La madre de segunda – Crónica del Orgullo 2

Por Juan Andrés Teno (@jateno_), periodista y activista LGTBI especializado en Diversidad Familiar

Foto: Kat Grigg

Ha arrancado el mes de junio y hoy cumples dos años. Dos vueltas alrededor del sol, dos primaveras, dos veranos, dos otoños, dos inviernos… y en esos 730 días la misma pregunta que sigue martilleando en mis oídos: ¿Quién es la madre de las dos?

Mucho tiempo atrás tu mami y yo decidimos que necesitábamos algo más en nuestra vivencia como pareja. Pensamos en ti y lo hicimos en colores. Iniciamos ambas un tratamiento de fertilidad y quiso el destino que ella te gestara y que yo la cuidara hasta tu nacimiento. Mientras estabas en su interior, protegida en la oscuridad de su vientre,  parecía que el mundo entero se alegraba de que fuéramos a ser madres, en plural, sin distinciones entre una y otra. Fue un tiempo feliz.

Con tu nacimiento todo se complicó. Y no tuvo la culpa un parto de más de 48 horas, ni los estragos que el parto causo en el cuerpo de mi mujer, ni la depresión que se adueño de ella durante los primeros meses y que me hicieron multiplicarme en cuidados y en amor. Ya éramos tres y nada más importaba a nosotras, pero parece que al resto del mundo sí.

Envueltas en el torbellino de los primeros meses del embarazo no se nos ocurrió jamás pensar en problemas legales derivados de tu llegada. Es por eso que cuando te tuve en mis brazos por primera vez, la oficialidad nos dio la primera bofetada al impedir inscribirte en el registro civil desde el hospital. Al ser dos mujeres tuvimos que desplazarnos y hacerlo presencialmente, arrastrando tu mami las lágrimas de su condena y el dolor de una cicatriz en el vientre que parecía que nunca iba a cerrarse.

Pero lo hicimos. Entraste al registro con dos madres y saliste solo con una. No lo sabíamos, no lo habíamos preguntado, creíamos que teníamos el mismo derecho que las demás parejas, pero no era así. Como no estábamos casadas solo podías llevar los apellidos de tu mami. Y yo, de repente, a pesar de ser la única que podía alimentarte, cuidarte y dormirte en esos días, pasé a no ser  nadie para ti.

Me comí el dolor con dientes apretados y esboce la mejor de mis sonrisas, por que la débil en aquel momento no era yo, sino la que se deshacía en lágrimas de dolor y desamor entre la cama y el sofá. Deseché la rabia e iniciamos un proceso judicial en el que yo, tu madre, la que no podía dormir sin escuchar tu respiración, tenía que adoptarte.

Cuando empezamos a salir a la calle con regularidad las miradas corrían entre nosotras tres intentando adivinar la huella genética en nuestros rostros, el color de los ojos, el tono el pelo. Y aparecían las preguntas:

-¿Pero la madre quien es?

– Las dos somos sus madres

– Sí, pero la madre de verdad

No debería doler pero duele. Parece que si no te he gestado, si no te he parido no tengo derecho a ser tu madre. Duele. Duele con lágrimas. Duele por el desprecio. Duele por el estúpido poder de la sangre, por la creencia suprema en la genética como dadora de cariño y de capacidad parental.

Hoy cumples dos años y me siento enormemente orgullosa de que tengas la misma sonrisa y el mismo tono de piel de tu mami. Pero nadie parece darse cuenta de que ríes como yo, de que andas como yo, de que tienes ya tienes esa indomable independencia con la que tanto tuvieron que bregar tus abuelos.

Os quiero a las dos como nunca pudiera imaginar, pero no quiero ser la otra, a pesar de que todo el mundo me lo quiera imponer, la madre de segunda, la madre adoptiva.

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