Dicen que la adolescencia es la etapa en que uno deja de hacer preguntas y empieza a dudar de las respuestas

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La vecina del dedete

«¡No te imaginas lo que hemos visto esta tarde desde la ventana!». Lo dijo tan alterado que pensé en un fenómeno sobrenatural, un burro volando o cualquier otra barbaridad semejante. Pero lo que realmente habían visto mi hijo pequeño y sus amigos era mucho más mundano. Me lo explicó enseguida: «La vecina de enfrente se estaba haciendo un dedete».

-¿Un dedete?, pregunté sorprendida.

Su movimiento de rotación con un solo dedo y sus gemidos me lo dejaron claro enseguida.

-Sí, mamá, estaba en el sofá de su casa viendo la tele en albornoz y pasándoselo genial ella solita.

Acabábamos de llegar al edificio. Yo sólo conocía a dos vecinas bastante mayores -una de ellas, precisamente la del famoso dedete-. Lo más curioso del caso es que, aunque en nuestro primer encuentro me había parecido muy gruñona, a partir de entonces se mostró encantadora: «Qué simpáticos tus hijos, siempre me saludan por la ventana». Quienes la saludaron, como podréis imaginar, fueron los ocho o nueve adolescentes, chicos y chicas, con las hormonas totalmente revolucionadas, que estaban ese día en casa y que acudieron, uno tras otro, a la ventana para ver lo que ocurría enfrente.

A ninguno de ellos se le ha olvidado la escena. De hecho, cada vez que vienen a casa preguntan, entre risas, por la vecina del dedete o se asoman a la ventana del pasillo a ver si pueden volver a disfrutar del espectáculo. Aunque desde entonces los visillos están siempre echados.

Potter les ha durado tres días

Mis hijos no parecían tener muchas ganas de leer el último libro de Harry Potter. Ya expliqué aquí hace algo más de un mes que estaba segura de que acabarían leyéndolo. Como han demostrado tantas veces, donde decían «digo» han terminado diciendo «diego».

Así que ya han leído el libro, y lo han hecho a la velocidad del rayo. La última aventura del mago les ha durado solamente tres días. Se lo regalaron el viernes y no lo han soltado desde entonces. Cuando uno se cansaba de leer, o se dormía, lo cogía el otro.

Además de devorar páginas como locos también se han peleado sin parar por el preciado tesoro.

-Mamá, dile que me lo deje. ¡Él lo tiene desde ayer!

-Si, pero el sábado no me dejó ni acercarme. Él se leyó más de doscientas páginas y yo ni una.

-Eso es mentira, lo cogiste cuando me fui a la calle y luego lo dejaste porque empezaba el partido.

-¿Así que yo no puedo coger el libro y tú si te puedes poner mis vaqueros? Que no te los vuelva a ver puestos. Mamáaa, ¡dile algo!

Más que dos adolescentes parecían dos niños pequeños peleándose por un juguete nuevo. El que iba más adelantado en la lectura no dejaba de picar al otro: «Ya verás cuando sepas qué pasa con la capa invisible…» o «Ya sé los verdaderos motivos de la muerte de Dumbledore, ¡vas a flipar!». Han flipado los dos hasta el último capítulo, y yo al verles disfrutar tanto con un libro, algo que no ocurría desde… la anterior entrega de Potter.

Ojalá cogieran con la misma ilusión las lecturas obligadas de clase. Pero me temo que Tormento, el libro de Galdós que tiene el pequeño aún sin tocar en la mesa de estudio, no le va a emocionar tanto.

¿Tampoco te vas de viaje esta Semana Santa?

En estos días previos a las minivacaciones semanasanteras todo el mundo está preocupado por los planes de los demás. Que si unos amigos se han ido ya a Galicia, que si otro planea ir a esquiar a Andorra y un amigo de otros amigos irá al apartamento familiar en una playa malagueña… ¿Este año no os vais de viaje? pregunta alguien en cualquier momento o situación, en el trabajo, a la puerta del instituto o tomando un café en el bar.

¿Tú tampoco te vas de viaje?, acaba de repetir alguien a mi lado. Es curioso que todos hagan la pregunta en negativo. Supongo que se habrán encontrado con varias negativas previas.

Mi hijo pequeño es de los que no se van de viaje. Se queda con su padre, y rodeado de un montón de amigos que tampoco viajan estos días. Su hermano y yo sí nos vamos. Iremos a ver al resto de la familia y tenemos que hacer más de 500 kilómetros para llegar hasta allí, aunque eso no sea un viaje para la mayoría.

«Me refiero a si no te vas por ahí con tus hijos, no con la familia«, me han dicho ya unas cuantas personas en los últimos días. Pues no, este año no toca. Estoy de vacas flacas. El euribor, entre otros gastos, está acabando con mis pequeños lujos. Y, por lo que veo a mi alrededor, no soy la única.

