Dicen que la adolescencia es la etapa en que uno deja de hacer preguntas y empieza a dudar de las respuestas

Tan joven como su hija

Conozco a algunas mujeres a las que les gustaría conservarse siempre jóvenes, que están siempre al día sobre las últimas tendencias en estiramientos de piel, bótox y similares, y que se visten con el ombligo al aire o una minifalda cortísima como si fueran quinceañeras aunque ya no vayan a cumplir los 40, 50 o incluso 60. También hay algunas que se empeñan en hablar y comportarse como sus hijas adolescentes, o en robarles sus vaqueros y terminar embutidas dentro de ellos como si así fuesen a conseguir parecer tan jóvenes como ellas.

Pero hoy he leído una noticia sobre una mujer que las supera a todas. Se trata de una madre de 33 años que ha usurpado la identidad de su hija, de 15, para matricularse en un instituto y ejercer de cheerleader.

Aprovechando que la hija vive en otra ciudad con su abuela, la madre debió decidir un buen día que no tenía nada mejor que hacer que ponerse un top, una minifaldita y unos pompones en las manos para animar al equipo del instituto. Y así ha estado durante algún tiempo sin que nadie lo advirtiera.

Una vez detenida por usurpar la identidad de su hija sólo se le ha ocurrido decir que había mentido sobre su edad porque quería obtener el diploma escolar y convertirse en animadora. También ha contado que durante el tiempo en que engañó a las autoridades escolares participó en varias actividades con las otras animadoras y acudió a una fiesta en la piscina del entrenador. Vamos, como una quinceañera más.

¿Qué habrá pensado su hija al enterarse?

¿Sólo les preocupa el sexo?

Tenía interés en ver No es programa para viejos, un programa sobre jóvenes presentado por Patricia Gaztañaga en Antena 3. Había leído que iba a abordar los problemas que afectan a los jóvenes, desde la vivienda hasta la relación con sus padres y sus amigos, sus estudios y su futuro laboral.

Parecía una apuesta diferente e interesante, con 100 adolescentes dispuestos a contar sus vivencias en directo. Pero me he encontrado con un gallinero de jóvenes vociferantes. No sé si se ha hablado de vivienda, de amigos o de padres. En el rato que he aguantado ante la pantalla sólo he oído hablar de sexo, con los dos bandos clásicos: tres jóvenes -un chico y dos chicas- que valoran la virginidad por encima de todo y han decidido mantenerla hasta el matrimonio, frente a otros tres -en este caso dos chicos y una chica- que hablaban abiertamente de sus relaciones sexuales.

Una chica del primer grupo ha dicho cosas como «Si las mujeres tenemos algo físico que entregar es nuestra virginidad». Mi hijo no ha podido evitar sonreír y tratar de cambiar de canal. Le he pedido que lo dejara y todavía ha tenido tiempo de ver a un chaval que explicaba su primera experiencia sexual, a los 14 años. «Pues no tiene pinta de fuck master», ha dicho entre risas antes de irse a su cuarto.

No le interesaba en absoluto lo que estaba viendo así que se ha ido al ordenador y he seguido viendo el programa yo sola. Entre ese centenar de voces previstas he escuchado la de una chica que ha explicado cómo se inicio en el sexo con una penetración anal y a otra que ha dado lecciones sobre petting. También ha hablado un padre de 5 hijos, de 7 años para abajo, que ante la pregunta de qué pensaría si su hijo mayor le dijera a los 12 años que había tenido relaciones sexuales ha respondido: «No sabría si echarle de casa o irme yo».

Tras un par de breves intervenciones de una actriz porno, y unos vídeos de Youtube con todo el sexo que supuestamente ven los adolescentes se ha generado un nuevo debate -más bien un griterío incontrolado- entre los dos bandos sobre si somos o no somos animales, si unos follan y otros hacen el amor… Y no he sido capaz de seguir ante la pantalla. ¿Habrán hablado de algo más aparte de sexo? Lo dudo.

