Dicen que la adolescencia es la etapa en que uno deja de hacer preguntas y empieza a dudar de las respuestas

«¿Cómo puedes vivir con dos adolescentes?»


¿Se puede saber cómo puedes vivir con dos adolescentes? Yo no los soporto. No aguanto sus burlas, su impertinencia y su falta de educación. Están irremediablemente idiotas, ¿no? No puedo con ellos…

Así comenzó mi amiga su relato sobre sus nuevos compañeros de clase en la universidad. Ella, que tiene treintaytantos, se acaba de matricular en una carrera y se ha visto de pronto rodeada de decenas de chavales de 18 años que no dejan de sorprenderle. El primer día de curso le hicieron mucha gracia, le parecían divertidos e ingeniosos, pero sólo han hecho falta unas cuantas semanas de curso para que los aborrezca.

Estaba tan cabreada que intenté hacerle recordar esas cosas divertidas de los primeros días de clase para animarla. Pero fue peor: cada vez que se acordaba de algo se iba encendiendo:

Coge un tubo de ensayo, mete a un joven entre 17 y 20, ponle un poco de mala educación, una pizca de alcohol, 6 horas de messenger y tres paginas de Harry Potter, ¡y ya tienes a un adolescente-macarra! Se creen super adultos por conocer los efectos de la marihuana. ¡Pobres inexpertos!

Si la realidad es tal como ella la cuenta va a ser terrible lo que me espera en casa en los próximos años -aunque ella considera a mis hijos mucho más educados que sus compañeros de clase-. Sinceramente, no creo que ellos vayan a cambiar tanto. Y si lo hacen, espero que sea a mejor con la salida de la adolescencia.

¿Será que mi amiga llevaba mucho tiempo sin relacionarse con chavales y yo estoy más que acostumbrada? ¿o tal vez se trata de que se comportan de forma totalmente diferente en casa y fuera de ella?

La foto es de Jorge París.

Unos cuantos blogs de adolescentes

He estado curioseando entre los blogs que se presentan a los Premios 20 blogs. Entre los más de 4.500 blogs inscritos he encontrado unos pocos escritos por adolescentes y ninguno sobre ellos escrito por adultos.

Algunos me han parecido caóticos, como el propio mundo adolescente; los hay individuales y colectivos, con faltas de ortografía, con mucho afán de protagonismo… y con tan poco como el de EMarts o Las crónicas de un adolescente, que llevan más de un mes sin actualizar.

Uno de los que más me ha gustado es el de Juanki. Tiene 14 años y se define como un «mocoso con las hormonas revueltas y un frikazo de los que dan miedito», aunque a mi no me lo parece. Escribe muy bien -conozco a pocos que lo hagan así a su edad- y habla sobre todo de sus experiencias en clase, de lo que odia y lo que le gusta, con tan poco pudor que es capaz de mostrar en un vídeo cómo evoluciona semanalmente su tratamiento antiacné con Clearasil.

Entre los participantes hay también un adolescente novelista, Juan Ángel, de 15 años, que ha ido contando el proceso de creación, edición y corrección de El templo de los Nenúfares, una obra creada bajo licencia Creative Commons que él define como «la novela de fantasía libre». Ha trabajado en ella durante tres años y estará lista para su descarga gratuita a partir del 29 de noviembre.

Otro blog interesante, con formato de cuaderno escolar, es el de Marcos, un estudiante de 2º de Bachillerato y monitor deportivo de 17 años, que habla de lo que pasa en su instituto, de sus amigos, de sus juergas de botellón o de sus exámenes. Habla bastante de fútbol y de otros deportes, y también cuenta cómo se siente, quién le decepciona o qué frases le gustan.

El 17 de noviembre, se sabrá quienes han sido los ganadores de los Premios 20Blogs.

¿Has visto alguno de estos blogs? ¿qué opinas de ellos?

Unos pantalones de piba

«Estos pantalones son de piba», grita mi hijo mayor desde su cuarto. Cuando viene a enseñármelos descubro que tiene razón: llega literalmente embutido en uno de mis vaqueros.

_»¿Cómo te has puesto esos pantalones? si no te caben», le digo mientras intento evitar la risa.

_»Estaban en mi armario», es todo lo que se le ocurre decir.

Tiene una pinta realmente curiosa. Él, que siempre lleva los pantalones caídos y de dos o tres tallas más grandes de la que le correspondería, está plantado ante mi con cara de sorpresa y sin dejar de repetir que le quedan estrechos por todas partes.

_»He dicho todas», repite entre risas por si no me he dado cuenta de a qué se refería.

