La crónica verde La crónica verde

Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Fiestas de sangre y salvajismo

Esta mañana, al alba, tras una horrible agonía, volvió a morir un inocente en Coria (Cáceres).

Una masa enardecida lo persiguió incansable por las calles del casco histórico durante toda la noche, lanzándole miles de dardos que se clavaron como dolorosas agujas sobre su negra piel. Finalmente un valiente se le encaró, descerrajándole entre gritos de entusiasmo un tiro de escopeta en la cabeza. No fue su final. Sedientos de sangre y brutalidad, los más jóvenes se lanzaron con navajas para lograr el trofeo más preciado: arrancarle los testículos.

Esta madrugada, a las 3,30 horas, otro inocente será torturado y muerto en las calles de Coria. Los niños caurienses no se perderán el espectáculo, pues tan salvaje tradición se apoya en una bellísima leyenda medieval de la que todos se sienten orgullosos. Dicen que antes lo hacían con un joven, al que sólo le daban dos cuchillos como única defensa para esquivar a la muerte. Pero un año le tocó en suerte al hijo de una rica dama, quien cambió a su primogénito por un toro. Desde entonces, los cornúpetos pagan con su sangre el mantenimiento de la vieja tradición.

El año pasado se recogieron 60.000 firmas que pedían la abolición de esta salvajada. Protesta inútil. Las autoridades lo justifican aduciendo que es una “atávica lucha” de gran interés turístico y cultural.

Está claro. Nos gusta la sangre. Disfrutamos con el dolor ajeno. Nos hace sentir más primarios, más auténticos.

A lo largo de todo el verano que ahora comienza nos divertiremos como siempre lo hicimos, en plan bestia, torturando toros, persiguiéndolos, golpeándolos, maltratándolos en encierros, plazas, calles. El Toro de la Vega de Tordesillas, los toros de fuego o embolados, los ensogados, los «toros al mar», las vaquillas,…

Si no pesaran tanto los toros los tiraríamos desde lo alto de la torre del pueblo, sólo para ver cómo se parten la crisma contra el suelo. Es la fiesta nacional. Nuestra vergüenza nacional.

Hierba mágica para un día mágico

En el Concejo de Cangas de Narcea (Asturias) existe una pequeña vaguada conocida como la «Güerta Caniellas», donde abunda toda suerte de plantas medicinales.

Cuenta la leyenda que tras la batalla de Covadonga, un brujo moro perdió aquí en su huida una bolsa llena de semillas mágicas, entre ellas la yerba cabrera. Una planta que, como explicó un casi centenario Vicente González al investigador Jesús Suárez en Folgueraxú, la llevan escondida bajo la lengua los pájaros carpinteros, pues gracias a su poder pueden agujerear sin esfuerzo incluso el hierro.

Esta planta «canta» el día de san Juan en las montañas, así que el martes 24 de junio tendrán la oportunidad única de poder encontrarla. El premio no es baladí, pues como todo el mundo sabe, dota a su poseedor de una fuerza física sobrehumana.

¿No se lo creen? Pues sepan que ése era el secreto del famoso Pataquín de Zarréu. Una especie de Obélix asturiano, «un hombrín rebajuelo, gordete», según la descripción del señor Vicente, responsable de haber llevado a hombros un inmenso mojón de piedra de dos toneladas de peso hacia el interior de la vecina provincia de León. Gracias a esta hazaña, Asturias ganó una gran extensión de territorio leonés con el nuevo deslinde.

De esa planta que disuelve el hierro y la piedra han hablado muchos, desde Plinio, Demócrito o Teofastro hasta Cervantes, los indios mapuches y los incas. El mismísimo Che Guevara, en un viaje a Perú, recogió la leyenda indígena que explicaba el uso de esta hierba de los pájaros carpinteros en la construcción de fortalezas ciclópeas como Machu Pichu «pues ablandaba las piedras como arcilla». En el otro extremo del mundo también se habló de una sustancia mágica muy parecida, el shamir, fundamental para levantar el grandioso templo de Salomón.