Una guía de convivencia

Ser adolescente no es fácil. Y convivir con ellos tampoco. Nunca lo fue, supongo, aunque hasta que no te toca sufrirlo no te haces una idea de la magnitud del problema. Y no lo digo sólo por el desorden del que he hablado aquí últimamente -las cosas han mejorado, el viernes me encontré la casa bastante ordenada y así sigue-. Me refiero también a otros desordenes que inundan su vida, como sus particulares horarios para dormir, comer o salir con sus amigos, especialmente en vacaciones, lo que reduce cada vez más la posibilidad de compartir actividades con ellos y genera problemas de convivencia entre padres e hijos.

Para intentar evitar esos problemas de convivencia la Comunidad de Madrid ha elaborado una guía de convivencia que intenta «mostrar el camino para evitar conflictos entre padres e hijos» y aconseja adoptar con ellos una postura «equitativa, democrática y firme» en lugar de mostrarse autoritario o excesivamente proteccionista.

¿Quién no ha sido alguna vez demasiado autoritario o proteccionista con sus hijos? Supongo que todos hemos caído más de lo que nos gustaría en ambos errores. Podemos pasar del «Porque yo lo digo» al «Todo es poco para mi niño/a» en cuestión de segundos (aunque no lo digamos exactamente así o sólo lo pensemos). La guía pide a los padres, entre otras cosas, «un esfuerzo de comprensión, empatía y diálogo verdadero y efectivo». Estoy totalmente de acuerdo en que los padres debemos hacer ese esfuerzo -creo que la mayoría lo hacemos-, pero también se lo pediría a los hijos que, según mi experiencia, se esfuerzan bastante menos en ello. Y tú, ¿qué opinas?

¡Me tienes contenta!

Ésta es la nota que le dejé ayer a mi hijo pequeño en el espejo del cuarto de baño. Supongo que no hace falta dar muchos más datos del desastre en el que se había convertido la casa ni llamar a los de CSI para saber quién fue el responsable de semejante desastre doméstico. Llegó la noche anterior procedente de casa de su padre y en sólo unas horas fue capaz de dejar aquello como si hubiese pasado por allí todo un ejército.

Cuando volví por la tarde la cosa había mejorado un poco, pero lo que para él es «una casa perfectamente ordenada» sigue siendo un pequeño caos. Y digo sigue porque me he negado a recoger una sola cosa de las que él deja fuera de su sitio. ¿Usa un peine y lo deja encima de la lavadora? Allí se queda. ¿Se prepara un vaso de leche y deja colacao y cereales esparcidos por la mesa? Allí se quedan también.

Esta mañana he estado a punto de limpiar los restos que dejó anoche para desayunar a gusto, pero he conseguido reprimir mis impulsos. Le he dado de plazo hasta esta misma tarde, cuando yo llegue a casa, para que la casa esté tal como estaba hace dos días. Ya os contaré.

¿Dónde estará?

Llamo a su móvil y responde un contestador que repite cansinamente que está apagado o fuera de cobertura. Recuerdo que se ha dejado el teléfono en casa y llamo directamente allí. Pero tampoco hay suerte, en casa no hay nadie. Ni allí ni en casa de su padre.

Pruebo entonces a llamar a mi hijo mayor, con el que he hablado hace diez minutos, para ver si sabe algo de su hermano. No lo coge. Él sí lleva el teléfono encima pero iba a entrar en la biblioteca y debe tenerlo en silencio. ¿Y su padre? ¿habrá salido a cenar con él? Ni están juntos ni sabe de su paradero ¿Pero va a dormir hoy contigo?, me pregunta. «No, no iba a dormir conmigo. Simplemente quería hablar con él, y como ya es hora de que esté en casa…», respondo.

