Dicen que la adolescencia es la etapa en que uno deja de hacer preguntas y empieza a dudar de las respuestas

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C-Walk, el baile de moda

-¿Tu hijo también baila el siwok?

-¿El qué?, pregunté sorprendida

-El siwok, me pareció volver a entenderle a mi amiga.

-No he oído hablar de eso en mi vida.

-Se escribe C-Walk. Mi hermano Guille está todo el día bailándolo en la cocina y tiene a mi padre más que harto.

Mi amiga no tiene hijos, pero entiende perfectamente la desesperación de su padre, que ya pasa de los 60 y ni entiende lo que baila su hijo ni tiene intención alguna de hacerlo. Aunque el chaval es un artista con los pies, su padre preferiría que dedicase a estudiar todas esas horas que pasa moviéndose de un lado a otro.

En cuanto llegué a casa les pregunté a mis hijos por el C-Walk. El baile en cuestión, del que ellos tampoco habían oído hablar, se llama realmente Clown Walk (aunque casi todo el mundo lo conoce por C-Walk), se suele bailar con música hip hop y consiste en abrir y cerrar los pies hacia izquierda y derecha, como si se deslizaran, con movimientos que recuerdan a los de un clown. Es algo así como ver a Michael Jackson bailando rap.

El nuevo baile de moda causa sensación en los institutos, en algunas discotecas y en Internet, con vídeos que incluso enseñan a practicar paso a paso. ¿Qué te parece el C-Walk? ¿habías oído hablar de él? ¿has visto a muchos chavales bailándolo?

Aquí huele a tigre

Entrar en el cuarto de dos adolescentes a media tarde, cuando llevan horas sin ducharse, tal vez después de una clase de gimnasia y con las hormonas en plena ebullición, puede ser una prueba de valor, o de imprudencia.

Esa mezcla de sudor y olor a pies que reina en la habitación echa para atrás a cualquiera. Y cuando acaban de llegar de un partido el aroma ya es… realmente insoportable. Se lo dices y ni se inmutan, así que optas por salir de allí y no volver a pisar la habitación hasta que la ventilan bien, pasan por la ducha y meten la ropa de deporte en la lavadora.

Ayer, a la vuelta del partido, no llegaron dos adolescentes sudorosos a casa, qué va, llegaron seis. El olor era mucho más intenso del que me había acostumbrado a soportar -y eso que ninguno llegó a quitarse las zapatillas-. Estaban felices, casi eufóricos por la victoria, comentando los goles, las faltas y las jugadas.

Creo que sólo les dejé hablar un par de minutos antes de lanzar una sonora queja: «¡Aquí huele a tigre!».

-«Mamáaa», dijo mi hijo pequeño con gesto de reprobación.

«Vosotros dos, a la ducha. Y el que quiera quedarse que pase también por allí», ordené ante el temor de que el olor terminara anestesiándome.