Así es la tradición oral. Un riquísimo fondo de historias cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. Nuestra cultura más auténtica. La razón rechaza este mundo fantástico, pero qué quieren que les diga, a veces también es bello soñar.

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Si quieren saber algo más sobre el tema, les recomiendo la lectura del espléndido artículo escrito por Jesús Suárez, investigador del Muséu del Pueblu d’Asturies (Gijón), titulado La yerba cabrera de Asturias, las piedras «reblandecidas» de los incas y el templo de Salomón. Desgraciadamente no puede consultarse en Internet.

Está publicado por el Real Instituto de Estudios Asturianos, en un volumen editado en 2006 (páginas 209-242) y dedicado a las conferencias sobre etnografía y folklore asturiano pronunciadas en esa institución entre 2003 y 2005.

La siesta está en peligro

Una empresa textil valenciana ha diseñado una sábana bajera anti-estrés que libera la electricidad estática y favorece el descanso. Dicen que mejora la calidad del sueño. Me recordó a la famosa pulsera magnética. ¿Se acuerdan de ella? Al final de los años ochenta se vendieron más de seis millones de unidades pues sus imanes supuestamente nos liberarían de enfermedades y tensiones. Hoy todas están en el fondo del cajón.

Pelotas flexibles, aparatos masajeadores, mascarillas, cremas, música, luces, sillones, drogas,… Todo vale con tal de reducir nuestra tensión diaria. Y sin embargo, aquí en España tenemos el mejor sistema antiestrés conocido: la siesta.

Pero mientras nuestro invento más internacional sigue triunfando en el mundo nosotros lo vamos arrinconando, empujados por un vertiginoso sistema de vida que, ahora que lo abrazamos, está empezando a ser abandonado por sus primeros promotores. Si pinchamos en Google aparecen 11 millones de entradas con la palabra “siesta”, y si vamos a las oficinas de Google nos encontraremos con cabinas especiales para poder echarla sus trabajadores. Sin embargo en España cada vez son menos los que pueden practicarla, incluso ahora que los calores tanto animan a ella. ¿La razón? No está bien visto dormirse en el trabajo.

Yo me declaro defensor a ultranza de la cultura de la tranquilidad, de este tipo de vida tan nuestro que los anglosajones, precisamente quienes con sus malas influencias nos lo han ido arrebatando poco a poco, lo defienden ahora bajo el pomposo nombre de «Movimiento slow«. Desacelerar nuestra vida, comer con tranquilidad, vivir en ciudades tranquilas, sin agovios, sin estrés… y con siesta.

Siesta viene de hora sexta, la división del tiempo diurno mantenida por los romanos y que indicaba el medio día. Su práctica aumenta nuestro rendimiento laboral, reduce el riesgo de infartos y el de estresados. Tan saludable reposo tras el almuerzo lo habíamos convertido en ley, pero últimamente lo hemos derogado. Ya no comemos en casa, seguimos trabajando hasta muy tarde y no hay forma de encontrar un lugar donde echar una cabezadita reparadora.

La siesta está en peligro de extinción en nuestro país. ¿Lo vamos a permitir?

En la imagen, cabinas de siesta o “nap pod” instaladas en las oficinas de Google en California. Qué quieren que les diga, yo prefiero la fresca sombra de un árbol.

Llega el pájaro más cuco

¿Has escuchado ya el cuco? En Cáceres, en Castellón y en Almería están de enhorabuena. Porque allí ya se les oye. Y como Pilar Cano me contó una vez en Irus de Mena (Burgos), si el primer día en que canta el cuco llevas algunas monedas en el bolsillo no te faltará dinero en todo el año. Porque estamos en “abril, abriluco, el mes del cuco”, una de las pocas aves que prosperan en la Naturaleza sin tener que gastar energías en criar y proteger a su prole.

