Entradas etiquetadas como ‘cultura viernes literarios’

Ven

Por Sara Levesque

 

La quería cerquita para decirle:

«Ven, cielo, que estás muy guapa para andar lejos. Ven y mátame de ganas al desnudarte. Ven a sacarme los colores de mi vida gris. Ven a la cama, pero no a dormir. Desvístete hasta la piel, despega mi ropa y ven. Deja que te coma y te devore, y luego hazlo tú, corazón. Ven a vivir encima de mí empezando por abajo. Vamos a jodernos en el buen sentido. Une tus labios a los míos, y no hablo de la boca. Acopladas, empapadas, ven y enlázate conmigo. Las perlas de tus pechos creciendo con mi lengua. Tu sonrisa viciosa y tus curvas dementes. Ven, y si te vas, no olvides volver».

Pero ella fue más rápida que mis palabras y me preguntó si quedábamos en la calle Goya y creí ganar un premio. El premio de verla. De que quisiera estar conmigo. Pero al hablar, me bajó de las nubes de un tortazo, porque el Goya lo había ganado otra candidata. Aquel día charlamos de tonterías durante un rato ante un par de humeantes cafés. Sería lo único que me calentaría, por lo visto. Con la taza en la mano, fingí saber aguantar el equilibrio.

Al despedirnos, me miró igual que siempre. Levantando las cejas como diciendo «en fin». Quise despedirme de ella como en las grandes películas, cortándote la respiración con un beso de cine. Nada de lágrimas salvo las oportunas, cuando ya estuviera demasiado lejos como para distinguirlas. No montar una escena, solo un guion que yo escribiría y, por supuesto, luego no seguiría. No gané ni el premio a la peor actriz secundaria. Ni siquiera estuve nominada. Lo que vivimos fue el tráiler de una película que nunca llegará a estrenarse.

Ahora son las musa menos cuarto de la madrugada. Ahí es donde estoy: en mi cuarto. Me vuelvo loca, deliro, suspiro, apenas respiro, solo de pensar que puede que esté por la ciudad sin acordarse de mí. Me pone del revés saber que yo he desquiciado todos los segundos del reloj pensando en su sonrisa y a ella el verme no le corre ninguna prisa.

Aquí me he atascado, esperando a que la pieza que le falta a mi corazón encaje por sí sola. Evocando la curva de su boca y el sentimiento que aún me provoca. Recuerdo que se me paró el corazón para dejarla entrar en condiciones. Y también cómo hacer el amor con ella debía equivaler a explotar de placer, empapando de erotismo toda la cama, desde su piel hasta la almohada. Ahora solo me queda menosturbarme.

En aquel tiempo sabía que nunca más pasaría frío porque me abrigaba con un montón de sueños que empezaban dentro de sus ojos.

Recuerdo una etapa en que nos íbamos a tomar algo y lo fue aplazando hasta que le vino mal quedar porque se había mudado de país. Que ese café que pensábamos compartir ya debe estar tan frío que sabrá a no.

«Mantengámonos juntas», nos decíamos en la época en que nos veíamos. Era casi como un mantra. Palabras con que nos cubríamos de los pies a la garganta. El tiempo nos cambió, como a la gran mayoría. Tras una rutina capciosa, ella por su lado; por el mío yo moría. Un rumbo en cada mano, ¿en cuál se escondía la victoria? Así es el ser humano.

Punto y final de la historia.

© Sara Levesque