Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Vuelos de la CIA, detenciones y torturas en Afganistán

Es uno de los aspectos más perturbadores de la base de EEUU en el valle de Tagab, y seguramente de todas los FOB (Forward Operating Base) que tiene instaladas en la geografía afgana: el hecho de que son la última ramificación del sistema mundial de detención, traslado y, en probados casos como Abu Ghraib o Bagram, tortura, que la administración Bush ha montado a nivel planetario en su supuesta lucha contra el terror.

Un complejo laberinto de cárceles y vuelos secretos que viola la Convención de Ginebra, y que va desde la isla Diego García hasta la infame cárcel de Guantánamo.

Durante los diez días que este cronista estuvo en la base de Tagab, fue testigo de tres detenciones. Se trató de vecinos de la zona a los que los soldados estadounidenses acusaban de estar en connivencia con los talibán.

El primer caso: un hombre cuya señal de móvil fue interceptada desde el cuartel militar. Se cree que pasaba información a la insurgencia integrista de los movimientos de las fuerzas de EEUU.

Anunciaba cuando salían las misiones y el número de blindados o soldados de a pie que las conformaban. Según las declaraciones de varios soldados: era alguien a quién conocían, y que en algún momento había colaborado con ellos.

Los dos siguientes fueron presuntos cómplices del primero, que también habrían estado en comunicación con las fuerzas integristas que, lentamente, desde 2006, se han adueñado de una parte significativa del país. Al confiscar sus móviles se descubrió que habían marcado un número de teléfono que pertenece supuestamente a los talibán.

Procedimientos opacos

El procedimiento para las detenciones fue el mismo: cubrir la cabeza del reo, para que en teoría no pueda pasar información sobre las instalaciones de EEUU a los talibán, atarlo de manos y conducirlo al cuartel.

La normativa del Departamento de Estado prohíbe a los periodistas empotrados hacer fotos de miembros de las Fuerzas Especiales y de detenidos. Directiva que en todo momento se veló por que no violara, ya que no se me permitió acercarme a la zona del cuartel en donde los reclusos permanecían a la espera de ser llevados hacia la base de Bagram.

Sólo pude acercarme al descampado en el que habían pasado los días encapuchados y atados de manos, una vez que abandonaron el cuartel en helicóptero. Lugar que había estado vigilado constantemente por una pareja de soldados.

Ante las preguntas hechas a distintas autoridades de la base sobre la legalidad y condiciones de estos arrestos, las respuestas fueron unánimes: son colaboradores de los enemigos y sus derechos serán respetados. “Si ellos nos atrapan, nos cortan la cabeza, nosotros no hacemos lo mismo”, manifestó un joven oficial.

Sin embargo, al llegar a la base de Bagram, ninguno de estos hombres contará con asistencia de abogados ni con testigos que declaren a su favor en el caso de que se tratase de un error, de que fueran inocentes. Caerán en un limbo legal denunciado una y otra vez por organizaciones como Aministía Internacional.

Por otra parte, podrán permanecer detenidos a perpetuidad sin que nadie esté al tanto de su situación, según hizo saber este año la Cruz Roja Internacional.

Vale la pena recordar también los casos destapados por el New York Times en 2005, así como por otros medios, sobre la tortura y muerte de presos en estas instalaciones, conocidas por algunos como la «otra Guantánamo«, donde se estima que hoy malviven más de 600 detenidos.

Salir del gueto en Afganistán

Las motivaciones de los soldados de EEUU para estar en Afganistán son de lo más variadas: desde la voluntad de salir de zonas marginales y pueblos postergados de la América profunda, pasando por el deseo de hacer carrera militar, de vivir aventuras y viajar al extranjero, hasta la necesidad de conseguir el dinero para una beca de estudios, para ayudar a sus familias o para comenzar un negocio.

El cabo López, de 22 años, se sumó a las Fuerzas Armadas porque parecían ofrecerle la posibilidad de un nuevo comienzo en la vida.

Originario de Puerto Rico, viene de una familia desestructurada, en la que su madre es el principal motor que los mantiene unidos. Trabaja cuatro días a la semana como enfermera, el resto del tiempo lo dedica a la venta de productos de belleza. “Es una mujer luchadora, te vende lo que sea”, afirma López con orgullo.

