Archivo de abril, 2019

¿Y si el virus de Lloviu no mató a los murciélagos?

En mi entrada anterior resumí la historia del virus de Lloviu, ese pariente próximo del ébola que se describió en 2011 en cadáveres de murciélagos de una cueva asturiana, aunque aún no se conoce dónde pudo originarse –tal vez en Francia, han propuesto los científicos–. Como ya conté, ocho años después aún son muchas las preguntas pendientes sobre este virus; la de interés más general, si supone una amenaza para nosotros.

Pero antes de continuar, uno debe reconocer sus propios errores u omisiones. En mis artículos anteriores sobre el virus he mencionado a Anabel Negredo y Antonio Tenorio, investigadores del Centro Nacional de Microbiología del Instituto de Salud Carlos III (CNM-ISCIII) que han llevado gran parte del protagonismo en la detección del virus. Pero pasé por alto otra referencia esencial de esta historia, o más bien su raíz: el proyecto VIROBAT.

O, mejor dicho, proyectos, ya que son cuatro los que hasta ahora se han encadenado desde 2007 bajo la dirección del virólogo Juan Emilio Echevarría, responsable del Laboratorio de Rabia del CNM-ISCIII. VIROBAT es un programa multidisciplinar de identificación de virus en murciélagos ibéricos que ha implicado a diversos laboratorios en sus distintas líneas. El propio laboratorio de Echevarría identificó en 2013 el lyssavirus de Lleida, una variante de la rabia, mientras que la línea que llevó a la detección del lloviu gracias a las muestras de VIROBAT fue desarrollada en el Laboratorio de Arbovirus y Enfermedades Víricas Importadas del CNM-ISCIII, dirigido entonces por Tenorio y posteriormente por Mari Paz Sánchez-Seco. No solo debemos reconocer públicamente el trabajo científico que se hace en este país, sino también los nombres de quienes lo hacen posible.

Un murciélago de cueva Miniopterus schreibersii, la especie en la que se encontró el virus de Lloviu. Imagen de Steve Bourne / Wikipedia.

Un murciélago de cueva Miniopterus schreibersii, la especie en la que se encontró el virus de Lloviu. Imagen de Steve Bourne / Wikipedia.

El penúltimo trabajo sobre el lloviu hasta la fecha nos llega también del ISCIII, en colaboración con los investigadores estadounidenses que participaron en la identificación inicial del virus. Y sus conclusiones son interesantes, aunque aún continúan dejando preguntas en el aire que deberán esperar a nuevos estudios.

Como expliqué anteriormente, varios de los filovirus –la familia del ébola y el lloviu– que son letales para los humanos se han encontrado en murciélagos vivos y sin síntomas de enfermedad, lo que ha permitido despejar una incógnita clave sobre estos virus: su reservorio, o los animales que mantienen los virus en circulación y de los que ocasionalmente surgen los brotes que afectan a nuestra especie.

En cambio, el lloviu se encontró en murciélagos muertos. Lo cual no implica necesariamente que el virus matara a estos animales, algo de lo que no existen pruebas. Pero si fuera así y el lloviu fuese letal para los murciélagos, este virus se convertiría en una rareza dentro de su familia, y su reservorio debería buscarse entonces en otras especies, tal vez insectos o garrapatas. Aclarar estas dudas seguiría sin aportar nada sobre los posibles efectos del lloviu en los humanos, pero sería un paso relevante para ir desvelando el ciclo vital del virus (si “vital” puede aplicarse a algo que muchos científicos no consideran realmente un ser vivo).

Para explorar estos interrogantes, en los últimos años los investigadores han tratado de encontrar rastros de la presencia del virus tanto en murciélagos vivos como en otras especies que están en contacto con ellos, desde los insectos hasta nosotros mismos. Sin embargo, el virus no ha vuelto a detectarse de forma directa en otros animales, ni vivos ni muertos, salvo en una única ocasión: en 2016 se localizó en cadáveres de murciélagos hallados en el otro extremo de Europa, en Hungría.

Pero existe otra posibilidad, y es la detección del rastro que el virus haya podido dejar en el sistema inmunitario de los animales que en algún momento han estado infectados. Utilizando esta vía, un nuevo estudio en la revista Viruses, encabezado por Eva Ramírez de Arellano y dirigido por Negredo, ofrece una respuesta: el virus está circulando en los murciélagos de cueva, pero no en otras especies de murciélagos ni en los humanos.

Los científicos han analizado la sangre de hasta 60 ejemplares vivos de la especie Miniopterus schrebersii, el murciélago de cueva en el que se encontró el virus. Para aumentar la probabilidad de que estos animales hubieran estado expuestos al virus, los ejemplares fueron recogidos en 2015 en las mismas cuevas de Asturias y Cantabria donde se descubrió el lloviu. Al mismo tiempo, han examinado la sangre de un grupo de personas que también han estado en contacto con estos murciélagos, se supone que científicos dedicados al estudio de estos animales. Como control negativo, se han añadido muestras de murciélagos de otra especie diferente capturados en Huelva, lejos del brote original de lloviu.

Los resultados muestran que uno de cada tres murciélagos de cueva analizados, el 36,5%, lleva anticuerpos contra el lloviu, lo que confirma que estos animales contrajeron la infección en algún momento y, sin embargo, continúan vivos. Por el contrario, esta respuesta inmunitaria contra el virus no se ha encontrado en los humanos ni en los murciélagos de Huelva.

Estos datos indican que el brote original del lloviu no fue una rareza, sino que el virus está circulando de forma habitual entre los murciélagos de cueva. Sin embargo, no puede afirmarse que la presencia de los anticuerpos en animales vivos demuestre la no letalidad del virus para los murciélagos; del mismo modo que las personas que han contraído el ébola y han vivido para contarlo llevan anticuerpos en su sangre, podría ser que los murciélagos analizados sean los afortunados supervivientes de una epidemia mortal de lloviu.

Así, los investigadores escriben en su estudio que los resultados “disocian la circulación del lloviu como la causa de las muertes previamente reportadas”, pero es ahí hasta donde pueden llegar con los datos actuales. No obstante, encuentran un sospechoso parecido entre la proporción de animales seropositivos en su población y los niveles en las especies de murciélagos que sirven como reservorios del ébola y el marburgo, por lo que dejan entrever la idea de que quizá la dinámica del lloviu sea similar a la de estos virus; es decir, que infecte a los murciélagos sin matarlos.

Reconstrucción del virus del ébola. Imagen de Wikipedia.

Reconstrucción del virus del ébola. Imagen de Wikipedia.

Por último, el hecho de que no se hayan encontrado anticuerpos contra el lloviu en las personas que están en contacto con los murciélagos nos ha dejado sin la respuesta a la principal pregunta sobre este virus. En 1989 se detectó en Reston, Virginia (EEUU), una enfermedad mortal que afectaba a unos monos importados de Filipinas. Los investigadores descubrieron que el culpable era un filovirus muy similar al ébola, pero pronto se descubrió que era inofensivo para los humanos. Se encontraron anticuerpos en algunas personas que habían manejado los animales y que obviamente habían contraído el virus sin padecer síntomas.

Si el nuevo estudio sobre el lloviu hubiera detectado anticuerpos en algunas de las personas analizadas, probablemente podría concluirse que es un caso similar al virus de Reston: un patógeno para otras especies que no entraña riesgo para los humanos. Pero dado que no ha sido así, aún seguimos a oscuras sobre la peligrosidad del virus. Estudios anteriores sugieren que aparentemente el lloviu sería capaz de infectar células humanas por un mecanismo similar al ébola, por lo que hasta ahora no hay motivos para pensar que pueda ser un virus de contagio más difícil que su primo africano.

A falta de aislar el virus para poder trabajar directamente con él y responder a las preguntas pendientes, por el momento la única vía posible es fabricar sus trocitos a partir de su secuencia genética y estudiar qué hacen y cómo funcionan en sistemas in vitro. Decía más arriba que el nuevo estudio del ISCIII es el penúltimo, no el último; en días recientes se ha publicado además otro trabajo que ahonda un poco más en este prisma molecular del virus de Lloviu, y que aporta también una novedad sugerente. Próximamente, en este mismo canal.

Virus de Lloviu, el ‘primo europeo’ del ébola: aún más preguntas que respuestas

En 2002 comenzó una auténtica saga científica que todavía hoy tiene más preguntas que respuestas. El 17 de junio de aquel año, el biólogo Isidoro Fombellida informaba a sus compañeros de la Sociedad Española para la Conservación y el Estudio de los Murciélagos (Secemu) del hallazgo de numerosos cadáveres de estos animales en una cueva de Cantabria. De inmediato, a este primer informe se unían otros similares de Asturias, Portugal y Francia, en lo que parecía una enigmática y devastadora epidemia que afectaba específicamente a la especie Miniopterus schreibersii, el murciélago de cueva.

