Adiós a Juan Andrés Teno

Por Julián Guerra

 

Era muy jartible. Sé que empezar un obituario así es políticamente incorrecto, pero qué jartible era. Y nadie más políticamente incorrecto que él. Pero tenía motivos para serlo, políticamente incorrecto y jartible. Porque estaba harto de palabrería que no se traducía en mejoras reales y sabía que la no complacencia a las clases dirigentes es lo que verdaderamente les pone las pilas, que destapar las vergüenzas de un sistema que invisibiliza a las minorías es la mejor manera de que, si no despiertan los que mandan, al menos despierten los que demandan. Y así era su activismo: fuerte, enérgico, constante y jartible.

Tanta dureza ocultaba una ternura inmensa. Los que lo conocíamos bien lo veíamos derretirse de amor por su niño, Tristán, y soñar con darle un hermano. Adoraba y admiraba a su hijo, y su lucha no tenía más sentido que construir un mundo nuevo y bueno para él. De paso, nos aprovecharíamos las demás familias homoparentales de su brío y su infatigable trabajo por las familias: dando charlas, escribiendo artículos, creando materiales… Estaba obsesionado por hacer feliz a su hijo. Por eso quienes se quedaban con su imagen combatiente y feroz se perdían su faceta dulce, amorosa y divertidísima.

Se nos ha ido Juan Andrés Teno, la voz más grave y potente del activismo de familias LGTBI. Hace unos días me mandó un audio, que ahora escucho estremecido, en que me decía, con la voz débil de los últimos días, que seguiría luchando por la misma causa mientras tuviera fuerzas. Y ahora reflexiono sobre sus palabras y me doy cuenta de que sí que seguirá luchando, porque la fuerza nos la supo transmitir a los que le rodeábamos y que lucharemos en su nombre para que las familias LGTBI tengamos nuestro sitio, para que se nos vea en los libros de texto, para que se nos considere en los planes educativos y formularios, para que tengamos presencia en libros y películas, para que los niños, niñas y niñes (como siempre decía para cabrear a este filólogo recalcitrante que soy) que están y los que vendrán vivan en un mundo mejor. Y para que la voz de Tristán, el preadolescente que ya no verá crecer, sea escuchada. Porque su empecinamiento en los últimos tiempos era ese: que nos dejásemos de acaparar los discursos los adultos hablando de los menores y les dejáramos opinar directamente a ellos, que son los protagonistas de todo.

Querido Juan Andrés: Mi familia tiene ahora un nudo que se convertirá en un hueco. No hay consuelo para tanto dolor. Tu familia es mi familia. Tristán es como un hermano para Martín, nuestro hijo. Y a Tomás lo vamos a cuidar y querer todo lo que podamos. Ten por seguro que te recordaremos en cada reivindicación, en cada manifestación, que nos vendrá el soniquete de tu voz cuando tengamos que enseñarle los dientes a quienes nos agreden o menosprecian, que tu fuerza queda entre nosotros para que en este mundo que has dejado cada vez se aprecie más el amor. En cualquiera de sus formas. Porque, al fin y al cabo, tu mensaje era potente porque era sencillo: actuemos por amor.

Ese amor inmenso con el que un padre miraba a su hijo.

Hasta siempre, amigo.

 

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