Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Bum, bum, bum… Afganistán (vídeo)

Hace un par de semanas reverberaron en la noche de Madrid estruendos de fuegos artificiales – quizás alguna celebración deportiva o el final de las fiestas de alguna localidad vecina – que me devolvieron a las semanas que pasé junto a la 82 División Aerotransportada del Ejército de EEUU en el Valle de Tagab. Apenas caía el sol en aquel perdido confín de la geografía afgana, comenzaba indefectiblemente la danza de los morteros de 120 mm en dirección a las montañas.

Al poco tiempo de haber llegado, como el martilleo de los cohetes me impedía dormir, me arranqué a escribir un «bum» en el tirante de madera de la cama superior en respuesta a cada detonación. Una suerte de juego, divertido en un principio, pero que luego se volvió tan absurdo y tedioso como las largas noches en vela. En tres días ya había abarrotado de onomatopeyas el lecho de mi vecino próximo al techo. Sin embargo, los artilleros continuaban infatigables en su laboriosa misión de sembrar de metralla cuanto nos rodeaba.

En realidad, la culpa no era de ellos, sino del comandante que había decidido situar la base Kutchbach en medio de un valle que conduce directamente a Pakistán. Los talibanes de la zona, y los que venían del vecino país, no podían reprimir la tentación y se abocaban obstinados a tratar de alcanzarnos con sus viejos e imprecisos cohetes soviéticos desde las laderas de las montañas que nos rodeaban. Éramos un pato de feria en toda regla. La estrategia de defensa de la 82 Aerotransportada consistía en lanzar periódicos disparos preventivos, que se sucedían con mayor velocidad cuando llegaba información de la llamada intel (inteligencia) sobre movimientos de insurgentes por la zona.

En alguna ocasión acompañé a los muchachos de la compañía Able en sus misiones para tratar de cazar a los talibanes en las montañas, pero la mayor parte de las noches las pasaba en la base. Para combatir el insomnio, además de sumar «bum, bum» a las tablas de madera, salía a jugar con los perros o a fumar bajo las redes diseñadas para impedir el impacto directo de los morteros. La luz roja en la cabeza, iluminando las piedras; el run run de los aire acondicionados; y esa detonación, anunciada siempre con un fire, que te hacía agacharte inconscientemente. Una honda sensación de soledad, de estar en el fin del mundo, en la luna. Si caía algún proyectil talibán, el gran acontecimiento de la mañana siguiente era acercarse a ver dónde había impactado.

Los niños de la guerra

Recuerdo la noche en que crucé la hilera de vehículos MRAP y las letrinas para hablar con los artilleros. Me sorprendieron muchas cosas: los pantalones cortos y las camisetas; la forma casual, casi despreocupada, en que lanzaban los morteros; pero sobretodo cuán jóvenes eran. Siempre supe que la guerra es una cuestión de niños que son enviados por sus mayores a matar y morir, pero creo que en esa noche de insomnio lo tuve más claro que nunca.

Desde entonces me he preguntado en más de una ocasión cómo será la existencia futura de esos chavales que pasan de la adolescencia a la edad adulta en conflictos armados. Supongo que dependerá tanto de lo que hayan vivido como de sus familias y educación. Uno de ellos me dijo con orgullo que su abuelo y su padre también habían estado en el ejército durante el mismo período de sus vidas. ¿Qué impacto social tiene esta realidad en países cuyos muchachos se han enfrentado generación tras generación a la guerra?

Más reflexiones sobre el asesinato de los periodistas de Reuters en Irak

En el libro “Guerra”, Gwynne Dyer muestra cómo se logra que un joven recluta, que se crió en una sociedad donde el asesinato es el más atroz de los crímenes, acepte la idea de matar y esté dispuesto a hacerlo sin vacilación ante las órdenes de sus superiores o por propia iniciativa.

Como tantas otras de decenas de millones de soldados que había aprendido desde la infancia que matar estaba mal y luego habían sido enviados a matar por su país estaba indefenso para desobedecer, ya que había caído en las manos de una institución tan poderosa y sutil que podía revertir rápidamente el adiestramiento moral de toda una vida.

Dyer describe la forma en que el Ejército acoge a los reclutas siendo adolescentes, los aparta del resto de la sociedad, los maltrata físicamente, les inculca un exacerbado sentimiento de pertenencia a un grupo y de lealtad a los compañeros, para alcanzar este objetivo.

