Dicen que la adolescencia es la etapa en que uno deja de hacer preguntas y empieza a dudar de las respuestas

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¿Por qué ahora no?

A menudo me siento como un guardia urbano que sólo sabe dar el alto: «No dejes las zapatillas ahí tiradas», «No hables así», «No escupas», «No pongas las toallas húmedas encima de la cama», «No subas tanto la música», «No comas encima del teclado», «No…». La lista es larguísima, y son cosas que he repetido tantas veces que no me explico por qué tengo que seguir recordándoselas a mis hijos, especialmente al pequeño. Debe haber algo en la palabra ‘no’ que no entiende.

Ya sé que todas las teorías sobre educación de los hijos aseguran que es suficiente con decir las cosas una vez. Pero a menudo eso no funciona. ¿Una sola vez en toda la vida? ¿o se refieren a una vez cada tarde? ¿o cada diez minutos?

Así que a menudo me encuentro repitiendo como un loro cosas que les expliqué por primera vez cuando todavía eran dos niños obedientes. Si entonces sabían hacer determinadas cosas, y las hacían sin esfuerzo, ¿por qué ahora no? ¿cómo se puede olvidar lo que antes se hacía sin pensar? Es un gran misterio que no consigo descifrar.

Estoy harta de esta situación. Me encantaría dejar ese trabajito extra de guardia urbano pero no lo veo fácil. Todo el mundo me dice que esto es temporal, que lo cura la edad, que el pequeño volverá a comportarse como solía en lugar de esforzarse en ser arisco y maleducado, que me reiré de sus tonterías tanto como lo hacen ahora los que le ven de vez en cuando…

Espero que llegue pronto ese momento porque mi paciencia se está agotando.

Un libro para no olvidar

Leí hace poco El niño con el pijama de rayas, del irlandés John Boyne. Con este libro me pasaba lo mismo que a Regina ExLibris, yo también me resistía a leerlo. La primera vez que lo tuve entre manos lo descarté por su aspecto, entre cuento y libro de autoayuda del tipo ¿Quién se ha llevado mi queso? Supongo que su diseño está perfectamente estudiado para simular lo que no es.

No quiero desvelar la trama para los que todavía no lo hayais leído -la editorial tampoco lo hace en la contraportada del libro, como es habitual, para que el lector vaya descubriendo lo que ocurre al mismo tiempo que el protagonista-, así que sólo voy a decir que la historia empieza cuando Bruno, un niño alemán de 9 años, se muda con su familia a una nueva casa.

La novela, que se lee de un tirón, me pareció una buena forma de contar unos hechos históricos atroces. Pensé que mis hijos tenían que leerlo y se lo pasé. Uno ya lo ha terminado, y el otro está en ello.

Lo que más les gusta a ellos es precisamente que un episodio tan trágico, que han estudiado en clase de historia y sobre el que han visto algunas películas, esté contado a través de los ingenuos ojos de un niño. Libros para no olvidar como éste, como El diario de Ana Frank, o como las películas La vida es bella o la más reciente Las trece rosas deberían ser materia de estudio en clase de historia junto a los libros de texto. Igual que nos hemos acostumbrado a que lo sea el Quijote, La Celestina o las Rimas de Bécquer en Literatura, o más recientemente El mundo de Sofía en las clases de Filosofía.