Resiliencia. Capítulo 18: Yo jamás te haría daño

Cuando dos personas se encuentran pueden pasar varias cosas: todo o nada.

Y después está esta historia.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión
Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión
Capítulo 5: Colisión
Capítulo 6: 30 segundos después de la colisión
Capítulo 7: No solo los aviones vuelan
Capítulo 8: Cuesta abajo y sin frenos
Capítulo 9: Todo contigo
Capítulo 10: Lo que te mereces
Capítulo 11: No deberían hacerte llorar
Capítulo 12: Jugando las cartas
Capítulo 13: Hacer sangre
Capítulo 14: Madrid me mata
Capítulo 15: Tú tienes la culpa
Capítulo 16: Hemos terminado
Capítulo 17: No me gusta para ti

Capítulo 18: Yo jamás te haría daño

Después de llevar unos minutos esperando apoyado en una de las columnas de la puerta de la facultad de Mia, Andrés esperaba que el examen de la chica no se demorara mucho. Quería aprovechar al máximo el poco tiempo que pudiera estar con ella antes de volver al almacén. Distraído pasó su mirada por la masa de futuros periodistas y publicistas que se arremolinaban bajo una nube de humo. Una silueta conocida salió del montón y se dirigió a él furibunda. El chico reconoció a Inés y, sin darle tiempo a saludarla, ella le increpó.

-¿Qué estás haciendo aquí?- Inés respiraba agitadamente pero Andrés no dejó que eso le amilanara.

-He venido a buscar a mi novia- respondió con seguridad.

-Ya no es tu novia. Ayer lo dejasteis. Me llamó para contármelo todo -Andrés frunció el ceño preguntándose hasta dónde alcanzaba aquel todo.-. No paráis de discutir, no funcionáis y que lo mejor es que cada uno por su lado, algo de lo que me alegro profundamente. ¡Sí! ¡Por fin puedo decirlo! Porque no haces otra cosa que volverla infeliz.

-Lamento decepcionarte pero después de eso tuvimos una conversación madura y lo arreglamos como los adultos que somos.- Inés le miró incrédula sin poder creérselo.

-Eso no es posible… Ella estaba segura… Algo has hecho para que vuelva contigo y me juego lo que quieras. Pero no te vas a salir con la tuya Andrés…

El chico, que llevaba un rato tratando de contenerse, no aguantó más y agarró a la chica del brazo.

-Te voy a decir una cosa. No tienes ni idea de lo que hay entre Mia y yo. Y si tú o cualquier persona se mete por medio, acabará mal –el chico miró a ambos lados y bajó la voz-. Si me entero de que tratas de comerle la cabeza a Mia para que rompa conmigo o haga algo estúpido, le harás compañía a Fer en la cama de al lado –Seguidamente la soltó-. Y ahora sonríe, que viene Mia.

-¡Inés! Perdona, se me olvidó decirte que Andrés y yo lo habíamos solucionado. ¿Te quieres venir a tomar algo con nosotros?- Inés alzó la mirada hacia su amiga. Las ojeras que le acompañaban desde que había empezado a salir con Andrés estaban ocultas bajo unas bolsas hinchadas. Inés conocía de sobra a su amiga como para saber que solo se le ponían así los ojos después de una noche en vela.

-No, gracias. Creo que iré a casa a seguir estudiando para los exámenes.- dijo la chica. Y, tras despedirse de la pareja, emprendió el camino al metro.

Desde el episodio del suicidio, Mia estaba peor que nunca. Andrés casi podía sentir como el día a día de la chica se basaba en tratar de mantener el equilibrio entre una vida normal y una crisis nerviosa. No le gustaba verla así, pero sabía que era la única forma de que su novia se comportara. La sensación de control que tenía sobre ella le tranquilizaba.

Puede que pasaran la mayor parte de las horas del día separados, pero él sabía lo que hacía su novia en cada momento. Bastaba con que le dijera que quería una prueba para que la chica le mandara ubicaciones, fotos y notas de audio. Nada más escudriñarlas minuciosamente y quedarse tranquilo, Andrés las borraba. Pero cuando llegó el final de la semana, su calma basada en la vigilancia digital de su novia se tambaleó.

Mia tenía la última práctica del curso en los estudios de la facultad y la chica le había avisado de que estaría dos horas sin cobertura, algo que en la mente de Andrés se traducía a “totalmente ilocalizable”. El chico durmió intranquilo. No había manera de que ella pudiera demostrarle al momento que iba a encontrarse ahí, por lo que, para su tranquilidad, decidió que recurriría a la observación directa.

Nada más llegar al almacén fingió un dolor de estómago y unas náuseas lo suficientemente convincentes como para que Sanz le diera el día libre temeroso de que pudiera echar a perder algún pedido. Andrés voló con el coche hacia la facultad de su novia y se dirigió al mostrador de información para averiguar dónde se encontraban los alumnos de su clase.

La bedel, para sorpresa de Andrés, le facilitó esa información sin pedirle una acreditación. Bastó con hacerle la pregunta para que la mujer le indicara el estudio en el que estaban. Mientras bajaba hacia los platós no pudo evitar pensar en lo inseguro que era el sistema. ¿Y si él hubiera sido un loco armado con una venganza personal en mente? Suerte tenían de que se encontrara tan cuerdo.

Para no ser visto, se metió en uno de los recovecos del pasillo, donde podía ver perfectamente la puerta del aula. Esperó hasta que los alumnos empezaron a salir. El estómago se le encogió cuando no reconoció a su novia entre ellos.