Recoge testimonios en Parris Island, donde se entrenan los futuros marines. Esos muchachos que cantan al marchar: “Altamente motivados, verdaderamente dedicados, retozando, pisoteando, con sed de sangre, locos por matar, reclutas del Cuerpo de Marines de Estados Unidos, ¡SEÑOR!”.

Los seres humanos son bastante maleables, especialmente en su juventud, y en todo joven hay actitudes con las que el ejército puede trabajar: los valores y las posturas heredades –y recordadas de manera más o menos útil – de los guerreros tribales que alguna vez fueron el modelo a imitar de cualquier niño. El machismo anárquico del guerrero no es lo que los ejércitos modernos realmente necesitan en sus soldados, pero los provee de un prometedor material bruto para la transformación que deben llevar a cabo.

Esos mismos muchachos que llegan hoy al frente para descubrir que la guerra convencional, entre Ejércitos, es algo de tiempos pretéritos. Hoy las contiendas armadas tienen lugar en zonas urbanas, donde las fuerzas insurgentes se confunden con los civiles, donde la contención y las labores de inteligencia tienen mayor importancia que el poderío armado, dando más vigencia que nunca a la vieja máxima de Mao Zedong que sostiene que «la guerrilla se mueve entre la población local como pez en el agua».

Nuevos escenarios de guerra

Como ya vimos en este blog, recién el año pasado Robert Gates comenzó a reflejar esta transformación en el presupuesto de Defensa de los EEUU, poniendo fin a proyectos faraónicos como el caza F22 y el Future Combat System, para apostar por gastos orientados a la lucha contra grupos insurgentes. También hemos hecho referencia al proceso de reflexión iniciado hace seis años por el Comité Internacional de la Cruz Roja para adaptar el Derecho Humanitario, las leyes que deben regir la guerra y permiten juzgar a quienes las violan, ante los desafíos de las guerras asimétricas.

La pregunta que cabe hacerse es si el entrenamiento de los soldados ha variado. O, lo que es más difícil aún, ¿cómo hallan el equilibrio entre romper las barreras psicológicas y morales de los reclutas ante la posibilidad de terminar con la vida de otro ser humano, y la realidad que encuentran en Irak o en Afganistán, donde apenas llegan a enfrentarse abiertamente a los enemigos y lo que encuentran a diario, a todas horas, son hombres desarmados, mujeres, niños y ancianos?

En este blog hemos seguido de cerca los crímenes cometidos por militares de EEUU en Irak: las matanzas de Haditha y Hamdania, la violación y asesinato de la joven de 14 años Abeer Qasim Hamza. Se trataba en su mayoría de jóvenes soldados, algunos con antecedentes penales. Culpables, sin duda, como lo han demostrado los tribunales, del más vil desprecio hacia la vida ajena. Pero también cabe preguntarse hasta qué punto influenciados por el discurso plagado de mentiras, de pretendida confrontación global entre civilizaciones, latente de fanatismo, de la administración Bush.

Como en el caso de las torturas en Abu Ghraib o en Bagram, el mensaje de la cadena de mando ha tenido no poco ascendiente sobre estos crímenes, sobre esta incapacidad para no ver al otro, al iraquí y al afgano, como un todo, para discernir entre combatientes y civiles. Y así lo denuncian no pocos veteranos, que han vuelto a EEUU conmocionados ante lo presenciado en estas guerras.

El helicóptero Apache

Pero no debemos confundirnos con respecto a las imágenes del asesinato de los periodistas de Reuters en Bagdad que salieron a la luz el lunes. Las voces que escuchamos son las de los tripulantes de un helicóptero Apache. No se trata de soldados rasos, sino de hombres en cuyo entrenamiento se han gastado ingentes cantidades de dinero – en Gran Bretaña, la formación del piloto cuesta 4 millones de euros – pues es una de las máquinas más complejas, modernas y costosas que hay hoy en el terreno.

El helicóptero Apache lleva dos tripulantes. Tiene un valor por unidad de 60 millones de euros. Es capaz de terminar con 128 tanques enemigos en menos de 30 segundos, como lo hicieron ocho unidades en Irak. Cuenta con cámaras de vídeo que pueden amplificar hasta 127 veces un objeto, y leer así la matrícula de un coche a 4,2 kilómetros de distancia.