Y tú, ¿tampoco te vas de viaje esta Semana Santa?

La imagen es de Kukuxumusu

Ali G y otras gansadas


Ay, que me da / ¿A ti te da? / A mi me pone / Me está poniendo / Está viniendo / Iker Casillas / ¡Qué maravilla! / ¡Toma pastilla!

He escuchado este estribillo más de cien veces en las últimas semanas. Y sigo sin encontrarle la gracia. Es de una canción de Ali G en una película doblada por Gomaespuma que mi hijo pequeño canta y canta sin parar. Puedes escucharla al final del vídeo.

A él le encanta compartir conmigo todo lo que le divierte. Y a mi me gusta que lo haga. Pero, sinceramente, me cuesta disfrutar de esas películas y esas canciones que le hacen tanta gracia y con las que me machaca día y noche.

Ya he contado aquí que no soporto sus temazos a todo trapo. No sé si es peor escuchar su música a todo volumen, con origen en un solo punto de la casa, o que te persiga por todas las habitaciones con el mismo soniquete rapero.

Temazos a todo trapo

«Mamá, escucha este temazoooo». Antes de llegar a su cuarto ya he tenido que taparme los oídos, porque el temazo en cuestión, un chunda-chunda insoportable, suena a todo volumen.

-¿No te gusta?, es la caña

Cuanto más niego con la cabeza más alto lo ponen.

Tengo una guerra particular con su adorada música bakala, hardcore o house -para mi todas suenan igual- con esos temazos a todo trapo en plan discoteca, porque parece que no se pueden escuchar a un volumen normal, y que aliñan a menudo con una exhibición de baile a dúo. Puedes escuchar alguno en los vídeos de abajo. Y recuerda poner el volumen al máximo.

Me taladran el cerebro pero intento no quejarme demasiado. Me vienen a la cabeza las amenazas de mi madre cuando alguno de mis hermanos, o yo misma, poníamos música a todo volumen; o cuando mi padre directamente desconectaba el radiocasete y se lo llevaba a otra habitación (cosas que me había jurado no repetir cuando tuviera hijos). Pero a veces soy incapaz de resistirme. No puedo con algunos de sus temazos maquineros, me provocan un dolor de cabeza realmente insoportable.

A menudo, más que de mi madre, me acuerdo de Sabina cuando cantaba aquello de «No sopor, no sopor… no soporto el rap«. Ni el rap, ni el hip hop. Por mucho que se empeñan en explicármelo tampoco capto la diferencia entre uno y otro. Debe ser que pongo poco interés.

A todos les dejan… menos a mi

Esta frase es uno de los grandes argumentos de mi hijo pequeño para intentar convencerme de que le deje hacer algo. La utiliza para pedir cualquier cosa: quedarse por ahí hasta más tarde, ir a dormir a casa de un amigo, a la casa del pueblo de los padres de no sé quién, a la fiesta que organizan los amigos del campamento y, últimamente, para que le deje ir al viaje de fin de curso que ya están planificando.

Es agotador. No se cansa nunca de repetir lo mismo. «Es que les dejan a todos, te lo juro, llama si quieres a sus padres…», insiste una y otra vez pese a que ya le he explicado mil veces, o más, que no va a conseguir nada insistiendo, que no voy a llamar a nadie para comprobarlo y que hará las cosas cuando pueda o deba hacerlas, no antes.

Entonces pasa a la táctica de compararse con su hermano: «A él a mi edad ya le dejabais salir hasta más tarde», «Él podía dormir con sus amigos siempre que quería, pregúntale, ya verás», «Él hacía esto, él hacía lo otro…».

También le he explicado hasta la saciedad que todas las situaciones no son comparables, y que, además, no sirve acordarse de lo que su hermano hacía en tal o cual curso cuando uno nació a primeros de año y otro a finales y la diferencia es de casi un año… Pero le da igual, sigue en sus trece y vuelve a insistir. Creo que alguna vez utilicé esas mismas frases a su edad, pero no recuerdo haberme puesto nunca tan pesada.

Botellón en el armario


-¿Qué hace este Cumbres de Gredos en tu armario?, grito alarmada al ver un tetrabrick debajo de un par de camisetas arrugadas

Al levantarlas descubro que, además de arrugadas, están llenas de manchas de vino.

-¡No solo bebes a escondidas, sino que eres un absoluto desastre con tus cosas!, sigo gritando enfadada.

-A mi no me mires, mío no es.

-Ah, claro, lo habrá dejado tu hermano, por eso está en tu armario…

Una historia de viernes que terminó con dos adolescentes en casa, con una película en DVD y unas palomitas en lugar del botellón de calimocho.

