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Estos son los proyectos científicos de búsqueda de alienígenas para 2023

Como decíamos ayer, 2023 se presenta interesante desde el punto de vista de los proyectos de búsqueda de inteligencia extraterrestre (SETI, en inglés), algo en lo que espero equivocarme al temer que no se encontrará nada, al menos en vida de los que hoy estamos vivos. Y para quitarme la razón, he aquí unas cuantas iniciativas para este próximo año que seguiremos con atención.

Imagen de pxhere.

La NASA busca ovnis

En estos últimos años ha habido bastante animación en el mundo ovni, rebautizados desde el clásico UFO (Unidentified Flying Object) a UAP (Unidentified Aerial Phenomenon). Un rebautizo que mejor vamos a ignorar, sobre todo porque en castellano sería Fenómenos Aéreos No Identificados, o sea, FANI. Decir «he visto un FANI» suena a lo más idiota que se puede decir, además de ser el diminutivo con el que antiguamente se conocía a las mujeres llamadas Estefanía (hoy sería más bien Fanny, Fannie o incluso Stephie); así que nada, ovnis.

El caso es que el gobierno de EEUU ha vuelto a ocuparse oficialmente del tema, después de décadas haciendo como que no (una explicación más completa de todo esto aquí). Y ello ha venido acompañado de la desclasificación de informes y vídeos de avistamientos recogidos por personal militar. Los más cafeteros celebraron con gran alharaca que el informe del Pentágono solo pudiera encontrar explicación a uno de los 144 avistamientos, aunque obviamente esto está muy lejos de significar que los 143 restantes fueran conductores alienígenas desviados de la operación salida de vacaciones de su planeta. También los convencidos interpretaron con suspicacia que la desclasificación no haya sido completa, pero cualquiera que no sea visceralmente conspiranoico entiende que hay razones de defensa implicadas.

En el chup-chup de este resurgimiento del culto ovni, un paso adelante ha venido del rincón menos esperado: la NASA. Durante décadas la agencia espacial de EEUU ha preferido no pisar este barrizal, más aún ante las declaraciones algo alucinatorias de alguno de sus propios astronautas. Pero en este 2022 sorprendió al anunciar la creación de una comisión multidisciplinar que desde octubre está estudiando los avistamientos.

Sin embargo, que nadie descorche el champán; el estudio solo durará nueve meses, y únicamente va a reanalizar información desclasificada y por tanto ya disponible. Los expertos no esperan grandes revelaciones de esta comisión, pero sí un avance largamente necesitado: que por fin un grupo de científicos reputados y reconocidos construya un método sistemático de análisis riguroso de los avistamientos que pueda aplicarse a futuros estudios. Conoceremos los resultados en la primavera de 2023, o quizá en verano.

Galileo, una búsqueda de ovnis por tierra, aire y espacio

Más ambicioso es otro proyecto denominado Galileo, liderado por el astrofísico de Harvard Avi Loeb. El prestigio de Loeb como astrónomo y cosmólogo es lo suficientemente sólido como para haber resistido hasta ahora las reprobaciones que ha suscitado su otro campo de interés: él está convencido de que las naves alienígenas ya están en nuestro Sistema Solar, y de que una de ellas es el objeto interestelar ‘Oumuamua, descubierto en 2017.

Previamente al anuncio de la NASA, Loeb sometió una propuesta a la agencia para investigar los ovnis, que fue ignorada. Así que decidió montar su propio proyecto. Galileo nace con unas miras mucho más ambiciosas que el pequeño estudio de la NASA. Básicamente, lo que se propone es peinar la Tierra y el espacio cercano en busca de ovnis. Para ello utilizará telescopios dedicados y no dedicados —incluyendo el observatorio Vera C. Rubin, recién terminado de construir en Chile y que verá su primera luz próximamente—, junto con observaciones de satélite, que se procesarán por sistemas de inteligencia artificial. De este modo aplicará una sistematización científica a la recogida de datos, dado que jamás podrá convertirse en ciencia algo que se basa en avistamientos esporádicos de alguien que pasaba por allí y que no sabe muy bien lo que dice que vio.

Y si Galileo no encuentra nada, pues en fin… Por supuesto, siempre habrá quienes sigan negándose a aceptar la pertinaz falta de evidencia como evidencia, más teniendo en cuenta que el mundo ufológico es innegablemente propenso a la conspiranoia, y la conspiranoia es por definición irrefutable. Por el momento, Galileo ya ha conseguido atraer a un centenar de colaboradores, incluyendo científicos, académicos, ingenieros y tecnólogos, todos ellos deseosos de que la ciencia real se ocupe por fin del fenómeno ovni para saber de una vez por todas si debemos seguir prestándole alguna atención o si podemos enterrarlo definitivamente.

Nuevas armas para el SETI

Quienes hayan visto la película de 1997 Contact o hayan leído la novela de Carl Sagan recordarán que el personaje interpretado por Jodie Foster —y que se basa en la astrónoma Jill Tarter— descubría la señal alienígena que motivaba la trama en un observatorio de radiotelescopios de Nuevo México. Este lugar existe y se llama Karl G. Jansky Very Large Array, o VLA. Pero en la vida real el VLA jamás se ha dedicado a investigación SETI, sino solo a radioastronomía.

Imagen de la película ‘Contact’ (1997). Imagen de Warner Bros.

Hasta ahora. Recientemente el VLA ha iniciado una colaboración con el Instituto SETI de California, una de las pocas instituciones científicas cuya razón de ser es la búsqueda de posibles señales tecnológicas de origen alienígena, algo que lleva haciendo desde 1984 con fondos privados, aunque otros de sus programas de investigación sí reciben fondos públicos. La colaboración consiste en la implementación de un nuevo sistema de procesamiento de señales llamado Commensal Open Source Multimode Interferometer Cluster (COSMIC), que va a permitir hacer SETI las 24 horas del día, 7 días a la semana, sin interferir en la investigación científica del VLA.

El sistema estará operativo próximamente, y durante dos años va a dedicarse a hacer el mayor rastreo de posibles señales tecnológicas jamás emprendido en el hemisferio norte, en unos 40 millones de sistemas estelares. Y si esta búsqueda no encuentra nada… en fin, lo dicho.

En paralelo, el Instituto SETI proseguirá con sus búsquedas habituales desde el Allen Telescope Array (ATA) y en el recientemente instalado LaserSETI, que no busca señales de radio sino ópticas; rayos láser, no del tipo crucero imperial derribando un caza X-Wing, sino del tipo que alguna civilización avanzada podría utilizar para comunicarse o para propulsar naves espaciales.

