La crónica verde La crónica verde

Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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2008: Año de mal agüero

Nos regalan un día y no lo queremos.

El recién inaugurado 2008 viene con un febrero de 29 días para terror de los supersticiosos, quienes desde épocas medievales tiemblan cada cuatro años ante la llegada del periodo de tiempo más aciago por antonomasia. Así lo confirma el refranero popular de manera terrible: “Año bisiesto, año siniestro”.

Pues estamos apañados. A la sombra de tales miedos atávicos son muchos quienes incluso declinan hasta casarse, pues toda excusa vale frente a un momento tan trascendental de nuestra vida. Otros optaron por adelantar la fecha, como en la lejana Ucrania, donde más de 2000 parejas decidieron anticipar su boda y celebrarla antes de finalizar 2007, para de esta manera evitar el mal fario (o como se diga en ucraniano) de casarse en año bisiesto.

Para colmo de males, el día 21 de marzo inauguraremos la primavera celebrando el Viernes Santo. Y ya se sabe, “Pascuas marzales, año de pestes y mortandades”. Porque “cuando cae la Pascua en marzo se huelga el diablo”. O sea, todavía más malos presagios, quizá augurando el inevitable pinchazo de la burbuja inmobiliaria. ¿De verdad nos irá a todos tan mal en estos 12 próximos meses? Crucemos los dedos. Tan sólo una buena noticia: en 2008 hay un único martes y 13, el de la tercera semana de mayo.

Como señaló con ironía Umberto Eco, yo no soy supersticioso porque trae mala suerte. Hijo de una época racionalista, todas estas cábalas apenas me arrancan una sonrisa indulgente. Pero disfruto recopilando los últimos restos deshilachados de la vieja magia popular como innegable parte de nuestra cultura, la aceptemos o no. Y que sigue sorprendentemente viva, por mucho que Thomas Henry Huxley profetizara su muerte ante el avance de la ciencia. Somos lo que fuimos, y fuimos supersticiosos ¿Lo seguimos siendo ahora?

Lo confieso: soy un refugiado climático

Como cada primero de año, aproveché ayer la tranquilidad de un país resacoso y somnoliento para pasear con mis hijos por el río Arlanzón, en Burgos, ciudad donde disfrutamos de la celebración de la Nochevieja en familia. Eran las 10 de la mañana y el termómetro de la calle marcaba 4 grados bajo cero. Una heladora niebla cubría las calles, vistiendo de blanco inmaculado sus árboles, coches, señales de tráfico. Por suerte no hacía viento, pero el frío era intensísimo. El paisaje se nos antojó tan navideño como un anuncio. De una impresionante belleza aunque durísimo. Nos lo pasamos bomba, pero apenas una hora después ya estábamos de vuelta a casa absolutamente helados.

Otros años, la celebración la hemos pasado en nuestra casa de Fuerteventura (Islas Canarias). Incluso una vez, tras las doce campanadas, nos dimos un baño en las transparentes aguas del Atlántico. Allí el invierno no existe, así que lo acabas echando de menos. Pero cuando lo descubres en toda su intensidad un día tras otro, durante meses y meses de cielos grises, frío, lluvia, acabas entendiendo por qué el templado Mediterráneo, las afortunadas Canarias, se están convirtiendo en el geriátrico de Europa. Nos sentimos orgullosos de nuestros pueblos, donde están nuestras raíces, pero al final echamos de menos el buen tiempo. Y emigramos al sur. Muchos incluso sin esperar a la jubilación, muy pronto, incapaces de cerrar los oídos a la cálida llamada del sol.

Los geógrafos hablan de los refugiados climáticos como aquellos habitantes del Tercer Mundo que se ven obligados a emigrar hacia el norte empujados por la desertización y el calentamiento global. En realidad, en los países occidentales se está dando el movimiento inverso y por razones mucho más banales. Son los refugiados climáticos en busca del buen tiempo, británicos, alemanes, escandinavos –también españoles- que, como las golondrinas, huyen del invierno. Pero que, también como las golondrinas, regresan de nuevo a sus tierras cuando el frío ya no aprieta.

