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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Esto es lo que se siente frente al nuevo volcán en erupción de Islandia

Boca del nuevo volcán islandés. Foto: Agencias

El periodismo es pura pasión por comunicar, contar aquello que miles de personas quieren conocer y que tú tienes la suerte de poder ver, contrastar y relatar. Fui a La Palma en noviembre de 2021 para sentir de cerca la furia de ese volcán maldito que tanto daño y dolor llevó a mi querida isla canaria. Y contarlo.

Acabo de llegar ahora de Islandia, también para conocer de cerca, de muy cerca, cómo es ese nuevo volcán de Fagradalsfjall, abierto en la ladera de la montaña Litli Hrutur, en la península de Keykjanes.

He podido estar a menos de un metro del río de lava que desciende lentamente por la colada dejada por la erupción de hace apenas tres años, escucharlo atentamente, olerlo, casi tocarlo. Lo confieso: ha sido alucinante.

En este vídeo que acabo de grabar y subir a mi canal de YouTube [¿ya te has suscrito?] explico qué se siente frente a tamaña enormidad de la naturaleza.

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Vocabulario canario para entender el volcán de La Palma

Nuevo volcán de La Palma. Foto: Carlos de Saa / EFE

La explosión del nuevo volcán de La Palma, se llame de Cabeza de Vaca o de Cumbre Vieja o como al final se bautice, es una catástrofe mayúscula, de eso no hay duda. Lo de espectáculo de la naturaleza viene después, viéndolo desde la tranquilidad del sofá a miles de kilómetros de distancia. Pero no olvidemos que hay muchísimo sufrimiento detrás de esas imágenes tan bellas que nos hipnotizan.

Una vez más la naturaleza nos demuestra lo vulnerables que somos. Nos pone en nuestro sitio. Pero somos una especie social y estamos trabajando y colaborando todos juntos para que nadie se quede desamparado. La solidaridad es sin duda lo más grande del ser humano. Todo mi ánimo desde aquí para los palmeros. Lee el resto de la entrada »

Acorralado el vigía palmero de la autopista

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Viajemos hoy a La Palma, la Isla Bonita de Canarias, en busca de un árbol muy especial al que se le calculan 400 años. Según se sale del aeropuerto y se toma la autopista hacia la capital, Santa Cruz de La Palma, justo antes de pasar bajo el viaducto de desvío hacia Los Cancajos y El Socorro, muy pocos, prácticamente nadie, se fijan en la solitaria sabina canaria (Juniperus turbinata ssp. canariensis) que crece al borde de la carretera, en lo alto de una loma cortada a bisel por las máquinas de Obras Públicas para facilitar el trazado de la moderna vía de comunicación. Junto a ella, el talud abierto para permitir la construcción de una vivienda le ha acercado aún más al abismo. Y por detrás, una gran cantera se acerca inmisericorde hacia el árbol, devorando con mordiscos certeros la montaña de volcán.Sabina2-001

El vigía de la autopista está rodeado pero no se rinde. Valiente y altivo, sigue de pie en la cima, coronando un territorio cuya transformación es cada día más radical, profunda y vertiginosa. Se me antoja un faro verde oscuro, aparasolado, con la mirada fija en el horizonte, hacia un mar abierto por el que ha visto llegar las primeras naves cargadas de inmigrantes europeos dispuestos a tomar posesión de la isla, pertrechados con bueyes y arados para abrir cultivos en unos bosques virginales que ya nunca volvieron ser lo mismo, afanados por plantar cultivos americanos como la papa, el millo, el tomate o el tabaco, pero también mediterráneos como el trigo, la cebada o el viñedo.

Tiempos de abundancia a los que siguieron otros muchos de hambre. Barcos de vela y después a motor. Caminantes descalzos, recuas de mulas y burros, carretas, coches, camiones y bólidos con locos al volante. Todo lo ha visto siglo tras siglo este árbol, una realidad siempre cambiante, siempre anhelante.

Si nos acercamos a su tronco, seguro que todavía podemos oír el murmullo de los rebaños de cabras sesteando bajo su sombra, canturreados por el pastor, un hombre enjuto como este malpaís imposible donde su pedregosa superficie sólo deja crecer cornicabras, vinagreras y aromáticos inciensos, pero cierra el paso incluso a la dura tunera.

Este gran ejemplar de sabina crece sobre un estéril terreno de lavas sin apenas suelo, directamente sobre rocas a las que aprisiona con sus raíces. A su alrededor presenta una acumulación cuadrada de piedras a modo de pretil, levantada durante la construcción del muro de piedra que protege el talud bajo el que se edificó una casa. Cinco grandes ramas se abren como las varas de un paraguas a partir del escaso metro de altura de su fuste, aunque su aspecto resulta poco frondoso, seguramente por el crónico estrés hídrico que sufre. Y es que poca agua se puede extraer de un pedregal tan inmisericorde, aunque se lleve cientos de años intentándolo.

Pero por si carreteras, canteras, ganado, sequía y piedras fueran poco, el viento le azota de día y noche hasta haber logrado doblegar ligeramente su altiva figura, inclinándola hacia el sur. Aunque nada más. Nadie puede con esta sabina colosal, la última representante de un bosque esquilmado hace siglos, respetada por el hacha tan sólo en agradecimiento a su benéfica sombra.

Aquí el tiempo ni fluye ni se transforma, no corre para tratar de esquivar el mañana, ni se pierde tras el viento. Junto a la vieja sabina el tiempo no pasa, se queda. Bajo ella les propongo un ejercicio de concentración. Cierren los ojos, intenten imaginarse esos tiempos pretéritos de anhelos y pobrezas, y vuelvan a abrirlos mirando hacia el horizonte. Sólo el mar sigue siendo el mismo.

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