Unos meses después, en enero de 2003, el suceso quedaba reflejado en la revista Quercus. Los autores de aquel artículo, los miembros de la Secemu Juan Quetglas. Félix González y Óscar de Paz, contaban que la reunión entre los expertos y las autoridades estatales había resuelto dejar el caso en manos del laboratorio de referencia en enfermedades animales transmisibles a los humanos, el Centro Nacional de Microbiología del Instituto de Salud Carlos III (CNM-ISCIII), en Majadahonda.

En un primer momento los científicos del CNM-ISCIII sospecharon de un brote de rabia, pero los resultados de los análisis fueron negativos. Sin otra pista que olfatear, la misteriosa enfermedad de los murciélagos quedó en suspenso.

Un murciélago de cueva 'Miniopterus schreibersii', especie en la que se descubrió el virus de Lloviu. Imagen de Wikipedia.

Un murciélago de cueva ‘Miniopterus schreibersii’, especie en la que se descubrió el virus de Lloviu. Imagen de Wikipedia.

Un par de años después, el 30 de noviembre de 2005, la revista Nature publicaba un breve estudio dando cuenta de importantes novedades sobre un temible virus, el ébola. Por entonces este patógeno aún era casi un desconocido para el público. Desde 1976 se habían sucedido los brotes con terribles consecuencias para los afectados, pero muchos lo consideraban un problema africano. Por suerte, no todos: gracias a que el gobierno canadiense trabajaba en ello en 2003, cuando casi nadie más lo hacía, hoy tenemos una vacuna que ya se ha administrado a más de 90.000 personas, y sin la cual el brote iniciado en agosto de 2018 en la República Democrática del Congo, aún activo, podría haber sido mucho peor. Las vacunas no se crean de la noche a la mañana cuando el público las pide.

Uno de los interrogantes sobre el ébola era su reservorio animal, es decir, la especie en la que se oculta sin provocar graves síntomas cuando no está matando simios o humanos. Conocer el reservorio de los virus es clave de cara a su control, y en el caso del ébola aún era un misterio.

En Gabón y la República del Congo, un equipo internacional de científicos emprendió la laboriosa y arriesgada tarea de situar trampas en las zonas donde habían aparecido cadáveres de simios infectados por el ébola, con el fin de recoger los animales que podían actuar como reservorio y analizar la presencia del virus. Después de examinar más de 1.000 pequeños vertebrados, los científicos localizaron el reservorio del ébola en tres especies de mamíferos de la fruta, aportando un paso de gigante para poner cerco al virus letal.

Partícula del virus del Ébola fotografiada al microscopio electrónico y coloreada artificialmente. Imagen de NIH / dominio público.

Partícula del virus del Ébola fotografiada al microscopio electrónico y coloreada artificialmente. Imagen de NIH / dominio público.

Entre quienes leyeron aquel estudio se encontraba Antonio Tenorio, por entonces director del Laboratorio de Arbovirus y Enfermedades Víricas Importadas del CNM-ISCIII, donde se habían analizado los cadáveres de los murciélagos hallados en Cantabria y Asturias. Al desvelarse que estos mamíferos podían transmitir más enfermedades de las que hasta entonces se creía, Tenorio tuvo la idea de rescatar las muestras de aquellos animales y escrutarlas en busca de un posible material genético vírico que se pareciera a algo de lo ya conocido.

Pero Tenorio y su principal colaboradora, Anabel Negredo, jamás habrían sospechado lo que iban a encontrar en aquellos murciélagos: ébola. O eso parecía entonces: al comparar las secuencias parciales obtenidas con las bases de datos online de genomas virales, el resultado fue que eran idénticas a la del siniestro virus en un 75%; bastaba un 50% de semejanza genética para que un virus se considerara ébola. Sin embargo, aún era preciso secuenciar en su totalidad el virus de los murciélagos para establecer cuál era su grado de parecido general con el africano.

Aquello era mucho más que una alarmante rareza; era una auténtica bomba. Ni en Europa ni en ningún otro lugar fuera de África y Filipinas se había detectado en la naturaleza nada parecido al ébola (algunos virus de esta familia se descubrieron en Europa y EEUU, pero procedían de monos importados). Y sin embargo, aquel era también el momento en que el laboratorio español debía perder la exclusividad de su descubrimiento. El hallazgo de los científicos del CNM-ISCIII había dado un nuevo cariz a su investigación, pero ni su laboratorio ni ningún otro en este país estaba acreditado con el nivel de seguridad biológica 4, imprescindible para trabajar con patógenos tan peligrosos como el ébola. Así pues, Tenorio y Negredo se veían obligados a compartir su descubrimiento con otro centro en el extranjero que dispusiera de las instalaciones necesarias.

Gracias a la colaboración de los investigadores Ian Lipkin y Gustavo Palacios, entonces en la Escuela Mailman de Salud Pública de la Universidad de Columbia (EEUU), fue posible secuenciar casi en su totalidad el genoma de algo que finalmente resultaba ser diferente del ébola en solo una pizca más del 50%, lo suficiente para darle una identidad propia. Siguiendo la norma habitual en virología, el nuevo virus debía recibir el nombre del lugar donde fue descubierto; los cadáveres de murciélagos utilizados procedían de la cueva del Lloviu, en Asturias.

Por fin en octubre de 2011 un estudio encabezado por Negredo y Palacios como coautores principales, y codirigido por Lipkin y Tenorio, presentaba en sociedad el virus de Lloviu o LLOV, el primer filovirus –la familia del ébola– supuestamente originado fuera de África y Asia, el único en el nuevo género de los Cuevavirus, y más parecido al ébola que sus primos el marburgo y el ravn.

Desde entonces, tanto los descubridores originales del lloviu como otros investigadores han continuado avanzando hacia la conquista de los secretos de este intrigante patógeno, como he venido narrando en este blog con cada nuevo estudio que se publica. Pero la pregunta más acuciante aún sigue pendiente de respuesta: ¿es el lloviu una amenaza para los humanos?

La dificultad para responder a esta y otras innumerables preguntas sobre el lloviu estriba en que el camino de estas investigaciones es enormemente anfractuoso. Para estudiar un virus es indispensable poder manejarlo, pero los científicos estadounidenses no lograron aislarlo, y apenas queda algo de las muestras originales. Hace ahora un año, científicos húngaros describieron la reaparición del lloviu en el otro extremo de Europa, en cadáveres de murciélagos hallados en cavernas de Hungría en 2016. Pero una vez más, el virus asturiano se resistió a su aislamiento.

Así las cosas, los investigadores deben limitarse a reconstruir sus piezas moleculares a partir de la secuencia genómica conocida para después disfrazar con ellas a otros virus disponibles, como el ébola o incluso el VIH. El problema es que estos métodos no suelen ser suficientes para resolver incógnitas como la posible peligrosidad del virus para nuestra especie; no basta con fijarse en qué grado de parecido tienen esas diversas partes para predecir cómo se comportará un filovirus en los humanos o en otros animales. Para entender lo difícil que resulta responder a esta pregunta, conviene detenerse un momento en el complicado rompecabezas de los filovirus.

En los últimos años, esta familia se ha ampliado ya a seis géneros: a los Ebolavirus (ébola, sudán, taï forest, bundibugyo y reston), Marburgvirus (marburgo y ravn) y Cuevavirus (lloviu) han venido a añadirse los Striavirus (xilang) y Thamnovirus (huangjiao), que parecen infectar a los peces, y los Dianlovirus, representados hasta ahora solo por el virus de Mengla, descubierto en murciélagos chinos. Por otra parte, a los cinco Ebolavirus mencionados se ha sumado uno nuevo, el virus de Bombali, hallado en murciélagos de Sierra Leona.

Árbol evolutivo (filogenético) de la familia de los filovirus. Imagen de ICTV.

Árbol evolutivo (filogenético) de la familia de los filovirus. Imagen de ICTV.

Naturalmente, los distintos grupos representan un mayor o menor parecido genético: dos Ebolavirus se parecen más entre sí que un Ebolavirus y un Marburgvirus. Pero en cambio, estos grados de similitud no se aplican a los efectos o las enfermedades que provocan. Por ejemplo, los Ebolavirus son potencialmente letales para humanos y monos, pero no todos: el reston parece inofensivo para nosotros, no así para otros primates ni para los cerdos. Por otro lado, los Marburgvirus, más diferentes del ébola que el reston, son incluso más mortales para nosotros y los monos que el propio ébola.

En lo que respecta a los murciélagos, distintas especies parecen servir de reservorios tanto para los Ebolavirus como para los Marburgvirus. Los recientemente descubiertos mengla y bombali se han detectado en murciélagos vivos, lo que sugiere que estos virus pueden tener también su reservorio en estos animales. De modo que esto parecería una norma general para los filovirus… si no fuera porque el lloviu se encontró en murciélagos muertos, tanto en Asturias como en Hungría.