El proceso es bien conocido. Las hembras ponen siempre sus huevos en nidos de otras especies, tras imitar los del infortunado huésped. Cuando el joven cuco nace, ciego y prácticamente inválido, sus primeras fuerzas las dedica a tirar fuera al resto de huevos y pollos, gracias a una depresión en forma de cuchara de su espalda que le facilita el cruel lanzamiento. Huérfano por convicción, sus padres adoptivos a la fuerza no tienen más remedio que criarlo. Una tarea titánica, pues casi siempre el voraz pollo es mucho más grande que sus fatigados progenitores de alquiler.

Mientras tanto sus padres naturales, a los que nunca conoció, se vuelven a África en julio. Las crías no lo harán hasta agosto o septiembre, solas y por la noche. ¿Qué grandioso instinto les enseña el camino hacia esos remotos lugares al sur del Sáhara? Y otra duda ¿Cómo se reconocen al regresar como seres de la misma especie, cuando sus únicas referencias visuales desde el nacimiento fueron sus padres adoptivos? Misterios de la Naturaleza, siempre tan dura y siempre tan bella.

Así que ya lo saben. Cuando estos días salgan al campo lleven unas monedas en los bolsillos por si oyen al popular pájaro. Y si están en edad de merecer, pregúntenle enseguida:

“Cuco, cuclillo, rabo de escoba, ¿cuántos años faltan para mi boda?”

Tantas veces cante, tantos años quedarán. Dicen los abuelos que nunca falla.

Aunque otros se saben una variante mucho menos benéfica:

Cuco, cuclillo, rabo de perro, ¿cuántos años faltan para mi entierro?

Pero sinceramente, ésta segunda cancioncilla no se la recomiendo a nadie.






Sal al campo, ha llegado la primavera

Dice la voz popular que “en marzo, marzadas: aire frío y granizadas” ¿También tú estás sufriendo en estas vacaciones las incómodas marzadas? Porque si te toca padecer frío recuerda: “Cuando el tiempo muda, la cabra estornuda”. Claro que si estás disfrutando de buen tiempo, aunque sea en momentos puntuales, podrás beneficiarte del salutífero sol marzal, a quien el refranero compara con tener el médico en casa, pues asegura pone fin a gripes y catarros invernales.

Por cierto, que aunque en muchos sitios no lo parezca, te recuerdo que hoy inauguramos la primavera de 2008. Exactamente a las 6 horas y 48 minutos de hoy jueves 20 de marzo (hora peninsular española). Para muchos comenzó ayer, día de San José, por eso de que “el esposo de María hace la noche igual al día”. Pero el paso a la feliz estación lo marca el equinoccio vernal, inicio del año zodiacal de la mano de Aries, y este año colofón de una tempranísima Semana Santa.

Tiempo por lo tanto de muerte y resurrección, de renovación vital. Por eso nos regalamos huevos de Pascua, símbolo de esa vida que está a punto de nacer con la llegada del buen tiempo.

Nuestras queridas aves migratorias son sus abanderadas. ¿Has escuchado ya el cuco? ¿Has visto a las golondrinas entrando en los nidos? En el proyecto Spring Alive puedes ayudar a seguir su viaje por Europa. Sal al campo y busca a los pájaros recién llegados, alterados con el comienzo de la nidificación, la ocupación de nuevos territorios, la búsqueda de pareja. No sólo trae buena suerte verlos. Nos alegran el espíritu. Porque ya es primavera.

Las culebras maman a las mujeres

Las primeras víboras y culebras están despertando de su letargo invernal. Con ellas vuelven los miedos atávicos del hombre hacia el animal más odiado de la creación, el símbolo del Maligno, la ofidiofobia.

Nunca pensé que pudieran existir tantas historias fabulosas sobre culebras hasta que, junto con los investigadores José Manuel Pedrosa y Elías Rubio, no me puse a rastrear sobre el tema en la rica tradición oral burgalesa. En nuestro último volumen de Tentenublo presentamos decenas de ellas, pero sin duda la más popular es la supuesta pericia de los ofidios para mamar a las mujeres.

