Y la culpa no era mía – II

Por Laura Ramírez Martín ()

 

‘El violador eres tú’ en boca de miles de mujeres de todas las edades frente al Estadio Nacional de Chile, el 4 de diciembre de 2019 #LasTesisSenior


 
Son abuelas, madres e hijas chilenas. Primero escúchalas.

Luego trae a tu memoria a tu abuela. Ahora ubícala en su juventud en el contexto en que vivía. Si eres chileno, argentino, colombiano, nicaragüense, etcétera, tu abuela vivió una dictadura patriarcal. Huy, y si eres español también.

Hazte a la idea, entonces, de que tu abuela tuvo que vivir bajo el mandato primero de su padre y después de su marido. Hazte a la idea, entonces, de que si al marido o al padre le daba la gana podía joderle la vida a su hija o su mujer. En muchos sentidos. Si le daba la gana. Porque sencillamente tenía el poder.

Piensa en tu madre ahora. Y piensa que su educación y su vida, también en dictadura, estaba basada en obedecer, atender, quitarse de en medio y ponerse al servicio y las órdenes del hombre. Del abuelo, padre, hermano. Cura, boticario, maestro. Y la mujer ahí, mirándolos y sin mirarse.

Ahora piensa en el sexo. Focaliza. Hazte a la idea, entonces, de que si al marido de tu madre o al de tu abuela le venía en gana follar, tenía derecho a hacerlo. Recuerda que sencillamente tenía el poder. Si le daba la gana, podía follarse a quien quisiera. Lo suyo era su mujer. (Y aquí es básico entender que el abuso sexual puede suceder y sucede en el marco legal del matrimonio). Pero por qué no la hermana, la tía, la prima, la sobrina, la hija, la criada. Carta blanca. A los hechos, justificaciones, ninguneos y tapaduras me remito. A derechos de pernada mantenidos hasta hoy, especialmente sangrantes en algunos gremios. Lo único que les sujetaba a ellos era su propia moral, su educación. Una educación en un contexto en que los padres llevaban a sus hijos de putas como viaje iniciático ¿Y hace falta recordar a la Sección Femenina?

Luego, con esto, también nos han educado a nosotras. Y a pesar de los esfuerzos para no repetirlo, es inevitable que algo traspasase hasta aquí. Así que yo, y mis coetáneas, las hijas, mamamos las mismas mimbres. Así que a nosotras, las hijas, también nos contaron que el poder es vuestro.

Como a vosotros. A todas, a todos, fue esto lo que nos inculcaron.

Y la culpa no era mía: tenía doce años

Ni dónde estaba: en un autobús Madrid-Toledo, con mi madre y mi hermana en los dos asientos de la otra fila

Ni cómo vestía: pantalón corto y camiseta, era verano

El señor con bigote que se sentó a mi lado me puso la mano en la pierna. Yo iba leyendo, lo aparté. Volvió a ponerla. Volví a apartarlo, con mi mano agarrando el tebeo sobre las piernas. Él ya no la movió. Yo hacía fuerza hacia fuera, él hacia adentro. Ganaba él, claro. Al poco rato su mano estaba en mi entrepierna. Él era un hombre, yo una niña. Yo solo sabía que aquello no me gustaba pero ni siquiera sentía que tenía el permiso para quejarme. Me angustié. No sabía qué hacer. Mi madre y mi hermana hablaban. Yo no podía verlas, iba del lado de la ventana y aquel hombre estaba en medio. En un momento de lucidez y contrafobia me eché hacia delante y le hablé a mi madre. No recuerdo qué le dije. El señor se sorprendió, se volvió, sonrió a mi madre y a mi. Pensaba que yo iba sola. Quitó la mano. Sentí mucho alivio, le devolví la sonrisa.

¿¿Entiendes?? Le devolví la sonrisa.

De no estar allí mi madre quién sabe lo que me habría pasado allí mismo y en la estación, al llegar.

Joder, haberte quejado antes, ¿no? Ya.

Estaba tu madre al otro lado. Ya.

Ya, no pude. Ellas y nosotras aprendimos a callar.

Y que aquello podía pasar.

Y yo tengo 46 años, he vivido en democracia casi toda mi existencia y mi educación es más libre, mi madre y mi padre, mis mayores en general han intentado que mi hermana y yo no nos sintamos menos por ser mujeres.

Y ahora cuento esto porque puedo contarlo. Lo cuento porque no me ha pasado más. Puedo hablar, puedo acordarme. Nítidamente, de hecho. Aún puedo ver su bigote.

Ten por seguro que hay muchas, muchísimas más mujeres de las que imaginas que no pueden hablar, decirlo. Ni acordarse. Para sobrevivir necesitan no acordarse.

Así que por eso escribo, para contarlo a grito pelao, a viva voz, porque la mía sigue viva, no me la ha apagado nadie de momento. Yo, después y gracias al feminismo sí que he podido gritar. Gracias a un montón de gente que luchó para ello. He tenido mucha suerte.

¿Conoces alguna familia donde no haya habido abusos sexuales hacia alguna mujer? ¿Conoces alguna familia donde no haya habido mujeres dominadas de una u otra manera por un hombre? Yo no. Y me apuesto el coño a que tú tampoco. Y no sabes tú lo que quiero yo a mi coño.

Piénsalo bien, intenta sentirlo.

Hazte a la idea, entonces, de que si no hemos sido más las literalmente jodidas es porque a algunos hombres no les ha dado la gana, pero que poder, podían.

Hazte a la idea, entonces, de que algunas de las mujeres de tu familia han sido violadas, abusadas, agredidas por hombres, muy posiblemente también de tu familia. También de fuera de ella. Y una violación a la edad que sea puede reventarte.

Hazte a la idea en cualquier caso de que al menos metafóricamente, a todas nos han jodido.

Soy una mujer lesbiana. Me sé carne de cañón. Estoy agradecida por haber nacido en el 73 y no diez años antes. Aquí y no en otra parte. Miro alrededor y me siento agradecida porque ningún hombre de mi alrededor me ha hecho daño. Agradecida. Ninguna mujer debería agradecer a los hombres de su alrededor que no la violen. Lamentablemente el abuso de cualquier clase de poder es la moneda común, así que lo agradecemos, de manera extendida y espléndida también. Muchas mujeres agradecen a maridos que ‘ayudan’ en casa, que se ocupan de los niños, que ‘les dejan’ vestirse como quieren, salir por la noche…. ¿vais entendiendo la relación entre unas cosas y otras?

Yo vi ese video y me eché a llorar. Me emociona cada vez que lo escucho. Es la voz de muchas, muchísimas mujeres a la vez, gritando lo mismo. De verdad, hazte a un lado ahora tú un poco y escucha, pero escucha de verdad, no para replicar, criticar o intentar arreglarlo. Simplemente estate ahí.

Porque lo fundamental son ellas, ellas son las que han sido vejadas. Querido aludido, deja de mirarte el ombligo. Lo que toca es la denuncia, levantar bien la alfombra y sacudirlo todo a los cuatro vientos.

Lo crucial no es que tú no seas uno de ellos (que también es importante), lo primordial es que entiendas que hay todo un engranaje que sostuvo al violador y lo sostiene. Y que formamos parte de él. Y lo más necesario, entonces, para mí al menos, es que si tú no eres uno así o quieres dejar de serlo, te pongas al toque de nuestro lado, de las mujeres. De la protesta, el alarido, la queja. Hay hombres que ya lo hacen. No nos mires, únete, y entiende cuál es tu sitio.

Y ya, sin más dilación.

Los comentarios están cerrados.