Pero ¿significa esto que el lloviu mata a los murciélagos, y que los animales hallados en las diferentes cuevas europeas murieron a causa del virus? ¿Significa que el lloviu es una rareza dentro de su familia al no utilizar estos animales como reservorio? ¿Significa que su reservorio debe buscarse en otras especies como los insectos o las garrapatas, una hipótesis que han manejado los investigadores del CNM-ISCIII? Y sobre todo, ¿qué significa todo esto de cara a los posibles efectos del lloviu en humanos?

Más preguntas que respuestas. El próximo día comentaré un par de nuevos estudios que no llegan a esclarecer las muchas incógnitas pendientes, pero que al menos apuntan nuevos datos sobre este virus aún tan desconocido, pero tan cercano a nosotros.

¿Que vivimos en un zoo galáctico gestionado por alienígenas? ¿En serio?

Hubo un tiempo en que hasta los científicos más sesudos reconocían la posibilidad de que algunos casos de ovnis fueran avistamientos reales de naves alienígenas. Por entonces tenía sentido: tal vez aquellos rumores habían existido siempre –ahí estaba la visión bíblica de Ezequiel–, pero solo a mediados del siglo XX empezó a extenderse la tecnología necesaria para documentar correctamente aquellos sucesos y para que las noticias sobre ellos llegaran a todos los rincones del mundo. Desde los foo fighters, misteriosos aparatos que reportaban los pilotos en la Segunda Guerra Mundial, hasta que comenzaron a proliferar los avistamientos civiles, el fenómeno parecía seguir una evolución lógica que culminaría con la confirmación definitiva de que nos estaban visitando.

Pero la confirmación definitiva jamás llegó. Mirando retrospectivamente, quizá se pasaron por alto ciertos indicios de que en realidad todo aquello podía ser simplemente un meme –término que ya existía antes de internet, y que se refiere a un rasgo cultural que se transmite por imitación–: todos los avistamientos de platillos volantes tienen su origen en un primer caso de 1947, pero el protagonista de aquel incidente, Kenneth Arnold, nunca dijo haber visto platillos, sino “nueve objetos con forma de media luna” que se movían “como un platillo saltando sobre el agua”. Fue el periodista Bill Bequette quien entendió mal la explicación e inventó los “platillos volantes”. También un análisis más riguroso habría destapado ya entonces, por ejemplo, que el Triángulo de las Bermudas era solo un mito inventado y explotado comercialmente por un par de escritores sensacionalistas.

Quizá eran tiempos más ingenuos. Hoy las tornas han cambiado. Y aunque el fenómeno ovni continúa congregando una legión de adeptos –se habla incluso de un renacimiento en los últimos años–, raros son los científicos que lo defienden. Los que sí lo hacen acusan a la comunidad científica de haberlo ignorado por considerarse un tema tabú, pero lo cierto es que no han faltado los científicos que se han acercado a este fenómeno con la imprescindible mezcla de escepticismo y honestidad. Con los medios y la tecnología actuales es aún más fácil documentar estos casos, pero la documentación no ha mejorado. Con los medios y la tecnología actuales también es más fácil fabricar estos casos, pero también destapar esas fabricaciones. Expertos como el exingeniero de la NASA e historiador de la carrera espacial Jim Oberg han desmontado la práctica totalidad de los avistamientos de ovnis publicados online.

Lo cual deja un problema pendiente. La creencia extendida de que el universo es un lugar rebosante de vida cuadraba a la perfección con el fenómeno ovni. Pero ¿cómo se compadece esa hipótesis de la vida rebosante con una realidad que hasta ahora nos ha mostrado todo lo contrario?

Imagen de Max Pixel.

Imagen de Max Pixel.

En 1950 el físico Enrico Fermi se preguntó: “¿Dónde está todo el mundo?”, dando lugar a lo que desde entonces se conoce como la paradoja de Fermi: tantísimas civilizaciones desperdigadas por todo el cosmos, y nosotros aquí, sin saber absolutamente nada de nadie más. Por entonces se creía que esa paradoja tenía los días contados. Pero con el pasar de los años se ha convertido en lo que ahora llaman el Gran Silencio: no es solo que nadie haya venido aquí, sino que tampoco las intensas búsquedas de señales alienígenas durante casi 60 años han obtenido otro resultado que ese silencio.

A pesar de todo, el ser humano es obstinado. Todavía hoy, muchos de los científicos más sesudos creen que el universo debe de ser un lugar rebosante de vida, incluso sin prueba alguna. Tal vez algún día las tornas vuelvan a cambiar, y la realidad imponga la idea de que la vida es un fenómeno extremadamente raro. Pero mientras tanto, a los defensores de la vida rebosante les urge encontrar una solución a la paradoja de Fermi y al Gran Silencio.

A lo largo de los años se han propuesto diferentes soluciones a la paradoja, con mayores o menores pretensiones científicas, pero sin ninguna prueba.

Y luego está la del zoo galáctico.

¿Saben aquel que dice que la Tierra es una especie de reserva natural gestionada por una raza de alienígenas superavanzados, y que no sabemos nada de ellos porque nos mantienen en la ignorancia para no trastornarnos, o porque somos demasiado tontos para sus estándares?

No, en serio: hay quienes no solamente creen en esto, sino que además financian un congreso destinado a que científicos de todo el mundo crucen océanos y se reúnan para discutirlo. Ocurrió el mes pasado en París, donde investigadores del METI (algo parecido al SETI, pero que trata de comunicarse activamente con posibles alienígenas) se congregaron para debatir sobre la paradoja de Fermi. Uno de los argumentos estelares de la cita, sobre el que versaron varias de las charlas, fue la llamada hipótesis del zoo.

La copresidenta del congreso y miembro de la dirección del METI, Florence Raulin Cerceau, calificó la hipótesis del zoo de “explicación controvertida”. Por su parte, el también copresidente de la conferencia Jean-Pierre Rospars dijo que “parece probable que los extraterrestres estén imponiendo una cuarentena galáctica porque son conscientes de que sería culturalmente perturbador para nosotros saber de su existencia».

¿Explicación controvertida? ¿Cuarentena galáctica? ¿Parece probable? Si se trata de opiniones, aquí va otra: no es que sea imposible; pero se trata de una hipótesis tan descabellada que necesita más pruebas para cruzar el umbral de la credibilidad que otra mucho más plausible. Como decía Carl Sagan, y otros antes que él, afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias (he rescatado estas palabras de una ocasión en la que escribí sobre el principio de Wang, aquel personaje de la película Un cadáver a los postres que definía una hipótesis de un colega como «teoría más estúpida jamás oída»).

La idea del zoo galáctico no es nueva; fue propuesta formalmente por primera vez en 1973 por el radioastrónomo John Ball, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, aunque ya había aparecido antes en la ciencia ficción. Y desde luego, como argumento de ciencia ficción puede dar pie a historias muy jugosas.

Pero el propio Ball sabía que estaba jugando a la especulación loca; en su artículo reconocía que su hipótesis era «probablemente fallida e incompleta», alegando que los alienígenas se asegurarían de que nunca los encontráramos y que por tanto se trataba de una idea indemostrable. Para la cual no solamente no hay pruebas, sino ni siquiera una manera imaginable de obtenerlas. E incluso cuando algún investigador ha seguido el juego tratando de echar unos cuantos números, ha llegado a la conclusión de que lo del zoo galáctico es difícilmente compatible con el mundo real.

Imagen de Max Pixel.

Imagen de Max Pixel.

Y sin embargo, este delirio sigue cautivando. Con motivo de la reunión del METI, el presidente de esta organización, Douglas Vakoch, comparaba nuestra situación y la de esos presuntos alienígenas guardabosques con la de las cebras del zoo y sus cuidadores. “Si fuéramos a un zoo y de repente una cebra se volviera hacia nosotros, nos mirara a los ojos y comenzara a recitar una serie de números primos con su pezuña, eso establecería una relación radicalmente diferente entre nosotros y la cebra, y nos sentiríamos obligados a responder”, decía Vakoch. “Podemos hacer lo mismo con los extraterrestres trasmitiendo señales de radio potentes, intencionadas y ricas en información hacia las estrellas cercanas”.

Claro está, Vakoch olvidaba mencionar que nuestra existencia es totalmente evidente para la cognición cebril. Incluso en las reservas naturales, aunque las cebras no tengan la menor idea de su estatus como animales protegidos ni del nuestro como sus protectores, saben que estamos ahí y reaccionan a nuestra presencia. Por el contrario, los defensores de la hipótesis del zoo arguyen que los alienígenas, además de encontrarse en un nivel cognitivo infinitamente superior al nuestro, disponen de la tecnología necesaria para evitar que tengamos la menor pista de su existencia.