¿Dónde estará? quién sabe. Lleva varios días haciendo lo mismo. Llega tarde y, como no se lleva el móvil, no hay quien le localice hasta que entra en casa. Así que hoy, tras un montón de llamadas a amigos y conocidos suyos, he conseguido encontrarle. Finalmente ha sido él quien ha llamado de regreso a casa de su padre. Él se escuda en que es verano, está de vacaciones y se está muy a gusto por la calle, aunque en los días más duros del invierno también tiene excusas para llegar tarde.

Le he dicho un millón de veces que si no lleva el móvil y va a llegar más tarde de su hora sólo tiene que llamar desde una cabina o hacer una perdida desde el móvil de cualquier amigo. Bueno, pues por un oído le entra y por otro le sale. Unas veces no llama a nadie y otras veces, si está en casa de su padre me llama a mí, y al contrario.

Eso no es todo. Acabo de enterarme de algunas de sus gamberradas durante los días que estuvo en casa de mi hermana mientras yo disfrutaba de unos días de vacaciones sin hijos. Ocurrió más o menos lo mismo: noches en las que llegaba tarde o se quedaba en casa de un amigo sin avisar, citas con sus tíos a las que no acudía… ¡Me tiene contenta!

Suspenso en matemáticas

Va a tener razón mi hijo. Los días previos al inicio del curso no dan más que disgustos a los estudiantes. Precisamente ahora que llegan los exámenes de septiembre, y que un buen número de chavales intentan aprobar lo que no consiguieron durante el curso, llega una noticia sobre los malos resultados de los alumnos de 3º de la ESO en matemáticas. El estudio se hizo en Madrid en el mes de junio y la nota media fue un 3,6. Un desastre, con 7 de cada 10 alumnos suspendidos.

Los resultados fueron bastante mejores en lengua, donde el porcentaje se invirtió: aprobaron 7 de cada 10 alumnos. Menos mal que hay algo positivo. El objetivo de la prueba, similar a la que ya se hacía con los estudiantes de 6º de Primaria, es conocer el nivel de los chavales y saber si pueden afrontar el 4º curso de la ESO con garantías de éxito. A la vista de los resultados parece que no ganarán las olimpiadas de matemáticas.

El año que viene se repetirá la prueba. Espero que suba la nota media de matemáticas y que escojan mejor las fechas para dar a conocer los resultados y no arruinen a los estudiantes los días previos a la vuelta al cole, o los exámenes de septiembre.

A vueltas con la vuelta al cole

«Ya están estos aguafiestas jodiendo el final de las vacaciones». Mi hijo pequeño suele pronunciar una frase similar todos los años -el lenguaje ha ido empeorando- cuando las cadenas de televisión empiezan a llenarse de anuncios sobre la vuelta al cole.

El otro día lo soltó al lado de unas amigas y un par de amigas -una de ellas profesora de Infantil y las otras dos madres de chavales de 8 a 10 años-. Me miraron todas con cara de sorpresa, como si jamás hubiesen oído a un adolescente cabreado o no supiesen que la vuelta al cole no le hace gracia a ningún estudiante.

Realmente me sorprende que a esos chavales les apetezca volver al cole pero me sorprende mucho más que sus madres crean que vuelven con gusto. Ya les tocará escuchar a esos mismos retoños algo más creciditos.

Volviendo a mi hijo, no sólo le cabrean los anuncios con chavales sonrientes cargando con sus mochilas nuevas camino del colegio, también las noticias: «¿Has visto ésta?», me decía hace un rato, refiriéndose a que en Italia acaban de anunciar una nueva asignatura en la que se evaluará la conducta de los alumnos «para evitar el gamberrismo y la violencia», muy habituales en los centros educativos de ese país. «¿Y ésta otra», me ha dicho señalando una información referida a los alumnos madrileños, que no estarán obligados a asistir a clase de Educación para la Ciudadanía.

«Eso es como si a ti te estuvieran todo el día recordando que mañana vuelves a trabajar, ¿no crees? Pues imagínate cuando todavía quedan quince días». Seguramente tiene razón. No recuerdo si cuando era pequeña me sentaban tan mal los anuncios de la vuelta al cole. ¿Y tú? ¿estás de acuerdo con él?