_»Me hago una idea de por dónde te aprietan más. Anda quítatelos antes de que los rompas», le digo.

Pero no hace ni caso. De repente empieza a hacerle gracia llevar mis pantalones. Se pone a dar saltos para conseguir subírselos -lo nunca visto- y tira de ellos hacia arriba cogiendo las trabillas entre los dedos. No para de reirse, se va al espejo del baño y luego busca otro para verse de cuerpo entero. No sólo se ríe, hace un montón de comentarios divertidos sobre su aspecto, especialmente sobre su culo.

Lo cierto es que no le quedan mal aunque él insista en que son incomodísimos, que no puede doblar las piernas y que le aprietan.

Cuando se cansa de hacer el payaso con los míos se prueba todo el repertorio de pantalones de su armario, y del de su hermano. Y nos hace a los dos un pase de modelos. Entre todo lo que se prueba hay unos vaqueros sin estrenar que le parecían estrechos y altísimos de cintura y que ahora, tras haber comprobado lo que es un pantalón estrecho, le parecen los más cómodos del mundo.

¿Por qué ahora no?

A menudo me siento como un guardia urbano que sólo sabe dar el alto: «No dejes las zapatillas ahí tiradas», «No hables así», «No escupas», «No pongas las toallas húmedas encima de la cama», «No subas tanto la música», «No comas encima del teclado», «No…». La lista es larguísima, y son cosas que he repetido tantas veces que no me explico por qué tengo que seguir recordándoselas a mis hijos, especialmente al pequeño. Debe haber algo en la palabra ‘no’ que no entiende.

Ya sé que todas las teorías sobre educación de los hijos aseguran que es suficiente con decir las cosas una vez. Pero a menudo eso no funciona. ¿Una sola vez en toda la vida? ¿o se refieren a una vez cada tarde? ¿o cada diez minutos?

Así que a menudo me encuentro repitiendo como un loro cosas que les expliqué por primera vez cuando todavía eran dos niños obedientes. Si entonces sabían hacer determinadas cosas, y las hacían sin esfuerzo, ¿por qué ahora no? ¿cómo se puede olvidar lo que antes se hacía sin pensar? Es un gran misterio que no consigo descifrar.

Estoy harta de esta situación. Me encantaría dejar ese trabajito extra de guardia urbano pero no lo veo fácil. Todo el mundo me dice que esto es temporal, que lo cura la edad, que el pequeño volverá a comportarse como solía en lugar de esforzarse en ser arisco y maleducado, que me reiré de sus tonterías tanto como lo hacen ahora los que le ven de vez en cuando…

Espero que llegue pronto ese momento porque mi paciencia se está agotando.

¿A que soy tu hijo más guapo?

Ésta es una de esas preguntas que una madre no responderá jamás. Llevo varios días escuchándola. La cosa empezó una noche en el sofá. Mis hijos hablaban de un programa de la tele, El juego de tu vida, en el que un concursante se somete a la máquina de la verdad para responder preguntas personales, que van siendo más intimas a medida que crece la cuantía económica del premio. Ese engendro televisivo da mucho juego entre sus amigos, por lo visto todos comentan a carcajadas las barbaridades a las que son capaces de responder los concursantes. El programa también da mucho juego en otras cadenas como podéis ver en este vídeo.

El caso es que, tomando como ejemplo el programa de marras, mi hijo mayor soltó de pronto: «¿A que soy tu hijo más guapo?». Después se respondió él mismo con voz grave: «Eso es… verdad» (la fórmula del programa). No hice ni caso a su broma, pero el pequeño contraatacó: «Ya sabes que el guapo soy yo, pero no te va a llamar feo en público». Hubo muchas más frases, ataques y risas sobre la presunta belleza o fealdad del contrario.

Ya estaba en la cama cuando vinieron los dos a mi cuarto. Seguían riéndose, se me echaron encima y amenazaron con no levantarse de allí si no respondía a su pregunta. Al día siguiente, antes de irse a clase volvieron a la carga; por la tarde me llamaron un par de veces al periódico para preguntármelo y por la noche continuaron con el bombardeo. Y así llevamos varios días. Es la nueva frase de moda en casa. Les encanta repetirla y cada vez les hace más gracia. ¡Son agotadores!

Adiós, Tintín

Un tazón partido en dos en la cocina, un macetero con un gran desconchón y varias grietas que quedan al descubierto al girarlo para regar (la parte destrozada estaba convenientemente situada cara a la pared). Cuando ya estoy empezando a enfadarme por los destrozos descubro, al lado del macetero, un pie que me resulta familiar. Es de Tintín, mi reportero preferido, que hasta ayer mismo estaba sentado metro y medio más arriba, en una estantería del salón.

