Masculinidad tóxica y discriminación

Por David Breijo de Asociación ANDIT

 

Recuerdo aquella escena que me dio vergüenza ajena en la que el Emérito aparecía con muletas entonando el “mea culpa” con un “Lo siento. Me he equivocado. No volverá a pasar”. Y se quedó tan ancho, como un rey.

Y, vueltas que da la vida, hoy hubiese preferido aquellas palabras en la boca del que preside la representación del fútbol en nuestro país.

Podría haberse hecho el tonto -que no serlo- y pedir disculpas. Previamente ya se había asegurado de que sus gónadas seguían en su sitio, mientras compartía palco con autoridades, sin pudor alguno. Señal esta del CI, educación y expresión visceral del momento.

Y luego el momento de entrega de medallas a las campeonas, las que debieron ser las únicas protagonistas.

“Un momento de euforia que no pude contener”, podría haber alegado. Ese cerebro reptiliano que todos tenemos, aunque alguno más desarrollado que otros, le hizo cometer aquel acto digno de los más bajos suburbios.

Ahí tendría su excusa, que no el perdón. Pero hubiese sido más honrado, más digno. Un “Pido perdón, me he equivocado. No pude controlar esta virilidad”. Incluso, presentar él mismo su dimisión de forma inmediata tras ese reconocimiento. A buen seguro, le habría servido para obtener una opinión pública más favorable, y no habrían consentido ese “despido”.

Pero no. En vez de ello, decidió dar una conferencia para contar su verdad, que no “la verdad”. De aquel te lo podrías esperar, ¿pero de aquellos -todos los presentes- que le aplaudieron?

Dicen los doctos que lo hizo porque si no dimite, lo despiden, y con ello se llevaría indemnización -que en su caso sería millonaria-. Los legos como yo teníamos entendido que el despido puede ser disciplinario, ser este procedente y, por ello, sin indemnización.

Pero donde hay patrón no manda marinero.

El caso es que, en aquella intervención, ofreció su interpretación -retorcida- de los hechos, similar a aquellos nacional-socialistas respecto a los judíos -noche del 9 al 10 de noviembre de 1938-. Se presentó como víctima frente al ataque de la malvada Jenni Hermoso. Que ella le cogió y lo subió encima suya, que ella aceptó un pico, que le dijo que él era genial…
Menos mal que a día de hoy contamos con grabaciones.

A pesar de los intentos que he hecho hasta el momento, revisando los vídeos en consonancia a sus declaraciones, no me cuadra lo que dice. También es cierto que no estuve junto a ellos, todo hay que decirlo, por lo que no pude oír la conversación. Pero los vídeos no me dejan la menor duda. Incluso se ve cómo él salta para agarrarse con sus piernas sobre la jugadora -todo muy hetero macho ibérico alfa-.

La jugadora ha manifestado su versión, contradictoria a la del sr. Rubiales. Se han hecho eco las presiones sufridas para que declarase esta señora acorde con los intereses del varón.
Todo esto en conjunto me hace pensar que la versión del presidente de la RFEF… no sé, Rick, parece falso.

Pero no acaba ahí. Aún hay más. Por si quedase algún atisbo de duda en su versión, da otro dato más para exculparse, para alegar una falta absoluta de intencionalidad sexual. Para mayor “defensa” de su postura, su alegato se fundamenta en que, como la jugadora es lesbiana, pues no podría caber ningún interés sexual (no es el interés sexual de la agredida lo que hay que defender, sino del agresor, cuyo acto es independiente de la orientación sexual de la víctima).

En su cabeza sonaría bien, un plan sin fisuras.

Dudo que, en caso de que un chico gay le tratase así, acabando con un “piquito”, lo dejase pasar o lo justificase. Su hombría se vería violada, ¡en público! Pero claro, al ser él hetero, el chico gay no habría cometido ninguna falta -no con el balón, sino con sus pelotas-, pues nunca podría haber un interés sexual. ¿O no?

Ya, si para colmo hubiese sido una mujer trans, convencido estoy de que apenas le hubiese dado una palmadita en el hombro, y con cuidado, no vaya a ser que se le pegase algo. Le hubiese echado la medalla como en su día hizo el Emérito con la Emérita con el anillo de compromiso. Todo muy macho.

Las actuaciones del señor Rubiales (qué tiempos en los que se llamaba así al chico/a guapo/a que era rubito) derivaron en un posible (para mí, sin duda alguna) doble delito: una agresión sexual y una vejación a la jugadora por su orientación sexual -a la que yo añadiría, además, una agresión al colectivo LGTBI-.

Los palmeros de este nuevo hetero macho ibérico alfa, argumentan en su favor con astucia, comprensión, análisis y fundamento frente a quienes defendemos a Jennifer Hermoso con sus “planchabragas”, “pagafantas”, “calzonazos” o “maricones”.

Siendo este el mejor de los fundamentos, la sentencia debería dictarse “in voce”.

Todo se verá en juicio, por supuesto. La presunción de inocencia ha de respetarse hasta el fallo -que no error- de la sentencia. Pero, también hemos de recordarle a este señor y a su séquito, que si acusa a la jugadora, esta también tiene su derecho a presunción de inocencia intacto.

Dudo que la sentencia le pueda ser favorable. De hecho, lo más normal hubiera sido que, al iniciar su discurso, su abogado le hubiese espetado, parafraseando a Juan Carlos, primero de su nombre, aquello de “¿Por qué no te callas?”. Pero no fue así. O no hizo caso a su abogado, o no tenía abogado, o mejor no haberlo tenido.

Lo peor es lo que se avecina. Pues si el Emérito es, por aclamación popular, el rey de estas frases célebres, no quiero pensar en la que se nos viene encima. Se ha planteado como sustituto al emperador en estos menesteres, los de frases de representante estatal que nos dejan coloraos al resto, un tal M. Rajoy.

Si esto es así, no van a correr ríos de tinta. Va a haber océanos de tinta.

Pero no sentenciemos antes de celebrar el juicio, que los juicios paralelos no están permitidos.

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