Dicen que la adolescencia es la etapa en que uno deja de hacer preguntas y empieza a dudar de las respuestas

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Estudiar en voz alta, paseando y con música de fondo


_Es que a mí me gusta estudiar aquí.

_No digas tonterías, ¿cómo vas a estudiar en esa mesa tan pequeña y rodeado de trastos de cocina? Anda, vete a tu cuarto.

_Que sí, que yo me concentro. No te preocupes, mamá.

_Pues sí me preocupo. Además, no nos dejas hacer nada aquí a los demás. Es hora de preparar la cena.

Conversaciones como esta se repiten a menudo en mi casa. A mi hijos les ha dado por estudiar cada día en un sitio: en la mesa de la cocina, en la del salón o, incluso, en el cuarto de baño. Les da igual que esté la tele en marcha, que haya alguien cocinando o escuchando música. Aseguran que son capaces de concentrarse pase lo que pase a su alrededor.

Les he explicado mil veces que lo normal es sentarse siempre en la misma mesa, donde tienen a mano todo lo que necesitan, además de silencio y la tranquilidad de que nadie va a molestarles. Pero parece que así se aburren. No aguantan ni diez minutos en su mesa y salen buscando ruido y actividad para seguir estudiando.

Ya me había acostumbrado a escuchar a uno de ellos recitando sus temas en voz alta en cualquier lugar de la casa, pero lo último es hacerlo dando paseos, de un lado a otro del pasillo, del salón a la cocina y viceversa. Y cuando coinciden los dos y sus temazos favoritos de fondo la situación se convierte en un caos, dentro del cual aseguran poder concentrarse.

Lo más curioso de todo es que si les preguntas algo de lo que están estudiando se lo saben, y lo cierto es que cuando llegan los exámenes aprueban las asignaturas. Y, claro, así no hay quien rebata sus métodos de estudio.

Yo también odio los móviles-discoteca


Cada día paso una hora y cuarto en transporte público para ir a trabajar, dos veces al día, en tren, metro y autobús. Cuando me dispongo a leer, dormir o relajarme para un viaje largo, me encuentro al típico pesado que pone en voz alta la música de su móvil, encendiendo los altavoces. No le puedes llamar la atención, no está prohibido. Por favor, en los transportes públicos debería estar prohibido el uso de móviles-discoteca.

El texto anterior es la carta de una lectora, Sandra Fernández, publicada hoy en 20 minutos.

Yo también odio los móviles-discoteca. No soporto esos inexplicables teléfonos con mp3 y altavoces incorporados, ni el ruido infernal que emiten. Y, como ella, tampoco los aguanto en el metro, ni en el autobús, ni en ningún otro sitio.

Hasta hace muy poco mis hijos se empeñaban en hacerme escuchar sus temazos a todo trapo, me gustasen o no, yendo de un lado a otro de la casa con uno de estos infernales aparatitos. Afortunadamente, parece que se les han pasado las ganas de usarlo.

¿Alguien se acuerda de esas pandillas que iban hace años con un radiocasete gigante a la piscina o a donde fuera menester para deleitarnos a todos con su gritona selección musical? Esto es lo mismo, un montón de gente se ve obligada a soportar la música que otro elige y, además, a todo volumen. Pueden ser adolescentes, o no. Tiene mucha razón mi compañero de blog Dani Cabezas cuando dice que quien los inventó debía tener un mal día o ganas de fastidiárnoslo a todos.

Nuevos equipos electrónicos, mucho más pequeños, ligeros y sofisticados, pero los mismos malos modos de algunos. ¿Está el mundo lleno de maleducados?