No es la primera vez que se cae, o mejor dicho, que alguien lo tira. Una vez conseguí pegarlo con mucha paciencia -tenía la cabeza separada del cuerpo, la nariz y una pierna rotas y magulladuras por todas partes- pero esta vez va a ser más difícil, está hecho añicos: aparte del pie no queda ninguna otra parte de su cuerpo entera.

Los trozos en que se ha convertido Tintín -salvo ese pie indiscreto- están ya en la basura cuando llego a casa. Mi hijo pequeño dice que se le ha caído a él «el muñeco», se enfada por mis gritos y se defiende diciendo que no es para ponerse así, que la cosa no es tan grave. Las cosas nunca son graves si no le pasan a él, le respondo mientras se me escapa una lágrima. No estoy enfadada, estoy triste, le explico después.

Él no entiende nada pero promete comprarme otro Tintín. Le tenía mucho cariño a ese desde que me lo regalaron, creo que ya no quiero otro. A veces, las casualidades hacen que algo se rompa cuando se tiene que romper. Y no hay que darle más vueltas, ni enfadarse con nadie.

¿Se puede ser más ingenua?

Llevo muchos días sin actualizar el blog. He tenido mucho trabajo y algunos sobresaltos familiares que me han impedido hacerlo. Espero que sepais disculparme.

Ya conté aquí una vez que sospechaba que mi hijo pequeño había empezado a fumar. Cuando ya casi había descartado que fuera cierto volví a tener dudas. Había numerosas y variadas pistas por toda la casa: olor a tabaco en su habitación, que siempre decía que era del colega fumador que acababa de irse y no suyo; ceniza en la tierra de las macetas, que también habían dejado caer los colegas, claro; decenas de mecheros por cualquier parte y alguna cajetilla que, cómo no, él le guardaba a un colega.

Pues bien. Hace unos días nos reunimos mis hijos, su padre y yo para hablar sobre algunas cosas relativas a sus estudios y sus horarios. En mitad de la conversación surgió el tema del tabaco. Yo creía que fumaba el pequeño y su padre estaba convencido de que quien lo hacía era el mayor. Ambos descubrimos en ese momento que los dos teníamos razón: fuman los dos.

Aseguran que sólo fuman los fines de semana -aunque a ver quién se fía ahora de lo que dicen-. No parece que estén enganchados a la nicotina, ya que ambos son capaces de pasar un día entero en casa, o varios, sin un cigarrillo -de hecho, llevaban meses ocultando esta afición-. Son conscientes de que el tabaco no les va a hacer ningún bien aunque supongo que pesa mucho la edad, el grupo… Ni su padre ni yo podemos hacer nada para que lo dejen si no son ellos mismos los que deciden hacerlo. Sólo espero que la nicotina no termine ganándoles la partida.

Desde que sé que fuman me viene continuamente a la cabeza esa campaña publicitaria de prevención del consumo de alcohol entre los jóvenes en la que un padre, incrédulo ante los desmanes de su hija con la bebida, grita: «¿Mi hija? Mi hija no». Yo siempre pensaba que a mi eso no me pasaría, que sería capaz de detectar determinadas cosas aunque no me las contaran. ¿Se puede ser más ingenua?

Soy cruel. Que se entere todo el mundo

Hay días en los que sólo llegan malas noticias: bombas, inundaciones, empresas que se van a pique, hombres o mujeres que matan a sus parejas… A nadie le gusta ser portador de malas noticias pero la realidad, a veces, es así de terca y tiñe de negro periódicos, radios y televisiones.

Hoy varias de esas malas noticias están protagonizadas por jóvenes. La más trágica de ellas es la deun estudiante finlandés que ha matado a 10 compañeros de instituto antes de suicidarse de un tiro en la cabeza.

Como ya viene siendo habitual, antes de ese trágico final el asesino ha colgado varios vídeos en Youtube con sus presuntas hazañas. En uno de ellos se le ve disparando con una pistola automática; en otro, grabado sólo unas horas antes de la masacre, se dirigía a la cámara para decir «Tú serás el siguiente en morir».