López creció en un barrio marginal de Massachusetts, donde estuvo involucrado en el mundo de las bandas armadas urbanas y de la droga. De allí el tatuaje que luce en el brazo interno, junto a una herida que se hizo en el Ejército y que por el calor y la falta de higiene no le termina de cicatrizar: «Soldado del gueto».

“Me casé, tuve una hija. Quería que mi vida cambiara, que mi hija no se criase en el mismo ambiente que yo, y vi una oportunidad para salir de todo eso en el Ejército”, afirma y muestra otro tatuaje, que en esta ocasión cubre sus antebrazos y en el que se lee: “Un amor”.

De todos los soldados estacionados en la base de Tagab, los llamados “ingenieros” parecen ser lo que menos satisfechos se encuentran. Tal vez como consecuencia de las duras condiciones en las que viven: abarrotados en una tienda, inmersos en el implacable bochorno afgano, comenzando a trabajar a las cuatro de la mañana, apenas sale el sol, hasta bien entrada la tarde.

Quizás porque nunca entran en acción contra los talibán, son mirados por encima del hombro, con cierto desprecio, por sus compañeros de armas, que los acusan también de no traerse sus propios alimentos y de avalanzarse sobre la poca comida que hay en el chow hall.

Cobran unos 1.200 dólares por quince días de trabajo. Y van de cuartel en cuartel haciendo modificaciones. En el caso de Tagab han llegado para erigir cuatro torres de vigilancia, ya que esta estación rodeada de talibán pasará de tener un centenar largo de efectivos a más de setecientos, en su mayoría franceses, que se harán cargo del lugar tras la salida de los estadounidenses de la 101 Brigada Aerotransportada.

“Cuento los días para volver a mi casa y estar con mi familia. Todavía me faltan nueve meses de los quince que tengo que estar aquí. ¿Del futuro? Bueno, no sé. Es bueno para mi currículum que aparezca que estuve en el Ejército. Esto me va a ayudar a conseguir trabajo como electricista. O quizás vuelva aquí pero con una compañía privada como KBR, que les paga tres veces más a sus empleados”, explica.

Play Station y Harry Potter en la guerra de Afganistán

Después de las misiones, en la barraca 25 se da una curiosa cacofonía: el rugido de los morteros, que estremece el techo y las paredes, que sacude la noche, se mezcla con el sonido los disparos que sale de la televisión. La guerra exterior, tangible, real, se encuentra con la que simula la Play Station a través del juego Call of Duty.

No importa que hayan pasado buena parte del día pegando tiros de verdad, cuando vuelven a la barraca, los jóvenes que integran el tercer pelotón de la compañía cogen los comandos y se ponen a jugar.

Cuatro de ellos tienen 18 años. El resto: 19, 20 y 21. Un promedio de edad sumamente bajo, que se hace evidente en el desorden que impera en la barraca, donde se confunden los IPOD y los ejemplares de Harry Potter con los cargadores de balas, los cuchillos y las granadas. Todo esto imbuido en un insoslayable olor a hormonas, a zapatillas sudadas, a adolescencia.

Adolescencia que se descubre en las típicas gracias que tienen lugar a todas horas, inclusive durante las misiones en los blindados a través de los intercomunicadores: “Joder, ¡qué olor!”, exclama Cox tapándose la nariz. “¿Has sido tú Hernández?”. Y todos ríen, hasta el teniente Ward, que avanza junto al conductor, en la parte del vehículo llamada TC en la jerga castrense.

El más pequeño del pelotón es Stevens. Tiene 18 años cortos. Apenas terminó el entrenamiento fue enviado a Afganistán. Dice que entró al Ejército con el fin de conseguir después una beca para poder ir a la universidad– becas que, tras cuatro años en las fuerzas armadas, cubren hasta 32 mil dólares de gastos de estudios -, pero que la experiencia le ha gustado y quizás haga carrera como militar.

La función de Stevens es conducir un humvee. De todas las armas que usan, y que cubren el suelo de la habitación, elige como favorita al M4. Explica que el suyo trae incorporado un lanzagranadas M203 de 40mm y un sistema de mira laser AN/PAQ-4.

Cuando termina de posar para la foto, sus compañeros lo llaman. Hernández ha perdido, así que le toca ahora jugar a él. En el menú de inicio de Call of Duty selecciona sus armas. También tiene sus preferidas para la guerra virtual.

Nerviosismo en Kabul tras el peor atentado en meses

Finalmente ha tenido lugar el atentado que las autoridades llevaban semanas esperando y tratando de evitar. Ha sucedido hoy, a las ocho y media de las mañana, en las proximidades del Ministerio del Interior y de la embajada India (una de las zonas que se supone más segura de la ciudad). Se ha llevado por delante la vida de al menos 44 personas, según informa al Jazeera.

Rápidamente el gobierno indio ha salido a criticar a Pakistán, su antiguo rival en Cachemira, y principal instigador de los talibán, ya que un agregado militar, un diplomático y dos guardias de seguridad indios murieron en el ataque. Una vez más queda en claro que Afganistán es el tablero donde juegan sus vecinos.

Mi regreso a Kabul tras nueve días de empotramiento junto a los soldados de EEUU coincide con el atentado. Encuentro una ciudad más nerviosa y blindada que de costumbre. Una urbe capaz de volverlo a uno loco, ya que en el tráfico caótico y monolítico que recorre sus calles todo parece capaz de ocurrir, y hasta las medidas de seguridad más estrictas dan la impresión de carecer de sentido.

La carretera que conduce desde la base Bagram hasta la capital afgana, escenario de decenas de ataques con bombas, es un hervidero de coches, de taxis herrumbrosos que se detienen en medio de la calzada para que se suban clientes, de todoterrenos de contratistas privados que empujan a los demás vehículos tratando de abrirse paso al tiempo en que tocan la bocina.

En el centro de la ciudad, mendigos zaparrastrosos, niños que venden en las esquinas, y el fluir de los coches que se abarrota a cada instante, que se pudre y se estanca hasta el paroxismo.

En la puerta del hotel en el que me alojo, algún pez gordo, quizás diplomático o miembro de la ONU, que viene a cenar, y cuyos guardaespaldas privados cortan el tráfico para garantizar la seguridad.

Fue así como esta mañana un conductor murió de un disparo. Le dieron el alto frente al cuartel de la ISAF, y como no se dio cuenta o no supo de qué manera reaccionar, lo mataron.

Ametralladoras y granadas para celebrar el 4 de julio en Afganistán

El viaje tiene algo de pesadilla dolorosa, interminable, digna de Ferdinand Celine. Los soldados aguatan como pueden las sacudidas del vehículo blindado MRAP al tiempo en que sus cascos se golpean entre sí. Por el hueco que hay en el techo, y que emplea el encargado de disparar la ametralladora, se cuelan nubes de polvo. Todo en la más absoluta oscuridad, destinada a no llamar la atención del enemigo.

El tercer pelotón de la 101 División Aerotransportada ha sido el encargado esta semana de realizar las misiones al exterior de la base de Tagab. Misiones para tratar de ganarse “las mentes y los corazones” de los afganos, para apoyar a la policía local en el control de las carreteras o para enfrentarse directamente a los talibán.

Las acciones nocturnas siempre implican la búsqueda de “contacto” con las fuerzas integristas. Se dirigen a los lugares en los que suelen estar para tenderles emboscadas, para empujarlas a luchar.

“Estoy un poco nervioso”, afirma el cabo Hernández, de 24 años, entrado en carnes. “Me gustan las misiones nocturnas, te suben la adrenalina”.

Hijo de mexicanos, Hernández es el encargado de pasar las coordinadas en caso de necesitar un ataque aéreo o con morteros. Lleva en la mano un GPS, un mapa plastificado, una regla y una pequeña linterna verde. Sus compañeros lo llaman “Hache”. A su lado viaja Cox, que tiene 21 años.

Fuego preventivo

Una vez alcanzado el punto de “contacto”, los seis vehículos en los que desplaza el pelotón se colocan en posición. Gracias a la visión nocturna y las miras láser, los soldados escanean la zona en busca de efectivos talibán.

Llega una información urgente de intel (como llaman a la inteligencia). Unos treinta talibán se desplazan por el sur. Llevan lanzamisiles RPG. Hernández solicita que se lancen bengalas desde la base para poder iluminar la zona.

Se percibe la tensión. Walden, de 20 años, es el encargado de la ametralladora calibre .50. Dispara fuego preventivo cuando recibe las órdenes del sargento Ward. La noche se cubre de manchas rojas que como luciérnagas furiosas avanzan hacia los árboles donde se suponen que están los fundamentalistas. El sonido de las balas retumba en los oídos. Cox abre la parte posterior del techo, se asoma con un aparatoso lanzamisiles. Espera órdenes.

Pasan los minutos, no llega respuesta alguna de los talibán. “Seguramente van a disparar cuando nos demos vuelta y volvamos al cuartel. Como no nos pueden ganar de frente, buscan a que bajemos la guardia”, explica Hernández, aunque lo cierto es que nada sucede y emprenden el camino de regreso sin problemas.

Independence Day

Como es 4 de julio, esta tarde en la cantina, también llamada chow hall, les han servido filetes y hamburguesas. Cox habla de sus amigos, de su familia. “Deben estar preparándose para cenar y para salir después a celebrar”, dice.

Son las nueve de la noche en la base de Tagab, donde todos están esperando a que regrese el tercer pelotón para poder dar comienzo a la fiesta de la Independencia.

Los morteros, tan activos cada noche, lanzan ahora bengalas a la montaña más próxima. Los 167 hombres, y una mujer, que residen aquí gritan, aplauden. De fondo se escucha una composición de Wagner, por lo que la escena tiene nuevamente algo onírico, aunque en esta ocasión más propio de Apocalipsis Now.

Después se suceden desde distintos puntos de la base, y hacia la montaña, disparos de ametralladoras que dejan rastros incandescentes en la unánime fisonomía de la noche. La más potente de todas, una dushka rusa, que es accionada por comandos rumanos desde la parte del cuartel en la que viven las Fuerzas Especiales.

Ante cada explosión, cada proyectil, más vivas. A nadie parece importarle que la base esté iluminada como un árbol de navidad, siendo un objetivo fácil para los talibán. Lo importante hoy es celebrar el 4 de julio.

El punto culminante llega cuando alguien se saca una granada de mano del cinturón y la arroja por encima de la empalizada que limita la base. Algunos se sorprenden, aunque la mayoría exclama “Uau!!! Yeah!!”.

El gasto de munición ha sido importante. ¡Bien conmemorado el día de la Independencia! Sin embargo, un soldado que al día siguiente viene del vecino cuartel de Morales Frazer dice: «Eso no es nada. En nuestra base cavaron un hoyo de varios metros lo llenaron de gasolina y le prendieron fuego. Después dispararon un centenar de bengalas».

Calor, moscas y tedio en la base estadounidense de Tagab

La base Kutschbach da la impresión de ser una suerte de fortín del Lejano Oeste, de avanzadilla militar en medio de un territorio hostil. No sólo por los ataques de los talibán con proyectiles, sino por las bombas, los lanzamisiles RPG y los AK47 que esperan a los soldados cuando salen un sus misiones.

Aquí todo parece responder a un acrónimo. Inclusive este cuartel militar, situado en el valle de Tagab, es lo que se conoce como FOB (Forward Operating Base). Creado hace un año, lo han rebautizado con el nombre del sargento Patrick Kutschbach, de las Fuerzas Especiales, que murió el pasado noviembre.

La última víctima fue el sargento Isaac “Palo” Palomarez, que perdió la vida hace menos de un mes. Un RPG alcanzó la puerta del humvee en el que viajaba. Algunos de sus compañeros en la base llevan una pulsera con su nombre.

La relación que los unía se había forjado en este lugar, pero también en los EEUU, en el cuartel general de la 101 División Aerotransportada, con base en Kentucky, de la que vienen todos los que aquí están destinados.

Mejor estar en prisión

“Si me mandan a la cárcel seis meses, voy sin problemas”, exclama uno de los soldados en el comedor, mientras de fondo se suceden en la televisión imágenes pertenecientes a la cadena AFN, de las Fuerzas Armadas de EEUU, que combina deportes, series, informativos, con anuncios destinados a los militares. En esta ocasión: un partido de beisbol.

El soldado, que lleva en la muñeca una de las pulseras en recuerdo de Isaac “Palo” Palomarez, abre las cajas en las que vienen los alimentos y continúa: “Al menos en prisión te dan buena comida, no como aquí”.

La vida en la base Kutschbach es dura para los 167 hombres, y una mujer, que vienen aquí destinados durante 15 meses, con 18 días de permiso para volver a ver a sus familias.

De desayuno y almuerzo se sirven en la escueta cantina, que se conoce como DFAC (dining facility), comida que en su mayor parte podría ser considerada “chatarra”. Bollos, gaseosas, pizzas congeladas. Sólo la cena ofrece un menú más variado, que es preparada por cocineros afganos.

Moscas, moscas y moscas

Otro de los incordios de la base son las moscas. Las hay por millones. Y parecen infatigables en su deseo de molestar. Del techo del comedor hay colgadas cintas con pegamento de la marca Fly Revenge , en las que se inmortalizan los insectos y a las que resulta mejor no mirar demasiado sin uno no quiere que se le atragante la comida.

Las mismas cintas que se encuentran en los baños, donde para evitar la concentración de bichos hay un cartel que ordena literalmente: “Para que no vengan las moscas, los cagones tienen vetado el acceso de 8 am a 8 pm”. Como consecuencia, entre esas horas, los susodichos deben hacer sus necesidades fuera, en las letrinas de plástico que se cocinan bajo el sol y en las que el hedor resulta difícil de soportar.

El calor es el tercer elemento que dificulta el día a día en esta parte del mundo. Un calor implacable, seco, polvoriento, que merma las energías, que hace que los soldados, en su mayoría jóvenes de la América profunda que cuentan las horas para volver a sus hogares, pasen el tiempo muerto en las barracas, comiendo, jugando a las cartas, viendo películas en sus ordenadores, hasta que llega el momento de salir en misión.

Empotrado en Afganistán: luchar por las mentes y los corazones

Operación destinada a ganarse “los corazones y las mentes de los afganos”. Al tercer pelotón de la base le toca esta semana la labor de patrullar la zona. Sus integrantes, en su mayoría jóvenes que no superan los 24 años, se preparan. Cargan las armas en los humvees, coordinan las frecuencias de las radios. El sargento da las instrucciones. Comenta que hay amenaza de atentado suicida.

Seis vehículos blindados se detienen frente a un pueblo próximo a la base. Desde allí los soldados caminan. Es un pueblo colorido, con su gran bazar, su mercado de camellos, y al mismo tiempo miserable, ausente de luz, de agua corriente, como buena parte de Afganistán, anclado en la Edad Media.

La patrulla se dirige a la escuela local, que recibe ayuda económica de EEUU. Uno de los jóvenes militares se entrevista con el director. Habla del número de alumnos, de los turnos.

Aprovecho, salgo y converso con los estudiantes. “Con los talibán hay que negociar. Son nuestros hermanos musulmanes, no podemos pelear con ellos”, afirma uno de ellos.

Uno de los soldados que está escuchando, se acerca e interviene: “¿Te van a hacer escuelas, carreteras, los talibán?”, le pregunta. El joven estudiante, de 20 años, insiste en que hay que negociar con los integristas, la misma línea que defiende el presidente Karzai.

Continúa la operación, que no sin cierto nerviosismo se dirige al mercado de camellos, abarrotado de animales y vendedores a primera hora de la mañana, con el magnífico marco de las montañas como telón de fondo.

Converso con uno de los soldados. Tiene 22 años, entró al Ejército cuando tenía 18 porque ese siempre había sido su sueño. “Debía terminar en unos meses pero me han ordenado que me quede un año más”, explica.

Sirvió en Ramadi, Irak, cuando aún no era mayor de edad. “Podía ir a la guerra, pero en mi país no me podía tomar una cerveza«. Cuando finalmente lo den de baja espera poder acudir a la universidad para estudiar informática. En unas semanas lo ascienden a sargento. «Es un poco más de dinero, no mucho, 300 dólares».

Se suponía que la misión, de dos horas, terminaba en el bazar, donde los soldados harían compras como una forma de integrarse con la comunidad local. Tarjetas de teléfono, souvenirs, frutas. Sin embargo, recibimos un pedido de QRF (Quick Reaction Force) y volvemos a los blindados y nos marchamos a toda prisa. Son las ocho de la mañana.

Noches sin descanso junto a los soldados de EEUU en Tagab

El sonido de los morteros estremece las paredes, sacude el techo y nos mantiene en vela buena parte de la noche.

En la cama de arriba de la barraca que me ha tocado en suerte, una leyenda escrita por un soldado, quizás en relación con esta vigilia perpetua, quizás no : “Bajo el sol, cada día va y viene, la vida es una larga sobredosis. Ozzy y Black Sabbath”.

La base en la que estoy “empotrado”, situada en el medio del valle de Tagab, se ha convertido en el blanco de los talibán desde hace algunos meses. Cuando cae el sol se dedican a disparar desde las magníficas montañas que nos rodean.

Por esta razón, el comandante de la base ordena a los artificieros que respondan con morteros de 120 mm a los lugares desde donde suelen apuntar los integristas, para ver si con un poco de suerte le dan a alguno, o al menos dificultan la tarea de hacernos sentir como un pato de feria.

A primera hora, y con no poco sueño, comienzan las misiones, de las que hablaré con más detenimiento en otras entradas (pues inesperadamente consigo un ordenador durante unos minutos).

Misiones para enfrentarse a los talibán. Misiones para mejorar las relaciones con la comunidad local. Misiones de construcción de obras, con el fin de ganarse el apoyo de los afganos.

Algunas a pie, aunque la mayoría, en estos dos primeros días, en humvee.

Por ahora, una larga sobredosis de poco sueño y no pocas sensaciones. Conociendo poco a poco a los soldados, que al volver se tiran a dormitar bajo el sol, a esperar la próxima misión.

Empotrado con las tropas de EEUU en Afganistán

Me encontraba esta mañana en la Cruz Roja terminando un reportaje sobre víctimas de minas antipersona, cuando recibí una llamada de un oficial de prensa de las Fuerzas Armadas de EEUU en Afganistán. “Tengo buenas noticias, su solicitud ha sido aprobada, tiene que estar en la base de Bagram a las tres de la tarde”, escuché que me decía al otro lado de la línea.

Rápidamente volví al hotel, hice la maleta, pagué la cuenta y partí hacia la base de Bagram. La aprobación que recibí es para estar empotrado con una unidad entre cinco y diez días.

En la ruta que conduce de Kabul a Bagram: sol, viento, polvo, puestos de control de la ISAF, de la policía afgana. En algunas secciones: topadoras, camiones, que están construyendo una vía paralela, sólo para las fuerzas extranjeras, ya que se trata de un camino en el que se han producido numerosos atentados.

A lo lejos, las imponentes montañas que hablan de un Afganistán tan indómito como los nómadas kuchi, de la etnia pastún, que caminan por la estepa junto a sus animales, y que son las principales víctimas de las minas antipersona (la mayoría de lo que estaban esta mañana en la Cruz Roja eran kuchi).

A las dos horas de haber partido, finalmente Bagram, protegida por numerosas puertas, barreras, bloques de cemento y puestos de control. Aviones F16 que aterrizan, convoyes de humvees y vehículos blindados que pasan a toda velocidad. Y Amral, el conductor, y yo, que esperamos fuera a que nos venga a buscar el oficial de prensa. A nuestras espaldas, decenas de camiones que hacen cola para entrar con mercaderías.

Bagram, que tienen 13 mil soldados, parece una ciudad, con sus autobuses, sus tiendas y sus restaurantes: Burger King, Pizza Hut. Una ciudad militarizada en medio del desierto.

Otra perspectiva

Viaje a la guerra nació hace ya dos años con el objetivo de dar voz a las víctimas de los conflictos armados, porque creo que su realidad es la que mejor representa lo que significa el sinsentido de la violencia. Pero también porque en la prensa lo que suele primar son las declaraciones oficiales de los políticos, así como la visión de los militares, y lo que se encuentra en menor proporción es la visión de las mujeres, de los ancianos, de los niños, cuyas vidas se lleva por delante el poder.

En esta ocasión decidí que sería interesante también girar la lente y conocer a los soldados que están aquí (y que durante los dos últimos meses han sufrido más bajas que en Irak). Desde que he llegado a la base no he hecho más que hablar con ellos, especialmente en el espacio destinado para fumar, donde todo el mundo se ha mostrado amable y conversador.

Y espero que a partir de mañana, cuando salga al alba hacia la unidad con al que estaré “empotrado”, esta relación se haga más cercana, para conocer cómo ven la realidad, por qué están aquí, de dónde vienen, qué están haciendo, qué opinan del negativo progreso de esta guerra asimética.

Ahora vuelvo a la barraca donde estoy alojado, que se llama “Hotel California”. No sé si podré escribir este blog a lo largo de los próximos días. Haré todo lo posible, aunque me comentan que quizás ni siquiera tenga corriente eléctrica el lugar al que voy.

Creo que esta es una buena oportunidad para daros las gracias a todos, a los que estáis desde el principio y a los que os habéis sumado a lo largo del tiempo, por la compañía, la amistad y la complicidad. Por tantos mensajes, por tantas muestras de afecto. Es vuestra presencia la que sentido a esta iniciativa, a la que espero agregar, apenas sea posible, esta otra perspectiva, la de los soldados.

Quemarse para huir de la opresión en Afganistán (2)

Según un informe recientemente publicado por la organización Womankind, Afganistán es el “país del mundo más peligroso para las mujeres”. El 80% padece violencia doméstica. Aunque la legislación lo prohíbe, el 60% de los matrimonios son obligados y casi el 57% de las niñas se casa antes de cumplir los 16 años.

Una de las tantas leyes que se aprobaron tras la caída de los talibán, como el voto para las mujeres y la cuota en el espacio político del 25%, que ha tenido escasos resultados debido a la falta de voluntad de los gobernantes, la corrupción, el apego a las tradiciones machistas y la presión de los grupos radicales.

En sus comienzos, se esperaba que el Ministerio de Asuntos de la Mujer velase por estas cuestiones. Algunas de sus primeras integrantes fueron valientes luchadoras que en la época del mulá Omar se habían jugado la vida dando clases a escondidas, trabajando como médicos.

Sin embargo, las amenazas de muerte – que en el caso de Safia Hama Jan, directora provincial del Ministerio en Kandahar, se hicieron realidad en 2006 – y la falta de recursos, apenas el 0,1% del presupuesto nacional, han dificultado su accionar.

En los círculos políticos de Kabul se comenta que el presidente Hamid Karzai estaría planeando cerrar definitivamente el Ministerio, como un guiño a los talibán, con los que espera alcanzar un acuerdo de paz.

Información no desmentida por la Vice Ministra de Asuntos de la Mujer en una entrevista concedida a este periódico. “Es importante que el Ministerio siga adelante. Las niñas que se queman son una muestra de que en ningún del mundo la mujer está tan mal como en Afganistán”.

A pesar de todo

Gloria Company también sufre presiones de toda clase, si bien no logran desalentarla. Con pasión y entrega coordina al grupo de profesionales afganos que ayudan a las niñas y mujeres desde que llegan al hospital de quemados de Herat, y luego las siguen en una segunda etapa, desde la sede local del Ministerio de Asuntos de la Mujer, dándoles clases, talleres y asistencia psicológica.

“Queremos que sepan que nos encontramos a su lado para lo que necesiten, que no están solas, que las vamos a ayudar”, afirma Gloria Company, que también se preocupa por prevenir posibles casos de auto inmolación, como el de Zegnab, que está casada con un hombre que de 77 años.

Hombre con el que ha tenido un hijo y del que ahora se quiere separar. El problema es que a cambio de casarse con ella, él dio una casa a su familia. Si ahora se divorica, sus padres y hermanos se quedarán en la calle.

Una situación desesperada, como la de todas las jóvenes que saben que sus familias han recibido enormes cantidades de dinero, que a veces alcanzan los diez mil euros, por sus matrimonios. Una prisión en vida de la que Gloria teme que Zegnab desee huir a través de flagelarse, de prenderse fuego.

Fotos: Hernán Zin