O sea, que si sumamos un ente sobrehumano muy superior a nosotros, invisible, intangible y todopoderoso, que nos observa y mueve los hilos de nuestro mundo, cuyas decisiones no comprendemos ni podemos objetar, con el cual no podemos establecer un contacto directo y cuya existencia no podemos demostrar… ¿No nos da algo muy parecido a lo que tradicionalmente se ha venido llamando… Dios?

Pero antes de caer en la tentación de asignar a la hipótesis del zoo galáctico el estatus de religión New Age, por supuesto que es imprescindible aclarar la diferencia esencial entre los defensores de esta idea y los raelianos o los practicantes de otros cultos, ufológicos o no; y es que los primeros no creen ciegamente sin más.

Lo realmente incomprensible es que ese pensamiento crítico propio de todo científico no les haya llevado a interesarse por aquello de la navaja de Ockham. ¿Qué es más plausible? ¿Que exista un Club Galáctico de especies alienígenas inteligentes a nuestro alrededor, pero que no tengamos constancia de ellos porque nos mantienen en una reserva, ocultándose de nosotros mediante tecnologías avanzadas? ¿O… que sencillamente no haya nadie ahí?

Y es que asumir sin más, como hacía Ball en su artículo, que “donde quiera que haya condiciones para que la vida exista y evolucione, lo hará”, es ir demasiado lejos saltándose demasiados pasos. En el fondo, la solución más sencilla a la paradoja de Fermi es simplemente que no exista tal paradoja.

La radiación estelar, un arma de doble filo para la vida en otros planetas

La semana pasada, dos científicos del Instituto Carl Sagan de la Universidad de Cornell publicaban un interesante estudio con una conclusión sugerente: la alta irradiación estelar que reciben algunos de los exoplanetas descubiertos no sería un obstáculo para la supervivencia, ya que la Tierra logró engendrar vida a pesar de que en sus comienzos también estaba sometida a un elevado nivel de radiación del Sol.

En su estudio, publicado en Monthly Notices of the Royal Astronomical Society, Lisa Kaltenegger y Jack O’Malley-James cuentan que Proxima-b, un planeta rocoso en la zona habitable de Proxima Centauri (una de las estrellas del sistema estelar más cercano a nosotros, Alfa Centauri), recibe 30 veces más radiación ultravioleta (UV) que la Tierra actual y 250 veces más bombardeo de rayos X.

En su día, estos datos desinflaron las expectativas de encontrar vida allí, ya que estos niveles de radiación se consideraban demasiado hostiles. Algo similar ocurre con otros exoplanetas potencialmente habitables que también orbitan en torno a enanas rojas, estrellas pequeñas, poco brillantes y templadas que suelen tener un comportamiento temperamental.

Kaltenegger y O’Malley-James han construido modelos de simulación computacional del ambiente de radiación UV en los cuatro exoplanetas habitables más próximos, Proxima-b, TRAPPIST-1e, Ross-128b y LHS-1140b, y con distintas composiciones atmosféricas para imponer diferentes grados de protección frente a los embates de sus estrellas, todas ellas enanas rojas. Al mismo tiempo, los dos investigadores simularon también las condiciones a lo largo de la historia de la Tierra, desde hace 3.900 millones de años hasta hoy.

Ilustración de un planeta habitable en la órbita de una estrella enana roja. Imagen de Jack O’Malley-James/Cornell University.

Ilustración de un planeta habitable en la órbita de una estrella enana roja. Imagen de Jack O’Malley-James/Cornell University.

Los resultados muestran que incluso en las peores condiciones atmosféricas y de irradiación, los exoplanetas analizados soportarían niveles de UV inferiores a los que experimentaba nuestro planeta hace 3.900 millones de años, cuando posiblemente la vida comenzaba a dar sus primeros pasos; unos primeros pasos que llegaron increíblemente lejos. «Dado que la Tierra temprana estaba habitada, mostramos que la radiación UV no debería ser un factor limitante para la habitabilidad de los planetas», escriben los investigadores. «Nuestros mundos vecinos más cercanos permanecen como objetivos interesantes para la búsqueda de vida más allá de nuestro Sistema Solar».

El estudio de Kaltenegger y O’Malley-James es sin duda un argumento a favor de que la vida pueda progresar en entornos más hostiles de lo que solemos imaginar (aunque no aborda otras agresiones como los rayos X). De hecho, sus implicaciones van aún más allá de lo que los autores contemplan, porque la radiación es una causa de variabilidad genética, el sustrato sobre el que actúa la evolución. La radiación mata, pero también muta: puede generar esporádicamente ciertas variantes genéticas que casualmente resulten en individuos mejor adaptados y en el primer paso hacia nuevas especies. Otro estudio reciente muestra que el sistema TRAPPIST-1 puede estar sometido a un intenso bombardeo de protones de alta energía; y una vez más, esto puede ser tan dañino para la vida como generador de diversidad.

Sin embargo, al leer el estudio es inevitable regresar al viejo problema, el principal: sí, la vida puede perdurar, pero para ello antes tiene que haber surgido. ¿Y cómo?

Hasta que un experimento logre reproducir a escala acelerada el fenómeno de la abiogénesis –un término elegante para referirse a la generación espontánea en tiempo geológico, la aparición de vida a partir de la no-vida–, o hasta que un algoritmo de Inteligencia Artificial sea capaz de simular el proceso, seguimos completamente a oscuras.

La especiación es un fenómeno continuo y abundante. La eclosión de seres complejos a partir de otros más sencillos es algo que ha ocurrido infinidad de veces a lo largo de la evolución, incluso cuando se ha hecho borrón y cuenta nueva, como pudo ser el caso de la biota ediacárica hace 542 millones de años. Pero todas las pruebas apuntan a que en 4.500 millones de años la vida solo ha surgido una única vez. Y lo cierto es que aún no tenemos la menor idea de cómo ocurrió.

Lo cual nos lleva una vez más a la misma idea planteada a menudo en este blog, y es que si la abiogénesis ha sido un fenómeno tan inconcebiblemente extraordinario y excepcional en un planeta también inusualmente raro —como conté recientemente aquí–, defender la abundancia de la vida en el universo es más un deseo pedido a una estrella fugaz que un argumento basado en ciencia. Al menos, con las pruebas que tenemos hasta ahora.

Esta ausencia de pruebas obliga a los defensores de la profusión de la vida en el universo a explicar por qué no tenemos absolutamente ninguna constancia de ello. Y a veces les empuja a esgrimir teorías que llegan a rayar en lo delirante. Como les contaré el próximo día.

¿De verdad se ha descubierto una nueva especie humana?

Cuando hace unos días leí la noticia de que se ha descubierto una nueva especie humana, Homo luzonensis, que vivió hace al menos 67.000 años y cuyos restos se han hallado en una cueva de Filipinas, me vinieron a la cabeza dos pensamientos. En concreto, dos nombres: denisovanos y Darren Curnoe.

Dientes del Homo luzonensis. Imagen de Callao Cave Archaeology Project (Florent Détroit).

Dientes del Homo luzonensis. Imagen de Callao Cave Archaeology Project (Florent Détroit).

Los denisovanos son los eternos aspirantes a nueva especie humana que nunca terminan de conseguir este estatus; algo así como el príncipe Carlos de la paleoantropología. Su primer resto se desenterró en una cueva de Siberia en 2008, un fragmento de hueso de un dedo meñique de un niño o niña. En 2010 se publicó y se nos presentó a los medios como «mujer X», no porque los investigadores supieran que se trataba de una niña, sino porque el estudio analizó la secuencia de su genoma mitocondrial, que se transmite por línea materna.

Aquel estudio marcaba un nuevo hito en la paleoantropología: por primera vez se presentaba un humano antiguo solo por una secuencia de ADN; de hecho, el único resto, aquel trozo de dedo, fue destruido para obtener el genoma mitocondrial. De este ADN se obtuvo mucha información; la suficiente para saber que aquel individuo, contemporáneo de humanos modernos y neandertales, era diferente de estos.

Sin embargo, no se le podía dar el estatus de nueva especie porque no había suficientes restos para establecer un holotipo, el espécimen al que se refieren los estudios posteriores. La paleoantropología tiene sus normas, y en una ciencia en la que tradicionalmente se ha estimado el volumen cerebral de los fósiles llenando el cráneo con semillas, los denisovanos quedaban como algo parecido a una especie virtual, sin un sustrato físico tangible.

Pero con el paso del tiempo se han desenterrado más restos: piezas dentales y fragmentos de hueso de extremidades, de un total de cuatro individuos. Posteriormente se ha podido también secuenciar el genoma nuclear de los denisovanos, y el pasado febrero se informó por fin del hallazgo de dos pedazos de hueso parietal de un quinto individuo. Los fragmentos de cráneo son como la regla de oro de los paleoantropólogos. Cuando por fin se publiquen formalmente estos resultados, ¿entrarán por fin los denisovanos en la categoría de nueva especie? ¿O deberán seguir esperando… hasta cuándo?

