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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Salvajismo español ¿Patrimonio de la Humanidad?

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Alanceado, descabello y muerte del Toro de la Vega. © Partido Animalista-PACMA

Su nombre le ha traído mala suerte. ‘Elegido’, un “toro del frío”, burgalés de pelo negro y 600 kilos, será el Toro de la Vega de este año. El próximo 16 de septiembre morirá alanceado a orillas del río Duero por culpa de un rito tan salvaje como vergonzante que se repite desde hace cientos años en la histórica villa de Tordesillas.

Pablo Puyol, Gabino Diego o Beatriz Rico han grabado un vídeo sumándose a la campaña Rompe Una Lanza del Partido Animalista, invitando a los ciudadanos a sumarse a una manifestación este sábado 13 de septiembre en Madrid. 

Pero en Tordesillas contraatacan y acaban de celebrar su primer Congreso Internacional «para combatir falsedades». En él, diferentes especialistas han «reflexionado y profundizado» sobre los aspectos éticos, legales, históricos, antropológicos y culturales de tan sangriento festejo.

Todos a favor de la tortura pública de animales, han concluido que la UNESCO debe declararlo Patrimonio de la Humanidad, ahí es nada.

Una fiesta blindada, pues la Guardia Civil enviará 121 efectivos al municipio vallisoletano «para garantizar que el torneo del Toro de la Vega transcurra con total normalidad». No vayamos a ir los antitaurinos y les agüemos la matanza.

En la página web oficial del Patronato del Toro de la Vega, el periodista Vidal Arranz, uno de sus defensores más acérrimos, firma un artículo sonrojante titulado Distorsiones en la mirada. Asegura este colaborador de El Norte de Castilla que detrás de la polémica está el choque entre lo rural y lo urbano [sic], entre los distintos modos de concebir la fiesta.

En su discutible opinión, los urbanitas pasivos somos anodinos espectadores de espectáculos enlatados, como los partidos de fútbol o el cine. Mientras que los rurales activos son valientes protagonistas en el alanceo y tortura de los toros. Espectáculos urbanos esos de fútbol y cine donde, y cito textualmente:

«La sangre no es sangre real. La muerte no es muerte real. El dolor no es dolor físico real. El sexo no es sexo real».

En cambio,

«en los festejos taurinos populares es el cuerpo el que se pone en juego, en primer término, y la mirada pasa a ser un elemento de apoyo».

Y concluye Arranz:

«Ésta es una diferencia esencial para entender buena parte de los problemas de comprensión que rodean al Toro de la Vega».

¿Lo entienden ahora? Pues qué quiere que le diga, señor Vidal. Ahora sí que me preocupan ustedes mucho más.


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¿Unos Sanfermines sin encierros… ni toros?

Corredores

Manifestación antitaurina en Pamplona. © PETA

Durante estas fiestas de San Fermín sufrirán y morirán cruelmente 48 toros bravos. ¿Muchos, pocos? Siempre serán demasiados.

La justificación a este matadero se apoya en la tradición. Toda la vida se han corrido los Sanfermines, dirán los pamplonicas. Pero no es verdad. En esta fiesta la tradición salió corriendo a partir de 1926, espoleada por la fama de una novela, Fiesta, que igualmente hizo famoso a su autor, Ernest Hemingway. Hasta entonces era una sencilla festividad local de origen ganadero. Hoy atrae a casi un millón de personas.

Lo cierto es que ni San Fermín es el patrón de Pamplona, como piensan muchos (el patrón oficial y olvidado es San Saturnino), ni su fiesta es el 7 de julio, sino el 25 de septiembre. Pero da lo mismo. También que estemos en pleno siglo XXI, una época donde los derechos de los animales forman parte de las exigencias morales de toda sociedad moderna. Salvo los toros en España.

La fiesta no debe estar unida nunca a la crueldad. En San Fermín diviértete, por supuesto, pero no corras los encierros. Si tú corres, los toros mueren. Te conviertes en un corredor de la muerte.

Un año más, pañuelos negros han pedido fiestas de San Fermín libres de sufrimiento animal. El mío, virtual pero sincero, es uno de ellos.

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¿Son los ecologistas unos terroristas?

Un documento interno del Ministerio de Justicia del Reino Unido incluye a los ecologistas en una lista de grupos peligrosos para la seguridad nacional junto a terroristas de Al Qaeda, independentistas norirlandeses y nazis. En opinión del gobierno británico, todos ellos tienen en común su extremismo beligerante. Esta guía interna del Servicio de Gestión de Delincuentes del Ministerio de Justicia, como así se llama, califica a los activistas medioambientales más radicales como “extremistas domésticos”, al suponerles responsables de acciones ilegales en sus actos de protesta o campañas.

La administración norteamericana es de la misma opinión, y en su larga lista de grupos peligrosos incluye a la organización People for the Ethical Treatment of Animals (PETA) y sus más de dos millones de socios.

Y aquí en España, una reciente detención de supuestos etarras llevó a prisión a uno de los candidatos del partido ecologista Berdeak-Los Verdes de Euskadi.

¿Somos los ecologistas unos terroristas? Personalmente discrepo. Decía con brillantez el inventor Thomas Alva Edison:

“La no violencia conduce a la ética más alta, que es la meta de toda evolución. Hasta que no dejemos de lastimar a otros seres vivos seguiremos siendo salvajes”.

Y cuando los ecologistas hablamos de seres vivos lo hacemos en el sentido más amplio posible, incluyéndonos a nosotros y a nuestra calidad de vida en esa delicada biosfera que tratamos de salvaguardar para nuestros hijos. El problema es que en la sociedad, al margen de ideologías y tendencias, siempre surge una minoría de intolerantes, los violentos, los auténticos salvajes. Por ambos lados.

Tampoco se nos oculta que el activismo medioambiental tiene muchos y muy poderosos enemigos, especialmente aquellos grandes grupos empresariales a los que un mayor respeto de la sociedad a su entorno natural les está escamoteando pingües beneficios.

Es verdad. Cada vez somos más y cada vez somos más ambiciosos. Ya no nos conformamos con proteger un bosque o un pájaro, ahora queremos salvar al mundo. Pero nuestras bombas son pacíficas.

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