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Golazo de Jankto

Por Julián Guerra

 

El futbolista checo Jakub Jankto, del Getafe, ha desvelado que es homosexual. Enseguida las redes sociales se han llenado de ecos de la noticia y de miles de comentarios que vienen a decir lo mismo: “y a mí qué me importa”, “¿y?”, “me da igual con quién se acueste mientras juegue bien”, “esto no debería ser noticia”, “¡qué manía con decir cosas de la vida privada!”, “ellos mismos hacen que esto no se vea como natural si lo publican así”, “los heterosexuales no van diciendo que son heterosexuales”… y cuñadismos del estilo hasta cansar.

Mi hijo, ese que tiene un papá y un papi, está haciendo la colección de cromos de fútbol. Aparecen dos páginas por equipo, con nueve futbolistas por página. Hay que restar el cromo del escudo, con lo que son 17 jugadores por equipo. Multiplicado esto por los veinte equipos, hace un total de 340. A ver, si hay uno de cada diez, me salen 34 solo en la primera división de solo esta temporada. La liga se juega desde el año 1928, solo interrumpida por la Guerra Civil y el covid. Y resulta que Jankto es el primero, ¡el primero!, que sale del armario y la gente se extraña de que esto sea noticia. Por supuesto que es noticia y por supuesto que debe serlo, aunque a tantos les parezca que no. Porque, aunque los heterosexuales no vayan declarando que son heterosexuales, la sociedad da por sentado que todos los futbolistas son heterosexuales, porque es un deporte de machos, y los gays no son machos, no diga usted tonterías.

En un país muy avanzado en cuanto a respeto a la diversidad, o al menos más avanzado que otros, estamos acostumbrados a que se le grite maricón a cualquier adversario o al árbitro, lo sean o no lo sean, porque da igual, ser homosexual es un insulto. Recordemos las burlas con Michel cuando tocó las calzonas de Valderrama, o las vejaciones al árbitro Jesús Tomillero. No es fácil en este contexto machista y homófobo que rodea a este deporte que alguien se atreva a revelar su homosexualidad. Por eso que el del Getafe lo haya hecho es importante, muy importante, porque ha abierto una brecha para que alguno de los otros 33 pueda dejar de esconderse.

No existen álbumes de camareros, ni de mineros, ni de electricistas, pero sí de futbolistas (por supuesto solo de la liga masculina), porque hemos encumbrado a estos a la categoría de héroes y como tales los niños los adoran y coleccionan sus cromos con pasión. Y los convierten en modelos. Y el niño piensa: “Si no hay ningún futbolista gay significa que si soy gay, no puedo ser futbolista, o que si me gusta el fútbol, no puedo ser gay”. ¿De verdad queremos enseñar esto a los niños? Pues es lo que llevamos enseñando desde hace 95 años, y de ahí la proeza noticiable de Jankto.

El 19 de febrero se conmemora el Día Internacional Contra la Homofobia en el Deporte en honor al futbolista inglés Justin Fashanu, que destrozó su carrera y su vida con su salida del armario. Los ataques, humillaciones y falsas acusaciones le llevaron al suicidio en 1998. Él fue el primer futbolista en el mundo en hacer pública su homosexualidad. Jankto es el primero de la liga española. Esperemos que pronto tengamos también al primero español y luego otro, y otro, hasta que de verdad no sea noticia y no tenga ni que publicarse. Y que mi hijo tenga sus cromos repes.

Jakub Jankto Wikimedia Commons

Adiós a Juan Andrés Teno

Por Julián Guerra

 

Era muy jartible. Sé que empezar un obituario así es políticamente incorrecto, pero qué jartible era. Y nadie más políticamente incorrecto que él. Pero tenía motivos para serlo, políticamente incorrecto y jartible. Porque estaba harto de palabrería que no se traducía en mejoras reales y sabía que la no complacencia a las clases dirigentes es lo que verdaderamente les pone las pilas, que destapar las vergüenzas de un sistema que invisibiliza a las minorías es la mejor manera de que, si no despiertan los que mandan, al menos despierten los que demandan. Y así era su activismo: fuerte, enérgico, constante y jartible.

Tanta dureza ocultaba una ternura inmensa. Los que lo conocíamos bien lo veíamos derretirse de amor por su niño, Tristán, y soñar con darle un hermano. Adoraba y admiraba a su hijo, y su lucha no tenía más sentido que construir un mundo nuevo y bueno para él. De paso, nos aprovecharíamos las demás familias homoparentales de su brío y su infatigable trabajo por las familias: dando charlas, escribiendo artículos, creando materiales… Estaba obsesionado por hacer feliz a su hijo. Por eso quienes se quedaban con su imagen combatiente y feroz se perdían su faceta dulce, amorosa y divertidísima.

Se nos ha ido Juan Andrés Teno, la voz más grave y potente del activismo de familias LGTBI. Hace unos días me mandó un audio, que ahora escucho estremecido, en que me decía, con la voz débil de los últimos días, que seguiría luchando por la misma causa mientras tuviera fuerzas. Y ahora reflexiono sobre sus palabras y me doy cuenta de que sí que seguirá luchando, porque la fuerza nos la supo transmitir a los que le rodeábamos y que lucharemos en su nombre para que las familias LGTBI tengamos nuestro sitio, para que se nos vea en los libros de texto, para que se nos considere en los planes educativos y formularios, para que tengamos presencia en libros y películas, para que los niños, niñas y niñes (como siempre decía para cabrear a este filólogo recalcitrante que soy) que están y los que vendrán vivan en un mundo mejor. Y para que la voz de Tristán, el preadolescente que ya no verá crecer, sea escuchada. Porque su empecinamiento en los últimos tiempos era ese: que nos dejásemos de acaparar los discursos los adultos hablando de los menores y les dejáramos opinar directamente a ellos, que son los protagonistas de todo.

