Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Las máscaras de la guerra

No puedo negar que me ha causado cierta sorpresa la polémica que está provocando la imagen tomada por Issouf Sanogo, fotógrafo de AFP, en la guerra de Mali. La instantánea en la que se ve a un legionario del Ejército francés ataviado con una máscara con estampado de calavera que algunos asocian al personaje Ghost del juego Call of Duty.

AFP Photo/Issouf Sanogo

AFP Photo/Issouf Sanogo

Pero en realidad no debería sorprenderme tanto revuelo entre políticos, periodistas y militares pues no deja de formar parte de la terrible banalidad que todo lo impregna, distorsiona y caricaturiza en nuestros espacios de información y debate público. Y así nos va, claro.

Me encontraba con tropas francesas en un basurero junto a la prefectura de Niono. Un helicóptero se acercaba a tierra levantando una enorme polvareda. Instintivamente, los soldados cogieron sus bufandas para evitar que se les llenara la boca de área. Atardecía y los rayos de luz se abrían pasado entre los árboles y las nubes de polvo. Era una luz maravillosa. Vi a este soldado con la máscara y saque la foto. En el momento, nada me pareció inusual o sorprendente. El soldado no estaba posando ni había nada ensayado en esta imagen. Él estaba allí, protegiéndose del polvo mientras aterrizaba el helicóptero. Nadie trató de impedirme que hiciera la fotografía.

Con estas palabras relata Issouf Sanogo en el blog Correspondants/Behind the News de AFP la génesis de un retrato que me parece extraordinario por el ángulo en que se cuela la decadente luz del día entre las ramas de los árboles, generando una sensación de sosiego e intimidad que contrasta con el soldado que con gran acierto puso en primer plano.

Extraordinario retrato que ha dado lugar a un debate francamente trivial por varias razones:

* La primera es una cuestión comparativa, de dimensiones.

No importa que la ineptitud de los políticos permitiera a Al Qaeda hacerse con buena parte del Sahel. No importa que las chapuzas de la intervención occidental en Libia empujasen al sur las armas que terminaron por partir en dos a Mali.

No importan los abusos que Human Rights Watch denuncia del ejército local, que lucha codo con codo con los soldados franceses en la ofensiva lanzada el 11 de enero.

No importa que las fuerzas galas estén controlando la información y negando el acceso a la prensa a ciertas áreas para que tengamos la sensación que se trata de una guerra sin bajas entre civiles, como denuncia desde el terreno mi buena amiga Mayte Carrasco.

Lo que importa es una máscara.

* La segunda cuestión es de mera hipocresía.

Hipocresía que ha llevado al coronel Thierry Burkhard a declarar ante los medios que esa máscara es inaceptable, que «no representa las acciones que han provocado que Francia fuera a ayudar a Mali, poniendo en riesgo la vida de los soldados», y que abrirán una investigación para descubrir quién es el Legionario de la foto.

Como toda iniciativa humana, la guerra está plagada en sus causas, gestación y desarrollo de contradicciones. Así somos, nos guste o no. Nunca nos mueve una sola pulsión.

Y en estas páginas hemos dado buena cuenta de ello en numerosas ocasiones, pero sobre todo en las oportunidades en las que pude ir empotrado con los soldados de EEUU en Afganistán. De hecho, fue allí donde aprendí a jugar al Call Of Duty, o mejor dicho a perder clamorosamente.

Junto a esos chavales de la América paleta y profunda que por la noche se sientan frente a la videoconsola y durante el día frente a los gatillos de una ametralladora .50 en lo alto de un blindado MRAP listos para matar talibanes.

Negar este aspecto de la guerra, que representa la máscara del Legionario francés, es no aceptar que desde sus albores la guerra es una suerte de juego, de aventura, de epopeya personal para muchos de sus protagonistas. Es negar una de las esencias de los conflictos bélicos y una de las razones por las que tantos jóvenes se sienten atraídos hacia ellos.

Presentar a la violencia armada solo como algo noble, quirúrgico, profesional, es un intento de enmascarar la verdad. Y, lo que resulta peor aún, es dar argumentos para que las guerras se perpetúen y multipliquen. Sigan existiendo.

Der Spiegel publica nuevas fotos de abusos de soldados de EEUU, esta vez en Afganistán

Más allá de Libia, la guerra continúa en Somalia, que vive sus horas más lóbregas desde la salida de las tropas etíopes hace dos años. Apenas la Unión Africana nos dé los permisos, esperamos que en cuestión de días, volveremos a Mogadiscio.

Y la guerra sigue también en Afganistán, donde el número de muertos, civiles y militares, ha alcanzado una cifra record, con el final del letargo invernal como pistoletazo para un nuevo recrudecimiento de la violencia.

Sin embargo, parece que los miembros de ISAF no van a tener que esperar a que se deshielen las cumbres del Hindu Kush para que el ambiente se vuelva a caldear. Las tres fotos publicadas por el semanario alemán Der Spiegel han encendido todas las alertas.

Según informa The Guardian, los empleados de la ONU han recibido la orden de no salir a la calle en Kabul, pues se esperan manifestaciones y ataques de la población local como consecuencia de crueldad y brutalidad de las imágenes.

En realidad, las tres fotos que decidió hacer públicas Der Spiegel, de un total de 4.000, no han hecho más que retratar de forma explícita y tangible los abusos cometidos por una unidad de la 5ª Brigada de la 2ª División de Infantería del Ejército de EEUU, que operaba en Kandahar.