Irene Chicote era una menuda señora felizmente centenaria de Palacios de la Sierra cuando me lo contó casi como en un susurro, aún temerosa por el siniestro poder de estos animales a los que aborrecía. Me habló de la mujer del molinero,

“que tenía una criatura, y la madre pues se quedaba dormida [con ella en la cama]. Y que iba la culebra y le mamaba la teta. Y dice que el rabo le ponía al niño, pa que lo chupara y no llorara”.

Tienen un mamar muy suave, tanto que «algunas vacas lo prefieren al de sus terneros y las buscan por los prados», afirman los pasiegos de Las Machorras.

La historia no es nueva. En un capitel de la iglesia románica de Teza dos serpientes maman los pechos de una mujer. Tiene 900 años, pero con seguridad su escultor también sabía de esta diabólica afición láctea. Como Camilio José Cela, quien en su novela Mazurca para dos muertos (1984) señala:

«Dicen que Roquiño es así porque a su madre, por las noches, cuando lo estaba criando, le mamaba las tetas una culebra y el pobre pasó mucha necesidad; no digo que no pero a mí me parece que ya vino parvo al mundo, eso se les suele notar en la mirada».

En Silos recuerdan todavía a la infortunada Godina, quien sólo tras peregrinar allí logró expulsar a una gigantesca culebra, alojada en su estómago durante nueve meses tras quedarse un día dormida en el campo con la boca abierta. En Vizcaínos dicen que cuando va a llover las culebras se ponen a cantar. Y en Vivar aseguran que no existen, o que están como dormidas, pues el Cid Campeador las maldijo.

Menos mal que han llegado ya las águilas culebreras de África. Nos ayudarán a controlarlas. Y esto sí que no es una fábula.

¿Conoces más historias sobre culebras? Cuéntanoslas, son todas fascinantes.

Las loberas también están en peligro

La apertura de una cantera en Mondariz (Pontevedra) amenaza con destruir una de las loberas más antiguas y mejor conservadas de Galicia, junto con el virginal espacio natural sobre el que se asienta. Conocido como el foxo de Chan da Anduriña, ya se menciona su existencia en documentos de 1664. Pero para algunos ese tesoro etnográfico tan sólo son montones de lajas, iguales a las toneladas de piedras que se pretenden machacar diariamente en esas terribles minas a cielo abierto.

No contentos con querer aniquilar al lobo, también queremos acabar con el recuerdo de nuestro odio atávico al animal, con las estructuras diseñadas para cazarlos cuando de verdad sus ataques a los rebaños podían sumir en el hambre más espantoso a todo un pueblo.

¿Puede una trampa para lobos convertirse en monumento histórico artístico?

Sin duda. Aunque no sirva ya para utilizarla contra el pobre cánido salvaje, es una importante reliquia arqueológica nacida de esa secular lucha encarnizada entre el hombre y el lobo iniciada con el nacimiento de la ganadería en el Neolítico, hace por lo tanto más de 10.000 años.

Olvidadas, arrumbadas, vencidas por los rifles, aún quedan vestigios de antiguas loberas en Burgos (10) y Álava (2), además de otras no cuantificadas en Galicia y Asturias donde se denominan caleyos, chorcos o pozobales, en Zamora llamadas cortellos, y conocidas en León por calechos.

“Al lobo hermano, con lanza en la mano”, asegura el refrán. ¿Cómo funcionaban estas trampas? Eran muy sencillas. Se trataba de cercados de piedra abiertos en amplias uves cuyo vértice terminaba en un profundo foso. Hasta allí se les dirigía empujados por batidas de decenas de ruidosos vecinos al grito de ¡Al lobo! Caídos en el agujero, indefensos, resultaba fácil acabar con ellos. En las norteñas Merindades burgalesas contaban además con cabañuelas, pequeños escondrijos donde esperaban ocultos los ejecutores, antes los ballesteros, después las escopetas. El regreso al pueblo con el cadáver del lobo cobrado se convertía en toda una fiesta.

Sólo la lobera del Monte Santiago (Burgos) ha tenido suerte. Colgada sobre el espectacular abismo por el que cae en cascada el río Nervión, en medio de un hayedo sobrecogedor, ha sido magníficamente restaurada. Situada en un espacio protegido, su único peligro será convertirse en única.