Por el contrario, el Homo luzonensis se ha publicado como nueva especie con todas las bendiciones de Nature, a pesar de que no existen fragmentos de cráneo, sino solo algunos dientes y pedazos de extremidades. Evidentemente, corresponde a los expertos decidir si estos restos son suficientes como para admitir la denominación de nueva especie, y parece que así ha sido. Pero se me ocurrió que tal vez no todos estarían de acuerdo. Y fue así como me vino a la memoria el segundo nombre, Darren Curnoe.

Curnoe es un paleoantropólogo australiano que en 2012 describió un intrigante hallazgo, un cráneo parcial descubierto en una cueva de China, datado en menos de 15.000 años y que presentaba una mezcla de rasgos arcaicos y modernos, como si fuera un híbrido entre sapiens y otra especie humana más primitiva. Respecto a la posible identidad de esta última, las posteriores excavaciones de Curnoe dieron sus frutos: en 2015 publicaba el descubrimiento de un fémur de hace 14.000 años que perteneció a un tipo de humano más parecido a especies arcaicas como el Homo habilis o el Homo erectus que a nosotros.

Cráneo del pueblo de la cueva del ciervo rojo. Imagen de Curnoe, D.; Xueping, J.; Herries, A. I. R.; Kanning, B.; Taçon, P. S. C.; Zhende, B.; Fink, D.; Yunsheng, Z. / Wikipedia.

Cráneo del pueblo de la cueva del ciervo rojo. Imagen de Curnoe, D.; Xueping, J.; Herries, A. I. R.; Kanning, B.; Taçon, P. S. C.; Zhende, B.; Fink, D.; Yunsheng, Z. / Wikipedia.

Curnoe llamó a estos humanos el pueblo de la cueva del ciervo rojo. A pesar de tratarse de los humanos arcaicos más recientes que se conocen, el paleoantropólogo se ha mostrado muy prudente a la hora de asignarles una identidad: podrían ser denisovanos, o un cruce entre estos y los humanos modernos, o una especie totalmente nueva, o simplemente sapiens con una anatomía peculiar. Curnoe piensa que aún es pronto para saberlo, y por ello ha preferido mantener una postura discreta.

Pero frente a esta extrema prudencia del australiano, llama la atención cómo los descubridores del Homo luzonensis se han lanzado directamente a la audaz hipótesis de proponer una nueva especie con restos tan relativamente escasos. Y se me ocurrió que tal vez Curnoe tendría algo que decir al respecto.

Y en efecto, así es. En un artículo publicado en The Conversation, Curnoe deja clara su postura desde el título, en forma de pregunta: «¿Cuántas pruebas son suficientes para declarar una nueva especie humana de una cueva de Filipinas?». El investigador aclara que se sitúa en un término medio entre quienes «saludan la publicación [del Homo luzonensis] con entusiasmo» y quienes «aúllan furiosamente, opinando que la declaración va demasiado lejos con muy pocas pruebas».

«Debemos mantener la cabeza fría, porque la designación de una nueva especie todavía es una hipótesis científica, de obligada comprobación y lejos de estar inscrita en piedra, incluso si se publica en las apreciadas páginas de una revista como Nature«, escribe Curnoe. El investigador objeta que el holotipo está representado solo por unos pocos dientes de la mandíbula superior, «todos los cuales están fuertemente desgastados o rotos». «No hay mucha anatomía conservada aquí, y esto me deja con la sensación de que el caso para nombrar una nueva especie es un poco endeble», dice.

«Creo que preferiría dejar el fósil en lo que el arqueólogo y antropólogo keniano Louis Leakey solía llamar la cuenta del suspense hasta que tengamos muchas más pruebas», concluye Curnoe. Porque, y esto no lo dice él pero lo sabe cualquier científico, mucho peor que no publicar jamás un Nature es publicarlo y luego tener que retractarse.

Un anillo de fuego, la primera foto de un agujero negro

En días como hoy y con noticias como esta, hay que recurrir al tópico: una imagen vale más que mil palabras. Y aquí está:

Imagen del agujero negro supermasivo en el centro de la galaxia M87 resuelta por la red Event Horizon Telescope.

Imagen del agujero negro supermasivo en el centro de la galaxia M87 resuelta por la red Event Horizon Telescope.

Este anillo de fuego es la primera fotografía de un agujero negro, un monstruo de 6.500 millones de veces la masa de nuestro Sol, situado a 55 millones de años luz, en el centro de la galaxia gigante M87. Este logro histórico, presentado hoy en varias ruedas de prensa simultáneas, se ha conquistado gracias a la participación de más de 200 científicos y ocho radioobservatorios dispersos por todo el mundo; solo uno de ellos en Europa, la antena de 30 metros situada en el pico Veleta de Sierra Nevada (Granada) y operada por el Institut de Radioastronomie Millimétrique, una colaboración franco-germano-española.

Esta red de observatorios forma el Event Horizon Telescope (EHT), un telescopio virtual del tamaño de todo el planeta que ha conseguido lo que de otro modo solo podría haberse logrado con un gran telescopio espacial que hoy ni siquiera existe. Según los expertos, la idea de crear la red del EHT ha robado décadas al progreso en el conocimiento de los agujeros negros. La resolución alcanzada por esta red global es equivalente, según los investigadores, a la que permitiría leer un periódico en Nueva York desde un café de París.

En realidad, la imagen es una representación visual de una reconstrucción; en este caso no se trata simplemente de mirar por un telescopio y tomar una foto. Lo que se ve es la emisión luminosa del disco de acreción –el centro lo ocupa la sombra del propio agujero negro, unas 2,5 veces mayor que su límite externo– en todo el espectro electromagnético, desde las ondas de radio a los rayos gamma, a partir de los datos recogidos por los ocho observatorios, sincronizados por relojes atómicos para trabajar en secuencia en función de la rotación terrestre. Los petabytes de datos recogidos se transportaron en unos 1.000 discos duros hasta el Instituto Max Planck en Bonn (Alemania) y el observatorio Haystack del MIT (EEUU), donde las supercomputadoras aplicaron novedosos algoritmos para producir el resultado final.

Finalmente el primer éxito del EHT ha sido una imagen de un agujero negro, no de nuestro agujero negro; Sagitario A*, en el centro de la Vía Láctea. Hay poderosas razones para que el de M87 haya sido un objetivo más asequible: a pesar de su mayor distancia, su tamaño es inmensamente más masivo; el diámetro del disco de acreción observado en la imagen se estima en 0,39 años luz, más o menos la undécima parte de la distancia del Sol al sistema estelar más próximo, Alfa Centauri.

Pero sobre todo, la línea visual al centro de M87 es relativamente más limpia, mientras que para observar el corazón de la Vía Láctea es necesario abrirse paso a través de la densa nube de material en el plano de la galaxia. Los científicos del EHT confían en que la ampliación de la red de observatorios permita en el futuro obtener una imagen de Sagitario A* y mejorar la resolución del agujero negro de M87.

Los detalles de las investigaciones del EHT se describen en seis estudios publicados en un número especial de la revista The Astrophysical Journal Letters. Además de servir para estimar con más precisión la masa del agujero negro estudiado, las observaciones han confirmado las teorías y las simulaciones empleadas hasta ahora, incluyendo la estructura predicha por la relatividad general de Einstein, así como la asimetría en el brillo del disco debida al efecto Doppler que expliqué ayer (el disco gira a toda velocidad, y el lado más brillante corresponde a la parte que se acerca hacia nosotros).

En definitiva, lo que esta imagen representa en el avance de la investigación astronómica lo ha resumido el astrofísico Michael Kramer, del Instituto Max Planck: «Los libros de historia se dividirán entre los de antes de la imagen y después de la imagen».

Qué significa el nuevo hallazgo de Barbacid contra el cáncer

Imaginemos que un grupo de climatólogos construye un modelo de simulación computacional del cambio climático. Los científicos ponen su modelo a trabajar e imponen una condición: mañana, a las 9 en punto, cesan todas las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero en la Tierra. Después de ejecutar la simulación, el resultado es que pasado el tiempo no solo se revierten los efectos del cambio climático hasta ahora, sino que desaparece la amenaza del calentamiento en las décadas venideras (es solo un ejemplo hipotético).

Naturalmente, los científicos estimaban que los resultados podían ser favorables, ya que están actuando sobre la causa raíz, pero resultan ser más espectaculares incluso de lo que sospechaban. Sin embargo, es solo una simulación; no existe manera humana de que mañana a las 9 cesen las emisiones de gases de efecto invernadero. Y aunque de alguna manera fuera posible, los daños colaterales superarían a los beneficios: no tendríamos transporte, energía, comunicaciones, comercio, industria, agricultura… Los centros de trabajo se vaciarían, las fábricas pararían, no habría alimentos en las tiendas, ni tendríamos electricidad, telefonía, internet. Sería un apocalipsis, un colapso de la civilización.