Un libro para no olvidar

Leí hace poco El niño con el pijama de rayas, del irlandés John Boyne. Con este libro me pasaba lo mismo que a Regina ExLibris, yo también me resistía a leerlo. La primera vez que lo tuve entre manos lo descarté por su aspecto, entre cuento y libro de autoayuda del tipo ¿Quién se ha llevado mi queso? Supongo que su diseño está perfectamente estudiado para simular lo que no es.

No quiero desvelar la trama para los que todavía no lo hayais leído -la editorial tampoco lo hace en la contraportada del libro, como es habitual, para que el lector vaya descubriendo lo que ocurre al mismo tiempo que el protagonista-, así que sólo voy a decir que la historia empieza cuando Bruno, un niño alemán de 9 años, se muda con su familia a una nueva casa.

La novela, que se lee de un tirón, me pareció una buena forma de contar unos hechos históricos atroces. Pensé que mis hijos tenían que leerlo y se lo pasé. Uno ya lo ha terminado, y el otro está en ello.

Lo que más les gusta a ellos es precisamente que un episodio tan trágico, que han estudiado en clase de historia y sobre el que han visto algunas películas, esté contado a través de los ingenuos ojos de un niño. Libros para no olvidar como éste, como El diario de Ana Frank, o como las películas La vida es bella o la más reciente Las trece rosas deberían ser materia de estudio en clase de historia junto a los libros de texto. Igual que nos hemos acostumbrado a que lo sea el Quijote, La Celestina o las Rimas de Bécquer en Literatura, o más recientemente El mundo de Sofía en las clases de Filosofía.

Tengo la agenda llena

Memoria completa. Eso me ha dicho el móvil cuando he intentado grabar un nuevo número en la agenda. Tengo la agenda llena, no puede ser, no tengo tantos amigos, ¿será el móvil que empieza a fallar? ¿O realmente he llenado este aparato de decenas de teléfonos? Empezando por la A y terminando por la Z compruebo que tengo montones de números que realmente no son míos, sino de mis hijos. Más de la mitad de la agenda. Un montón de móviles de sus amigos, los teléfonos fijos de esos mismos amigos, móviles de madres y padres de esos amigos, de un amigo o un hermano de uno de esos amigos…

¿Por qué tengo todos esos números? Porque continuamente recibo llamadas perdidas de mis hijos desde cualquier teléfono desconocido. «Estoy sin batería», «Me he dejado el móvil en casa»… me explican cuando devuelvo la llamada a sus dos perdidas, la señal pactada para saber que son ellos sin que les cueste dinero a sus amigos. Así que, poco a poco, he ido grabando todos esos teléfonos.

Muchas veces, cuando no localizaba a alguno de los dos, he agradecido tener esa amplia agenda para terminar encontrándolos en una u otra casa, o en la puerta del instituto con los colegas. Igual que algunos padres y madres han localizado a sus hijos llamando a mi móvil. A algunos ni les he visto la cara pero ya parecemos viejos amigos: ¿Qué tal? ¿está por allí mi hijo? y a continuación una petición de que lo mande para su casa. Después, cada mochuelo a su olivo y fin de la historia… fin temporal, claro, porque la historia se suele repetir cada pocas semanas.

Así que no me atrevo a borrar ninguno de esos números. Voy a ver si paso a una agenda tradicional a algunos de mis viejos amigos, a estos otros no puedo ni quiero perderlos de vista.

El juego que da Youtube

Los vídeos de Youtube se han convertido en una de sus aficiones favoritas. Los que más les divierten van de boca en boca entre sus amigos a velocidad de vértigo. Ya sean de monólogos de Buenafuente o Piedrahíta, cuentachistes o tomas falsas. Cuando llegué ayer a casa estaban muertos de risa con un viejo programa de debate, moderado por Sánchez Dragó, en el que salía Fernando Arrabal borracho. Yo lo había visto en alguna ocasión hace tiempo, pero parece que Youtube lo ha vuelto a poner de actualidad. Ellos ni sabían quién es Arrabal ni les importa, pero no podían dejar de reirse: «Ahora, ahora, mira, si no puede hablar, se va a caer… Y lo repite, jajaja, ¡qué fuerte!«.

Lo curioso del asunto son las distintas versiones sobre los vídeos. Con el de Arrabal la cosa no queda ahí: está la versión remix, con los mejores momentos repetidos hasta la saciedad, con la que casi lloran de la risa. No paraban de darle una y otra vez al play.

También hay un video del programa Sé lo que hicisteis… de La Sexta o la versión Be water my friend del anuncio de Bruce Lee, que también les arrancó alguna que otra carcajada:

¿Sueles ver vídeos de Youtube o de otras páginas? ¿cuáles son los que más te divierten?