Es el triste destino de la mayor parte de nuestra arquitectura popular, de molinos, batanes, hornos, ferrerías, chozos. Arreglamos los menos como descontextualizadas atracciones de feria y nos olvidamos del resto, que poco a poco se van cayendo, los vamos tirando, o abrimos canteras en sus entrañas.

Lobera de Monte Santiago (Burgos), restaurada como elemento singular del espacio protegido, donde una escultura de un pastor azuzando a otra de un lobo recrea el uso tradicional que durante siglos se dio a estas originales trampas en todo el norte peninsular. Al fondo se abre el foso, y hacia allí se dirige el asustado animal.

Un alpinista español encuentra huellas del Yeti en el Himalaya

El experto alpinista español José Ramón Bacelar logró en noviembre de 2006 ser el primer occidental en atravesar a pie el Alto Dolpo-Mustang, en la cordillera del Himalaya. Pero más extraordinario aún que esta proeza deportiva en tan desolado paisaje fue lo que encontró en una ladera cubierta por las nieves perpetuas, a 5.700 metros de altura: las huellas del Yeti.

Bacelar dará hoy una conferencia en Madrid [Librería Desnivel. Plaza Matute, 6; miércoles 23 de enero a las 19:00 horas] precisamente sobre este asombroso descubrimiento. El objetivo de su proyección es provocar el interés por el Yeti, “a través de las enseñanzas y las reflexiones de una cultura a la que no ha llegado buena parte de nuestra tecnología, y quizá por ello, por no haberse forjado en la dependencia de lo moderno, todavía pueden soñar, y temer, imágenes que nosotros hemos descartado, dándolas por irreales”.

No me queda claro si José Ramón es de los que cree en la existencia de este homínido misterioso o de los que disfruta con toda la mitología tradicional creada durante seguramente milenios a su alrededor.

De hecho, la fotografía ha circulado estos días por los correos de importantes zoólogos y la opinión más común es que las huellas pertenecen a algún oso.

Muchas son las explicaciones dadas sobre la falsedad de la existencia del Abominable Hombre de las Nieves. Las huellas encontradas por otros exploradores corresponderían a un nativo del Himalaya, descalzo y resistente al frío, con alguna deformación congénita o adquirida en los dedos de los pies, según unas versiones, o a una especie de oso de hábitos nocturnos, o quizá a un mono langur.

Sobre este mito propio del Nepal y el Tíbet, la Sociedad Española de Criptozología ofrece en su página una profusa y desmitificadora información cuya consulta es absolutamente recomendable para todo interesado en el tema. Personalmente yo me decanto por la teoría del úrsido envuelta en una maravillosa maraña de leyendas, pues parece imposible que un mono pueda llegar a tan remotos rincones carentes de comida, y mucho menos un homínido. ¿Y tú qué piensas? ¿Crees que existe el Yeti?

Realidad o ficción, lo cierto es que las fotos de José Ramón Bacelar son todo un misterio por desvelar.


¿Tienen alma los animales?

En 1990, el Papa Juan Pablo II asombró al mundo proclamando que “los animales poseen un alma y los seres humanos deben amar y sentirse solidarios con nuestros hermanos menores”. Aseguró incluso que todos los animales son “fruto de la acción creadora del Espíritu Santo y merecen respeto” pues están “tan cerca de Dios como lo están los humanos”. Muchos todavía no se han repuesto de la conmoción provocada por sus palabras, quizá porque han descubierto que frente a tantos desalmados con dos patas, nuestros amigos supuestamente irracionales son mucho más caritativos y sensibles.

El caso es que en la Iglesia católica hoy es el día grande de los animales, la fiesta de San Antón, la de su tradicional bendición anual dedicada por igual a ganados y mascotas. ¿Lo hacen los curas porque tienen alma?

