Dicen que la adolescencia es la etapa en que uno deja de hacer preguntas y empieza a dudar de las respuestas

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Puertas al campo de las redes sociales

Casi todos los chavales utilizan las redes sociales para comunicarse con sus amigos, con amigos de esos amigos, gente nueva que van conociendo gracias a ellos, y con otro montón de gente a la que hace tiempo que no veían y que han recuperado gracias a Internet. Para ellos entrar en Tuenti, en Nettby o en cualquier otra red es tan habitual como usar el móvil o los videojuegos.

Ya no sabrían vivir sin ellas. Allí vuelcan sus fotos, los vídeos graciosos y todas las gansadas que encuentran por Internet, pero también sus emociones, sus aficiones, sus gustos y disgustos. Por eso pasan allí horas y horas.

La evolución de estas redes ha sido tan rápida que, como ha ocurrido en el resto de Internet, ha dado paso además de a grandes posibilidades de comunicación a algún que otro abuso o uso fraudulento. Para intentar controlar que los menores hagan un buen uso de ellas y no se vean sometidos a abusos por parte de nadie, la Secretaría de Estado de Telecomunicaciones pone en marcha a partir de mañana, Día Internacional por una Internet más Segura, la iniciativa Chaval.es.

La web incluirá un decálogo audiovisual sobre lo que conviene o no conviene visitar, cómo protegerse de los virus y de otras amenazas más dañinas… además de contestar a las preguntas que hagan los visitantes (no sólo jóvenes, también padres, abuelos o profesores).

Lo cierto es que a los padres españoles nos preocupa mucho el uso que nuestros hijos hacen de Internet, especialmente en lo que se refiere a la violencia y el sexo, aunque curiosamente también somos de los que menos programas de filtrado utilizamos para evitar que visiten páginas con esos contenidos.

Seguramente muchos piensan, como yo, que no podemos poner puertas al campo, y que mejor será explicar a nuestros hijos qué se pueden encontrar y cómo reaccionar ante ello antes que prohibirles el acceso.

¿Dónde estará?

Llamo a su móvil y responde un contestador que repite cansinamente que está apagado o fuera de cobertura. Recuerdo que se ha dejado el teléfono en casa y llamo directamente allí. Pero tampoco hay suerte, en casa no hay nadie. Ni allí ni en casa de su padre.

Pruebo entonces a llamar a mi hijo mayor, con el que he hablado hace diez minutos, para ver si sabe algo de su hermano. No lo coge. Él sí lleva el teléfono encima pero iba a entrar en la biblioteca y debe tenerlo en silencio. ¿Y su padre? ¿habrá salido a cenar con él? Ni están juntos ni sabe de su paradero ¿Pero va a dormir hoy contigo?, me pregunta. «No, no iba a dormir conmigo. Simplemente quería hablar con él, y como ya es hora de que esté en casa…», respondo.

¿Dónde estará? quién sabe. Lleva varios días haciendo lo mismo. Llega tarde y, como no se lleva el móvil, no hay quien le localice hasta que entra en casa. Así que hoy, tras un montón de llamadas a amigos y conocidos suyos, he conseguido encontrarle. Finalmente ha sido él quien ha llamado de regreso a casa de su padre. Él se escuda en que es verano, está de vacaciones y se está muy a gusto por la calle, aunque en los días más duros del invierno también tiene excusas para llegar tarde.

Le he dicho un millón de veces que si no lleva el móvil y va a llegar más tarde de su hora sólo tiene que llamar desde una cabina o hacer una perdida desde el móvil de cualquier amigo. Bueno, pues por un oído le entra y por otro le sale. Unas veces no llama a nadie y otras veces, si está en casa de su padre me llama a mí, y al contrario.

Eso no es todo. Acabo de enterarme de algunas de sus gamberradas durante los días que estuvo en casa de mi hermana mientras yo disfrutaba de unos días de vacaciones sin hijos. Ocurrió más o menos lo mismo: noches en las que llegaba tarde o se quedaba en casa de un amigo sin avisar, citas con sus tíos a las que no acudía… ¡Me tiene contenta!

