Por Juan Andrés Teno (@jateno_), periodista y activista LGTBI especializado en Diversidad Familiar
No todas las historias bellas son ficción, en algunas ocasiones la realidad nos demuestra que el amor es el hilo que, a pesar de las lágrimas (que también están ahí), es la fuerza que mueve el mundo.
Esta es la historia de Martín, un niño pequeño, muy pequeño, que nació feliz en un mundo amable. (I Estación)
Martín tuvo la suerte de nacer en un país occidental, del hemisferio norte, y pasó a ser tutelado por una administración autonómica que indagó, busco, entrevistó y encontró a sus padres: los mejores, lo que se adaptaban idóneamente a sus necesidades. Y fue adoptado. (II Estación)
Martín, ese niño tan pequeñito, tenía una cosa muy grande: su sonrisa. El arma que bloqueó a sus nuevos padres y los vinculó definitivamente en un destino común, aunque unos años antes miles de hombres y mujeres vociferantes trataran de impedirlo en una gran concentración en la capital del reino. (III Estación)
Martín, ese niño chiquitín, tenía algo más: un órgano vital un poco defectuoso que precisó una larga y complicada intervención quirúrgica que inundó de lágrimas los ojos de sus padres, y una larga estancia hospitalaria y noches en blanco temblorosas de futuro y abrazos de consuelo. Pero su fuerza y la excelencia de la sanidad pública hizo de él un hombre nuevo. (IV Estación)
Martín, el niño con corazón renovado, tuvo que aprender a masticar cuando ya sus amigos devoraban todo aquello que caía en sus bocas. Fue una amplia, desesperante y trabajosa hazaña. (V Estación)
Martín, el niño que crecía muy poquito a poco, no podía oír las amorosas palabras de sus padres y tuvo que visitar de nuevo el hospital. Un nuevo adiós, más lágrimas explotando en la puerta del quirófano, la impotencia del abrazo inesperado. Pero de nuevo salió victorioso. (VI Estación)
Martín, el niño pequeño de la sonrisa grande y el corazón nuevo, tuvo que aprender a escuchar y a hablar a destiempo, a modular en sonidos el amor que gravitaba siembre a su alrededor. (VII Estación)
Martín comenzó a igualarse con sus semejantes: ya corría, ya escuchaba, ya masticaba… pero necesitaba que su “cole” tuviera el apoyo específico profesional para poder ayudarlo y no ser desterrado al mundo de otro barrio. Y lo tuvo. (VIII Estación)
Martín, que ya no era ese niño tan pequeño, aprendió a aprender, a socializarse con sus compañeros de aula, a comunicarse en su discapacidad fuera del amparo de sus padres. (IX Estación)
Martín tenia unos padres que trabajaron públicamente por hacer ver a quienes le rodeaban que eran una familia normal, feliz y cotidiana. Y eligieron el activismo y la política. (X Estación)
Martín y su padre participaron en una gran exposición que inauguró el verano en la ciudad que baña el rio navegable. La imagen de ambos, riendo, gozando de la vida y reivindicando orgullosos su vida en común, fue calificada de impúdica e indecente. (XI Estación)
Martín no lo supo entonces, pero su padre defendió sus vidas y aquel triste episodio se viralizó y corrió de móvil en móvil, de ordenador en ordenador, hasta que llegó a los medios masivos, a las mentes abiertas y a la sensatez de la ciudadanía. (XII Estación)
Martín, cuando su padre publicó un dulce cuento de chocolate (páginas y literatura infantil costeadas con los ahorros familiares), contaba orgulloso la historia que ya comenzaba a leer por medios propios. (XIII Estación)
Martín, el niño de la sonrisa grande y el corazón nuevo que aprendió a comer, a escuchar y a hablar fuera de plazo, sólo quiere ser feliz y regalar su vitalidad a todos aquellos que se cruzan en su camino. Sólo aspira a que no le arrebaten su dignidad. (XIV Estación)
Martín es real, vive en el sur de España, tiene un papá y un papi y tiene preparada una sonrisa para ti. (XV Estación)
Ay Martín, qué suerte que tu viaje siga adelante feliz!!
Me ha encantado la historia 🙂
16 abril 2017 | 20:45