Dicen que la adolescencia es la etapa en que uno deja de hacer preguntas y empieza a dudar de las respuestas

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Remando pibas

«¿Que si ligo? yo voy remando pibas por la calle», «¿A que soy tu hijo más guapo?», «Mamá, has visto qué bien me queda esta chupa, estoy que lo parto». Son algunas de las frases que le escuché ayer a mi hijo pequeño mientras le compraba ropa.

No estábamos solos, nos acompañaba una amiga suya y una prima algo mayor que él, y supongo que al encontrarse entre ellas, que no dejaban de decirle lo bien que le sentaba esto y aquello, le dio por ponerse en ese plan, parecía que tenía el ego por las nubes.

Cualquier excusa era buena para soltar una nueva fantasmada. En cuanto la dependienta que nos atendía se dio la vuelta para preguntarle al encargado si podía quitarle el jersey a un maniquí él empezó a decir que «la tenía rota» y que estaba seguro de que iba a conseguir ese jersey. Así que, en cuanto ella volvió con la respuesta afirmativa, él comenzó a hacer gestos alardeando de su presunta habilidad.

Ya he contado alguna vez que con público se crece. Y, claro, en presencia de dos chicas que le reían las gracias estaba imparable. Ya sé que estas fantasmadas son propias de la edad, y que a veces me hacen gracia, pero otras me agota.

¿A que soy tu hijo más guapo?

Ésta es una de esas preguntas que una madre no responderá jamás. Llevo varios días escuchándola. La cosa empezó una noche en el sofá. Mis hijos hablaban de un programa de la tele, El juego de tu vida, en el que un concursante se somete a la máquina de la verdad para responder preguntas personales, que van siendo más intimas a medida que crece la cuantía económica del premio. Ese engendro televisivo da mucho juego entre sus amigos, por lo visto todos comentan a carcajadas las barbaridades a las que son capaces de responder los concursantes. El programa también da mucho juego en otras cadenas como podéis ver en este vídeo.

El caso es que, tomando como ejemplo el programa de marras, mi hijo mayor soltó de pronto: «¿A que soy tu hijo más guapo?». Después se respondió él mismo con voz grave: «Eso es… verdad» (la fórmula del programa). No hice ni caso a su broma, pero el pequeño contraatacó: «Ya sabes que el guapo soy yo, pero no te va a llamar feo en público». Hubo muchas más frases, ataques y risas sobre la presunta belleza o fealdad del contrario.

Ya estaba en la cama cuando vinieron los dos a mi cuarto. Seguían riéndose, se me echaron encima y amenazaron con no levantarse de allí si no respondía a su pregunta. Al día siguiente, antes de irse a clase volvieron a la carga; por la tarde me llamaron un par de veces al periódico para preguntármelo y por la noche continuaron con el bombardeo. Y así llevamos varios días. Es la nueva frase de moda en casa. Les encanta repetirla y cada vez les hace más gracia. ¡Son agotadores!