Perros, gatos, canarios, y hasta caballos y vacas, serán solemnemente asperjados con agua bendita por los sacerdotes como unos cristianos más. Y no sólo en el templo de la madrileña calle de Hortaleza, la más famosa para los siempre ombliguistas medios de comunicación nacional. La fiesta se celebra en prácticamente todas las localidades de España y en muchas de Sudamérica. En la mayoría suele ser habitual el reparto de los famosos “panecillos de San Antón”, guardados luego con supersticiosa devoción en las casas pues según unos protegen a nuestros animales de las enfermedades, y según otros dan trabajo a quien no lo tiene.

Capítulo especial merece el barrio burgalés de Gamonal, donde en lugar de panecillos, desde hace 500 años se reparten más de 15.000 raciones de titos, una humilde legumbre, mitad garbanzo, mitad lenteja, por cuyo benéfico consumo no habrá tortas al medio día de hoy pero sí muchos empujones.

Y es que tiene mucho de mágico el rústico santurrón egipcio, amigo de los cerdos y del monacato. Esta noche la festividad se ha celebrado con grandes hogueras en decenas de localidades españolas, fuegos que intentan alejar los todavía intensos fríos invernales. En Mallorca (Muro) se baila alrededor de ellas para espantar al demonio, en Ávila (San Bartolomé de Pinares) y Castellón (Lucena del Cid) las saltan a caballo, en Teruel (Estercuel) las encienden los Encamisados y en Jaén las cantan melechones. Las espectaculares luminarias son, además de atávico rito, recuerdo de la especialización medieval de los monjes antonianos en la curación del terrible “fuego de San Antón” (culebrilla), enfermedad provocada por el cornezuelo del centeno; un mal que muchas veces terminaba con la amputación del miembro afectado para luego dejarlo colgado de los muros del monasterio, como hacían en Castrojeriz (Burgos), a la vera del Camino de Santiago.

¿Irás hoy a la bendición de las mascotas? Al margen de creencias, aunque sólo sea por mantener tan antiquísima costumbre, yo intentaré ir. Y quién sabe, quizá me acabe convenciendo de que las malas personas también tienen alma como nuestros queridos animales.

Al borde de la depresión postvacacional… y el frigorífico apestando

Hoy me solidarizo con mis queridos árboles y, aunque por razones muy diferentes, también moriré de estrés. Acabo de regresar de las vacaciones navideñas y la luz se había ido de casa hace dos semanas. Cuando hemos entrado el frigorífico ha salido corriendo por el pasillo, dejando tras de sí un pestilente rastro de olor a muerto.

Hacia mediados de noviembre, una semana antes del famoso Día de Acción de Gracias, los norteamericanos celebran el National Clean Out Your Refrigerator Day, o sea, el Día Anual de la Limpieza del Frigorífico. Dicen que es la única manera de guardar dentro el gran pavo al que les obliga la vieja tradición gastronómica. Y de acordarse de limpiar el electrodoméstico al menos una vez al año.

Los españoles somos menos disciplinados pero creo que más propensos a descongelar la nevera varias veces al año para tan higiénica costumbre, que al mismo tiempo reduce considerablemente el consumo eléctrico al retirar el hielo acumulado en su interior.

En mi caso, he pasado cuatro horas entre arcadas y estropajos, intentando inútilmente arrancar de la nevera la nauseabunda pestilencia. Lo he probado todo (jabón, bicarbonato, vinagre, limón) pero sin éxito. Si algún lector me puede dar un consejo para acabar con el hedor sin necesidad de tirar el frigorífico le quedaré eternamente agradecido.

Limpieza, maletas, montaje imposible de juguetes de los Reyes, preparación de las mochilas escolares de los niños tras incansable búsqueda de sus tareas navideñas, inútil quema generalizada de incienso, jardín invadido por las malas hierbas, los 15 gatos del vecino celebrando ruidosamente la llegada de su celo en una azotea que ya es definitivamente la de ellos… ¿Era ésta la rutina que tanto eché de menos entre pantagruélicas comidas familiares, reuniones de ex alumnos y dura presión consumista?

La depresión postvacacional me persigue ahora igual que yo persigo a mi frigorífico.