15 años de matrimonio igualitario, 15 años de desigualdad

Por Juan Andrés Teno (@jateno_), periodista y activista LGTBI especializado en Diversidad Familiar

Fotos de Marina Liotta para FELGTB y COGAM

Hoy se cumplen 15 de años de la aprobación del matrimonio igualitario en España en el Congreso de los Diputados (las diputadas también estaban presentes, aunque ese masculino genérico las invisibilice), un país que despertaba a los derechos de las personas LGTBI apartando a golpe de BOE las cenizas carpetovetónicas y los escombros de un tardofranquismo que aún nadaba a su gusto en las instituciones y en los hogares.

Este primer gran éxito de los derechos humanos LGTBI en el país no nació de la nada y supuso un premio y una victoria para tantas y tantos activistas que desde el inicio de la democracia tuvieron que batallar para que la izquierda política de este país dejara atrás sus postulados heteronormativos. A la derecha era imposible intentar acercarse como se demostró unos meses mas tarde, no se la esperaba y nunca llegó.

Pero aquel no fue un logro del gobierno y del partido que lo sustentaba, aquel fue un triunfo del activismo LGTBI que consiguió convencer al entonces secretario general del PSOE y líder de la oposición, José Luis Rodríguez Zapatero, en el sótano de la calle Ferraz. Cabe una más que razonable duda de que si otra persona hubiera estado al frente de los socialistas esta demanda se hubiera introducido en el programa electoral del partido de los socialistas.

Estos lideres del activismo LGTBI también fueron llamados a hurtadillas al Palacio de la Moncloa para ofrecerles, en clandestinidad, una ley de uniones civiles. Por suerte, la conciencia y la necesidad de esta media por parte de las entidades LGTBI estaba más que arraigada y se plantaron ante el ejecutivo del PP, no cediendo a la manzana envenenada que les ofrecía Jose María Aznar.

Años atrás habían visto morir a muchos de los suyos por culpa de la pandemia del VIH y como su parejas eran expulsados del lecho de muerte de su amor por familias con las tripas negras, como tenían que abandonar hogares en común, como no tenían derecho a ningún beneficio social como los que sí tenían las personas heterosexuales. Aquella ola muerte y la brutalidad que tenían que sufrir viudos y viudas no legales cimentó con sangre y lágrimas el matrimonio igualitario en las organizaciones.

El 30 de septiembre de aquel año el Partido Popular presentó un recurso contra la Ley 13/2005 al Tribunal Constitucional. Hasta el año 2012 no se resolvió. Poco se ha escrito sobre esos 7 años de incertidumbre en los que se constituyeron muchas familias. Familias que nadaron en un mar de incertidumbre debido a la LGTBIfobia nunca disimulada de la derecha de este país.

Desde aquel 3 de julio se han casado se han celebrado en España cerca 48.000 matrimonios entre personas del mismo sexo, 7.000 hombres más que mujeres. No hay datos sobre las hijas, hijos e hijes nacidos, adoptados o acogidos por estos matrimonios. Nada sorprendente para un país y para un colectivo que sigue nadando en la adultocracia mas exquisita sin despeinarse.

Cuando los legisladores afrontaron el matrimonio igualitario se olvidaron de la consecuencia más sensible de la reforma legal: si das la posibilidad a dos personas de casarse y de tener descendencia, a esas criaturas hay que darles unos apellidos, hay que filiarlas. De este pequeño detalle se olvidaron quienes en aquellos momentos ocupaban los poderes ejecutivos y legislativos, además de que una pareja de mujeres necesita necesariamente pasar por un proceso de inseminación para poder ser madres.

Aquellos olvidos legislativos fueron el posibilitar que las parejas de mujeres puedan acceder a las técnicas de reproducción asistida en el sistema de sanidad pública, que las parejas de mujeres pudieran filiar a sus hijas e hijos, que no hubiera impedimentos ni demoras para inscribir a las niñas y niñas nacidas a través de cualquier técnica de reproducción asistida.

Han pasado 15 años y los deberes siguen esperando solución en la mochila de las familias. Son 15 años en los que los distintos gobiernos que ha habido este país ni han sabido, ni han querido acabar con esta triste y absurda realidad. Uno tras uno, 15 años en los que las mujeres han sido expulsadas del sistema de salud pública, 15 años en los que las mujeres tienen que casarse obligatoriamente para poder filiar a sus futuros hijos, 15 años en los que no pueden inscribir a sus criaturas en el hospital donde han nacido, 15 años de trabas en los consulados y embajadas para aquellos que han nacido a través de la gestación subrogada.

De nada les vale a estas familias que la declaración institucional del Gobierno de España con motivo del 28 de junio se refiera a este aniversario como “un extraordinario logro colectivo cuyo aniversario no puede sino llenarnos de satisfacción”, si siguen las desigualdades legales en un claro ejemplo de LGTBIfobia institucional.

Sobre todo por que son estas familias, concretamente sus hijas, hijos e hijes, han siso las que han protagonizado uno de los mayores cambios sociales que ha vivido este país a lo largo de su historia. Han sido estas niñas, niños y niñes quienes en su deambular cotidiano los que han posibilitado una revolución silenciosa y han creado naturalidad donde sólo unas décadas atrás había rechazo y estigma. Quienes son y han sido avanzadilla en el cambio social se encuentran sumidas en un mar de desigualdades y de afrentas legales, que, sin embargo, ni les ha frenado ni les frenará.

A esta desigualdad legal se une la invisibilidad de las familias homoparentales en el sistema educativo, un espacio donde las hijas e hijos transitan siendo silenciados y obviados.

Las familias homoparentales de este país no quieren más celebraciones de la entrada en vigor del matrimonio igualitario, no quieren declaraciones institucionales, no quieren recepciones en el Palacio de la Moncloa, quieren un esfuerzo del Congreso de los Diputados y del ejecutivo.

Es evidente que para constituir una familia no es necesario que haya descendencia, pero lo es más que la realidad que vive una pareja se complica exponencialmente con la presencia de hijas o hijos si se sigue viviendo en una sociedad LGTBIfóbica como es la nuestra. Por ello es necesario que las entidades LGTBI se vuelquen en visibilidad hacia estas familias, por que las criaturas no esperan y merecen transitar por una infancia plena.

Para ello no sólo es necesario que atiendan las demandas de padres y madres, hecho que en algunos casos ya se ha producido, aunque sea parcialmente. Hay que aventurarse al futuro y dar un paso más: hay que posibilitar canales de expresión para que las hijas, hijos e hijes de familias homoparentales puedan ser oídos en su plenitud. Son ciudadanía y sólo podrán serlo como sujetos individuales de derecho si se les da la oportunidad de expresarse.

Hace 15 años este país fue el tercero en el mundo en dar igualdad en el amor y se situó en la élite de los territorios donde era “más fácil” vivir siendo lesbiana, gay, bisexual o trans. Poco ha poco ha ido perdiendo posiciones, porque desde hace una década y media no han resuelto ni una de las situaciones de desigualdad que arrastramos como personas, como familias, como colectivo.

Como personas adultas podemos esperar, nuestras hijas, hijos e hijes no.

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