En mi caso, queridos lectores, yo también tengo algo de golondrina. Con dos países en el corazón, el de verano y el de invierno. Los más nacionalistas no lo entenderían ni en días tan fríos como estos. No les culpo. Sin embargo, al menos Antonio Machín me habría dado la razón pues, como cantaba magistralmente, “es posible tener dos amores a la vez… y no estar loco”.

El río Arlanzón a su paso por Burgos la mañana de Año Nuevo de 2008. El termómetro no pasó de cero grados en todo el día.

¡¡Cuidado con el monstruo San Silvestre!!

Hace años, la Nochevieja no se parecía en nada a la loca celebración de ahora. De hecho, prácticamente no se celebraba. Como mucho, el último día del año era fecha perfecta para asustar y tomar el pelo a los niños.

En 1998 entrevisté en Quintana del Pidio (Ribera del Duero, Burgos) a Carmen Cuesta, quien por entonces tenía unos espléndidos 78 años y una no menos espléndida memoria. Sus recuerdos engrosaron la serie de tres libros que sobre la tradición oral burgalesa luego publiqué junto con José Manuel Pedrosa y Elías Rubio.

En el primer volumen, titulado Héroes, santos, moros y brujas. Leyendas épicas, históricas y mágicas de la tradición oral de Burgos (Elías Rubio Editor, 2001) aparecen así recogidos los miedos infantiles de esta mujer:

[En] las fiestas de Navidad, el día 28 son los Santos Inocentes. Entonces venía Herodes a degollar a los críos, y mira a ver, porque te cortaba la cabeza. ¡Qué pánico! Más de cuatro veces me he escondido yo en un arca para que no me viera.

El último día del año nos decían:

─Hoy viene un hombre a la posada que tiene más ojos que días tiene el año.

¡Como el año sólo tenía [ya] un día, y el otro tenía dos [ojos]!

Ibas adonde el posadero y llevabas una perra, cinco céntimos, para ver al hombre aquel de los ojos. Se ponía uno una criba y una luz, y tapao con una manta. Como estaba en la pajera, a oscuras, abrían y veías todo ojos.

Pero, por la noche, el último día del año venía San Silvestre. Pero yo no sé por qué, le llamaban San Silvestre el Cojo. Que venía tirando adobes por las chimeneas. Para meter miedo a los chicos:

─Vámonos pronto a la cama, que, si no, viene San Silvestre.

En mi ignorancia, yo le preguntaba a mi abuelo:

─Si es cojo, ¿cómo puede saltar de un tejao a otro?

─Uy, con una pata sola.

¿Habías oído alguna vez esta historia u otras semejantes? ¿Cómo celebraban antes tus abuelos la Nochevieja? Seguro que de manera muy diferente a como lo hacemos nosotros ahora. De hecho, yo les he contado hoy la historia del monstruo San Silvestre a mis hijos (6 y 8 años) y ellos, lejos de asustarse, me han mirado con indulgencia, como diciendo: las cosas de papá. Yo creo que es culpa de la Play Station.

Puerco espín: la Viagra del desierto

Mi reciente visita al comercio de medicina tradicional de Tan Tan, algo así como una farmacia para los muchos que en África siguen confiando ciegamente en estos remedios, fue toda una sorpresa. No sólo por el cadáver de alimoche que me encontré colgando de una viga, como ya os he contado. Rebuscando entre sus increíbles productos descubrí los cráneos semiamortajados de dos gacelas.

En sus diferentes especies, los ágiles animales están seriamente amenazados de extinción en el Sáhara por culpa de la caza furtiva, pero se siguen matando sin control. Cuando le pregunté al vendedor para qué las utilizaban, lacónicamente me respondió: “para medicina”. Sin más datos.

Pero para su desesperación, seguí rebuscando. Y mi amigo Shaui, por acortar la visita, tuvo la ocurrencia de enseñarme probablemente la pieza más curiosa de todas. El pinchudo pellejo reseco de un puerco espín (Hystrix cristata).

−¿Para qué sirve?, le pregunté sorprendido a Shaui.

−“Para amar”, me respondió con sonrisa picarona.

−¿Con todas esas púas? Me estás tomando el pelo.

−No hombre no, se hace medicina con su piel. La que más vale es la de la hembra. Su chochito cuesta una fortuna, pero atrae a las mujeres y garantiza la virilidad a los hombres; es la Viagra del desierto.

Todavía perplejo, estudié con más detalle la pieza y, efectivamente, la parte donde debían estar sus órganos sexuales había sido cuidadosamente recortada, se supone que para su venta por separado.

Más tarde Mohamed, el cazador furtivo, me lo confirmó. A él le pagan 1.000 euros por cada puerco espín que logra cazar, una fortuna. Pero como en todas partes hay intermediarios, el yerbero de Tan Tan había pagado nada menos que 4.000 euros por la que yo vi, el sueldo de todo un año de un trabajador marroquí.Sus precios son cada vez más altos, un encarecimiento paralelo al de la extinción de esta singular especie. La razón, sin embargo, no se debe a su caza ilegal. La culpa final la han tenido las fumigaciones masivas promovidas hace cuatro años por Europa en el Sáhara para evitar la llegada de una gran plaga de langostas a Canarias. “El veneno mató a todos los puerco espines”, se lamenta el cazador. Y eso que, nos aseguraron, los insecticidas eran totalmente inocuos para la vida silvestre. Una vez más nos engañaron.

A las gentes del desierto les han dejado sin Viagra y a nosotros sin puerco espines y seguramente sin otras especies animales igual de importantes para el ecosistema desértico. Luego dirán que son daños colaterales.

Precioso dibujo de un puerco espín norteafricano en su hábitat natural.



Infusiones de alimoche

Hace cinco años visité el Sáhara Occidental con un único fin: localizar nidos de alimoche . En 1957 José Antonio Valverde había descrito e incluso dibujado algunos en las inmediaciones de El Aaiún. Entonces era un pájaro abundante. Uno de ellos, recluido en el zoológico de la antigua posesión española, fue traído a la Península tras la descolonización de 1975. Y los primeros estudios genéticos hacían sospechar que estas poblaciones del desierto podían ser diferentes a las del norte y el sur africano, así como a las españolas. Pero no vimos ni un solo pájaro. La guerra, la caza furtiva y las fumigaciones contra las langostas han acabado con ellos.

La semana pasada volví al Sáhara y redoblé esfuerzos por encontrar algún vestigio del pequeño buitre. Para mi desconsuelo Mohamed, un terrible y eficacísimo cazador furtivo saharaui, me confirmó la extinción definitiva del animal.

Pero fue precisamente tras hablar con él en Tan Tan cuando hice un sorprendente descubrimiento. En una pequeña tienda de medicina tradicional me encontré colgando de una cuerda el cadáver de un alimoche joven de un año.

El propietario, muy desconfiado con los occidentales, no me quería dar información sobre el origen del ave, pero gracias a mi amigo Shaui pude finalmente lograrla.

En primer lugar, que ese ejemplar no era saharaui, pues procedía de Marruecos, donde todavía subsisten algunas pocas parejas.

En segundo lugar, me desveló su utilidad. Vendían por trozos su reseco pellejo como eficaz remedio contra los venenos. Si alguien era envenenado accidental o premeditadamente, una infusión suya le salvaría de una muerte segura.

De vuelta a España consulté el espléndido trabajo de Valverde sobre las aves del Sáhara, escrito en 1958. Allí comprobé cómo una vez más el científico vallisoletano se me había adelantado.

Señala Valverde que

“la carne de rajma [alimoche] es muy apreciada como medicamento; seca, la guardan cuidadosamente en un trapo en la creencia de que preserva de desgracias; mezclada con la de chivo o cabra y en cocimiento (también sirve el caldo de huesos de rajma) hace un sudoríparo que cura la fiebre, el reuma, las picaduras de culebra y el hechizo de las mujeres”.

Hace 50 años era ya un animal muy apreciado en el Sáhara, cotizándose entonces a 75-100 pesetas la pieza. En estos momentos, extinguido el pájaro en prácticamente todo el norte africano, sus precios se han disparado. Éste en concreto le había costado al yerbero 500 euros.

Añade Valverde dos preciosas historias saharauis sobre el alimoche.

Reunidos todos los pájaros para decidir qué es lo mejor en la vida, rajma declaró, cuando llegó su turno, que él prefería el excremento humano (del que se alimenta), por lo que se vio inmediatamente expulsado. Por ello se dice “quel enle rajma” (has hablado como rajma) al que se muestra indecoroso en una reunión.

La otra es una curiosa superstición. “Los nidos [de alimoche] tienen fama de inaccesibles, por lo que una petición hecha acostada en uno de ellos es oída por Alá”.

Seguramente la utilización del pequeño buitre en la medicina tradicional no ha provocado su extinción. A pesar de ello, a todos nosotros nos duele ver a una especie prácticamente extinguida utilizada como vulgar infusión al servicio de una botica con toda seguridad ineficaz. No seré yo, sin embargo, quien los critique. Esas tradiciones forman parte de su cultura milenaria, tan en peligro de extinción como el propio alimoche. Bastante está sufriendo ya el pueblo saharaui como para que lleguemos ahora nosotros y les hablemos de Medio Ambiente y de la protección de las especies ¿no os parece?

PD. La preciosa imagen del alimoche aterrizando es obra de Fernando Alarcón, y está colgada en la página web de Fotonatura.

El silencio de los corderos

Son éstas malas fechas para los corderos, inocentes animales a los que les ha caído encima el sambenito de ser considerados el alimento místico por excelencia de las tres religiones mayoritarias en el mundo.

1.200 millones de musulmanes celebran precisamente hoy la fiesta del cordero, lo más parecido a la Navidad cristiana, que este año casi coincide con nuestra Pascua. En el día décimo del mes lunar del Dualhuya los creyentes de Alá conmemoran el cordero que Abraham degolló como sacrificio a Dios en lugar de a su propio hijo Isaac. Es una fiesta familiar por antonomasia, de reencuentro y de visitas. También de hacer regalos a los niños. Estos días, viajando por Marruecos, en todos los pueblos me he encontrado con mercados de corderos. En Tarfaya mi amigo Mohamed, y en Tan Tan el siempre sonriente Sahui, me enseñaron los que ya tienen elegidos para hoy.

Me dieron pena los inocentes animales, sabedor de su final próximo. También esa pobre gente que debe pagar altísimos precios para llevar a su mesa tan simbólico manjar. Al menos nosotros no somos tan estrictos, y además de cordero podemos comer pavos, besugos y mariscos variados. O incluso conejo para satisfacción de nuestros políticos. De ahí el dicho de “estar más ocupado que horno por Navidad”.

Qué le vamos a hacer. Celebraciones familiares y comidas copiosas van siempre unidas a nuestros momentos más felices. Y será de ley volver a renovar la tradición un año más.

Pero como no nos comeremos todos los corderos, para comienzos del año les recuerdo a los supersticiosos una vieja creencia de fuerte arraigo en el mundo rural. Salgan al campo y busquen un rebaño de ovejas. Si un cordero nos mira y camina hacia nosotros será garantía de buena suerte. Ya lo dice el refrán: “Cordero en vista, suerte y fortuna lista”.

Mercado de corderos la semana pasada en Goulimin, en el sur de Marruecos.


Los dos últimos hablantes de un idioma milenario ya no se dirigen la palabra

Es habitual, y hasta lógico, no hablarse con el vecino. ¿Pero se imagina que su vecino fuera la única persona en el mundo con la que puede entenderse y un día decidan no volver a dirigirse la palabra?

Pues acaba de ocurrir en el sureste mexicano. Allí dos ancianos que discutieron y están peleados son los únicos hablantes de la lengua «zoque», la hablada por los antiguos olmecas, considerada la cultura madre de la civilización mesoamericana. Al parecer los dos amigos, naturales de Tabasco, tuvieron una fuerte discusión por culpa de las terribles inundaciones recientemente sufridas en la zona y ya no se hablan.

La noticia la ha dado el titular del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas de México (Inali), Fernando Nava, quien puso este ejemplo como el idioma en mayor peligro de extinción del mundo.

En realidad el zoque ya estaba muerto, pues como recuerdan los expertos, para sobrevivir en el tiempo las lenguas necesitan por lo menos 100.000 hablantes. Dos ancianos, enfadados o no, son incapaces de mantener vivo un idioma, seguramente tan acabado como el pueblo que lo gestó. Y cuando una lengua muere, no muere sola, con ella se extingue una cultura milenaria, su arte, su literatura, su tradición.

Menos de 100 personas hablan en Siberia udihe, en tanto que el arikapu ha descendido a menos de seis hablantes; en el año 2001, la señora Marie Smith, que contaba con 83 años de edad y desconozco si aún sigue con vida, era la única hablante de eyak, un lenguaje nativo de Alaska. En 1992, con la muerte de un granjero turco murió el ubykh, un idioma de la región del Cáucaso que tenía el récord de consonantes: 81.

Sólo México cuenta con 364 lenguas indígenas, pero más de veinte están en riesgo de desaparecer. Por no hablar de las variantes dialectales y hasta las jergas profesionales, engullidas por los medios de comunicación y la estandarización educacional. En España, sin ir más lejos, el bable asturiano, el aranés, el leonés, el panocho murciano, la fabla aragonesa, la gacería de Cantalejo, entre otras, están en mayor o menor medida en serio peligro de extinción.

De las aproximadamente 6.800 lenguas habladas actualmente en el planeta, más de la mitad se encuentran tan amenazadas o moribundas como el lince ibérico o el águila imperial.

En este mundo globalizado nuestro, la uniformización cultural está condenando las diferencias. Al final acabaremos todos hablando inglés, viendo la misma televisión basura y comiendo la misma comida basura.

Magia en el bosque

Este año no se cumplió el refrán “Después de Los Santos, níscalos todos los años”. El preciado hongo, también conocido como robellón, apenas se está dejando ver en un otoño especialmente seco y templado. Como tampoco abundan los boletos o las barbudas. Pero los buscadores de setas no pierden la ilusión y siguen escudriñando el monte cada fin de semana, con su cesta en una mano y la guía de identificación en la otra. También los aficionados a las denominadas setas mágicas, con la Amanita muscaria a la cabeza, de potentes y peligrosos efectos alucinógenos. A todos ellos, pero especialmente a estos últimos, no está de más recordarles aquello de que

“Hay buscadores de setas viejos, y hay buscadores de setas osados, pero no hay buscadores de setas viejos y osados”.

Porque el bosque, tan bellísimo en estas fechas, nos sigue ofreciendo una compleja farmacopea llena de magia. El avellano es el árbol de los hechiceros, pues con sus ramas se hacen las varas de adivinos y zahoríes. El narcótico beleño negro, junto con la belladona y la adormidera, es fundamental en el ungüento utilizado por las brujas para poder volar hacia sus aquelarres nocturnos, aunque como escribió Paracelso, “esta receta infernal más vale que permanezca ignorada”. Julieta, la enamorada de Romeo, empleó un elixir preparado con mandrágora para fingir su muerte, cuya raíz sólo se podía arrancar atando la planta a un perro negro, pues ésta grita como un niño y mata a quien la escucha.

Todo es mágico en el bosque animado. La nébeda alarga la vida, la ortiga aumenta la potencia sexual mientras que la borraja combate la esterilidad y el lúpulo la lujuria. El laurel espanta los rayos de manera tan eficaz como la malva la impotencia. Los helechos nos pueden hacer invisibles y el saúco nos permite ver a las hadas. Pero la mejor magia es la que no se ve. La del espíritu henchido de otoño de estos días, caminando sobre un tapiz de olorosas hojas marchitas. Y esa atmósfera decadente donde, como ensalzó Salvador Espriu,

“El viento, los bosques

mueren besando la lenta

luz de la tarde”.

Mejor Bécquer que los Monster

Hoy es la fiesta católica de Todos los Santos, reconocidos y por reconocer, aunque nosotros la celebramos como la de los difuntos, que en puridad es mañana, visitando cementerios e inundándolos primero de flores y el resto del año de olvido.

