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Cómo ponerte el chándal fuera del gimnasio (y con estilo)

Desde que la pasarela ha decidido que el chándal va a formar parte de nuestro armario y no solo para hacer deporte, la habilidad de combinarlo se ha convertido en una sofisticada e intrínseca disciplina.

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El arte de conjuntar el chándal es tan complejo solo resulta comparable a aquel de programar las grabaciones de series de televisión a la primera.

Sacar de contexto el chándal no significa llevarlo con tacones (aunque algunas puedan encontrar alguna combinación que funcione) sino saber integrarlo con un sentido que no duela a la vista.

Hay una máxima universal que debemos seguir y es la norma de la hipotenusa de la moda: el chándal debe ser el lado opuesto a una prenda recta. Como prendas rectas podemos considerar aquellas que son básicas y puedan funcionar con cualquier estilismo.

Una camiseta blanca, un jersey negro, una camisa remangada o zapatillas de cordones blancas son las apuestas seguras si queremos ir a la oficina cómodas evitando que nos vengan con el “¿Vienes de correr?” 

La propiedad conmutativa que implica que el orden de los factores no altera el resultado también es aplicable al chándal ya que no importa en qué parte llevemos el básico y en qué otra nos animemos con un accesorio o complemento algo más llamativo. El resultado siempre va a ser bueno.

Pero para quienes no lo vean muy claro y necesiten ejemplos de estas hipótesis matemáticas aplicadas al armario, pueden tomar nota con esto:

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De hecho os dejo también mi intento de salir a la calle con chándal:

En defensa de las mallas deportivas

Hace tres años me metía con la ropa del gimnasio y lo incómoda que resulta por ser tan ajustada. No me juzguéis, hace tres años también pensaba que el helado de pistacho era una guarrada.

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Lo pensaba, claro, antes de empezar a hacer ejercicio en serio, es decir, cuando me subía a la cinta, intentaba correr un poco hasta que se me quedaban los pulmones exprimidos y me iba a casa. No entendía qué necesidad había en ir constreñida como el envoltorio de la mortadela.

Cuando empecé a entrenar con pesas, a hacer zancadas cargada con mancuernas, subidas, bajadas y demás ejercicios que requerían que me moviera más, entendí la utilidad de las mallas. Resultaba que SÍ que eran cómodas.

Por mucho que te muevas, los yoga pants siguen ahí, no te fallan nunca. Son como unos padres, siempre van a estar apoyándote y por lo general, manteniéndote seca gracias al tejido (los leggins, no los padres). Y no podemos decir lo mismo si hablamos de los pantalones de chándal, por mucho que Honor Jones los defienda en su artículo del New York Times Por qué las mallas son malas para las mujeres.

Que para Jones el uso de los leggins se resuma en que «We’re wearing them because they’re sexy» (los llevamos porque son sexis) me parece una visión muy corta, ya que da por hecho que es la única intención que tenemos de ponernos esas prendas.

Y sí, obviamente las mallas son más favorecedoras que el pantalón de baloncesto de mi hermano con el que empecé a correr y que me hacía sentir un saco de patatas. No creo que haya ningún problema en que, al igual que gusta verte bien cuando sales con las amigas, te quieras ver bien entrenando apreciando tus gains o progresos (que a veces incluso te ayudan a seguir entrenando por el chute en vena, o a través del espejo de la sala de musculación, de motivación).

Pero lo que tienen las mallas es que son confortables. No son una cosa que hayan surgido ahora gracias al despegue espacial que parecen haber tenido los gimnasios, ya existían previamente, y sino que se lo pregunten a ciclistas, patinadores, levantadores de pesas o crossfiteros y a sus músculos perfectamente funcionales dentro de ellas. Lo único que ahora se han popularizado.

Son el nuevo negro porque van con todo lo que nos pongamos a hacer y van con todo tipo de cuerpo, por mucho que haya quienes digan que si te sales de ciertas tallas o de cierta fisionomía, no deberías pasar por las mallas.

En Internet encuentras un sinfín de imágenes y artículos bodyshaming animándote a romper con tu relación con los leggins de gimnasio si te marcan pliegues del cuerpo como los de la tripa, culo, cadera, espalda o incluso los genitales. Pero la realidad es que son cosas que no tienen por qué afectarte para nada.

Si una prenda te resulta cómoda y práctica, no tienes que dejar de utilizarla porque a otra persona no le parezca bien verte con eso puesto. El problema lo tiene el otro, no lo tienes tú.