Querido Juan Andrés: Mi familia tiene ahora un nudo que se convertirá en un hueco. No hay consuelo para tanto dolor. Tu familia es mi familia. Tristán es como un hermano para Martín, nuestro hijo. Y a Tomás lo vamos a cuidar y querer todo lo que podamos. Ten por seguro que te recordaremos en cada reivindicación, en cada manifestación, que nos vendrá el soniquete de tu voz cuando tengamos que enseñarle los dientes a quienes nos agreden o menosprecian, que tu fuerza queda entre nosotros para que en este mundo que has dejado cada vez se aprecie más el amor. En cualquiera de sus formas. Porque, al fin y al cabo, tu mensaje era potente porque era sencillo: actuemos por amor.

Ese amor inmenso con el que un padre miraba a su hijo.

Hasta siempre, amigo.

 

¿Quién le da la vuelta al cole?

Por Julián Guerra (@JulenWar)

 

Con el inicio del curso escolar volvemos a reflexionar sobre las carencias del sistema educativo, y entre ellas, las que se dan en el tratamiento de la diversidad afectivo-sexual. Para muchos, estos temas han pasado a cuarto o quinto lugar de importancia por entender que los protocolos anti-Covid deben ser prioritarios. Pero no olvidemos que la falta de atención a esta diversidad en los centros educativos también arrebata vidas y que, sin ningunear a la originaria de Wuhan, la LGTBfobia ha de ser considerada también una pandemia.
Los enfermos de este mal los encontramos en todo el mundo y su poder de contagio parece que aumenta. En España hay variantes muy peligrosas, como la de las tres letras verdes o la de cierta Consejera de Estado, y cuyo peligro ninguna autoridad parece advertir.

Pero seguimos iniciando cursos con esas carencias. El profesorado no aborda, salvo excepciones heroicas, estos temas, bien porque en el diseño curricular de su Comunidad no aparezcan, bien porque, apareciendo, ninguna administración educativa se preocupe de cerciorarse de que se llevan a cabo. O por miedo a padres contagiados de la variante de tres letras verdes; y es comprensible, porque el sistema no parece protegerles, no les invita de forma rotunda a tratar la diversidad afectivo-sexual de manera habitual. No debe seguir siendo este un “tema transversal” del que se habla “si se da la ocasión”, sino que debe formar parte de la rutina escolar.

Estamos tan acostumbrados a decir “sistema educativo” como un sintagma cerrado que llegamos a perder la noción de lo que significa la palabra sistema. En un sistema todos los elementos están relacionados entre sí y contribuyen a alcanzar un objetivo común. Por eso es inútil que existan personas o acciones aisladas en un centro, o en un país, que se esfuercen en incluir esta educación. Desde el Ministerio hasta el último conserje de colegio, pasando por consejeros, delegados, inspectores, directivas, profesores y AMPAS forman parte del sistema educativo y la labor de cada uno de ellos debe perseguir los mismos fines, entre ellos el de la educación en diversidad, de forma coordinada y coherente.

Entonces, ¿qué debe cambiar en los centros educativos respecto a este tema para que no tengan carencias? Para empezar, se debe informar a los profesores -y no solo tutores- sobre su obligación de incorporar estos conocimientos de diversidad, impartan lengua o matemáticas. Y, consiguientemente, se debe formar a estos profesionales en esta materia.

Asimismo, las personas al cargo del Departamento de Orientación deben poseer la capacidad necesaria para atender al alumnado en todo lo relativo a estos asuntos. Los profesores del colectivo empezamos a estar hartos de que estas personas nos envíen alumnos, alumnas, e incluso alumnes, porque no están preparadas para comprenderles. Que ayudamos encantados, pero no es nuestro cometido, y en muchas ocasiones nos colocan en situaciones de peligro.

Aparte de esto, ya es hora de que la Administración vele por el cumplimiento de las leyes revisando lo que los libros de texto -la gran mayoría en manos de editoriales filocatólicas- incluyen en sus páginas. ¿Por qué siempre tengo que sumar los caramelos que a Antoñito le da su padre y los que le da su madre? ¿No puede Antoñito tener dos madres alguna vez? ¿Por qué no hay ilustraciones o fotografías que retraten a parejas o familias diversas? ¿Son menos buenas?

Por otro lado, todos los agentes de la comunidad educativa deben estar formados en la legislación. No puede ocurrir que quien debe iniciar el protocolo trans, por ejemplo, espere a informarse de qué es “el protocolo trans” cuando llegan los padres a solicitarlo. No puede ocurrir que se tema al “pin parental” desconociendo su ilegalidad.

Y por último, toda la documentación –física o digital- que emane del centro (formularios, cartas, carteles…) debe incluir a todas las personas receptoras posibles. Las familias homoparentales no queremos seguir teniendo que tachar “padre” o “madre” cuando nuestros hijos nos traen papelitos del cole, y, sobre todo, no queremos que ellos perciban esa falta de consideración para con su modelo de familia.

Adoptar estas medidas no es tan difícil. Hay algunos centros estupendos, todavía muy pocos, donde se hace y bien, aunque tengan poca colaboración institucional. Pero no podemos conformarnos con las excepciones, porque eso se diluye en algo tan grande como un sistema. Necesitamos que se generalicen estas actuaciones, para que todo el alumnado pueda estar protegido frente a esta pandemia. Porque la educación también es una vacuna.

 

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