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En defensa de las mallas deportivas

Hace tres años me metía con la ropa del gimnasio y lo incómoda que resulta por ser tan ajustada. No me juzguéis, hace tres años también pensaba que el helado de pistacho era una guarrada.

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Lo pensaba, claro, antes de empezar a hacer ejercicio en serio, es decir, cuando me subía a la cinta, intentaba correr un poco hasta que se me quedaban los pulmones exprimidos y me iba a casa. No entendía qué necesidad había en ir constreñida como el envoltorio de la mortadela.

Cuando empecé a entrenar con pesas, a hacer zancadas cargada con mancuernas, subidas, bajadas y demás ejercicios que requerían que me moviera más, entendí la utilidad de las mallas. Resultaba que SÍ que eran cómodas.

Por mucho que te muevas, los yoga pants siguen ahí, no te fallan nunca. Son como unos padres, siempre van a estar apoyándote y por lo general, manteniéndote seca gracias al tejido (los leggins, no los padres). Y no podemos decir lo mismo si hablamos de los pantalones de chándal, por mucho que Honor Jones los defienda en su artículo del New York Times Por qué las mallas son malas para las mujeres.

Que para Jones el uso de los leggins se resuma en que «We’re wearing them because they’re sexy» (los llevamos porque son sexis) me parece una visión muy corta, ya que da por hecho que es la única intención que tenemos de ponernos esas prendas.

Y sí, obviamente las mallas son más favorecedoras que el pantalón de baloncesto de mi hermano con el que empecé a correr y que me hacía sentir un saco de patatas. No creo que haya ningún problema en que, al igual que gusta verte bien cuando sales con las amigas, te quieras ver bien entrenando apreciando tus gains o progresos (que a veces incluso te ayudan a seguir entrenando por el chute en vena, o a través del espejo de la sala de musculación, de motivación).

Pero lo que tienen las mallas es que son confortables. No son una cosa que hayan surgido ahora gracias al despegue espacial que parecen haber tenido los gimnasios, ya existían previamente, y sino que se lo pregunten a ciclistas, patinadores, levantadores de pesas o crossfiteros y a sus músculos perfectamente funcionales dentro de ellas. Lo único que ahora se han popularizado.

Son el nuevo negro porque van con todo lo que nos pongamos a hacer y van con todo tipo de cuerpo, por mucho que haya quienes digan que si te sales de ciertas tallas o de cierta fisionomía, no deberías pasar por las mallas.

En Internet encuentras un sinfín de imágenes y artículos bodyshaming animándote a romper con tu relación con los leggins de gimnasio si te marcan pliegues del cuerpo como los de la tripa, culo, cadera, espalda o incluso los genitales. Pero la realidad es que son cosas que no tienen por qué afectarte para nada.

Si una prenda te resulta cómoda y práctica, no tienes que dejar de utilizarla porque a otra persona no le parezca bien verte con eso puesto. El problema lo tiene el otro, no lo tienes tú.

Del gimnasio a la calle: Kim Kardashian nos enseña a reciclar las mallas

Kim Kardashian ha vuelto a hacerlo, ha conseguido volver a encandilarme con su look (y hacer que se lo quiera copiar urgentemente) saliendo a cenar con una amiga vestida con un sujetador, una americana y unos ajustados pantalones.

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Hasta ahí todo podría resultarnos «normal» siempre y cuando enmarquemos ese «normal» en el estilo Kardashian, a saber, ir medio desnuda por la vida. Un gusto que va perfecto cuando tu estilo de vida es de celebrity que va en coche con chófer y vigilantes de seguridad de un sitio a otro.

Cuando eres una veinteañera casi treintañera cuya vida social transcurre entre las clases, el trabajo, bares con los amigos y el supermercado como que no te encajan tanto esos estilismos.

Pero si nos fijamos con detalle en el outfit nos damos cuenta de que los pantalones que lleva la Kardashian son en realidad mallas de gimnasio. Repito: mallas de gimnasio, no es un simulacro. Vale que son en versión terciopelada pero siguen siendo unos yoga pants concebidos para sudar en la cinta.

Y lo peor (y lo mejor) es que me encanta. Me encanta cómo le queda, me encanta que se atreva a hacer una mezcla tan arriesgada y me muero por probarlo en carne propia ya que es tan fácil como coger unos leggins del gimnasio y plantármelos con taconazos.

Es cierto que cada vez es más frecuente ver prendas deportivas en estilismos de diario, pero siempre eran sudaderas o como mucho, sujetadores deportivos que daban el pego como tops, pero nunca pantalones y menos de esta manera, yendo a cenar de ‘divineo’ con tu amiga a un restaurante pijo de Manhattan.

¿Me dais la razón entonces con lo de que Kim Kardashian-West es una influencer de la cabeza a los pies?