¿Quién teme a lo queer? – El ‘yo’ poético: deseo, orientación y otras preposiciones

Por Victor Mora (@Victor_Mora_G ‏)

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«Preposition on the Ground» by mikecogh is licensed under CC BY-SA 2.0

¿Y si cambiamos?

Jorgette Lowenstein.

Que lo personal es político lo sabemos desde Millet y el feminismo de los 70, y que el ‘yo’ que se enuncia y reivindica la primera persona no es (no tan sólo, tan siquiera) un ‘yo’ íntimo, que también, sino un elemento revulsivo y potencialmente transformador. El ‘yo’ es siempre político, como lo es la orientación de su narrativa fronteriza, que bascula en equilibrio sobre los ejes de lo público y lo privado, sobre la Historia y el relato de vida, sobre las máscaras de la melancolía.

Preguntarnos por el ‘yo’ que escribe (un razonamiento, un texto, una columna como esta, una identidad cada día o un episodio de memoria) es tan común y habitual que no reparamos, quizá, en ello. ¿Quién soy ‘yo’ ante esta decisión, desde este momento, según esta circunstancia? A veces creo encontrarme siendo más personal que político (como hoy, y como si eso, insisto, pudiera desvincularse) y me pregunto por el ‘yo’ que se enuncia, por este ‘yo’ que escribe. Me pregunto cuál es su deseo y hacia dónde se dirige. Cómo se piensa en contexto, en la escritura, y cómo dibuja el futuro que está por escribir. ¿Qué cabe esperar a ese ‘yo’ que camina entre la memoria y la esperanza? La esperanza, nos dijo Sarah Ahmed en su, por demás no demasiado interesante, Fenomenología Queer, “la esperanza es una inversión en que las «líneas» que seguimos nos llevarán a algún lado.” Qué líneas dibuja este deseo que se convierte en fetiche, que no encaja o no se desarrolla como esperamos, que cambia, que exige más o menos atenciones, que se cae por las fisuras.

Porque es cierto que seguimos unas pautas, que pensamos y actuamos según valores y criterios; es verdad que deseamos y nos dirigimos hacia (o se nos dirige desde) el deseo. Es verdad que atravesamos la frondosidad del texto y en ocasiones lo llamamos lógica o coherencia, pero sabemos sin embargo que somos contradicción pura, y que a veces el ‘yo’ es ‘otre’, y que el deseo nos desdice y nos (¡ay!) me/nos (auto)engañ/a/o. ¿Qué ocurre entonces? ¿Qué hacer cuando cambiamos, cuando nuestro deseo muta y nos dirige hacia lugares inconvenientes o tal vez inexplorados? ¿Quiénes somos cuando nuestro deseo cambia de objeto, de diana, hacia una enunciación aún no escrita?

Hay momentos, ya lo sabes, en los que es el ‘yo’ lo que entra en disputa, porque la orientación de su deseo hace temblar la narrativa entera. Y si lo queer nos ha enseñado algo (cosa que dudo) es que la única dirección necesaria es el tránsito permanente. Que no hay relatos fijos ni estables, que no hay inmutabilidad.

Y ya nos habíamos enfrentado a eso. Hemos sido niñes queer que no encajaban en lo previsto. Hemos crecido y, con suerte, nos hemos abanderado de esa rebeldía en el relato, hemos escrito nuestra identidad… y quizá también es cierto que hemos perdido la propia noción de tránsito como desiderátum, y que hemos caído en los espacios neoliberales preestablecidos como quien cae en un colchón de espuma (en la monogamia, en el matrimonio, en el a. romántico, en la identificación…), pero, ¿y si no es suficiente? ¿Y si cambiamos? ¿Y si volvemos a torcer?

Me pregunto por mi ‘yo’, por este ‘yo’ que desea (¿qué desea, si es que aún desea algo?). ¿Desde dónde escribe ‘yo’, y cómo?

“Mi corazón no es una figura literaria”, escribe Rodrigo García Marina en Edad. La filósofa Carmen González Marín habla del ‘yo’ poético como un ‘yo’ “que no podemos tomar plenamente en serio como ‘yo’ real, aunque sí en otras maneras”; algo que me viene a la cabeza al pensar sobre mi propio corazón lingüísticamente precario. Y es que, prosigue González Marín, “esas maneras son tal vez las construcciones en las que la poesía logra el milagro estético de convertir una experiencia privada en universal.”

Ojalá habitar el ‘yo’ del poeta para transitar los devenires inciertos del deseo. Conversar con el poeta, o sobre él, contra, hasta, para desentrañar finalmente el problema que nos ofrecen las preposiciones lingüísticas como ejes de orientación posible.

y yo /y tú/ nosotros.

y/n(o)sotros ante el deseo

y/n(o)sotros bajo el deseo

y/n(o)sotros con el deseo

y/n(o)sotros contra el deseo

y/n(o)sotros desde el deseo

y/n(o)sotros en el deseo

y/n(o)sotros entre el deseo

y/n(o)sotros hacia el deseo

y/n(o)sotros hasta el deseo

y/n(o)sotros para el deseo

y/n(o)sotros por el deseo

y/n(o)sotros según el deseo

y/n(o)sotros sin el deseo

y/n(o)sotros sobre el deseo

y/n(o)sotros tras el deseo

Tras el deseo de

Cada espacio que se configura, aún frondoso y quizá opaco, detrás de cada una de las direcciones preposicionales, es una posibilidad enunciativa del ‘yo’, del y/n(o)sotros, y de la narrativa personal que, en definitiva, devendrá política. Habitar el tránsito no es más que eso, convengamos, no es más que confiar en que las líneas aún ciertamente desdibujadas nos llevarán a algún lado. ¿Vamos?

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