego los matan?

¿Qué se puede responder a un hijo que te pregunta eso? No es la primera vez que me formulan esa pregunta ni la primera vez que le doy vueltas al asunto. Pero sigo sin encontrar una respuesta. ¿Alguien la tiene?

Sexo a partir de los 14

Los jóvenes se inician en el sexo a los 14 años. Las primeras relaciones sexuales completas se producen, de media, a los 16 años, lo que supone un año de adelanto respecto a los datos de 2003.

El lugar más habitual para las relaciones sexuales de los adolescentes es la casa de los padres -cuando no estamos en casa, por supuesto- ya que no pueden recurrir a un coche, durante las noches de los fines de semana y utilizando el preservativo o la marcha atrás como método anticonceptivo (de las enfermedades de transmisión sexual parece que ni se acuerdan en esos momentos).

El primer encuentro no es muy satisfactorio para la mayoría, aunque «lo suelen recordar con cariño y con humor porque por regla general ponen muchas expectativas y, una vez que pasa, lo desmitifican».

Todo esto lo sé porque lo he leído en este artículo publicado hoy en 20 minutos. Mis hijos no sueltan prenda: «¿Cómo te voy a contar a ti esas cosas? ¡Eres mi madre!».

«Hoy pagan ellos, es el día de la madre»

Pasados aquellos años de regalos escolares para el día de la madre (un cuadro con las huellas de unas pequeñas manos de 2 o 3 años, un gran collar de macarrones pintados, marcos de fotos para todos los gustos…) me acostumbré a otros días de la madre sin regalo.

Un año se les olvidaba la fecha, otro se acordaban de felicitarme pero no habían tenido tiempo, o dinero, para comprar nada; al tercer año les volvía la memoria y terminaban comprando algo entre los dos para olvidarse por completo al año siguiente…

Esta mañana pensaba que ni siquiera se acordaban de qué día era. Me equivocaba: me han invitado a comer fuera de casa. Es la primera vez que hacen algo así.

Creo que todavía me dura la sonrisa que se me ha dibujado a mediodía. Uno de los mejores momentos ha sido cuando el camarero ha traído la cuenta y la ha puesto a mi lado. Mi hijo mayor la ha cogido mientras echaba mano a la cartera, ante la sorpresa del buen señor.

_»Hoy pagan ellos, es el día de la madre», he aclarado con una sonrisa.

_»Esto sí es un buen regalo y no mi corbata del día del padre», ha dicho él mientras les guiñaba el ojo a ambos.

Tenía razón: ha sido un buen regalo. Y no ha sido el único: en casa me esperaba un ramo de flores. Las ha traído mi hermana, que debía tener tan pocas esperanzas como yo en el regalo de mis hijos. ¡Qué equivocadas estábamos las dos!