Esta noche fue por lo tanto la norteamericana de Halloween (contracción anglosajona de «All hallow’s Eve» o «Víspera de Todos los Santos”), la del disfraz ridículo de los Monster, el truco o el trato, la calabaza iluminada. No sé ustedes, pero yo prefiero nuestra castiza noche de difuntos, recuerdo del final del año celta y por ello único día en que supuestamente las puertas de las tinieblas quedan entreabiertas permitiendo unas horas de unión entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Tiempo para leer las Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer y contar historias de miedo a los niños, mi especialidad.

Tiempo también de castañas, atávico alimento de los difuntos en su último viaje. Quizá por eso en media España se asan los oscuros frutos de la mano del Mangosto gallego, el Magüestu asturiano, la Magosta cántabra, el Gaztañarre vasco, la Chiquitía extremeña o la Castanyada catalana. Además de comer lo mismo que los muertos, esta noche en que las almas de los difuntos regresan a la tierra ha sido necesario encender velas y tocar campanas para guiarlas en su camino de regreso a su última morada, no se vayan a quedar por los caminos como almas en pena.

En realidad lo que celebramos, como hacían ya con pena los celtas, es la llegada del invierno. No el astronómico, pues ese no llega hasta el 21 de diciembre, pero si el real. “Por los Santos, el frío en los campos”. Con el cambio de hora, lo corto del día, las bajas temperaturas, la lluvia y este sol sin alegría ¿alguien duda de que ya estamos metidos de lleno en el invierno?

Talarán un abeto gigante para adornar el Vaticano

En las pasadas Navidades critiqué al Vaticano y a su jefe de Estado, Benedicto XVI, por la decisión de instalar en la plaza de San Pedro un gigantesco abeto de 33 metros procedente del Parque Nacional de Sila, en Calabria. Y lo hice por lo que supone de destrucción de un ejemplar centenario para un uso tan frívolo como el de servir de pobre adorno navideño, por el gasto económico y energético de la operación, por la nula sensibilidad medioambiental demostrada por los jerarcas católicos, unida a la inaceptable vanidad de los responsables de un parque nacional.

La noticia fue la más leída de ese día en 20Minutos.es y recibió 147 comentarios, la mayoría de ellos furibundos contra la Iglesia.

Ahora debo daros una mala noticia. Vuestras protestas no sirvieron para nada. Esta Navidad los italianos van a batir su propio y ridículo récord. Un abeto de 35 metros de alto, dos más que el calabrés, procedente de la región alpina italiana de Trentino, será colocado en el Vaticano junto al tradicional Portal de Belén. El árbol es un regalo al papa de cinco localidades de Val Badia, obsequio con el que pretenden subrayar su “generosidad y religiosidad”.

El ya condenado a muerte abeto se trasladará a Roma a primeros de diciembre, donde se iluminará con 2.000 bombillas y las tradiciones guirnaldas navideñas. Como remate de la ofrenda, al envío se le añadirá un lote de medio centenar de abetos de varias alturas para adorno de las lujosas estancias vaticanas.

No serán los únicos. Otros muchos gigantes caerán en diciembre no para aprovechar su madera, no para evitar la propagación de una plaga. Tan sólo por capricho consumista. Por ver quién lo tiene más grande, quién es más bruto.

Y es que la estupidez acaba siendo contagiosa.

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Hoy 15 de octubre es el Blog Action Day, el Día de Acción del Blog, dedicado en esta ocasión a los temas medioambientales. Somos más de 14.000 blogueros de todo el mundo (con 12 millones de lectores) los que, a través de nuestros posts, intentaremos mejorar esta pobre y maltrecha casa común en la que vivimos. No se trata de cambiar el mundo con nuestras reflexiones, tan sólo de hacerlo más habitable. Les juro que mi intención inicial era la de ser muy positivo. Hoy quise ser optimista respecto a nuestro futuro, escribir sólo de lo bueno que también hay. Pero como el Vaticano me acaba de recordar, la realidad es tozuda. Si no logramos evitar la tala estúpida de un centenario abeto ¿cómo vamos a evitar el cambio climático?

Creo sinceramente que aún nos falta mucho camino de sensibilización real por recorrer. Sólo espero que cuando lo logremos, si finalmente lo logramos, no sea demasiado tarde.