Este caso imaginario sirve como ejemplo para ilustrar lo que ha logrado el equipo del investigador Mariano Barbacid, y que ayer se presentó en rueda de prensa en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO). Barbacid y sus colaboradores han creado un modelo de simulación del cáncer de páncreas, solo que en lugar de tratarse de un algoritmo, es un modelo biológico en ratones. A continuación han impuesto a su modelo una condición drástica, la anulación de ciertos genes implicados en el cáncer y cuya inactivación, esperaban los investigadores, podía revertir el proceso canceroso. Los resultados han superado sus expectativas, logrando en varios casos una curación total.

Pero es solo una simulación. Incluso en el caso de que fuera posible anular dichos genes en los pacientes con cáncer, que hoy por hoy no lo es, los efectos secundarios serían peores que la propia enfermedad, ya que se trata de genes que desempeñan funciones esenciales en el organismo.

Imagen de archivo del investigador Mariano Barbacid. Imagen de Chema Moya / EFE.

Imagen de archivo del investigador Mariano Barbacid. Imagen de Chema Moya / EFE.

Durante la rueda de prensa, Barbacid insistió en que sus nuevos resultados, publicados en Cancer Cell, no deben despertar falsas esperanzas entre los enfermos de cáncer, y así lo han reflejado los medios. Pero también se ha dicho que el tratamiento podría estar disponible para humanos en unos cinco años. Solo que en este caso no existe ningún tratamiento.

En los centros de investigación del cáncer no es raro recibir llamadas de familiares de pacientes, amargamente rotos y deseando agarrarse al menor resquicio de esperanza, dispuestos a abrazar cualquier posible terapia, por experimental y peligrosa que sea. Pero en este caso no hay ninguna terapia que deba demorarse unos años por el proceso de ensayos clínicos. No existe ningún fármaco nuevo, sino solo una posible estrategia, un indicio de enfoque, que es y será por mucho tiempo totalmente inaplicable en humanos.

Con todo, por supuesto que la investigación de Barbacid aporta novedades enormemente valiosas. La principal, la regresión total de este tipo de cáncer en algunos casos, algo que se ha conseguido por primera vez en un modelo experimental; hasta ahora, en los modelos de cáncer de páncreas solo se habían logrado remisiones temporales. Es especialmente destacable que se haya obtenido una paralización del proceso canceroso en los ratones trasplantados con tumores humanos, ya que el cáncer de páncreas en nuestra especie es más complejo que los modelos genéticamente modificados en ratones.

De hecho, este es el dato más intrigante del estudio de Barbacid; los investigadores aún no están seguros de por qué las células tumorales humanas resultan ser tan sensibles en los ratones a esta modificación genética, ni de por qué los efectos tóxicos son mucho más leves de lo esperado.

Curiosamente, esto último parece deberse a que la supresión de uno de los genes (c-Raf) no ha anulado la función que esta enzima desempeña en los sistemas esenciales para la supervivencia celular, algo que sí sucede cuando se emplea un fármaco que inhibe dicha enzima. Lo cual sugiere que el efecto beneficioso observado en los ratones cuando se suprime este gen no está mediado por esa actividad enzimática, sino por alguna otra función de c-Raf que aún es un misterio, y que delata lo mucho que queda por conocer sobre los mecanismos moleculares del cáncer.

Si fuera posible reproducir este último efecto en humanos, se abriría una nueva vía hacia futuros tratamientos. Pero aún quedaría por superar el escollo de cómo conseguir esta inhibición selectiva, inocua para el funcionamiento de las células normales. Esto implica obtener no solo los agentes o fármacos adecuados, sino diseñar una estrategia para su acción específica en los tumores.

Actualmente se ensayan enfoques como la inmunoterapia o la optogenética (controlar funciones de los genes con luz) que pueden lograr esta acción específica. Estudios como el de Barbacid pueden dibujar la equis sobre los genes en los que sería necesario aplicar estas nuevas técnicas para aplacar la furia proliferativa de los tumores. Aún queda mucho camino por recorrer, pero al menos ya se está recorriendo.

Mañana, ¿la primera foto de un agujero negro?

Mañana miércoles llegará por fin una de las noticias más esperadas en el mundo de la ciencia en los últimos años. Y no es una frase hecha: a un servidor le toca cada mes de enero escribir una previsión para algún medio sobre lo que nos deparará la investigación científica en el año que empieza, y desde 2017 ha figurado en esos pronósticos una noticia que finalmente se nos escapó durante los dos años pasados, y que por fin verá la luz mañana: la primera foto de un agujero negro.

Los agujeros negros, esos objetos de densidad tan inmensa que se tragan cuanto cae bajo su influjo gravitatorio, son uno de los fenómenos cósmicos más populares, a pesar de que hasta ahora jamás han sido vistos directamente; en realidad, nadie sabe con certeza qué aspecto tendrían si pudiéramos contemplarlos desde una distancia segura.

Simulación de un agujero negro creada por Jean-Pierre Luminet en 1979.

Simulación de un agujero negro creada por Jean-Pierre Luminet en 1979.

Las razones por las que nadie ha podido contemplar hasta ahora un agujero negro son de lo más trivial: están muy lejos y son, ejem, negros. Respecto a lo primero, el más cercano que se conoce es Sagitario A*, el agujero negro supermasivo que ocupa el centro de la galaxia, a unos 26.000 años luz de la Tierra. Pese a su masa equivalente a cuatro millones de soles, desde nuestra segura lejanía solo ocupa en el cielo el espacio de un punto diminuto.

En cuanto a lo segundo, vemos los objetos gracias a la luz que reflejan, pero los agujeros negros se la tragan. Sin embargo y aunque no podamos observarlos directamente porque no ofrecen ninguna imagen, sí es posible vislumbrar sus efectos. Por ejemplo, su enorme masa actúa como lente gravitatoria; es decir, deforma la luz de los objetos que se encuentran detrás desde nuestro punto de vista. Así, si pudiéramos acercarnos lo suficiente como para entrar en su órbita, contemplaríamos algo parecido a esta simulación construida en 2016 por el astrofísico francés Alain Riazuelo (y que, por cierto, recuerda a un salvapantallas de las antiguas versiones de Windows):

Pero esta fantasmagórica deformación de los objetos alrededor de una nada en movimiento no es lo único que puede observarse de un agujero negro. Su enorme masa convierte a estos objetos en sumideros cósmicos; y tal como el agua gira en espiral alrededor de un drenaje, un agujero negro puede formar a su alrededor un disco de acreción, compuesto por gases y polvo girando a velocidades cercanas a la de la luz. El calentamiento debido a la fricción de los materiales genera un plasma luminoso, que justo en la frontera del horizonte de sucesos –la distancia del agujero negro a la cual la radiación y la materia ya no pueden escapar– dibuja un anillo de luz donde los fotones describen círculos antes de ser tragados por el sumidero.

Durante décadas, los astrofísicos han formulado predicciones sobre el aspecto de esta “sombra”, donde la luz del horizonte de sucesos desaparece. La relatividad general de Einstein predice una forma circular, mientras que otras hipótesis han propuesto que podría tener una imagen más achatada.

En 1979, el matemático francés Jean-Pierre Luminet utilizó por primera vez un modelo computacional para simular el aspecto de un agujero negro con disco de acreción (el modelo de Riazuelo simula un agujero negro desnudo). Con los medios rudimentarios de la época, tuvo que dibujar a mano uno a uno todos los puntos que la computadora le iba indicando. Lo hizo sobre papel fotográfico de negativo, para que al positivarlo después se vieran como brillantes los puntos que él había dibujado, correspondientes a la luminosidad del disco de acreción. El resultado fue la imagen mostrada más arriba.

La imagen de Luminet muestra el disco de acreción visto desde una ligera altura con respecto a su plano. Para comprender lo que estamos viendo debemos entender que las extrañas propiedades del agujero negro nos ofrecen una imagen diferente a la real; el disco es simplemente un disco luminoso, tal cual. Pero mientras que en una imagen de Saturno los anillos desaparecen detrás del planeta, esto no ocurre en el agujero negro: debido a que actúa como lente gravitatoria, la deformación de la luz hace que veamos la parte posterior del disco por encima, como si se desbordara sobre él.

Por otra parte, el efecto Doppler –el mismo que hace cambiar la sirena de una ambulancia cuando pasa junto a nosotros– hace que se vea más luminosa la parte del disco que se acerca hacia nosotros, y más oscura la que se aleja; por eso lo vemos más brillante a un lado y más apagado al otro. Por último, hay que tener en cuenta que la imagen de Luminet muestra el espectro electromagnético completo, y no solo lo que observaríamos como luz visible.

Décadas más tarde, el físico Kip Thorne se basó en esta imagen de Luminet para crear su propia simulación, que sirvió como base para crear el agujero negro de la película de Christopher Nolan Interstellar. Sin embargo, los responsables de la producción optaron por una versión simplificada y estéticamente más llamativa, con una simetría que desprecia el efecto Doppler (la imagen estaría tomada desde el plano del disco de acreción):

Agujero negro retratado en la película 'Interstellar'. Imagen de Paramount Pictures.

Agujero negro retratado en la película ‘Interstellar’. Imagen de Paramount Pictures.

Como respuesta a esta licencia artística de la película, Thorne y sus colaboradores publicaron una versión más realista:

Simulación de un agujero negro creada por Kip Thorne y sus colaboradores. Imagen de James et al / Classical and Quantum Gravity.

Simulación de un agujero negro creada por Kip Thorne y sus colaboradores. Imagen de James et al / Classical and Quantum Gravity.

En 2007, tres radiotelescopios se unieron para resolver la estructura de Sagitario A*. Con el paso de los años, otros observatorios radioastronómicos se han sumado, creándose una red global llamada Event Horizon Telescope (EHT) cuyo objetivo es convertir la Tierra en un enorme ojo, un telescopio virtual global con la suficiente capacidad de resolución como para poder captar una imagen de Sagitario A*.

El trabajo ha sido titánico; el volumen de datos era tal que no podían transmitirse por internet, sino que debían transportarse en discos físicos por avión hasta las sedes centrales del proyecto en Bonn (Alemania) y el Instituto Tecnológico de Massachusetts.

Pero por fin y después de años de espera, mañana es el día: a las 3 de la tarde en horario peninsular español (13:00 en tiempo universal coordinado), los científicos del EHT darán a conocer los resultados del proyecto mediante siete ruedas de prensa simultáneas en distintos lugares del mundo, una de ellas en castellano desde Santiago de Chile. Si todo ha salido como se espera, será un hito en la historia de la ciencia. Y aquí se lo contaré.

La campaña #coNprueba: buena intención, mal enfoque

Las pseudoterapias matan.

En España y según un informe reciente, a entre 1.200 y 1.400 personas al año, una cifra similar a la de las víctimas mortales de accidentes de tráfico. Citando un artículo de hace unos años escrito por el ingeniero químico argentino Eduardo Nicolás Schulz, «la pseudociencia no es un crimen contra la ciencia sin víctimas». No es una cuestión de ideologías o creencias. Es una cuestión de salud pública.

Conviene repetirlo todas las veces que sea necesario, porque esta es además una epidemia silenciosa. En parte, porque tradicionalmente ha sido ignorada. En parte, porque para los responsables públicos es una piedra en el zapato. Y en parte, porque a quienes manejan los hilos de la opinión pública les suele pillar revisando los apuntes. En estos días, la eutanasia y el suicidio asistido han vuelto a saltar a titulares a raíz del caso de actualidad. Sobre esto no hay comentarista que no tenga opinión, en muchos casos marcada por apriorísticos ideológicos. Pero cuando se trata de pseudoterapias… Porque la homeopatía es una ciencia milenaria, ¿no? Y los alemanes y los franceses la utilizan mucho…

La puesta en marcha del plan del gobierno contra las pseudoterapias es una magnífica noticia, con independencia de cuál sea el partido político que lo impulse. Escribiría esto mismo si lo hubiera impulsado el bando contrario, solo que esto no ha ocurrido; por desgracia, el bando contrario ha fulminado sistemáticamente los ministerios de Ciencia y ha puesto al frente de los de Sanidad a filólogos y abogadas inmobiliarias.

Pero sí, este plan será una incómoda china en el zapato para el próximo gobierno, sea del color que sea, y aún deberemos verlo para creer que pueda llevarse a buen puerto. Y no solo por las enormes y poderosas resistencias que genera; esto era esperable, dado que amenaza a un gran negocio. Pero es que, además, las dificultades inherentes a la propia definición del plan y a su implantación serán un enorme escollo a superar. Entre otras muchas razones, quizá la menos importante, incluso quienes estamos a favor tampoco vamos a callarnos nuestras opiniones si pensamos que algo no se está haciendo como debería.

Esto es precisamente lo que quiero traer hoy, y se refiere a la campaña #coNprueba, el vehículo de comunicación puesto en marcha para divulgar y publicitar el plan contra las pseudoterapias y pseudociencias. Si uno bucea en la información disponible en la web publicada al efecto, encuentra contenidos interesantes. Pero parece probable que solo van a bucear en esta información los ya convencidos, a quienes no les hace falta. Aquellos a quienes se supone que debería ir dirigida la campaña, los pacientes de pseudoterapias o los ciudadanos indecisos, no van a bucear, sino que van a estar expuestos únicamente a lo más superficial, los carteles publicitarios y los anuncios en radio y televisión. Y respecto a estos, tengo dos críticas.

Primera crítica:

Pero ¿de verdad alguien ha pensado que mostrar a un tipo tratando de arreglar un móvil por (algo que claramente es una parodia del) reiki va a servir para algo?

El uso del humor no es de por sí algo reprobable. Vivimos en la sociedad del humor. Se puede ser influencer en YouTube o Twitter sin tener nada realmente valioso que aportar, pero solo si se es gracioso. El humor abre la mente para que entren los mensajes, incluso cuando no los hay.

En especial, es un recurso muy útil el uso de la ironía, como la parodia que realmente pretende el sentido contrario al expresado literalmente. Como ejemplo y preaviso de lo que hoy quiero decir, ayer publiqué aquí un texto que pretendía ser una sátira de las pseudoterapias. Pero, y esto es lo esencial, estaba cien por cien basado en la realidad; no había nada en él que no tenga un parangón real. Si alguien piensa que la ficticia suriaterapia es un disparate imposible, que lo piense dos veces. Ejemplos:

La pseudoterapia de las flores de Bach, de la que hablé aquí hace unas semanas, se basa en recoger el espíritu de las plantas que el sol de la mañana transmite al rocío. La homeopatía es solo agua; en el caso de las píldoras, agua seca, ya que se rocían con ella las pastillas de azúcar que luego se dejan secar.

Hay homeópatas que creen en la posibilidad de transmitir por correo electrónico las presuntas vibraciones curativas de sus aguas (nota al margen: uno de los defensores de esta idea es el excientífico Luc Montagnier, y aunque a los homeópatas les encanta esgrimir esta figura como fuente de autoridad, curiosamente no suelen promover esta práctica; ¿será porque este do-it-yourself arruinaría el negocio de vender viales y píldoras?). Hay quienes creen sinceramente que el agua recoge las buenas o malas vibraciones de la palabra que se escribe en la etiqueta del envase que la contiene, y que estas vibraciones del agua pueden curar.

Para delatar lo ridículo de las pseudociencias solo hay que mostrarlas tal cual; son en sí mismas ridículas, sin necesidad de añadir un extra de ridiculización mostrando a un tipo haciéndole reiki a un móvil. Este sarcasmo, que va más allá de la ironía, puede servir para provocar unas risas a los ya convencidos, a los defensores del pensamiento crítico y la medicina basada en ciencia. Nadie podrá negar que el efecto de autocomplacencia está bien conseguido.

Pero obviamente, este no es el objetivo. Y el único efecto que puede provocar en los pacientes de las pseudoterapias es llevarles a pensar que los están llamando imbéciles. E incluso, posiblemente el efecto que provoque en el ciudadano indeciso sea llevarle a empatizar con aquellos a quienes se está ridiculizando. En definitiva, el anuncio en cuestión va de cabeza a los ejemplos de libro del efecto bumerán, los casos en que un mensaje corre el riesgo de lograr justo el efecto contrario al que pretende.

Como corolario, me gustaría añadir algo más. Sí, el humor ayuda a que entre el mensaje, como el agua ayuda a tragar la pastilla. Pero el humor puede considerarse algo improcedente cuando se trata de ciertos mensajes o de ciertas causas. Jamás se utilizaría una campaña humorística contra la violencia de género o contra el abuso infantil. Hace ya décadas se decidió que la publicidad contra la siniestralidad en las carreteras debía mostrar las consecuencias de los accidentes con toda su crudeza, porque nadie cree que en este asunto quepa la menor frivolidad. ¿Y he dicho ya que las pseudoterapias matan?

Segunda crítica:

Pero ¿de verdad alguien ha pensado que mostrar una foto de astronomía y otra de una vidente bajo el mensaje «solo hay una forma de entender los astros» va a servir para algo?

De nuevo estamos ante el efecto bumerán, tal como lo expliqué recientemente a propósito de un estudio que había analizado la influencia de las series de televisión en las creencias conspiranoicas. Repito las palabras de los investigadores que ya cité entonces: «Las personas pueden percibir el mensaje persuasivo como un intento de restringir su libertad de pensamiento o expresión y por tanto reafirmarse en esta libertad rechazando la actitud defendida por el mensaje». Solo hay una forma de entender los astros. ¿Quién lo dice? ¿El gobierno? ¿El PSOE? ¿Pedro Duque? ¿La ciencia?