La inmoralidad del artillero que decide disparar contra un vehículo que se detiene a recoger al conductor de Reuters herido resulta aún más flagrante, si es correcto observarlo desde este punto de vista. Y que luego, cuando descubre que había dos menores en el interior de la camioneta, culpa a los padres por “haber llevado a los niños a la batalla”. «Así es», le responde el piloto.

¿Los llevaron a la guerra? Más bien se encuentra atrapados en la guerra. No forman parte de un todo. Son civiles desarmados que se acercan a ayudar a una persona en desgracia, que pretenden llevarla a un hospital. ¿Cómo no fue capaz de ver y comprender esta realidad un hombre cuyo entrenamiento ha costado tanto dinero, cuya seguridad no está en riesgo sino que observa la situación desde la distancia?

Esperemos que se lleve adelante la investigación anunciada ayer por el Ejército de EEUU, que se castigue a los culpables y se brinde cierto solaz a las víctimas, y que esto genere un proceso de reflexión fundamental para otro escenario, Afganistán, donde las muertes de inocentes por ataques aéreos han sido desde 2006 moneda corriente hasta llegar a poner en jaque a la propia campaña militar allí desplegada.

Robots en el campo de batalla (vídeo)

En este momento hay 12 mil robots en Afganistán e Irak entre los que se cuentan algunos ingenios armados como el SWORD, que lleva una ametralladora M249 y que es fabricado por la empresa PackBot.

Como ya hemos visto en este blog, algunos analistas sostienen que el Ejército de EEUU será mayoritariamente robótico en el año 2025. Bill Gates comparó recientemente el momento de desarrollo, próximo a un gran salto cualitativo, en el que se encuentran los robots, con la situación en la que estaban los ordenadores a principios de los años ochenta.

La compañía RoboteX Inc, con base en Palo Alto, California, produce algunos robots armados. El más promocionado es el Robot AH. Diseñado por Adam Gettings, lleva dos rifles Atchisson Auto Assault-12 (AA-12). El dueño de RoboteX, Terry Izumi, es un antiguo colaborador de empresas como Dreamworks o Disney.

En su página web señala que estos modelos han sido creados para «el reemplazo de tropas de infantería». Modelos de «bajo coste y alta utilidad» destinados al tan cacareado, y ahora mermado por decisión de Robert Gates, Future Combat System.

En su página de UTube, la empresa acaba de colgar un curioso vídeo en el que no sólo se ven sus actuales creaciones sino que muestran a través de animaciones propias y ajenas cómo esperan que sean y se comporten los robots del futuro.

El ingenio con forma humana que aparece en el minuto 1:49 del vídeo se mueve por un miserable barrios de chabolas sudafricano (como los que visitamos hace tres años). Parece ser la personificación – quizás un poco exagerada, aunque no por ello menos interesante para el debate – de lo que hace tiempo bautizamos en este blog como el «paradigma Gaza».

Los ecos del horror en el Sur de Líbano (vídeo)

Aunque hace dos meses que terminó la guerra entre Israel y Hezbolá, el sur de Líbano aún presenta un aspecto desolador. Hay pueblo enteros, como Bint Yebeil o Marjayoun, que no son más que una sucesión de ruinas, casas desmoronadas, aceras destruidas y coches quemados. En sus calles continúan latentes los ecos del horror de quienes perecieron bajo las bombas.

En los últimos años el número de civiles muertos en los enfrentamientos armados ha crecido exponencialmente. “Antes el 80% de las víctimas de los enfrentamientos eran militares y el 20% civiles. Hoy, el 80% de los muertos y heridos en los conflictos son no combatientes”, afirma el filósofo y arquitecto francés Paul Virilio.

La reciente contienda bélica en Líbano parece ser la cúspide de esta nueva forma de hacer la guerra en el siglo XXI, que no muestra respeto alguno por el bienestar y la seguridad de los inocentes, que ignora la Cuarta Convención de Ginebra, en lo que significa un verdadero retroceso moral y ético para la humanidad.

Reflejar la situación del sur de Líbano con fotografías, como suelo hacer, no resulta del todo eficiente. La cámara te obliga a centrarte en un objetivo. Y lo que vi allí fue una secuencia, que por momentos parecía interminable, de destrucción. Pasaban los minutos, el coche avanzaba, y las casas en ruinas no dejaban de aparecer, una tras otra.

Por eso he editado un pequeño vídeo con las herramientas de Windows de las imágenes que grabé allí. Creo que enseña mejor aquello de lo que fui testigo: