Contar la vihda en pastillas

Por Daniel Cortez Abreu (@doctokind)

“Todes se preocupan del tiempo(…) se han buscado categorías universales para explicarlo y medirlo, para darle palabras a esa experiencia. Yo tengo frascos, frascos que contienen pastillas, pastillas que contienen días. Treinta días transcurren antes de abrir otro frasco, no se trata de una categoría abstracta: el tiempo toca mi lengua, tiene sabor, se desliza por mi garganta y luego se disuelve en mi estomago, El tiempo es una realidad material. El tiempo nunca había tenido una forma más concreta

Palabras de Lucas Nuñez y Rodrigo Ortega en su obra Prospectos, expuesta en “Cero Positivo” de Mueganxs

 

Hace unas semanas comencé a contar las pastillas con mayor atención. No solamente a nivel numérico, sino también discursivo. Como muches, desde que me dieron el primer bote, he medido una parte de mi vida basándome en ellas. Es como tener un propio “antes y después de la era común”, pero mi comunidad temporal es otra. La última vez que conté con atención, cuantifiqué unas decenas de pastillas, las suficientes hasta que me toque recoger la próxima tanda de botes de medicación, que ni siquiera sé si tendré. Y aunque logre obtener los siguientes botes, con lo que se siente como el “beneplácito” del sistema, la ansiedad seguirá rasgando y haciéndome mella hasta la próxima cita. Entonces la vida y el tiempo se muestran como un ciclo, aunque sepamos que no lo son. El recordatorio es infalible: es el sistema el que siempre decidirá si puedo seguir manteniendo a raya el virus en sangre, si tengo cabida dentro de la tan celebrada cifra de personas con estatus virológico indetectable en el proyecto político del Estado español. Porque la indetectabilidad no es exclusivamente una posibilidad biológica y farmacológica: es una cuestión de clase social, de racialidad y migración, de género, de afectos y estigma. La indetectabilidad no es lo que me otorga validez y humanidad, y aún así muchos se centran en que nuestra vida gire en torno a ello sin ni siquiera garantizarnos las condiciones básicas, no solo para lograrla, sino también para mantenerla. No obstante, para muches estos ciclos son tan débiles que se rompen con la posibilidad de que en la próxima cita te toque la desafortunada lotería y la farmaceuta de turno en el hospital te diga “lo siento, el sistema no nos permite dispensarte otro bote más”.

Han pasado varias semanas desde que la Comunidad de Madrid anunció las medidas que institucionalmente excluyen a cientos de personas inmigrantes con VIH del sistema madrileño de salud. Desde entonces las pastillas como parámetro temporal tienen otra carga simbólica, tienen otro efecto en mi mente, en mi cuerpo, en nuestra lucha, en nuestra supervihvencia. El peso de las pastillas ahora es otro: ya no son exclusivamente una unidad de medida temporal, también se transforman en una magnitud de ansiedad y preocupación, su fuerza gravitatoria se expande. Ahora pesan diferente en mis manos, dentro de mí estomago y en mi mente. Si estas medidas son otra forma de la necropolítica, se me ocurre que transcurren en una dimensión temporal a la que, teoricamente, nadie es ajena: la farmacotemporalidad. Especialmente nuestros cuerpos con VIH saben vivir inmersos en ella.

Casi al mismo de que la situación en Madrid se agravara, Mueganxs —un colectivo mexicano que se define como una “red de vinculación creativa de la disidencia sexual y de género/antirracista”— anunciaba su expozición digital “Cero Positivo: infectar las narrativas, parasitar los espacios”. Esta experiencia, al alcance de un móvil inteligente, ha sido un sacudón que de virtual poco tiene: lo sentí hasta en la última célula. Escuchar, leer y observar el trabajo de compañeras como Camila Arce ha sido un reencuentro motivador, pero sobre todo he sentido cada palabra de Lucas Nuñez, narrada por la voz de Rodrigo Ortega, como si me tocaran. Su voz retumba y te inunda, así como inunda el espacio que se explora a través de la pantalla. A mi me tocó, además, una fibra especial que he tenido todas estas semanas sensible; Lucas y Rodrigo hablan sobre el tiempo medido en pastillas de antirretrovirales, una realidad material, no una categoría abstracta. Nuestra vida se mide en pastillas: las que te quedan para ver si puedes viajar, las que has guardado para pasar la noche fuera de casa, las que te has tomado desde el diagnostico, las que te sobraron del cambio de tratamiento, las que has consumido desde que se implementó una medida que marca y discrimina a miles de cuerpos, las que nos tomábamos mientras preferían no hablar de nosotres, o las que te saltas para ver si llegas a rendir el bote que no sabes si en la próxima cita del hospital vas a poder renovar.

Sin embargo, más allá de la magnitud temporal, de mi calculo burdo de más o menos cincuenta botes consumidos y apelando a la polisemia de la palabra “contar”, me pregunto por las historias que nuestras pastillas pueden relatar: ¿qué narrarían nuestros botes? No quiero quedarme solo con el afán de medir la vida en parámetros numéricos y colocarla en una línea cronológica, también quiero pensar en los discursos que transcurren con cada bote: ¿qué puedo contar de la vida que ha pasado mientras he ido gastando cada uno? ¿qué ha pasado mientras cada pastilla se diluye en mi organismo para mantener la indetectabilidad? ¿quiénes han llegado a mi vihda y que cuerpos ya no existen desde que abrí cada bote? ¿qué historias no habrán podido contar los cuerpos de quienes nunca tuvieron un bote entre las suyas? ¿cómo han sido mis relaciones, mis afectos, los cuidados y los errores cometidos al desechar cada bote? ¿Cómo serían las historias de todos los botes que un cuerpo con VIH, con sida, con estigma, bichoso, infectado y marcado, tienen para narrar? No tengo dudas de que estás preguntas no tienen respuesta simples y exclusivamente individuales. Sin embargo, la tasación de nuestra vida, en números, en la percepción etnocéntrica de un tiempo que “avanza” hacia lo mejor, mientras deja “atrás” a esos cuerpos otrerizados me hace pensar en la necesidad de rescatar la respuesta y la reflexión colectiva.

Pienso en mis respuestas y leo las de mis amigas mientras me retumban las palabras de Lucas y Rodrigo:

“(…) pienso en que llegará el día en que podré inundar mi pieza con ellos, podré hacer el camino al hospital con frascos, incluso podría construir el mismo hospital, armar sus pasillos y murallas.”

Finalmente, mientras me pregunto sobre las historias que cada persona que es excluida del sistema sanitario tiene para contar y como marca a todos los cuerpos que se ven afectados –directa o indirectamente– por la materialidad de estas medidas que se piensan ajenas e insensibles, caigo en la misma reflexión a la que siempre volvemos muches y con la que concluyen Rodrigo y Lucas en su obra: “me pregunto cuantos frascos tendré que tomar antes de ver una cura…”.

Agradecimientos. Gracias a Lucas Nuñez por permitirme usar su texto como medio de reflexión y sanación. Puedes escuchar, ver y apreciar la obra de Lucas, Rodrigo Ortega, Camila Arce, Saúl de León y otres maravilloses artistas en “Cero Positivo: infectar las narrativas, parasitar los espacios” en el perfil de Mueganxs, disponible en el siguiente enlace: http://mueganxs.com/cero.html 

 

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