Dicen que la adolescencia es la etapa en que uno deja de hacer preguntas y empieza a dudar de las respuestas

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Si no estás en YouTube no eres nadie

Uno de los entretenimientos favoritos de mis hijos consiste en ver vídeos de YouTube. El más gamberro, el más divertido, el más friki… La oferta es enorme y no parece cansarles. Basta que un amigo hable de uno por el messenger para que corra de pantalla en pantalla entre todo su círculo. Ayer les encontré riéndose con éste:

Cuando me acerqué a ver lo que les provocaba tantas carcajadas se sorprendieron de que no conociese a Edgar -por lo visto toda una estrella en la Red, y ahora también en la tele-. De hecho, ya les había escuchado decir a menudo en las últimas semanas «¡Pinche pendejo, wey!», sin entender de qué iba el asunto.

Lo curioso del caso es que se trata de la enésima versión de un vídeo protagonizado por un chaval mexicano, el tal Edgar, al que un primo suyo hace caer al agua mientras cruza un riachuelo, al tiempo que un segundo primo (el mismo que se encargó de subirlo después a la página de YouTube) graba la secuencia.

En fin, una caída provocada, con premeditación y alevosía, como tantas del tipo Vídeos de primera, que gracias a Internet ha terminado convirtiendo a la víctima en una estrella mediática.

El chaval, que ha llegado a agradecer a sus primos lo que le hicieron «porque le han hecho ser famoso», está en la Red en versión original, en una trabajada versión animada, y también en plan Mario Bros, Star Wars o los Caballeros del Zodiaco… ¿Alguien da más? Desde luego, los hay con ingenio y mucho tiempo libre para explotar los cinco o diez minutos de gloria que dura el vídeo del famosillo de turno.

Esta visto que si no estás en YouTube no eres nadie, aunque sólo llegues a conseguir una gloria efímera.

Campeonato de pedos

Cuando intentan divertirme con sus gamberradas no hay quien les aguante. Y cuando eso deriva en una alianza de dos contra una, mucho menos. Su última idea para cabrearme son los concursos de pedos, una vieja práctica de cuando eran niños que ahora han recuperado.

La cosa empieza con un sonoro pedo de cualquiera de los dos. El otro intenta emularle, entre carcajadas más sonoras todavía, con otro más ruidoso. Y la cosa sigue así durante un estruendoso rato, hasta que uno de los dos es incapaz de mantener ese ritmo y el otro se alza con el dudoso título de campeón. En alguna ocasión creo que han simulado el sonido con esta máquina de pedos o con una especie de globo que aprietan convenientemente entre las manos, pero no me he quedado cerca para comprobar si dejan algún aroma a su paso. En momentos como esos, mejor alejarse.

Cuando se ponen así es como si realmente volvieran a la infancia, pero no a los 7 u 8 años sino mucho antes, a los 2 o 3, y aún no hubieran superado la etapa escatológica del «Caca, pedo, culo, pis«. Aunque, ahora que lo pienso, esto no es sólo propio de adolescentes. Tengo algunos amigos, de ambos sexos, que ya han pasado los 40 y a los que les divierte muchísimo hablar de pedos. Tendré que preguntarles si en su casa también hacen campeonatos. ¿A ti también te hacen tanta gracia los pedos?