Toda persona tiene el libre derecho a creer que la posición de Júpiter en la semana del 8 de abril va a determinar el éxito de su entrevista de trabajo, el resultado de la cita con esa persona o el diagnóstico de su enfermedad. Por delirante que sea creer esto. Porque al reconocimiento de este carácter delirante no se llega por real decreto ni porque lo diga un cartel, sino por el conocimiento profundo de cómo funciona la realidad y cómo la ciencia, a diferencia de la magia, es capaz de explicar cómo funcionan las reglas de la realidad.

Una de las corrientes de investigación más interesantes de la ciencia actual es el estudio de cómo y por qué la mente humana cree en lo irracional, lo improbable o lo refutado, como las supersticiones, las pseudociencias o las conspiranoias. El estudio que acabo de mencionar es un ejemplo.

Un dato ya suficientemente contrastado y difundido, aunque a algunos no termine de entrarles en la cabeza, es que las personas que creen en la magia y lo esotérico no son en general menos inteligentes que el resto, ni han sido peor educadas. De hecho, muchos académicos coinciden en señalar que la actual prevalencia de estas supersticiones es heredera del revival del movimiento esotérico que cobró fuerza en Alemania y Austria entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, y que prendió en los ambientes cultos y bohemios de los cafés, entre las clases medias-altas. Esta tendencia pervivió abrazada e impulsada por el nazismo, que imprimió a lo esotérico, las filosofías orientales, la moda de lo natural, la pseudociencia y la anticiencia ese estatus de modernidad del que todavía hoy disfrutan en la percepción de muchos ciudadanos del siglo XXI (para quien quiera saber más, sugiero un par de reportajes que escribí sobre esto, aquí y aquí; y por cierto, los títulos no son míos: nunca utilizo la palabra magufos).

Entre la comunidad investigadora que se dedica a estas cosas, hay una conclusión en la que confluyen distintos enfoques, y es una que también he traído ya aquí en varias ocasiones: contra las pseudociencias es esencial explicar cómo se hace la ciencia, no solo sus resultados.

Para llegar a comprender por qué la ciencia ofrece respuestas donde otros presuntos sistemas de conocimiento no alcanzan, es indispensable comprender el porqué. Y a diferencia de esos otros sistemas, la ciencia no es una caja negra, sino una totalmente transparente. La percepción de esta transparencia y la comprensión de lo que esa transparencia permite observar son requisitos necesarios –aunque no suficientes– para fomentar el pensamiento crítico: no se trata de que el gobierno o la ciencia traten de imponer ninguna clase de pensamiento único. Es que, cuando se mira la realidad, lo que se ve es esto. Pero uno tiene que verlo por sí mismo. De nada sirve contar lo que se ve si no se logra convencer de que antes hay que abrir los ojos.

Bienvenidos a la suriaterapia, lo último en terapias naturales

Estoy pensando en fundar mi propia rama de la medicina. No veo por qué no, si me ampara el mismo motivo que a Samuel Hahnemann en 1796 (homeopatía), Andrew Taylor Still en 1874 (osteopatía), Edward Bach en 1930 (flores de Bach), William Fitzgerald y Edwin Bowers en 1913 (reflexología), Mikao Usui en 1922 (reiki) o Paul Nogier en 1957 (acupuntura auricular), entre otros muchos pioneros. A saber, que la medicina alopática convencional al servicio de los corruptos intereses farmacéuticos no cura, sino que nos enferma deliberadamente para que consumamos más medicamentos; seguro que yo puedo hacerlo mucho mejor.

Y de hecho, me ampara otra razón más que a ellos: hoy cualquier doctorado en ciencias de la vida –casi diría que cualquier estudiante– sabe infinitamente más que todos ellos sobre el funcionamiento del organismo, por el progreso acelerado del conocimiento en el último medio siglo. Así que, terapias naturales, ¡allá voy!

Estoy pensando en alquilar un local y comenzar a administrar mis tratamientos contra… ¿contra qué enfermedades? Digamos que, en principio, todas. Para qué menos. Ahora la cuestión es decidir cuál será mi especialidad. Veamos. Desde luego, debe ser una terapia natural, que es lo que se lleva ahora. ¿Y… qué hay más natural que el sol? Ya lo decía mi guía espiritual, Gwyneth Paltrow: «Somos seres humanos y el sol es el sol. ¿Cómo puede ser malo para ti?».

El sol emergiendo del Himalaya en India. Imagen de Abhijit Kar Gupta / Wikipedia.

El sol emergiendo del Himalaya en India. Imagen de Abhijit Kar Gupta / Wikipedia.

Bueno, sí, está esa absurda mentira de que el sol provoca cáncer de piel, uno de esos bulos difundidos por la corrupta Organización Mundial de la Salud comprada por la Big Pharma. Pero por si acaso y para evitar líos, mejor voy a recoger el influjo benéfico del sol en… frasquitos de vidrio, eso es. Nadie podrá decir que los rayos del sol cargados en un cristal y después redistribuidos generosamente por el organismo pueden causar cáncer. Si acaso, podrán curarlo. Esas vibraciones tienen que ser buenas a la fuerza, y al fin y al cabo la culpa del cáncer es de las malas vibraciones de la gente, que se atiborra de toxinas.

Lo llamaré helioterapia. Ah, no, que según Google eso ya existe. Pues entonces, suriaterapia. Este nombre no está cogido. Y según la Wikipedia, Suria es «sol» en sánscrito, y el nombre del dios del sol en el hinduismo. Todo lo oriental es tan cool. Y es sabiduría milenaria, ya se sabe. Solo me falta decorar mi local con piedras, hierbas y motivos orientales, todo muy natural y chill. Y vestirme de blanco. Y colgar de la pared tres o cuatro diplomas con mis titulaciones de especialista en suriaterapia. Al fin y al cabo, si la he inventado yo, ¡automáticamente me concedo el grado de doctor y máster, faltaría más!

Todo esto es perfectamente legal en España y casi en cualquier otro país. Eso sí, siempre que cumpla dos condiciones: primera, que mis tratamientos sean del todo inocuos. Concedido; abrir un frasquito y aspirar la energía del sol no puede hacer ningún daño, se pongan como se pongan. Segunda, que me abstenga de publicitar de ningún modo mi actividad como sanitaria, o mis productos como curativos. Lo cual no impide que pueda venderlos en las farmacias, siempre que me asegure de repartir generosas comisiones y de anunciar mis frasquitos solo como productos de bienestar. A ver quién va a negármelo, si no hay pruebas en contra.

Respecto a esto y para asegurarme de que me mantengo en el lado bueno de la ley, deberé contratar a unos buenos abogados que me informen de hasta dónde puedo llegar. Bueno, sí, ahora está el plan ese del gobierno contra lo que llaman «pseudoterapias» y «pseudociencias». Que por cierto y como bien dice la Fundación Terapias Naturales, «dichos términos no vienen incluidos en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, ni existe consenso jurídico, técnico, médico ni científico sobre el sentido y contenido de dichos neologismos. No obstante, se están empleando para denostar, denigrar y difamar a distintos profesionales de una manera arbitraria e injusta».

Para eso untaremos bien a nuestros abogados; para que denuncien al gobierno por malversación de fondos públicos y para que hagan declaraciones altisonantes a los medios sobre el acoso y los ataques que sufrimos los practicantes de terapias naturales. Si hasta se está incitando a la violencia contra nosotros, como dice la Fundación. No explican cómo se está incitando, pero eso da igual. ¡Si tuviéramos que justificarlo todo no estaríamos haciendo esto, sino ensayos clínicos!

Suria, dios hindú del sol. Imagen de Bazaar Arts / Wikipedia.

Suria, dios hindú del sol. Imagen de Bazaar Arts / Wikipedia.

Al fin y al cabo, y por mucho que se esfuercen, no les va a servir de nada. Nos prohibirán introducir nuestros tratamientos en los centros sanitarios. ¿Quién los necesita? En cuanto empiece a correrse la voz de que «a mí me funciona», el boca a oreja me bastará para tener cola en la puerta. Y nos vetarán en los estudios universitarios oficiales. ¿Quién los necesita? Yo mismo me basto y me sobro para organizar la formación necesaria. Que, entre nosotros y para qué vamos a decir lo contrario, también es un pedazo de negocio: una pequeña inversión en un cursillo, y a vivir de la suriaterapia. ¿Quién va a decir que no?

En resumen y por más que se empeñen los cientifistas y la secta escéptica con sus patéticas campañitas de sabelotodos arrogantes, no van a conseguir borrarnos del mapa. Nos ampara la libertad de elección del paciente. Mientras no digamos que curamos, sino que acompañamos, aconsejamos y guiamos, y mientras no cobremos por vender productos sanitarios, sino que aceptemos generosas donaciones de nuestros clientes, somos legales. Y tengan por seguro que siempre, siempre lo vamos a ser.