A todo esto se añadirán algunos otros bocados jugosos. Por ejemplo, el nuevo telescopio espacial de la NASA/ESA/Canadá James Webb, el sucesor del Hubble que en 2022 nos ha traído imágenes alucinantes del universo, es capaz de detectar posibles firmas biológicas en la atmósfera de exoplanetas lejanos. Estos indicios siempre serán indirectos y no darán una confirmación absoluta de que pueda existir vida en un planeta, pero si se hallara algo lo suficientemente sugerente, el planeta en cuestión se convertiría en el más interesante del universo.

Esto es lo más importante que veremos en 2023 en cuanto a búsqueda científica de alienígenas. ¿Estaremos comentando aquí dentro de 365 días el éxito de alguno de estos proyectos? ¿Será 2023 por fin el año en que hagamos contacto? Hagan sus apuestas.

El primer retrato completo de la Tierra desde una nave habitable en medio siglo

Sé que hoy debía contar aquí algo sobre las vacunas, pero lo dejaremos para el próximo día, porque se ha interpuesto en el camino otra cosa que merece ser comentada. Y es esto:

Imagen de la Tierra en blanco y negro captada por la misión Artemisa 1 de camino hacia la Luna. Imagen de NASA / JSC.

Bueno, una foto más de la Tierra, como miles de otras, dirán algunos.

Esta semana los medios han hablado del lanzamiento de la largamente esperada y retrasada misión Artemisa 1 de la NASA, la primera del programa sucesor del Apolo que llevará a los humanos de vuelta a la Luna. Pero se ha contado de una forma algo confusa. Se ha dicho que el primer alunizaje tripulado, Artemisa 3, se llevará a cabo en 2024, cuando esta fecha se retrasó el año pasado a 2025, este año se ha dicho que no antes de 2026y contando.

Se ha dicho, ante la pregunta de «¿para qué volver a la Luna?» —la cual es muy legítima, aunque es curioso que nadie esté preguntando «¿para qué un Mundial de fútbol?» que va a costar en unas semanas más del doble que todo el programa Artemisa a lo largo de 13 o 15 años—, que la razón de este nuevo programa lunar es dar después el salto a Marte.

Pero lo cierto es que la NASA no tiene dinero para viajar a Marte. De hecho, que yo sepa y a riesgo de haberme perdido algo, solo las tres primeras misiones de Artemisa están presupuestadas. La NASA tampoco tiene la tecnología necesaria para viajar a Marte (y sobrevivir allí). Y no es probable que vaya a tener nada de esto en un futuro previsible. A menos que muchas cosas cambien rápida y sorpresivamente, Marte aún está a décadas de distancia, si es que llega a estar. Hablar ahora de Artemisa como peldaño hacia Marte es una carta a los Reyes Magos. Cuando no un gancho publicitario, como dicen otros.

Entonces, ¿para qué Artemisa? Ciencia. Exploración. Desarrollo tecnológico. Aprovechamiento de recursos. Puesta a prueba de un nuevo modelo de colaboración público-privada con proyección que permita que la futura exploración espacial se pague sola (o al menos tienda a ello). Hay muchas razones para ello, aunque su valoración dependerá de las inclinaciones de cada cual.

Pero hoy quiero quedarme con una en concreto, quizá algo cursi en apariencia, pero en absoluto en el fondo:

Inspiración.

El día de Nochebuena de 1968 el astronauta William Anders, a bordo de la misión Apolo 8 en la órbita lunar —el primer alunizaje no llegaría hasta el año siguiente con el Apolo 11—, tomó esta foto, bautizada después como Earthrise (la salida de la Tierra):

Earthrise. Imagen de NASA.

No fue la primera imagen de la Tierra completa desde el espacio, algo que ya habían hecho antes algunos satélites y los propios astronautas del Apolo 8 en los días anteriores. Fue, eso sí, la primera imagen en color de la Tierra completa tomada por un humano desde las proximidades de otro cuerpo celeste, la Luna.

Al día siguiente, el día de Navidad, el diario The New York Times publicó su crónica de la misión Apolo 8 junto al comentario de quien pensaron que mejor podía expresar lo que la información no llegaba a transmitir: un poeta. El trabajo se encargó a Archibald MacLeish, ganador de tres premios Pulitzer. Lógicamente MacLeish no había visto la imagen Earthrise, que no se revelaría hasta el regreso de los astronautas a la Tierra; solo había visto las transmisiones por televisión. Pero cuando posteriormente el comandante del Apolo 8, Frank Borman, declaró ante el Congreso de EEUU, hizo suyas las palabras de MacLeish que el Times publicó aquel día:

Ver la Tierra como realmente es, pequeña y azul y preciosa en ese eterno silencio en el que flota, es vernos a nosotros mismos como jinetes juntos sobre la Tierra, hermanos en esa hermosura brillante en el frío eterno —hermanos que saben ahora que son verdaderamente hermanos.

Cuatro años después, en 1972, los tripulantes del Apolo 17, Gene Cernan, Ronald Evans y Harrison Schmitt, tomaron esta otra foto en ruta de la que sería la última misión lunar tripulada hasta hoy:

The Blue Marble. Imagen de NASA.

Esta imagen, la primera y única jamás tomada por un humano que muestra el disco terrestre completo, se llamó The Blue Marble (la canica azul). Se ha dicho que quizá sea la imagen más reproducida de la historia, aunque probablemente otras puedan disputarle este título.

Pero Earthrise primero, y después The Blue Marble, no solo inspiraron a poetas como MacLeish. Ambas se han reconocido como inspiración clave para el movimiento medioambiental que por entonces cobraba fuerza en el mundo occidental. Ambas imágenes despertaron en millones de personas la conciencia de vivir en un hogar común tan grandioso como frágil y delicado, y una u otra fotografía se convirtieron en símbolos asociados a la defensa de la conservación ambiental, una influencia que se ha prolongado hasta la batalla actual contra el cambio climático.

Pero estas imágenes no solo han inspirado a poetas y ambientalistas, sino que también han hecho nacer vocaciones científicas. No es raro hablar con astrónomos, científicos planetarios, biólogos y especialistas en otras disciplinas que confiesan cómo en aquel tiempo la increíble aventura espacial del ser humano prendió en ellos el deseo de descubrir el universo y sus moradores.

Y estas imágenes no solo han inspirado a poetas, ecologistas y científicos. Volvamos a aquella Nochebuena de 1968 en la que Anders tomó la foto Earthrise. Aquel mismo día, Anders y sus dos compañeros, Borman y Jim Lovell, quedaron tan estremecidos con la visión de la Tierra desde el vacío frío y lejano que aprovecharon la ocasión de la fecha para leer el comienzo del Génesis bíblico, retransmitido por radio a todo el mundo. Aquella grabación, que por cierto aparece parcialmente reproducida al comienzo del álbum de Mike Oldfield The Songs of Distant Earth, es conmovedora como simple apelación a la condición humana, incluso sin necesidad de profesar una religión o creer en un creador. La visión de nuestro mundo desde el espacio también ha sido inspiración para las personas religiosas, como tradicionalmente lo eran entonces los astronautas de la NASA.