Otra noticia se refiere al ciberbullying, la forma más extendida de acoso escolar. No es tan grave como la primera, pero sí preocupante. Ya no basta con acosar, insultar o agredir al compañero de clase sino que hay que hacerlo público, dar la mayor difusión posible a esas salvajadas para que la víctima se sienta completamente intimidada: «La rapidez con que se propagan las grabaciones ofensivas por Internet o a través de los teléfonos móviles y el gran número de destinatarios que pueden recibirlas en poco tiempo hace que un mayor número de personas puedan involucrarse al acceder a contenidos humillantes o transmitirlos».

La crueldad de algunos jóvenes no parece tener límites. Y sus ansias de notoriedad tampoco. «Sí, soy cruel, y quiero que se entere todo el mundo», parecen decir con su actitud los protagonistas de estas brutales acciones. La historia no es nueva, una canción de Sabina de los ochenta ya retrataba esta afición al minuto de gloria de un macarra de ceñido pantalón: «Pero antes de palmarla se te oyó decir: Qué demasiao, de esta me sacan en televisión». Aquel macarra no llegó a conocer YouTube, pero le hubiera encantado.

Padres e hijos incomunicados

Una mujer de unos 48-50 años y su hija de 15 o 16 comen juntas en un restaurante. Tal vez sería más correcto decir que comen una frente a la otra. No se dirigen apenas la palabra en toda la comida. La madre pasa todo el tiempo pendiente de su teléfono móvil. Primero contesta una llamada, después hace otra y a continuación escribe y recibe varios mensajes.

La hija reclama su atención con miradas, parece triste y aburrida, pero su madre no parece advertirlo, está demasiado ocupada con el móvil. Ya en los postres, la hija también saca del bolso su teléfono y empieza a jugar con él hasta que llega la hora de pedir la cuenta y ambas salen del restaurante.

Un hombre de unos 55 años, vestido con traje negro y corbata, y su hijo de 16-17 esperan en una parada de autobús. El chaval lleva cresta, tres pendientes en la oreja derecha y unos vaqueros tan caídos que además del calzoncillo casi se le ve la pierna. Está fumando mientras oye la bronca que le dirige su padre. Es el único que habla: no le gusta el aspecto del joven, ni sus pantalones sucios y raídos, ni las manchas que luce en su camiseta, ni las mugrientas zapatillas con las suelas despegadas.

Pero su hijo ni se inmuta. Sigue fumando como si oyera llover, tiene la mirada perdida en el horizonte y no dice una sola palabra. Al menos durante los diez minutos que tardó en llegar mi autobús.

He visto estas dos escenas con muy pocos días de diferencia, aunque en dos países diferentes. Creía que el problema de la incomunicación entre padres e hijos no era tan grave ¿Se estará generalizado?

Un cómic porno entre las toallas


_Lleva esa ropa a tu cuarto y yo dejo las toallas en el baño.

_Vale, mamá, déjalo ahí que ya voy.

_¿Qué es esto? ¿qué hace esta revista entre las toallas?

Gran silencio. Mi hijo pequeño se quedó mudo durante unos segundos. Mientras tanto me dio tiempo a ver que lo que había visto entre las toallas no era exactamente una revista sino un cómic porno -la chica de la portada era demasiado perfecta para ser real-.

Cuando volví a preguntarle ya había recuperado el habla: «No tengo ni idea, ya sabes que a mí no me gustan esas cosas. ¿Yo mirando a tías en bolas? ¿qué dices?», dijo con ese tono chulesco que últimamente le gusta tanto.

Siguió durante un rato en plan vacilón, primero haciendo como que no le importaba que hubiera encontrado el cómic, después intentando hacerme creer que eso sería cosa de su hermano…

No es la primera vez que encuentro una revista porno en casa. La primera de ellas fue durante una mudanza: cuando los dos musculosos jóvenes que se ocupaban de cargar los muebles más pesados levantaron uno de los colchones del cuarto de mis hijos quedaron a la vista un par de revistas. Dejaron el colchón en el suelo, me miraron y sonrieron mientras uno de ellos me decía: «Esto pasa en las mejores familias, no es la primera vez que lo vemos».

En otra ocasión encontré una revista porno en su habitación mientras ordenaba una estantería, estaba entre el Marca, el Cuore y un suplemento dominical. «A mi me gusta leer de todo», respondió el mayor en esa ocasión. Ahora todo apunta a que el cómic es del pequeño, creo que esta vez tampoco va a ser necesario llamar a los de CSI para averiguarlo, aunque ninguno de los dos está dispuesto a confirmarlo. Una vez más se alían dos contra una.

¿Y tú?, ¿también leías revistas porno a escondidas?, ¿has encontrado alguna escondida por tu casa?

La foto pertenece a la película Pirates II. Stagnetti’s Revenge.