Dicen que la adolescencia es la etapa en que uno deja de hacer preguntas y empieza a dudar de las respuestas

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«Las pibas sois muy raras»


-Has vuelto con tu novia, ¿no? Me alegro, tío.

-Creo que sí, pero no sé. Cuando una piba dice que sí puede ser que sí o que no.

-Sí, es como decir tal vez, déjame que me lo piense, depende de cómo tenga el día…

Ésta conversación entre dos amigos de mis hijos en mi presenc¡a terminó generando, horas después, un debate en mi casa sobre ese gran clásico chicos/chicas.

«Cuando un colega te dice que sí es que sí, de eso no hay duda, pero las pibas sois muy raras», decía uno.

«Nunca se sabe por dónde vais a salir. No hay quien os entienda», apostillaba el otro.

La cosa empezó así y terminó con una retahíla de chistes machistas: «¿Qué hace una mujer con un tractor? Sembrar el pánico» o «¿Cuál es la última botella que abre una mujer en una fiesta? La de Fairy», cada uno de ellos jaleado con más risotadas que el anterior.

Cuando se ponen así, disfrutando de la situación de dos contra una, no les soporto. Y tengo ganas de cualquier cosa menos de discutir. Hace un rato ha llegado uno de ellos recordándome uno de los chistes de ayer, y ha empezado a reirse con más ganas si cabe. ¿Se les pasará algún día? ¿o la guerra de los sexos sólo acaba de empezar?

Fútbol, fútbol y más fútbol


Torrés, Torrés, Fernando Torres Liverpool’s number nine, ná ná, ná ná….

Este estribillo resuena en mi cabeza desde hace días. Da igual que esté concentrada ante el ordenador, en la ducha o en una terracita tomando unas cañas. Tampoco importa que de fondo suene otra cosa: la cancioncilla consigue hacerse un hueco en mis pensamientos, empiezo a tararearla mentalmente y no logro quitármela de encima. Una compañera me ha dicho que incluso muevo la cabeza a izquierda y derecha sin darme cuenta (y sin la música).

Mi hijo empezó a canturrearlo hace días, supongo que coincidiendo con la victoria de la selección y con el gol del niño Torres, uno de sus ídolos. Y se ha ido animando. Ahora no se conforma con cantarme la canción enterita varias veces al día sino que cada vez que me acerco a su cuarto pone el vídeo de Youtube a todo volumen con la versión rotulada del temazo futbolero en plan karaoke.

Parece que le ha sabido a poco la victoria en la Eurocopa, la juerga interminable de esa noche, las celebraciones de los días siguientes, los programas de radio y televisión (de deportes, de actualidad, de corazón…) con mil y un detalles de los jugadores de la selección, sus fichajes, sus novias… ¡Qué tortura!

Más dinero para las vacaciones

«Esto, mamá, una cosa…» Cuando uno de mis hijos empieza así una frase ya sé que me va a pedir algo que le importa de verdad. Efectivamente, la continuación fue más o menos así: «Ya sé que hay crisis, que me disteis pasta para todos los días del viaje, pero no contaba con todos los taxis que hay que coger, está todo muy caro… y voy a necesitar un poco más de dinero».

La petición llegó anoche por vía telefónica. Ya se había informado de cómo podía hacerle llegar el dinero -casi todos se habían quedado sin fondos, me dijo, y dos o tres padres ya habían vuelto a llenar los bolsillos de sus respectivos hijos- pero le dije que no pensaba darle ni un euro más.

Cuando salió para Mallorca quedó claro que el dinero que llevaba tenía que durarle toda la semana. Tenía suficiente para sus gastos, para ir a bares y discotecas, comer algo por ahí pese a que tenía hotel con pensión completa…

Él sabía que tenía que racionar lo que llevaba y parece que no ha sabido hacerlo, aunque anoche aún le quedaba en el bolsillo lo suficiente para pasar dos días sin derroches. Así que no tendrá más remedio que apretarse el cinturón. Como todos.

Google que todo lo sabe

-¿Se atrevieron?

-Osaron

¿Curvas?

-Eses.

-¿Nadar río arriba?

-Ni idea, ¿cuántas letras tiene?

A mi hijo pequeño le ha dado por los crucigramas. Todos los días coge algún periódico para hacerlo. Y dos segundos después empieza a lanzar preguntas al aire en busca de respuesta de su hermano o mía.

Le hacemos caso un rato, pero a la cuarta o quinta pregunta uno de los dos acaba diciéndole que lo haga él solito.

Eso creía que estaba haciendo desde la semana pasada, pero ayer descubrí que había encontrado otro método: las búsquedas en Google.

No podía creerlo cuando le vi, con el crucigrama, el ratón y el boli, tecleando y rellenando huecos en el papel casi al mismo tiempo.

-Eso no vale, así cualquiera…

-¿Cómo que no vale?, me habéis dicho que me buscara la vida y eso he hecho. Tú siempre dices que Google lo sabe todo…

Es cierto, a veces no sé cómo podíamos vivir sin él, pero nunca se me hubiera ocurrido utilizarlo para resolver un crucigrama.