Y, por todo ello, esto:

Imagen de la Tierra en blanco y negro captada por la misión Artemisa 1 de camino hacia la Luna. Imagen de NASA / JSC.

Esta imagen tomada por la misión Artemisa 1 tal vez no pase a la historia como las anteriores. Todo sea dicho, tampoco es la primera fotografía de la Tierra completa captada desde 1972. Ha habido muchas otras, todas ellas tomadas desde satélites, aunque quizá no tantas como cabría pensar: los objetos que circulan en la órbita baja terrestre, como la Estación Espacial Internacional, a solo 400 kilómetros de altura, están demasiado cerca como para encuadrar el disco terrestre completo. Solo pueden hacerlo los que ocupan órbitas mucho más lejanas, y de estas hay sobre todo dos opciones: la órbita geoestacionaria, a 36.000 kilómetros, una órbita terrestre preferida por su estabilidad, si bien los satélites que la ocupan tienen la limitación de que siempre ven la misma cara de la Tierra, ya que se mueven en sincronía con la rotación. La otra opción son los puntos lagrangianos, en realidad órbitas alrededor del Sol; el satélite climático DSCOVR es un ejemplo de estos que toma constantes imágenes de la Tierra. Por supuesto, también las sondas que se envían a otros mundos del Sistema Solar pueden mirar hacia atrás y tomar imágenes de la Tierra, y algunas lo han hecho.

Pero todas esas fotos se han tomado desde artefactos automáticos, digamos drones espaciales. Aunque los tripulantes de Artemisa 1 son de plástico, el comandante Moonikin Campos —»Mannequin Skywalker» ya estaba cogido, lo usó Jeff Bezos para una prueba de su Blue Origin— y sus compañeras Helga y Zohar, esta es la primera imagen de la Tierra completa tomada desde una nave habitable desde 1972. Porque es la primera vez que una nave habitable, que puede alojar humanos, escapa más allá de la órbita baja terrestre desde 1972. Nos recuerda que estamos de nuevo ahí, llamando a la puerta de nuestra próxima frontera natural. Y esto a algunos nos resulta inspirador.

La NASA define una escala para confirmar la existencia de vida alienígena

En la ciencia ficción casi siempre ocurre que vienen aquí para aniquilarnos, lo que no deja la menor duda sobre su existencia. Seth Shostak, director del Instituto SETI (Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre) solía decir que los nativos americanos no discutían entre ellos si los conquistadores europeos realmente existían. Pero si llega a encontrarse vida alienígena, es muy probable que no sea tan sencillo saber si de verdad la hemos encontrado.

Para empezar, la posibilidad de que nuestro primer encuentro con seres de otro mundo sea con alguien que nos diga «llévame ante tu líder» es inifinitamente remota; más bien será con algo cuya manifestación más sofisticada será, por ejemplo, producir metano, o comérselo. Vida simple que no será capaz de reconocernos a nosotros. Pero ¿seremos capaces nosotros de reconocerlos a ellos?

En el pasado se han propuesto muchas hipótesis y ficciones sobre vida exótica, muy diferente a la que conocemos. Como he contado aquí anteriormente, a menudo ocurre que no son biológicamente coherentes, o directamente son imposibles. Apostar si la vida que pudiéramos encontrar fuera de la Tierra sería parecida a la tenemos aquí no deja de ser una especulación. Pero la bioquímica es una derivada de la física y la química, y por lo tanto también existen reglas, límites inquebrantables más allá de los cuales las moléculas no funcionan. No todo vale. Y la inmensa mayoría de los alienígenas del cine no podrían existir en la realidad.

Otra cuestión diferente es que pudiera encontrarse vida no muy distinta de la que conocemos, pero sin la posibilidad de constatar su existencia de forma tan simple como podemos hacer aquí en la Tierra. Dada la imposibilidad práctica de viajar a otros mundos fuera del Sistema Solar, e incluso la dificultad para hacerlo dentro del Sistema Solar, los científicos tratan de detectar esos signos de vida a distancia mediante lo que se conoce como biofirmas; algún tipo de indicio que pueda registrarse con nuestros instrumentos actuales, en la Tierra o fuera de ella, y que sugiera la posible existencia de vida en algún lugar. Por ejemplo, señales de radio, señales ópticas o algún compuesto químico normalmente asociado a un origen biológico.

Algunas de estas potenciales biofirmas se han encontrado en varias ocasiones. Pero la imposibilidad de confirmar si son lo que parecen ser siempre nos ha dejado con la duda: los experimentos de las Viking, el rastro de metano en Marte, indicios en Venus y en otros mundos del Sistema Solar… El descubrimiento de algo que parecían microfósiles bacterianos en el meteorito marciano Alan Hills 84001 llevó al entonces presidente de EEUU Bill Clinton a dar una conferencia de prensa casi anunciando el primer rastro de vida extraterrestre. Luego el presunto hallazgo se pinchó, si bien todavía hay científicos que lo defienden. Y por cierto, al menos aquel anuncio de Clinton sirvió para reciclarlo en la película de 1997 Contact, aunque, al parecer, sin el conocimiento ni el permiso de Clinton, lo que motivó una protesta.

Así pues, a medida que los posibles indicios vayan llegando, ¿cómo podremos estar seguros de que estamos ante the real thing? ¿Cómo lograr un consenso entre los científicos para certificar que sí, se ha hallado vida alienígena?

No existe ningún protocolo estandarizado y consensuado para esto. Y por ello, la NASA ha decidido que ya es hora de tener uno. Esta semana la revista Nature publica un artículo firmado por varios científicos de la agencia estadounidense, incluyendo a su jefe de ciencia, James Green, y que los investigadores esperan sirva como punto de partida para una discusión que lleve a un método aceptado por todos.

No se trata de introducir ninguna técnica nueva, sino de establecer una escala, a la que han denominado CoLD, Confidence of Life Detection, o confianza en la detección de vida. Es sobre todo un protocolo que define el ascenso por una serie de niveles hacia la confirmación de la vida alienígena, de modo parecido al proceso por el cual la propia agencia valida una tecnología para su uso en misiones espaciales.

La escala CoLD consta de siete niveles: en el primero se sitúa la detección de una posible biofirma. El nivel 2 consiste en descartar otras posibles causas, como una contaminación en el experimento. Si los indicios superan este nivel, el siguiente trata de estudiar cómo ha podido producirse esa biofirma y si podría deberse a causas no biológicas. Si no se encuentran, en el nivel 4 se intenta buscar otras maneras de verificar la señal, lo que se hace en el nivel 5. Si se obtiene esa confirmación, se asciende al nivel 6, que supondría la confirmación de la vida alienígena. Por último, el nivel 7 comprendería los estudios de seguimiento de esa forma de vida.

Ilustración de la escala CoLD de detección de vida alienígena. Imagen de NASA / Aaron Gronstal.

Ilustración de la escala CoLD de detección de vida alienígena. Imagen de NASA / Aaron Gronstal.

En esta escala ya hemos llegado en varias ocasiones al nivel 1. Los indicios antes citados en Marte y otros mundos del Sistema Solar cumplen el criterio de esas posibles biofirmas. Y aunque se han emprendido otras proyectos dirigidos a indagar más hondo en ello, como el envío de sondas para confirmar las mediciones de los telescopios terrestres, hasta ahora no existía un verdadero esquema sistematizado que permita evaluar cómo se está progresando en esa línea.

Quizá haya a quienes esto pueda parecerles de interés relativamente escaso, ya que por el momento no nos acerca más al hallazgo de vida alienígena. Pero la NASA subraya que esta escala no solamente será útil para los científicos, sino también para los medios. ¿Cuántas veces hemos leído titulares según los cuales ya se habría encontrado vida fuera de la Tierra? Gracias a esta escala, u otra similar si se modifica con la participación de otros expertos, los científicos podrán hacer entender más fácilmente el alcance de sus hallazgos a los medios de manera que quede claro en qué nivel estamos en una escala de 7, y de modo que no se infle el significado de los descubrimientos en los titulares.

Un panorama marciano para morir

La bomba de mi estanque y los rovers marcianos son, ya lo he dicho aquí, las máquinas más fiables de la galaxia. Olvídense de aquella famosa bombilla de un parque de bomberos de California que lleva luciendo desde 1901; solo se limita a arder lentamente. En cambio, la humilde bomba de mi estanque lleva empujando litros y litros de agua cada día durante más de 20 años, casi sin interrupción; imagino que tal vez la obsolescencia programada aún no ha llegado al sector de la jardinería. Denle tiempo.

En cuanto a los rovers marcianos, todas las sondas espaciales se diseñan con un objetivo de duración que se supone muy por debajo de su capacidad real. Pero una cosa es foguearse contra el vacío del espacio y su radiación, y otra muy diferente sobrevivir en el clima de Marte. El frío del espacio es más bien simbólico, por la baja densidad molecular, pero el marciano es muy real. Y a él se unen también la radiación, las tormentas, el polvo, los accidentes del terreno…

Spirit y Opportunity –más familiarmente, Oppy– fueron gemelos separados al nacer, sin posibilidad de reencontrarse jamás. Los dos rovers se lanzaron al espacio en 2003 en dos cohetes distintos para apostarse en sendas coordenadas muy distantes de la región ecuatorial marciana. Cuando llegaron a sus respectivos destinos en enero de 2004, su misión estaba prevista para una duración de 90 días. Y sin embargo, Spirit estuvo activo hasta marzo de 2010, mientras que Opportunity vivió hasta junio de 2018; más de 14 años, recorriendo un total de más de 45 kilómetros sobre el suelo de Marte.

La sombra del Opportunity, capturada por el rover en 2004. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

La sombra del Opportunity, capturada por el rover en 2004. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

Y aún más: lo que finalmente mató a ambos rovers no fueron las averías –aunque también las sufrieron–, sino una causa perfectamente previsible y prevenible, que se previó pero no se previno, porque hasta el último centavo del proyecto debía ir destinado a otros fines: las baterías murieron porque el polvo cubrió los paneles solares.

Autorretrato del rover Opportunity (mosaico de varias imágenes) con sus paneles solares limpios tras un viento favorable. Imagen de NASA / JPL-Caltech.

Autorretrato del rover Opportunity (mosaico de varias imágenes) con sus paneles solares limpios tras un viento favorable. Imagen de NASA / JPL-Caltech.

Autorretrato del rover Spirit (mosaico de varias imágenes) con sus paneles solares cubiertos de polvo. Imagen de NASA / JPL-Caltech.

Autorretrato del rover Spirit (mosaico de varias imágenes) con sus paneles solares cubiertos de polvo. Imagen de NASA / JPL-Caltech.

Según contaba el astrofísico y bloguero Ethan Siegel, un simple soplador de aire comprimido habría hecho a los rovers prácticamente inmortales. O para el caso, un astronauta que hubiera pasado un paño. Pero respecto a esto último y a fecha de hoy, la relación entre coste y ciencia obtenida continúa decantándose masivamente a favor de las sondas robóticas frente a las misiones tripuladas, y no parece que esto vaya a cambiar.

Pero nada se les puede reprochar a los dos cochecitos marcianos ni a sus ingenieros: el proyecto MER (Mars Exploration Rovers) ha sido uno de los más fructíferos de la historia de la exploración extraterrestre. Entre otros hallazgos, Spirit y Oppy demostraron sin género de duda que el agua fue un día abundante en Marte, y que por tanto aquel planeta y el nuestro fueron también gemelos separados al nacer que se enfrentaron a destinos muy diferentes.

Mientras en la Tierra (atención, abro tag de hipótesis) una serie de improbabilísimas carambolas químicas daban lugar a un afortunado equilibrio dinámico y cambiante en el ciclo de carbonatos y silicatos que permitía a la vida fabricarse un planeta apto para ella, Marte no conseguía ese punto dulce, dando bandazos que le hicieron entrar en una espiral catastrófica, perdiendo la mayor parte de su atmósfera y, por tanto, su agua (cierro tag de hipótesis).

El año pasado, Marte sufrió otro de esos calamitosos bandazos. Lo que comenzó el 1 de junio como una pequeña tormenta local, a unos 1.000 kilómetros de Oppy, en pocos días se extendió hasta cubrir de polvo todo el planeta, alterando drásticamente la faz de Marte.

Imágenes de Marte tomadas por la sonda Mars Reconnaissance Orbiter, antes y después de la gran tormenta de polvo de junio de 2018. Imágenes de NASA/JPL-Caltech/MSSS.

Imágenes de Marte tomadas por la sonda Mars Reconnaissance Orbiter, antes y después de la gran tormenta de polvo de junio de 2018. Imágenes de NASA/JPL-Caltech/MSSS.

El 10 de junio, el rover suspendió sus comunicaciones, probablemente con sus paneles solares cubiertos de polvo. En ocasiones anteriores, alguna racha afortunada de viento había limpiado la superficie del robot, pero en este caso no ocurrió. El día 12, Oppy entró en hibernación. Desde entonces, los técnicos de la misión le han enviado más de mil señales en busca de una respuesta, sin éxito. El 13 de febrero de este año, la NASA dio por finalizada la misión del rover.

Esta semana, la NASA ha publicado el último panorama que Oppy vio antes de morir y donde reposará, en principio, para siempre. Desde el 13 de mayo hasta el 10 de junio, cuando falló definitivamente, el rover tomó 354 imágenes para construir una vista de 360° de su entorno, en el lecho del cráter Endeavour (la imagen completa con zoom y movimiento puede verse aquí). Abajo a la izquierda queda el testimonio de los últimos momentos de Oppy; las imágenes en blanco y negro que no tuvo tiempo de fotografiar con sus tres filtros de colores distintos. Un bello panorama para morir en Marte.

Mosaico de 354 imágenes tomadas por el Opportunity en el cráter Endeavour antes de desactivarse. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Cornell/ASU.

Mosaico de 354 imágenes tomadas por el Opportunity en el cráter Endeavour antes de desactivarse. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Cornell/ASU.

Recorte del último panorama capturado por el Opportunity. La elevación es el borde del cráter Endeavour, y bajo él se aprecian las huellas del propio rover. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Cornell/ASU.

Recorte del último panorama capturado por el Opportunity. La elevación es el borde del cráter Endeavour, y bajo él se aprecian las huellas del propio rover. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Cornell/ASU.

Las dos últimas imágenes qie el Opportunity tomó antes de desactivarse. El punto brillante es el sol. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Cornell/ASU.

Las dos últimas imágenes que el Opportunity tomó antes de desactivarse. El punto brillante es el sol. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Cornell/ASU.

Una máquina descubre el octavo planeta en un sistema extrasolar

Investigadores de la Universidad de Texas en Austin y de la compañía Google han revelado esta tarde, en una rueda de prensa celebrada por la NASA, el primer hallazgo de dos exoplanetas no realizado por un ser humano, sino por un sistema de Inteligencia Artificial. Uno de los nuevos planetas, llamado Kepler-90i, hace el número ocho de los que orbitan en torno a la estrella Kepler-90, lo que convierte a este sistema en el primero conocido con el mismo número de planetas que el nuestro.

Ilustración del sistema Kepler-90. Imagen de NASA/Wendy Stenzel.

Ilustración del sistema Kepler-90. Imagen de NASA/Wendy Stenzel.

Hoy el descubrimiento de un nuevo planeta extrasolar ya no suele ser carne de titulares como lo era hace un cuarto de siglo, cuando se descubrieron los primeros. Se han confirmado ya más de 3.700 planetas fuera de nuestro Sistema Solar, por lo que la idea de que toda estrella podría tener al menos un planeta, como piensan algunos expertos, ya no sorprende. Solo los planetas más parecidos al nuestro, potencialmente aptos para la vida, suelen abrirse paso hasta las páginas y las webs de los medios generales, sobre todo si no están demasiado lejos de nosotros.

No es el caso de Kepler-90i; este planeta rocoso, un 30% más grande que la Tierra, orbita una estrella similar al Sol a 2.545 años luz, y no es precisamente acogedor: los científicos estiman que su temperatura ronda los 427 grados centígrados, similar a la de Mercurio y suficiente para fundir el plomo.

Sin embargo, Kepler-90i tiene dos argumentos para marcar un hito en la astronomía. El primero de ellos es que se trata del segundo «octavo planeta» jamás conocido por el ser humano. Desde que Plutón fue expulsado del club planetario, nuestro sistema se quedó con ocho, siendo Neptuno el octavo. Hasta ahora se había encontrado un puñado de estrellas con siete planetas a su alrededor; una de ellas, TRAPPIST-1, fue noticia el pasado febrero por albergar varios planetas en su zona habitable.

Kepler-90 también era hasta ahora un sistema de siete planetas, descubiertos gracias a los datos de la sonda Kepler de la NASA. Este telescopio espacial es un sofisticado cazador de planetas: rastrea unas 150.000 estrellas en una porción de la Vía Láctea y las vigila en busca de una pequeña atenuación que revele el tránsito de un planeta delante de ellas, como si tapamos parte del foco de una linterna con un dedo. Solo que las atenuaciones debidas al tránsito de planetas son ínfimas; las herramientas informáticas pueden identificarlas, pero es tan ingente la cantidad de datos recogidos por Kepler que los astrónomos y sus ordenadores tienen que centrarse en las señales más evidentes. Y esto implica que tal vez estén pasando por alto algún que otro planeta.

Aquí es donde entra el segundo gran argumento de Kepler-90i: es el primer planeta descubierto por una red neuronal de Inteligencia Artificial (IA). La historia comienza cuando Christopher Shallue, investigador en IA de Google, se entera de que los científicos dedicados a la búsqueda de exoplanetas hoy tienen tantos datos a su disposición que están desbordados; incluso con el uso de potentes ordenadores y con la colaboración de voluntarios a través de internet, el volumen de información es casi inmanejable.

Así, Shallue vio una oportunidad perfecta para dar de comer a sus redes neuronales, sistemas basados en algoritmos que tratan de imitar la forma de aprendizaje del cerebro humano. Los expertos en IA suelen decir que, por inmensas y complejas que sean las operaciones que un ordenador puede realizar en una fracción de segundo, hay algo en lo que la máquina más sofisticada del mundo es más torpe que el más torpe de los humanos: reconocer patrones. Algo tan elemental para nosotros como distinguir un perro de un gato es una tarea colosal para una máquina. Las redes neuronales capaces de aprender están progresando en esta habilidad que los humanos manejamos con soltura.

Shallue se puso en contacto con Andrew Vanderburg, astrónomo de la Universidad de Texas, y entre ambos entrenaron al sistema de Google para aprender a reconocer patrones de indicios de exoplanetas en los datos de atenuación de luz de estrellas recogidos por Kepler. Y allí donde los científicos habían encontrado siete planetas, en la estrella Kepler-90, la máquina encontró uno más, el octavo, con una señal tan débil que había escapado a los astrónomos. Lo mismo ocurrió con otra estrella, Kepler-80, donde el sistema de Google descubrió un sexto planeta, Kepler-80g. El estudio de los dos investigadores se publicará próximamente en la revista The Astronomical Journal.

Y esto es solo el principio. En la rueda de prensa, Vanderburg y Shallue apuntaron que por el momento solo han aplicado la red neuronal a 670 estrellas, pero que su intención es pasar los datos de las 150.000 observadas por Kepler. El sistema Kepler-90 es parecido al nuestro en el número de planetas y en su distribución, con los pequeños más cercanos a la estrella, pero es como una versión comprimida, ya que todos ellos están muy próximos a su sol; de ahí las altas temperaturas. Pero hoy los científicos ya sospechan que los sistemas multiplanetarios, incluso con muchos más planetas que el nuestro, probablemente sean algo muy corriente en nuestra galaxia. Y con la avalancha de datos de Kepler y la pericia de la máquina de Shallue, todo indica que pronto sabremos de algún sistema tan parecido al nuestro, con un planeta tan parecido al nuestro, que la presencia de vida allí parezca algo casi inevitable.

La Tierra, como nunca antes la han visto y escuchado

Hay pocas palabras que añadir al vídeo que hoy les traigo. Si acaso, detallarles a quién debemos esta obra.

Lo que van a ver es un vídeo de grabaciones tomadas desde la Estación Espacial Internacional (ISS, en inglés) por los miembros de la expedición número 52, que subió al ganso espacial en un cohete Soyuz el pasado 28 de julio. En concreto, las imágenes fueron capturadas entre agosto y octubre por el comandante Randy Bresnik, de la NASA, y los ingenieros de vuelo Sergey Ryazanskiy de la agencia rusa Roscosmos y Paolo Nespoli de la Agencia Europea del Espacio (ESA).

Imagen de la costa sureste de España (abajo a la izquierda) y norte de Marruecos y Argelia desde la Estación Espacial Internacional. Imagen de NASA.

Imagen de la mitad sur de España (abajo a la izquierda) y norte de África desde la Estación Espacial Internacional. Imagen de NASA.

Con el extenso material captado por los astronautas, el equipo de comunicación del Centro Espacial Johnson de la NASA creó un montaje de unos cuatro minutos que ya de por sí es estremecedor, pero que lo es mucho más gracias a la elección del fondo musical: la versión del clásico The sound of silence de Simon & Garfunkel que hace un par de años catapultó a las listas de éxitos a la banda de heavy metal de Chicago Disturbed.

La versión es excelente, pero si manejan el inglés les aconsejo vivamente que no se pierdan la letra de la canción, si no la conocían o no se habían fijado en ella. Pueden encontrar el texto aquí. Las crónicas que circulan no aclaran de forma inequívoca cuál fue la inspiración de Paul Simon cuando la compuso a comienzos de los 60, o si había una referencia oculta tras aquellos versos. Pero está claro que la canción habla de la incomunicación entre los seres humanos, de los errores de la humanidad y de lo perdidos que estamos a la hora de seleccionar nuestros ídolos. Todo ello pensado, escuchado y observado mientras contemplamos el paso por nuestro gran y maltrecho hogar común a 400 kilómetros de altura adquiere un significado especialmente demoledor.

El vídeo se cierra con una cita de los astronautas: «compartiendo la incomparable belleza silenciosa de nuestro planeta con todos nuestros compañeros de viaje en esta nuestra nave Tierra».

Tuve un compañero periodista que aborrecía la palabra «hermoso» por cursi. Y probablemente tenía razón. Pero cuando uno rastrea el diccionario de sinónimos y encuentra cosas como bello, bonito, lindo, agraciado, precioso y majo, pues qué quieren que les diga: hermoso. Entre un amanecer y un anochecer recorremos un lugar increíblemente hermoso, una joya del universo que a vuelo de satélite parece relajante y apacible, pero donde al mismo tiempo se están cometiendo miles de actos atroces.

Si el vídeo les pone la piel de gallina, esto también puede explicarlo la ciencia. Otro día si acaso se lo cuento.

Ahora va en serio: volvemos a la Luna, y esta vez para quedarnos

Si, como contaba ayer, en realidad todo y todos no somos sino personajes de una simulación, se diría que el posthumano del cual depende nuestra existencia debe de ser un hacker adolescente con una fértil imaginación y un peculiar sentido del humor: ¿quién iba a pensar que Trump nos llevaría de vuelta a la Luna?

Como ya he contado aquí en numerosas ocasiones, la NASA lleva unos cuantos años correteando como pollo sin cabeza en lo que respecta a la exploración humana del espacio. Quemó sus naves, los shuttles, sin tener aún un plan B, o teniendo uno que luego fue cancelado y sustituido por un plan C, cuyo propósito ha sido incierto. Durante años la NASA ha pegado las narices al escaparate marciano deseando lo que había dentro y haciéndose ilusiones con unos bonitos Power Points, pero siendo consciente de que no podía pagárselo.

Ahora, por fin, parece que comienza a haber un objetivo claro. Renunciar a Marte es doloroso, pero inevitable. Y al menos, siempre nos quedará la Luna. Este mes, la NASA insinuó que estaba preparada para olvidarse del planeta vecino y desplazar el foco hacia nuestro satélite, un objetivo más asequible y al alcance de las nuevas naves y cohetes actualmente en desarrollo. La agencia esperaba la respuesta de la nueva administración, y esta llegó primero en forma de un artículo firmado por el vicepresidente Mike Pence en The Wall Street Journal, donde anunciaba la restauración del National Space Council (NSC).

Concepto de hábitat lunar. Imagen de ULA/Bigelow Aerospace.

Concepto de hábitat lunar. Imagen de ULA/Bigelow Aerospace.

El NSC es un órgano del máximo nivel, que mete directamente la cabeza de la exploración espacial en la Oficina Ejecutiva del Presidente. Fue creado en 1989, pero en 1993 se desmanteló por disensiones internas debidas a la diferencia de criterios entre la NASA y los responsables políticos. Obama prometió resucitar el NSC, pero nunca llegó a hacerlo.

Según escribió Pence y ratificó en una conferencia con motivo de la primera reunión del nuevo NSC, astronautas estadounidenses volverán a pisar la Luna. Añadió que de este modo se asentarán los cimientos para futuras misiones «a Marte y más allá».

Esto último ya cae en el folclore habitual en tales ocasiones. Pero en realidad el empujón de la administración Trump a la exploración espacial tripulada no es sorprendente. Como ya conté aquí, era previsible que el furor patriotero del nuevo presidente buscara llevar de nuevo estadounidenses al espacio como una manera de Make America Great Again, según su eslogan.

Entre los recortes presupuestarios y los titubeos de la NASA, en los últimos años EEUU se ha quedado mirando las estelas de los cohetes rusos y sintiendo en la nuca el aliento de China. El mensaje de Pence es recuperar el liderazgo espacial para su país, y no solo por una cuestión de sacar pecho: la fórmula actual del New Space deja buena parte del liderazgo en manos de las empresas, que tradicionalmente se limitaban a actuar como contratistas, para convertir el espacio en el nuevo filón comercial.

Una de estas nuevas compañías espaciales acaba también de apuntarse a la renovada carrera hacia la Luna. En colaboración con el fabricante de cohetes United Launch Alliance (ULA), Bigelow Aerospace ha anunciado que construirá un hábitat hinchable en la órbita terrestre para después enviarlo a la órbita lunar, y todo ello en 2022. La empresa del magnate hotelero Robert Bigelow ya ha demostrado que sus estructuras hinchables son una opción viable, versátil y asequible para establecer hábitats orbitales.

La propuesta de Bigelow ilustra también cuál será otra de las diferencias entre esta nueva carrera lunar y la de los años 60: esta vez es para quedarnos. Los hábitats de Bigelow proporcionarían una estación permanente en órbita, pero en paralelo ya existen otras ideas de las principales agencias espaciales del mundo, incluyendo la europea (ESA), destinadas a construir asentamientos en la Luna. En general estos planes contemplan colaboraciones entre distintas potencias. Por mucho que Trump y Pence se empeñen, la Luna ya no será cosa de un solo país: EEUU y Rusia cooperarán en el proyecto Deep Space Gateway para situar una estación en la órbita de la Luna, mientras que la ESA y China podrían compartir esfuerzos en la construcción de una base lunar.

Concepto de base lunar. Imagen de ESA.

Concepto de base lunar. Imagen de ESA.

Entonces, ¿nos olvidamos de Marte? Nada de eso. Elon Musk, el creador de SpaceX, continúa adelante con sus planes de enviar humanos al planeta vecino en 2024. Y aunque este plazo es sencillamente imposible de creer –el propio Musk lo definió como «aspiracional»–, parece claro que un astuto empresario de tan probada solvencia no va a embarcarse en una aventura marciana para cometer un suicidio financiero. Musk ha puesto ya demasiados huevos en esta cesta. Y el último es de avestruz: recientemente anunció el soporte destinado a hacer realidad su sueño de colonización marciana, un sistema de lanzamiento todo-en-uno que de momento responde al nombre de BFR, por Big Falcon Rocket o, también, Big Fucking Rocket.

Esta es la última imagen de Saturno tomada por Cassini

No es una imagen espectacular; para asombrarnos, ya tenemos los miles de fotografías tomadas por Cassini durante su larga misión en Saturno. Pero esta que traigo hoy aquí tiene el valor histórico de ser la última capturada por la cámara de la sonda de la NASA que ayer terminó sus 20 años de travesía espacial con una zambullida a muerte en la atmósfera del planeta anillado.

La imagen muestra el acercamiento de Cassini hacia la región de la atmósfera donde quedaría desintegrada. Lo que se observa, según explica la NASA, es la cara nocturna del planeta iluminada por el reflejo de la luz del Sol en los anillos, a 634.000 kilómetros de distancia. La fotografía original es en blanco y negro, pero los responsables de la misión le han aplicado filtros para obtener un color natural, tal como veríamos la escena con nuestros propios ojos.

Última imagen de Saturno tomada por la sonda Cassini, el 14 de septiembre de 2017. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute.

Última imagen de Saturno tomada por la sonda Cassini, el 14 de septiembre de 2017. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute.

Este otro montaje, tomado al mismo tiempo que la fotografía anterior, muestra imágenes térmicas en infrarrojos, como los visores nocturnos, de las nubes de Saturno. La marca blanca muestra el lugar por el que Cassini penetraría en la atmósfera de Saturno hacia su destrucción.

Imagen térmica de infrarrojos de Saturno tomada por Cassini el 14 de septiembre de 2017. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute.

Imagen térmica de infrarrojos de Saturno tomada por Cassini el 14 de septiembre de 2017. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute.

Finalmente, les dejo este souvenir de Saturno preparado por la NASA, un vídeo de animación que resume la misión de Cassini y su Grand Finale.

Adiós, Cassini

Hoy brillará un meteorito en el cielo de Saturno. Aproximadamente a las 13:54, la sonda Cassini de la NASA comenzará a adentrarse en la atmósfera del planeta anillado a 113.000 kilómetros por hora. Un minuto más tarde, el vínculo de comunicación entre el aparato y el control de la misión en la Tierra se perderá definitivamente, después de que la sonda haya enviado sus últimos y valiosos datos.

En ese momento, Cassini se hallará a unos 1.500 kilómetros sobre las nubes de Saturno, la altura a la cual la presión atmosférica es equivalente a la del nivel del mar en nuestro planeta. Entonces el rozamiento atmosférico empezará a incinerar y desintegrar las piezas de la sonda. Un par de minutos después, Cassini ya solo será un recuerdo, aunque sus últimos datos tardarán casi una hora y media más en llegar hasta las antenas terrestres.

Una de las últimas imágenes de Saturno enviadas por Cassini el día antes de su final. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute.

Una de las últimas imágenes de Saturno enviadas por Cassini el día antes de su final. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute.

Imagino que sobre todo los científicos, y los que alguna vez lo hemos sido, podremos comprender la sensación de vacío y el nudo en la garganta de los responsables de la misión después de un momento como este. Por supuesto, los datos de Cassini, como los de cualquier otra gran misión espacial, continuarán dando mucho trabajo a los científicos durante los años venideros. Pero ya no será lo mismo para quienes la vieron tomar forma primero en el papel, después convertirse en un objeto real, luego despegar hacia el espacio profundo, y desde entonces le han dedicado todo su trabajo durante décadas.

En una de las muchas notas de prensa que han circulado estos días sobre Cassini, la científica del Instituto de Ciencias Planetarias de Tucson (EEUU) Candy Hansen recordaba que comenzó a trabajar con Cassini en 1990, cuando aún era solo un proyecto, siete años antes de su lanzamiento al espacio. Han pasado 27 años, casi toda una vida profesional, y Hansen decía sentir que hoy perderá a un viejo amigo.

He estado revisando algunos datos y, si la información no me falla, Cassini será hasta el momento de su destrucción la sonda aún activa más longeva en el espacio profundo, exceptuando las dos Voyager, lanzadas en 1977 y que continúan operando desde los confines del Sistema Solar. Alguna de las Pioneer de la NASA es aún más antigua, pero no se ha intentado contactar con ellas desde hace años y se desconoce si siguen funcionando.

Pero además de su veteranía, Cassini ha sido una misión favorita de muchos por otros motivos. Al fin y al cabo, ¿a quién no le gusta Saturno? Desde pequeños, cuando empezamos a aprender que hay otros mundos por ahí fuera, el planeta de los anillos es el más reconocible, el más dibujado, el que nadie confunde con ningún otro.

Y en adelante, gran parte de lo que sabemos y sabremos sobre Saturno deberemos agradecérselo a Cassini. Desde su llegada a su objetivo en 2004, la sonda ha enviado a sus cuidadores terrestres una inmensa cantidad de datos sobre Saturno, sus anillos y sus lunas. Ha descubierto mares de metano y etano en Titán, y un probable océano bajo el hielo de Encélado que podría ser apto para la vida. En sus últimas semanas, ha completado su brillante carrera con una última aproximación a Titán y un total de 22 órbitas enhebrándose en el hueco entre Saturno y sus anillos, una proeza técnica inédita hasta ahora.

Pero además hay otro poderoso motivo que ha prestado un carácter especial a esta misión, y que hoy debemos recordar de nuevo: su otra mitad. Originalmente la misión tuvo un segundo componente, la sonda Huygens de la Agencia Europea del Espacio (ESA). Ambas viajaron juntas hasta 2005, cuando la fase europea se separó de su media naranja americana para aterrizar en Titán, la mayor de las lunas de Saturno.

Huygens fue un completo y rotundo éxito; en mi modesta opinión personal y con permiso de Rosetta, el más espectacular en la historia espacial europea. La imagen de la superficie de Titán enviada por Huygens a Cassini y de ahí a la Tierra es la fotografía más lejana de la superficie de otro mundo que hemos tenido nunca, y que tendremos probablemente durante muchos años más. No me he resistido a publicarla aquí varias veces, y tampoco me resisto hoy.

Imagen de la superficie de Titán tomada por la sonda Huygens. ESA/NASA/JPL/University of Arizona.

Imagen de la superficie de Titán tomada por la sonda Huygens. ESA/NASA/JPL/University of Arizona.

Aunque Huygens dio su misión por concluida solo unos 90 minutos después de su asombrosa conquista de Titán, 12 años después y con ocasión del final definitivo de la misión es obligado rememorar de nuevo la hazaña del aterrizaje más lejano jamás logrado por un artefacto construido por el ser humano.

El final de Cassini puede seguirse ahora en directo en la web de la NASA.

Old Space vs New Space, la carrera espacial del siglo XXI

Recientemente he escrito para otro medio un artículo sobre lo que ahora llaman New Space, que viene a ser algo así como la liberalización del espacio. No es que existiera ningún oligopolio legal, sino que hasta hace unos años solo las grandes agencias públicas tenían los recursos económicos, técnicos y humanos para actuar como operadores espaciales, mientras que las compañías privadas preferían hacer negocio suministrándoles productos y servicios.

Pero entonces llegaron personajes como Elon Musk (PayPal, Tesla Motors, y ahora SpaceX), Jeff Bezos (Amazon, y ahora Blue Origin) o Richard Branson (Virgin, y ahora Virgin Galactic), junto con otros muchos no tan conocidos. Llegaron con una pregunta: ¿por qué no lo hacemos nosotros? Sin el control público, sin la burocracia, sin las jerarquías interminables, sin miedo al riesgo; con dinero, con ideas nuevas, con nuevos modelos y con ganas. El New Space es a la NASA lo que en su día el Silicon Valley fue para los gigantes como IBM. De hecho, muchas compañías del New Space han surgido en el Silicon Valley.

Ilustración de la nave Dragon 2 de SpaceX. Imagen de SpaceX.

Ilustración de la nave Dragon 2 de SpaceX. Imagen de SpaceX.

Hablo de la NASA, aunque el fenómeno del New Space no es algo ni mucho menos restringido a EEUU. Pero sí lo es su parte más visible, la que se refiere a los viajes espaciales tripulados, dado que la NASA ha sido el único operador del mundo occidental que ha lanzado sus propias naves tripuladas, y el único de todo el mundo que ha enviado humanos más allá de la órbita baja terrestre. Lo cierto es que el New Space no trata solo de mandar gente al espacio: hay empresas que quieren recoger basura orbital o que fotografían la Tierra desde satélites.

Sin embargo, es indudable que todo esto no habría causado tanto revuelo si no fuera porque varias compañías del New Space, que son por ello las más visibles, sí pretenden que las próximas naves tripuladas no lleven una bandera, sino un logotipo corporativo. Y porque quieren llevarlas además adonde las de la bandera no han vuelto desde 1972 (la Luna) o donde no han ido nunca (Marte).

Más allá del tono aséptico que requería el artículo mencionado al principio, lo cierto es que la entrada del New Space ha hecho saltar chispas en el Old Space, es decir, en la NASA. Oficialmente, la agencia pública de EEUU y las nuevas compañías mantienen relaciones comerciales que esperan sean beneficiosas para ambas partes. Pero ya les conté aquí lo que ocurrió cuando Elon Musk, fundador de SpaceX, anunció que se propone llevar el año próximo a una pareja en la luna de miel más literal de la historia, en vuelo alrededor de la Luna, y que lo hará en la cápsula Dragon 2 costeada por la NASA: cuando la agencia felicitó a SpaceX, lo hizo recordándole sus obligaciones contractuales, como un padre estrechando la mano a su nuevo yerno mientras le advierte que ya puede portarse bien con su hija o…

De hecho, el roce entre Old Space y New Space no parece tan bien engrasado como podría pensarse. Todavía colea un episodio que comenzó en febrero, cuando Charles Miller, un miembro del equipo de transición de la NASA nombrado por el gobierno de Donald Trump, escribió un correo en el que parecía alentar una competición entre ambos modelos dentro de la propia agencia, para ver cuál resultaba ganador en una nueva carrera de regreso a la Luna.

El correo de Miller se filtró al diario The Wall Street Journal, y así comenzó el lío, cuando algunos comenzaron a especular que la NASA podría abandonar el desarrollo de sus nuevos cohetes, en los que ya se ha invertido mucho dinero. Esta posibilidad ha sido después desmentida, pero aún no puede decirse que todo vaya sobre ruedas. Como muestra, de las fuentes de la NASA con las que cuento para algunos de mis artículos, ninguna quiso opinar; no sobre el asunto de Miller, sino sobre el New Space en general. “Soy un empleado de la NASA y no se me permite hablar sobre estos asuntos”, me dijo uno de ellos. Otros directamente evitaron responder.

Con independencia de cómo evolucione esta incómoda relación entre ambos modelos espaciales, queda otra gran pregunta muy difícil de responder: ¿lograrán las compañías del New Space cumplir lo que prometen? ¿O algunas de esas promesas (por ejemplo, la de Musk de fundar una colonia en Marte) serán como los vestidos de alta costura de las pasarelas de moda, simples reclamos vistosos para luego vender jerséis?

Los expertos aún no parecen tener muy claro cuál es la respuesta a esta pregunta. Pero aparte de los analistas y tecnólogos, había otra opinión que me interesaba: la de quienes han cumplido estos objetivos en la imaginación, pero lo han hecho sabiendo de lo que hablaban. Es decir, escritores de ciencia ficción que también son o han sido científicos. He consultado a un par de ellos. Mañana les contaré lo que me han dicho.