Dicen que la adolescencia es la etapa en que uno deja de hacer preguntas y empieza a dudar de las respuestas

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¿Se puede ser más ingenua?

Llevo muchos días sin actualizar el blog. He tenido mucho trabajo y algunos sobresaltos familiares que me han impedido hacerlo. Espero que sepais disculparme.

Ya conté aquí una vez que sospechaba que mi hijo pequeño había empezado a fumar. Cuando ya casi había descartado que fuera cierto volví a tener dudas. Había numerosas y variadas pistas por toda la casa: olor a tabaco en su habitación, que siempre decía que era del colega fumador que acababa de irse y no suyo; ceniza en la tierra de las macetas, que también habían dejado caer los colegas, claro; decenas de mecheros por cualquier parte y alguna cajetilla que, cómo no, él le guardaba a un colega.

Pues bien. Hace unos días nos reunimos mis hijos, su padre y yo para hablar sobre algunas cosas relativas a sus estudios y sus horarios. En mitad de la conversación surgió el tema del tabaco. Yo creía que fumaba el pequeño y su padre estaba convencido de que quien lo hacía era el mayor. Ambos descubrimos en ese momento que los dos teníamos razón: fuman los dos.

Aseguran que sólo fuman los fines de semana -aunque a ver quién se fía ahora de lo que dicen-. No parece que estén enganchados a la nicotina, ya que ambos son capaces de pasar un día entero en casa, o varios, sin un cigarrillo -de hecho, llevaban meses ocultando esta afición-. Son conscientes de que el tabaco no les va a hacer ningún bien aunque supongo que pesa mucho la edad, el grupo… Ni su padre ni yo podemos hacer nada para que lo dejen si no son ellos mismos los que deciden hacerlo. Sólo espero que la nicotina no termine ganándoles la partida.

Desde que sé que fuman me viene continuamente a la cabeza esa campaña publicitaria de prevención del consumo de alcohol entre los jóvenes en la que un padre, incrédulo ante los desmanes de su hija con la bebida, grita: «¿Mi hija? Mi hija no». Yo siempre pensaba que a mi eso no me pasaría, que sería capaz de detectar determinadas cosas aunque no me las contaran. ¿Se puede ser más ingenua?

¿Habrá empezado a fumar?

-¿Qué hace aquí este paquete de tabaco? ¿de quién es?

-De mi amigo X., se lo guardo yo porque en su casa no le dejan fumar, responde mi hijo pequeño.

-¿Seguro que no es tuyo?, vuelvo a preguntar mientras imagino que realmente es él quien fuma y no quiere decírmelo.

-Ya te he dicho que no. Sabes que no fumo.

Lo dice con tal gesto de reprobación que decido no insistir más. Pero la dichosa cajetilla me ha dejado intranquila. ¿Me la estará jugando tras esa apariencia de adolescente sincero? No sería la primera vez…

Inmediatamente me vienen a la cabeza los mecheros que le he requisado últimamente -le divierte quemar papeles y suelo esconder cerillas y mecheros para que no lo haga-. Sin darme cuenta, empiezo a darle vueltas a la cabeza: si quisiera ocultar el tabaco lo habría escondido en lugar de dejarlo a la vista; y si fumase habitualmente habría notado alguna vez el olor ¿no?, me pregunto a mi misma mientras intento convencerme de que dice la verdad.

Mis hijos han sido siempre de la liga antitabaco. No soportaban el humo y criticaban tanto a su padre por fumar que consiguieron que dejara de hacerlo. Pero eso fue hace mucho tiempo, cuando aún eran niños. Ahora, en plena adolescencia, con unos cuantos amigos fumadores y rodeado de humos en cualquier juerga o botellón, el pequeño podría haber cambiado de opinión. Estoy segura de que el mayor no fuma, pero su hermano… Hasta hace poco solía contármelo casi todo, pero está cambiando y ahora es más reacio a hablar de sus cosas, así que su respuesta malhumorada no me ha convencido del todo.

Espero que su tajante negativa sea realmente cierta. Por si acaso, he intendo hacerle ver, una vez más, que a su edad es fácil engancharse a cualquier cosa, aunque también es la mejor edad para no hacerlo. Después, tiene peor remedio.