C-Walk, el baile de moda

-¿Tu hijo también baila el siwok?

-¿El qué?, pregunté sorprendida

-El siwok, me pareció volver a entenderle a mi amiga.

-No he oído hablar de eso en mi vida.

-Se escribe C-Walk. Mi hermano Guille está todo el día bailándolo en la cocina y tiene a mi padre más que harto.

Mi amiga no tiene hijos, pero entiende perfectamente la desesperación de su padre, que ya pasa de los 60 y ni entiende lo que baila su hijo ni tiene intención alguna de hacerlo. Aunque el chaval es un artista con los pies, su padre preferiría que dedicase a estudiar todas esas horas que pasa moviéndose de un lado a otro.

En cuanto llegué a casa les pregunté a mis hijos por el C-Walk. El baile en cuestión, del que ellos tampoco habían oído hablar, se llama realmente Clown Walk (aunque casi todo el mundo lo conoce por C-Walk), se suele bailar con música hip hop y consiste en abrir y cerrar los pies hacia izquierda y derecha, como si se deslizaran, con movimientos que recuerdan a los de un clown. Es algo así como ver a Michael Jackson bailando rap.

El nuevo baile de moda causa sensación en los institutos, en algunas discotecas y en Internet, con vídeos que incluso enseñan a practicar paso a paso. ¿Qué te parece el C-Walk? ¿habías oído hablar de él? ¿has visto a muchos chavales bailándolo?

El primer gran festival para ellos

He ido con mis hijos a conciertos de Estopa en un pabellón deportivo y dos teatros -uno de ellos al aire libre-, he visto cómo se desgañitaban coreando las canciones del Canto del Loco mientras el grupo daba un concierto sobre un autobús descubierto por el centro de Madrid. También les he llevado, o han ido solos, a conciertos en parques, plazas de toros, campos de fútbol o recintos al aire libre.

Pero muchas veces se han quedado con las ganas de ver a sus cantantes o grupos preferidos por el simple hecho de que los menores tienen prohibida la entrada a los locales en los que se sirve alcohol, y eso incluye todas las discotecas y muchos de los grandes recintos deportivos en los que se programan conciertos.

Y digo hasta ahora, porque por fin a alguien se le ha ocurrido la idea de crear un festival para adolescentes. Se llama U18 (Under Eighteen, menos de 18) y se celebrará en Madrid el 10 de julio con grupos como Despistaos, Pignoise o Simple Plan, desde las cinco de la tarde hasta las once de la noche. Eso sí, en un recinto libre de alcohol y tabaco.

Espero que la iniciativa se amplíe a un montón de salas y de ciudades, y a todos los estilos de música. No sé cómo los programadores de conciertos no habían caído todavía en la cuenta del gran mercado que tienen con los adolescentes.

Quiero una moto

«Quiero una moto, mamá ¿cuándo me la compras?» Llevo tres o cuatro años escuchando la misma petición. De hecho, ninguno de los dos tenía edad para conducir una cuando empezaron a pedirla. Y ahora que ya han rebasado ese límite siguen insistiendo cada poco tiempo, mucho más ahora que se acerca el verano.

La cosa ya suena a chiste. Cada vez que saben que saben que voy a negarles algo lo comparan con la moto:

«Esos pantalones no los tendrás nunca, ya sabes, como la moto», le dice uno al otro.

«Pero si no son caros, ni peligrosos», se queja el otro entre risas mientras los dos aprovechan para calificarme de miedosa, sobreprotectora, tacaña o cualquier otra lindeza similar.

Otras veces utilizan la táctica del todos menos yo: «Casi todos mis colegas tienen una», «La puerta del instituto está llena de motos y ninguna es mía», «A Jorge (o Álex, Sofía o Jaime, el nombre da igual) le van a comprar una este verano»… Ante mi insistente negativa han comenzado a contraatacar con su voluntad de pagarla: «¿Y si trabajo este verano y pago una parte me dejarías?».

Estoy un poco aburrida del tema. Aunque mi experiencia me dice que van a seguir pidiendo una moto hasta el fin de los tiempos. ¿Y tú? ¿tienes moto? ¿a qué edad tuviste la primera? ¿dejarías a tus hijos adolescentes conducir una?

La imagen pertenece a la película Diarios de motocicleta.

Si no estás en YouTube no eres nadie

Uno de los entretenimientos favoritos de mis hijos consiste en ver vídeos de YouTube. El más gamberro, el más divertido, el más friki… La oferta es enorme y no parece cansarles. Basta que un amigo hable de uno por el messenger para que corra de pantalla en pantalla entre todo su círculo. Ayer les encontré riéndose con éste:

Cuando me acerqué a ver lo que les provocaba tantas carcajadas se sorprendieron de que no conociese a Edgar -por lo visto toda una estrella en la Red, y ahora también en la tele-. De hecho, ya les había escuchado decir a menudo en las últimas semanas «¡Pinche pendejo, wey!», sin entender de qué iba el asunto.

