
Las últimas estadísticas son terribles. Castilla y León ha perdido en apenas 20 años el 60% de sus ganaderos de ovino y caprino.
Según el estudio realizado por la Unión de Campesinos de Castilla y León (UCCL) en base a los datos que ofrecen las solicitudes de la PAC, entre el año 1988 y el 2008 se ha pasado de 24.236 a los 9.672 que existen en la actualidad.
La falta de relevo generacional es la causa principal de este preocupante descenso. Los jóvenes ya no quieren dedicarse a la ganadería como hicieron sus padres y sus abuelos. Y no se les puede culpar por ello, pues es una profesión tan sacrificada como escasamente rentable.
Pero hay muchos más problemas que explican la crisis del sector, como el descenso del precio de la carne y la leche, el aumento brutal del precio de los piensos, la paulatina reducción del importe de las primas y hasta la dificultad para encontrar pastores.
El otro día os comentaba cómo los sonidos tradicionales se extinguen. Alguno de vosotros se acordaba entonces del sonido del rebaño de ovejas pasando por delante de su casa. Ese murmullo tan especial de cientos de pisadas y cencerros está en crisis.
Pero si desaparece la ganadería extensiva, la tradicional, la de toda la vida, no sólo desaparecerá un sonido, ni siquiera una manera de vivir que ha mantenido a nuestra especie durante miles de años. La desaparición y/o industrialización de la ganadería es una tragedia medioambiental de altísimo calado. Nuestro paisaje, y con él mucha de nuestra fauna amenazada como los buitres o el lobo dependen directamente de ella. Y si la ganadería se extingue, ellos también se extinguirán.
Hace unos años participé en el Reino Unido en un proyecto de la The Royal Society for the Protection of Birds (RSPB) para la conservación del alcaraván (Burhinus oedicnemus). Pájaro estepario con escasas poblaciones en Inglaterra (347 parejas), el abandono de la ganadería ha reducido a la mínima expresión los pastizales donde antaño criaba este ave. Allí me quedé con los ojos a cuadros cuando vi que, para controlar el avance del bosque y mantener esos pocos lugares aptos para la especie, dedican mucho dinero a segar una hierba que antes se comían las ovejas.
¿Acabaremos haciendo nosotros lo mismo? Está claro que sí, si el abandono del campo continúa al mismo ritmo actual. Pero nuestras caras acciones serán apenas una gota en un mar de necesidades, absolutamente insuficientes para tratar de evitar la fuerte pérdida de la biodiversidad y de cultura que se nos avecina.