Dirigió automáticamente la mano a su bolsillo y sacó el móvil para llamarla. Un mensaje que avisaba sobre que el móvil estaba apagado o fuera de cobertura, saltó al instante. Encolerizado, buscó la aplicación de rastreo que se había descargado en el teléfono y en el de Mia para recibir su ubicación cada dos minutos. La última dirección en la que aparecía la chica era aquella, por lo que no podía haber salido de la facultad.

Estaba a punto de recorrer cada clase con tal de encontrar a su novia cuando la puerta del estudio se abrió una vez más. Mia salió hablando con un chico despreocupada. Andrés vio como se alejaban y, activando la cámara, les sacó una foto.

Sin perderles de vista, les siguió por la facultad a una distancia considerable pulsando continuamente el disparador del teléfono. Entre tantos universitarios, Andrés se sentía abrigado, era casi imposible que Mia llegara a descubrirle. Por fin les vio entrar a la cafetería, donde se apresuraron a compartir una mesa doble.

Las paredes acristaladas le facilitaron mucho la tarea a la hora de poder sacarles fotos. Su novia reía sin parar y cogía al chico del brazo en numerosas ocasiones durante la conversación. Tras un rato hablando, buscó algo en su bolso. Andrés vio como encendía el móvil y fruncía el ceño al ver su llamada. Se excuso de su amigo y abandonó la mesa en busca de un lugar más tranquilo para devolverle la llamada a su novio. La llamada apareció al segundo en su pantalla. Andrés colgó y apagó el teléfono mientras se alejaba de la cafetería en busca de la salida. Mia tendría que explicarle muchas cosas cuando fuera a buscarla al trabajo esa noche.

Aprovechando que Raúl había cogido las vacaciones, Andrés disponía del piso para él durante varias semanas, por lo que decidió llevar a Mia aquella noche a dormir con él ya que la chica no tenía que madrugar al día siguiente.

Cuando llegaron, Andrés la invitó a esperarle en el salón mientras iba a buscar algo a su cuarto. Al rato volvió y plantó las imágenes sacadas a papel de las fotos que había hecho de Mia y el chico aquella mañana.

-¿Qué es esto?- preguntó mientras soltaba las fotos en la mesa. La chica, incrédula, las cogió para mirarlas una a una.

-¿Has encargado que me sigan?- dijo Mia con un hilo de voz.

-Esa no es mi pregunta- dijo Andrés con calma mientras seguía observándola.-. Te he preguntado que qué es esto. ¿Me vas a contestar?

Mia se incorporó mientras soltaba las fotos con enfado dejando que se desperdigaran por la mesa.

-¿Sabes qué es esto? ¡Esto es nuestra ruptura!-seguidamente trató de avanzar pero Andrés la lanzó con violencia contra el sofá.

-Te he preguntado que qué es esto.- Andrés se inclinó con todo su peso contra ella impidiéndole salir. Mia empezó a revolverse.

-¡No es nada, solo es un compañero!- la chica trataba de zafarse pero la fuerza de Andrés le hacía imposible moverse. –Suéltame por favor.

-No me creo que sea solo un compañero. ¿Vas a decirme la verdad de una vez?- La chica empezó a llorar con impotencia.

-Te estoy diciendo que solo es un compañero de clase. Se te está yendo la olla, estás viendo cosas donde no las hay.

Andrés la cogió del cuello con una mano mientras se ponía en pie. Los ojos de la chica parecían a punto de salirse de sus órbitas. La incorporó sin soltarla hasta poner su cara a la altura de la suya. Mia, incapaz de respirar, boqueaba tratando de suplicar.

-Mientes, zorra.- El chico la soltó contra el suelo con la mala suerte de que Mia se golpeó con la mesa en la cabeza y perdió el conocimiento.

La sangre se congeló en las venas de Andrés. Con cuidado se agachó y presionó el cuello de la chica. Notó como su pulso latía con fuerza y se tranquilizó.

Cuando al rato Mia se despertó, Andrés la había tumbado en su cama y le aplicaba hielo en el bulto que le había salido en la cabeza del golpe.

La chica, nada más abrir los ojos y encontrar a Andrés a su lado se apartó contra la pared, tratando de alejarse de él lo más posible.

-Aléjate de mí.

-¿Qué te pasa, Mia? ¿Por qué reaccionas así?

La chica, sin creerse las palabras de su novio empezó a llorar.

-Me has agarrado del cuello y me has tirado contra el suelo.-dijo mientras sorbía con fuerza los mocos.

-¿¿Que he hecho qué??- Andrés puso su mejor cara de preocupación y le acarició la frente.- No amor mío, nada de eso. Hemos discutido por las fotos y cuando tratabas de marcharte te has tropezado con la alfombra y te has caído. Seguro que eso ha sido una pesadilla Mia, estabas mascullando un montón de cosas ininteligibles cuando seguías inconsciente. Yo jamás te haría daño. No sé ni cómo se te pasa por la cabeza. Te quiero demasiado.

Vio cómo la chica se derrumbaba emitiendo profundos sollozos. Aprovechó su confusión para acercarse a ella. Mia no rehuyó el contacto. Andrés sospechaba que la chica estaba tan débil emocionalmente que en ese momento se aferraba más a lo que quería que hubiera pasado que a lo que había sucedido en realidad. Andrés dejó que se acurrucara entre sus brazos y la meció con ternura.

-No te preocupes, amor, todo está bien. Ven aquí, deja que te abrace. Te quiero. No pasa nada. Te quiero.

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