Por Carmen López (@lacarmenlolo)
No importa que hayas nacido en los 60, los 70, los 80, o cuando sea. No importa que la sociedad española haya evolucionado hasta el punto que hay una amplia visibilización y aceptación de parejas homosexuales. No importa que haya políticos, jueces, periodistas, presentadores, misses fuera del armario. No importa que tu familia haya sido la más progre, la más carca, de misa semanal o con un pasado hippy.
Sea como sea, la mayoría de una forma u otra, más tarde que pronto, hemos salido del armario frente a nuestra familia. Y el abanico de posibilidades que te ofrece el momentazo daría para una versión LGBTI de la novela de Gerald Durrell, Mi familia y otros animales, más de sesenta años después.
Sólo una cena de amigas, entre muchas risas, pudo dar para diálogos como los que siguen. Cualquier parecido con la realidad es completamente cierto.
«La culpa la tiene tu amiga»
– En mi casa era como una hija para mi madre, como una hermana más. Pero en el momento que se enteraron que yo tenía una relación con una mujer, todas las culpas recayeron sobre ella, por esa gente (gays, lesbianas, trans,…) con la que se relacionaba. Y no la pueden ni ver.
La amiga culpable entre risas:
– Y se mosquearon mucho conmigo, pero no porque yo no fuera su novia y hubiera elegido a otra, sino porque era yo la que le había metido “eso” en la cabeza. ¡Yo, que tengo novio!
«Pero que nadie se entere»
– He decidido que voy a tener un hijo.
– Pues regresas a casa y nosotros te ayudamos.
– Lo voy a tener con mi pareja y mi hijo va a tener dos madres.
Ni el anuncio del primer nieto consigue aplacar que el mundo se viniera abajo por la grandísima sorpresa de tener una hija lesbiana. Sorpresa en la que ambos progenitores recitaron sin saltarse, ni una, todas las novias que había tenido hasta ese momento. Sólo se olvidaron de un par de rollos de muy corta duración).
– Ponte en mi lugar, imagínate que cuando nazca tu hijo te dice que ha salido gay, que es como tú.
El ojoplatismo adquirió dimensiones inimaginables ante semejante reflexión, a punto de ser superadas por la siguiente frase:
– Lo que tienes que hacer es decirle al niño que sus apellidos son los tuyos, para que no diga nada por ahí (ahí: dígase del resto de la familia y sus amigos).
No importaba que el segundo apellido del niño fuera el de su segunda madre, es decir, era la marca de su familia. Además también se obviaba, como todo el mundo sabe, que los niños pequeños no pueden mentir. Y que ellos te sacan del armario vayas donde vayas, porque mamá y mami siempre están en su boca.
«Gayfriendly»
Madre que llora cuando su hija le cuenta que es lesbiana. Entra la hermana.
– ¿Qué está pasando aquí?
– Nada, estoy hablando con mamá. Sal de la cocina.
– ¿Que qué está pasando?
– Nada, que le acabo de contar que soy lesbiana.
Dirigiéndose a la madre.
– ¿Y a ti qué te pasa que eres lesbófoba?
El decírselo a tus padres, lo hayas hecho cuando lo hayas hecho, es un momento decisivo para tu posicionamiento ante la sociedad, para tu propia confianza. De cómo sea ese momento y los posteriores a este “outing” dependerán muchas alegrías y muchos dolores. Pero sobre todo será el origen de miles de historias.
¿Alguien da más?
Cada cual es como es aunque lo vuelvan del revés. La naturaleza es sabia y sabe lo que hace, aunque te dé rabia.
Clica sobre mi nombre
26 enero 2015 | 16:52