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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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El pino canario rebrota, pero no el pinar, y otras malas noticias que esconde el incendio de Tenerife

Un bombero trabaja por la noche en la extinción del incendio de Tenerife. Foto: Twitter

La gigantesca catástrofe humana, económica y ambiental provocada por el terrorífico incendio forestal de Tenerife, cerca de 10.000 hectáreas de bosque arrasadas en apenas cinco días por la criminal acción de un desalmado y todavía incontrolable cuando redacto este artículo, ha llenado los medios de comunicación y redes sociales de expertos y supuestos expertos que algunas veces son muy certeros en sus análisis y otras están estrepitosamente equivocados.

Con toda la humildad, pero también toda la experiencia de llevar 27 años viviendo y trabajando en temas ambientales en Canarias, quisiera aportar aquí algunos datos a tener en cuenta para entender hasta qué punto las llamas están destruyendo un frágil paraíso y lo difícil que supone tanto su extinción, como árdua y lenta será su recuperación.

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Esto es lo que se siente frente al nuevo volcán en erupción de Islandia

Boca del nuevo volcán islandés. Foto: Agencias

El periodismo es pura pasión por comunicar, contar aquello que miles de personas quieren conocer y que tú tienes la suerte de poder ver, contrastar y relatar. Fui a La Palma en noviembre de 2021 para sentir de cerca la furia de ese volcán maldito que tanto daño y dolor llevó a mi querida isla canaria. Y contarlo.

Acabo de llegar ahora de Islandia, también para conocer de cerca, de muy cerca, cómo es ese nuevo volcán de Fagradalsfjall, abierto en la ladera de la montaña Litli Hrutur, en la península de Keykjanes.

He podido estar a menos de un metro del río de lava que desciende lentamente por la colada dejada por la erupción de hace apenas tres años, escucharlo atentamente, olerlo, casi tocarlo. Lo confieso: ha sido alucinante.

En este vídeo que acabo de grabar y subir a mi canal de YouTube [¿ya te has suscrito?] explico qué se siente frente a tamaña enormidad de la naturaleza.

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La recomendación de los expertos: convierte tu casa o pueblo en un cortafuegos

Incendio forestal. Foto: Pixabay

La mejor lucha contra un incendio forestal es la prevención. Y no es un trabajo de los responsables forestales de las comunidades autónomas. Todos nosotros podemos, y debemos, ayudar a que el fuego no avance destruyendo vidas y haciendas. Empezando por convertir el entorno de nuestras casas, chalés, pueblos y urbanizaciones en cortafuegos que eviten el avance de las llamas.

Limpiar los caminos de acceso a las viviendas de campo o monte y mantener una distancia de separación con la vegetación de su alrededor son algunos consejos clave para reducir el riesgo de propagación de un posible incendio en verano. Así lo aconsejan los expertos del área de Fuego y Conducción de ILUNION, líderes en formación e ingeniería especializada en el ámbito de emergencias, protección, seguridad vial y planes de protección contra incendios.

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La Gomera, año 2 del terrible incendio forestal

 

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El 4 de agosto de 2012 se desataba un pavoroso incendio forestal en La Gomera que afectó al 11% de su superficie y obligó al desalojo de la cuarta parte de toda la población. El fuego fue intencionado. Varios terroristas ambientales llevaban todo el año empeñados en destruir la isla colombina y a punto estuvieron de lograrlo.  Las llamas destrozaron 4.100 hectáreas de terreno, calcinando viviendas, cultivos y ganado. Por suerte (por milagro) no hubo que lamentar víctimas humanas. 

El Parque Nacional de Garajonay se llevó la peor parte. El 20% de la mayor y mejor conservada reserva de laurisilva de Canarias, del mundo, quedó carbonizado. Miles de árboles con más de 1.000 años de edad ardieron como teas. La flora y fauna más amenazada recibió un durísimo castigo del que tardará varios siglos en poder a recuperarse.

Hace poco he regresado a La Gomera. Acompañado de Jacinto Leralta, excelente guía del Parque y mejor amigo, he caminado por esos lugares para mí tan queridos que ahora mismo me resultan irreconocibles. Han pasado dos años y la naturaleza, poco a poco, con fatiga inmensa, empieza recuperarse, pero los efectos del fuego son todavía terribles.

En algunos sitios tienes la impresión de que haya caído sobre el monte una bomba atómica. La tierra aparece calcinada, doblada por el fuego. Los viejos árboles son negros esqueletos retorcidos de carbón. Al pisar, los pies se hunden en una capa esponjosa de cenizas y levantan nubes grisáceas, emitiendo leves sonidos de infinita fatiga. En algunas laderas la lluvia ha arrastrado la capa fértil de tierra, esa acumulada durante siglos por el bosque, dejando al descubierto una tierra descarnada, roja como la carne despellejada de un cadáver, pedregosa, sin vida.

Imposible aguantar las lágrimas. Caminamos despacio, en silencio, con miedo a marchitar con nuestro paso cualquier pequeño brote de esperanza. El sol es aquí más terrible y duro que nunca, implacable. ¡Cómo se echa de menos el color verde, el mar de nubes!

Es ahora cuando afrontas la evidencia de que La Gomera no es un territorio septentrional, sino una isla situada casi enfrente del desierto del Sáhara, bendecida por unos vientos alisios a los que debe la dulzura de su envidiable clima; humedad que se encargan los árboles de ordeñar pacientemente, hoja por hoja, rama por rama, logrando que las nieblas no pasen de largo, que el agua se quede en la isla y fertilice sus campos.

Llegamos a un pequeño arroyo. Sorpresa: tiene agua. La alegría nos dura poco. Junto a la orilla descubrimos un esqueleto calcinado. Le falta la cabeza y parte de las extremidades. Durante unos minutos, pocos e interminables, sufrimos un ataque de pánico. ¿Será de una persona? Mando rápidamente las fotos a un amigo forense. Falsa alarma. Nos confirma que no es humano. Seguramente un pobre burro. Unas decenas de metros más allá encontramos a su cría, igualmente calcinada.

Fuego, muerte, erosión, desesperación. Vuelven las lágrimas.

Pero no todo son malas noticias. Para empezar, queda mucho parque, mucha maravilla sin tocar, anclada en el tiempo y el verdor, esperando nuestra visita. Un 80 % no sufrió el incendio. Y La Gomera sigue siendo el mejor lugar del mundo para ir de vacaciones.

De la zona afectada no todo sufrió con la misma intensidad. En algunos lugares el fuego fue menos intenso. En ellos el monte se recupera a una velocidad sorprendente. Allí nos reencontramos con la esperanza. Por todos lados se ven rebrotes de fayas, acebiños, viñátigos, laureles, brezos. Muchos superan ya los dos metros de altura.

Murieron los gigantes vegetales, pero sólo en apariencia, pues son seres eternos capaces de renacer de sus raíces una y mil veces. Ya lo hicieron antes y lo volverán a hacer las veces que haga falta, no les importa.

El problema es el ritmo. Lo hacen a la velocidad del bosque, una escala muy distinta de la humana. Por eso ninguno de nosotros veremos concluida esa resurrección.

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