Con el móvil a la escalera

Cada vez que uno de mis hijos quería hablar por el móvil sin que nadie le escuchase solía salir al balcón. Allí han mantenido largas conversaciones en pleno invierno sin que el frío les importara lo más mínimo. Pero ha llegado el calor, los balcones suelen estar abiertos por la noche y… se acabó la intimidad.

La solución: hablar en la escalera. No soportan que yo me entere de sus cosas pero parece que les da igual que las oiga todo el vecindario. He intentado hacerles entrar, en casa y en razón, pero hasta ahora no he tenido mucho éxito.

Anoche sonó el móvil de mi hijo mayor a las doce y pico de la noche. Yo estaba leyendo en la cama así que pensé que se quedaría a hablar en su cuarto -ni estaba su hermano ni yo tenía el más mínimo interés en acercarme por allí- pero me equivoqué. Contestó, pasó por mi cuarto para decirme que volvía enseguida y, sin darme tiempo a contestar, abrió la puerta y salió de casa.

Al rato me asomé a la escalera. Allí estaba: sentado en un rincón, casi a oscuras y hablando con un hilo de voz.

Me costó un buen rato conseguir que entrara en casa. Hoy le he recordado que en casa tiene intimidad suficiente para hablar, que yo no tengo ningún interés en escuchar sus charlas con su novia o con sus amigos, y que su actitud puede dar algún susto a los vecinos. ¿Lo habrá entendido?

¿Qué habrá sido de…?


-¿Te acuerdas de Lourdes? Sí, esa que llegaba siempre tarde a clase. La que salía con Carlos en el instituto.

-Sí, claro que me acuerdo. Se fue a vivir a Barcelona. Tuvo gemelos y creo que se ha separado hace poco.

-¿Y Luis? ¿alguien sabe qué ha sido de él?

-Lo último que supe es que lo había dejado con Elena y que seguía compitiendo, pero hace años que no viene por aquí.

Conversaciones cómo ésta, sobre amigos a los que se les ha perdido la pista son muy habituales entre gente de mi edad. Cada vez que me reencuentro con mis amigas de la infancia sale a relucir alguien de quien nadie sabe nada hace tiempo o uno/a que ha reaparecido tras años de ausencia.

Me encantaría saber qué ha sido de mucha gente a la que hace más de veinte años que no veo. De algunos he olvidado hasta el nombre y tengo que hacer grandes esfuerzos para recordar esa lista de clase que me sabía de memoria.

Mis hijos se ríen cada vez que escuchan una de estas conversaciones. El mayor me dijo hace poco que a ellos eso no les va a pasar. Creo que tiene razón: mantienen contacto con todos sus amigos del colegio -de la ciudad en la que vivimos ahora y de otra en la que pasaron parte de su infancia-. No pueden verse todos a diario pero están conectados gracias a Internet.

Messenger y google talk, además de redes sociales como Fotolog, Nettby, tuenti o facebook son herramientas ideales para hablar con ellos durante horas, ver sus fotos o dejarles un comentario. Y si hay alguien de quien nadie del grupo ha oído hablar en una temporada no tienen más que teclear su nombre en cualquiera de esas páginas y… aparecerá como por arte de magia, en uno o en varios sitios.

No conozco a un solo adolescente que no se haya dado de alta en una red social y que no tenga un completo perfil con sus características, además de un montón de fotos en las más diversas poses: solo, con amigos, en bici, en moto, con su mascota, en la playa, en la montaña, de botellón…

Casi todos se conectan a diario para hablar con sus amigos o ver qué mensajes les han dejado. A sociables no les gana nadie. A los chavales de esta generación será difícil oírles decir aquello de ¿qué habrá sido de…?

Lo que más le gusta a un adolescente

Los amigos, el messenger, tuenti, los videojuegos, la tele, hacer deporte, escuchar música… Éstas son las principales aficiones de mis hijos, y creo que no me equivoco al ponerlas en este orden. Los amigos están por encima de todo (entre ellos incluyo a alguna posible novia, de las que últimamente no me dan muchos detalles). Les da igual que el plan con ellos sea ir al cine, a tomar una hamburguesa o de botellón, el caso es «estar con los colegas» y divertirse. Por eso, cuando no pueden estar con ellos se comunican a través de Internet.

Pensaba en sus aficiones después de leer la lista que ha creado un lector de 20minutos, supongo que menor de 18 años, sobre lo que más quieren/necesitan los adolescentes. Puedes verla aquí. Según las votaciones de los lectores las principales aficiones de los jóvenes son: novi@, amigos, tele, Internet, hacer/ver deporte, cine, messenger/chat, cine, móvil y YouTube. Vamos, más o menos lo mismo que les interesa a mis hijos. En la lista también se incluyen, algo más abajo, el MP3 y la Play -valorada en mi casa muy por encima de la media, según esta clasificación-.

Los estudios, como era de esperar, ocupan el puesto 13 de una lista de 15 preferencias. ¿Qué adolescente los incluiría entre sus prioridades?

No deja de ser curioso que su principal objetivo al llegar a casa sea sentarse ante el ordenador y meterse en tuenti o en el messenger para seguir en comunicación con los amigos de los que acaban de despedirse, ya sea para seguir hablando con ellos, para reirse con sus fotos o vídeos, o para hacer comentarios sobre cualquier tema que le interese a todo el grupo. Lo dicho, la amistad por encima de todo.

Pillado desde una ventanilla indiscreta

-¿No es ese tu hijo?

Miré por la ventanilla del coche y allí estaba. Parecía estar divirtiéndose mucho con un amigo, caminando en dirección contraria a la de casa, a una hora en la que debía estar ya en ella.

Paramos el coche y le llamé:

-Hola, ¿dónde estás?

-Llegando a casa.

-Tenías que estar allí hace rato.

-Ya te he dicho que estoy llegando

-¿Seguro? ¿dónde estás exactamente?

-Que ya llego, pesada.

-Creo que desde la plaza en la que estás te queda aún un buen trecho.

Se quedó mudo. Ya no fue capaz de seguir llamándome pesada ni de insistir en que estaba llegando a casa. Empezó a buscarme con la mirada hacia todas partes sin encontrarme, mientras yo seguía dándole detalles de su amigo, de lo que llevaba en la mano… Finalmente, me planté ante ellos y colgué el móvil.

Su amigo no sabía qué decir, mis amigos tampoco. Pero él se quedó tan fresco, como si la cosa no fuera con él. ¡Qué morro el suyo!

Subió al coche y nos fuimos todos para casa. Allí, ya en privado, tuve que leerle la cartilla.

A mi se me hubiera caído la cara de vergüenza si me pillan mis padres, pero ya veo que en eso no se me parece. ¿Qué hubieras hecho tú en una situación similar?

Hoy no ha ido a clase

– Su hijo no ha venido hoy a clase, dice una voz al otro lado del teléfono.

– ¿Cóoomo?, pregunto yo, entre alarmada y sorprendida.

– Que no ha venido, repite la voz muy despacio para darme tiempo a reaccionar.

– No puede ser, se ha ido de casa por la mañana a la hora de siempre. No entiendo nada.

– Hace un rato le he visto en la calle y me ha dicho que se encontraba mal y que se había quedado en casa…

Me he quedado helada después de esta conversación. Es la primera vez que hace algo así, y ha ocurrido sólo un día después de levantarle un castigo de tres semanas por su mal comportamiento en clase (ya os hablé aquí de eso).

Inmediatamente le he llamado al móvil. Pero no lo ha cogido, claro. He tenido que llamar a uno de sus amigos para encontrarle. Estaban viendo un partido entre alumnos y profesores.

– Me encontraba mal y me he quedado en casa de papá, me ha soltado mientras intentaba poner la voz más débil del mundo entre el griterío de fondo del partido.

– Ah, claro, y te has empezado a encontrar mal de camino al cole, ¿no? Venga ya, eso no cuela. ¿Por eso no me has avisado en todo el día y estás ahora allí con los amigos? ¿No será que como tu padre tampoco estaba en casa nos la quieres jugar a los dos?, es lo único que he acertado a decir con voz calmada antes de mandarle a gritos para casa.

Así es la vida con un adolescente. Una de cal y otra de arena. Si ayer mismo parecía haber cambiado su comportamiento, hoy lo ha vuelto a poner del revés