Unos días sin hijos

Acabo de volver de un viaje con mis amigos. Primero pasé unos días libres con mis hijos pero éstas han sido mis verdaderas vacaciones, unos días para ocuparme sólo de mi misma, sin temazos ni discusiones adolescentes de por medio.

El mayor, que está estudiando como un loco para recuperar lo que no aprobó durante el curso, se quedó con su padre. El pequeño pasó esos días con mi hermana, que ha superado el trago con buen humor.

Les he echado de menos, no voy a decir que no, pero ha sido una gozada disfrutar de tiempo libre sin estar continuamente pendiente de ellos, de que salgan de la cama antes de la hora de comer, que pasen por la ducha a diario o vuelvan a casa a la hora fijada. Y creo que me hacía mucha falta.

La primera sorpresa de la vuelta llegó con su intención de ir a buscarme al aeropuerto -no tenían fiebre, debió ser la psicosis tras el accidente de Barajas-. La emoción del reencuentro, los besos y abrazos y el consabido ¿qué me has traído? dieron paso a un transitorio periodo de calma: el mayor volvió a sus libros y el pequeño al ordenador para chatear con los amigos.

Parecía reinar la paz pero no habían pasado ni diez minutos cuando el pequeño me enseñó un vídeo de YouTube con «el mejor temazo de la historia». A todo volumen, como a él le gusta. Su hermano no estuvo de acuerdo con la elección y entonces comenzó una verdadera batalla por coger el teclado antes que el otro para poner un temazo tras otro. Una verdadera tortura. Hogar, dulce hogar.

PD: El cuadro de arriba es Hotel Room, de Edward Hopper.

Camisetas guapas y baratas

«Me he comprado unas camisetas guapísimas, ya verás. Y un chándal y dos sudaderas chulísimas». Fue lo primero que me dijo mi hijo cuando fui a buscarle a la estación. Volvía de pasar unos días en Galicia, con los padres de un amigo.

Después de contarme un montón de cosas del viaje -poca playa y mucha juerga- retomó el tema de las compras. Al parecer, encontraron una tienda de deportes en la que vendían cosas de sus marcas favoritas a precios de ganga y no se pudo resistir. «¿Y has comprado todo eso con el dinero que te di? No puede ser», dije sorprendida.

Pero sí pudo ser. Casi todo el dinero que llevaba se lo gastó en ropa: y no sólo había para él, en la maleta también traía una camiseta para su hermano y unas chanclas para mi. Toda una sorpresa ¿Tanto nos habrá echado de menos?

Las camisetas de la foto son de Shirtcity.

Un calimocho y unos bailes

Unos amigos que estuvieron el otro día en un concierto de Pablo Carbonell me han enviado un vídeo suyo. Escucharon aquello de «Nadie prepara el calimocho como lo hace mi mamá…» y se acordaron de mi. Aunque no sé por qué: jamás se me ocurriría prepararles un calimocho a mis hijos. Ya se encargan ellos de hacérselos sin ayuda de nadie.

Estaba viéndolo cuando ha llegado mi hijo pequeño, que además de saberse la letra de la canción de cabo a rabo me ha obsequiado con uno de sus bailes graciosillos -incluso sin calimocho se arranca-. Al principio estaba yo sola, pero han ido llegando familiares y cuanto más auditorio tenía más se crecía.

El show ha empezado con la canción de Carbonell y ha terminado con un baile de la película Beetlejuice, del que también se sabe la canción enterita y que circula por Youtube en decenas de versiones. Me ha puesto tres o cuatro, a todo volumen como a él le gusta, y ya no soy capaz de quitarme esa música de la cabeza.

La primera incluye algunas secuencias de la película y la segunda es una grabación particular, como la que amenaza con hacer él. Y será capaz de terminarla con un calvo, como si lo viera.