Lo curioso del caso es que se trata de la enésima versión de un vídeo protagonizado por un chaval mexicano, el tal Edgar, al que un primo suyo hace caer al agua mientras cruza un riachuelo, al tiempo que un segundo primo (el mismo que se encargó de subirlo después a la página de YouTube) graba la secuencia.

En fin, una caída provocada, con premeditación y alevosía, como tantas del tipo Vídeos de primera, que gracias a Internet ha terminado convirtiendo a la víctima en una estrella mediática.

El chaval, que ha llegado a agradecer a sus primos lo que le hicieron «porque le han hecho ser famoso», está en la Red en versión original, en una trabajada versión animada, y también en plan Mario Bros, Star Wars o los Caballeros del Zodiaco… ¿Alguien da más? Desde luego, los hay con ingenio y mucho tiempo libre para explotar los cinco o diez minutos de gloria que dura el vídeo del famosillo de turno.

Esta visto que si no estás en YouTube no eres nadie, aunque sólo llegues a conseguir una gloria efímera.

¿Cómo podías vivir sin móvil?

«No sé cómo podíais vivir sin móvil», dice de repente mi hijo durante una conversación con un grupo de amigos míos.

-Pues vivíamos sin móvil, sin Play, sin ordenador e, incluso, sin tele en color, aunque te parezca mentira, le explica uno.

-¡Venga, ya! No flipes, responde él.

-Lo digo en serio. Tendría más o menos tu edad cuando llegó a casa la primera tele en color.

-Poco antes de que tu nacieras sólo había dos cadenas de televisión, y en mi pueblo sólo veíamos una, interviene otra amiga.

Ésta vez tuve ayuda, pero a veces me siento absolutamente incomprendida, me miran como si acabara de salir de la caverna mientras les explico cosas que a cualquier adulto nos parece que pasaron anteayer. Lo cierto es que muchas de ellas ocurrieron hace ya 15 o 20 años o, lo que es lo mismo, toda su vida. Una vida que ellos han pasado rodeados de aparatos que en mi infancia ni siquiera existían.

Todavía me acuerdo del día en que el mayor, con 8 o 9 años, me preguntó dónde estaban las teclas de un teléfono de rueda con el que no sabía cómo marcar. Aunque no les ocurre sólo con la tecnología. Un buen día te preguntan quién era Naranjito, o si es cierto que Enrique Iglesias es hijo de «un cantante» (del que ni siquiera sabían el nombre), y otro te sorprenden preguntando cómo hacíamos los trabajos de clase antes de que existiera el rincón del vago o cómo nos bajábamos la música antes de que hubiera Mp3. Lo entendieron antes de que llegara este anuncio de Coca-Cola que recuerda aquellos tiempos, con sus cintas de casete incluidas.

La lista es larga. Todos los avances de los ochenta y noventa a ellos les parecen cosa de la prehistoria y me hacen sentir como una abuela contando batallitas.

Ahora que lo pienso, parece que fue ayer cuando me daba vergüenza ir hablando por la calle, y ahora creo que no podría vivir sin móvil.

De fin de curso… a Mallorca

Ya está en marcha el viaje de fin de curso, ese que mi hijo pequeño lleva esperando desde que comenzaron las clases en septiembre, o tal vez antes. Han sido meses de rifas, venta de papeletas, fiestas y competiciones deportivas para conseguir fondos. Meses de planes, de visitas a agencias de viajes, de conversaciones con los que ya han estado. Una vez descontado lo que han logrado recaudar y con el viaje ya reservado -a la espera de las notas finales-, todos sus planes giran en torno a Mallorca. Y eso que aún quedan dos meses para ir.

Ya sé que ni la catedral ni el casco antiguo de Palma van a ser el centro de atención de ese viaje. Él sólo piensa en playas y discotecas, en disfrutar de esa gran aventura con los amigos, salir de noche y dormir de día, conocer a un montón de tías buenas, ligar todo lo que pueda…

En los últimos días no deja de hablar de la marcha, el ambientazo y las discotecas mallorquines -esas cosas que corren de boca en boca entre los que ya han estado en la isla antes que él-. Su hermano, que ya hizo un viaje similar, es uno de los que no dejan de calentar el ambiente. Y claro, con tanta juerga, tanta gogó, tanto DJ y tantas suecas en la cabeza no piensa en otra cosa que en las cálidas noches mallorquinas. De hecho, anoche le escuché mientras hablaba en pleno sueño del Tito’s, una conocida discoteca de Palma.

Sólo espero que a ninguno del grupo le de la vena exhibicionista como al estudiante holandés al que se le ocurrió mostrar su pene ante el Taj Mahal mientras un amigo grababa la escena. Ya se sabe que en grupo son todos más divertidos, más gamberros y más gallitos que nadie, y por un minuto de gloria en YouTube algunos son capaces de casi cualquier cosa.