Dicen que la adolescencia es la etapa en que uno deja de hacer preguntas y empieza a dudar de las respuestas

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Tengo la agenda llena

Memoria completa. Eso me ha dicho el móvil cuando he intentado grabar un nuevo número en la agenda. Tengo la agenda llena, no puede ser, no tengo tantos amigos, ¿será el móvil que empieza a fallar? ¿O realmente he llenado este aparato de decenas de teléfonos? Empezando por la A y terminando por la Z compruebo que tengo montones de números que realmente no son míos, sino de mis hijos. Más de la mitad de la agenda. Un montón de móviles de sus amigos, los teléfonos fijos de esos mismos amigos, móviles de madres y padres de esos amigos, de un amigo o un hermano de uno de esos amigos…

¿Por qué tengo todos esos números? Porque continuamente recibo llamadas perdidas de mis hijos desde cualquier teléfono desconocido. «Estoy sin batería», «Me he dejado el móvil en casa»… me explican cuando devuelvo la llamada a sus dos perdidas, la señal pactada para saber que son ellos sin que les cueste dinero a sus amigos. Así que, poco a poco, he ido grabando todos esos teléfonos.

Muchas veces, cuando no localizaba a alguno de los dos, he agradecido tener esa amplia agenda para terminar encontrándolos en una u otra casa, o en la puerta del instituto con los colegas. Igual que algunos padres y madres han localizado a sus hijos llamando a mi móvil. A algunos ni les he visto la cara pero ya parecemos viejos amigos: ¿Qué tal? ¿está por allí mi hijo? y a continuación una petición de que lo mande para su casa. Después, cada mochuelo a su olivo y fin de la historia… fin temporal, claro, porque la historia se suele repetir cada pocas semanas.

Así que no me atrevo a borrar ninguno de esos números. Voy a ver si paso a una agenda tradicional a algunos de mis viejos amigos, a estos otros no puedo ni quiero perderlos de vista.