Abusos ya conocidos, pues doce de sus integrantes están siendo juzgados en un tribunal de Seattle. Cinco de ellos por asesinato premeditado.

Un caso que conmocionó recientemente al mundo ya que los militares del bautizado por la prensa como «escuadrón de la muerte», simulaban que sus víctimas habían perecido en combate, además de cortarles parte del cuerpo para llevárselas como trofeos.

Ayer, el Ejército de EEUU pidió perdón públicamente por el comportamiento de estos soldados. Altos mandos de ISAF compararon la dureza de las imágenes con las de Abu Ghraib.

Aquí, en Viaje a la guerra, nos recuerdan a las que publicamos en estas páginas en 2006 de los abusos de soldados israelíes a civiles en Hebrón y Gaza. También jóvenes militares sonriendo estúpidamente junto a cadáveres y personas privadas de libertad.

Fotos: La primera, Abu Ghraib. La segunda, soldados israelíes en un invernadero de Gaza.

Los ultras de la guerra

La guerra es el momento en el que poder da libertad a los hombres, inclusive los alienta y legitima, para hacer aquello por lo que serían severamente castigados en tiempo de paz: destruir, aterrorizar, matar.

Como señala Gwynne Dyer en su libro “Guerra”, no resulta sencillo convertir a un joven recluta en alguien capaz de matar. Hay que realizar un complejo trabajo de desprogramación. Se lo debe convencer de que llegada la ocasión tendrá que renunciar a algunos de los valores fundamentales, como el respeto a la vida, que mamó desde la niñez y que constituyen la base de su sociedad.

Sin embargo, el caos inherente a todo conflicto armado genera el escenario propicio para que otra clase de individuos, carente de frenos morales, ausente de vislumbre alguno de empatía hacia el sufrimiento ajeno, pueda regodearse justamente en la posibilidad de realizar actos por los que sería severamente juzgado en tiempos de paz: destruir, aterrorizar, matar. Una vía de escape a sus frustraciones, a sus deseos más lóbregos, a sus patologías.

Criminales de guerra

No faltan ejemplos de esta clase de sujetos. Ya en este blog hemos contado la historia de Steven Dale Green, el soldado tejano que de forma premeditada violó a Abeer Qasim Hamza, de 14 años de edad, en Irak.

Primero mató a su familia y después quemó su cuerpo para que no quedara rastro. De no haber sido por el levantamiento entre los propios iraquíes, los altos mandos del Ejército de EEUU nunca hubiesen tenido noticia de lo ocurrido.

“Vine porque quería matar gente… La verdad es que no es para perder la cabeza. Quiero decir, pensé que matar a alguien iba a ser una experiencia que te iba a cambiar la vida. Y cuando lo hice, me dije: Muy bien, lo que sea», había declarado el soldado, que contaba con no pocos antecedentes criminales antes de sumarse a las Fuerzas Armadas.

Por supuesto que entre estos dos extremos, el hombre de bien tiene reparos morales en matar, y el psicópata que campa a sus anchas en la guerra, hay numerosos matices y procesos, dependiendo de las experiencias de cada soldado, de su reacción ante el dolor y la muerte, ante la presión del grupo, ante el miedo y la rabia.

El tifosi israelí

Ayer aparecía un artículo de Neve Gordon y Yigal Bronner en el que afirmaban que los hinchas del fútbol israelí, que volvieron a los estadios tras el final de la ofensiva en Gaza, entonaban un nuevo cántico: “¿Por qué han cerrado las escuelas de Gaza? Porque todos los niños han sido asesinados”.

Esta noticia me trajo a la memoria una de las historias más reveladoras que he conocido jamás sobre los abusos y crímenes que cometen los soldados en la guerra, sobre sus motivaciones más íntimas, y que publicaremos en próximas entradas de este blog.

Tuvo como protagonista justamente a un ultra del Beitar, equipo de fútbol de Jerusalén, que con una excavadora Caterpillar D9 intentó crear un estadio de fútbol en medio de un campo de refugiados palestinos.

Los soldados israelíes que se niegan a matar inocentes en Gaza

En nuestro último viaje a Israel pudimos entrevistar a soldados hebreos que, arrepentidos de las acciones que habían realizado contra la población palestina, decidieron levantar la voz creando la organización Breaking the Silence.

Historia tras historia de maltrato y vejación a los habitantes de Gaza y Cisjordania. Palizas, abusos, burlas, detenciones arbitrarias. Para que nadie dude de sus palabras emplean las fotografías que se sacaban – imágenes que resuenan a las que los soldados estadounidenses se hicieron en Abu Graib – y que exponen por todo Israel.

Lo que buscan es concienciar a la población israelí de que no se trata de hechos aislados, sino de la lógica misma del Tsahal, de la manera en que han actuado todos los ejércitos de ocupación a lo largo de la historia: diseminando la humillación, la opresión y el terror entre los ocupados, que siempre los superan en número y en voluntad de lucha (ya que pugnan por su libertad).

La mejor defensa de Israel: terminar la ocupación

También existen soldados que se niegan de lleno a formar parte de las actividades castrenses. Se los conoce como refuseniks (sarvanim, en hebreo). Algunos de ellos son miembros de Courage to Refuse.

Organización que surgió en el año 2002 a raíz de una carta redactada por el capitán David Zonshein y el teniente Yaniv Itzkovits, ambos miembros de una unidad de elite con más de ochos años de experiencia en el Líbano y los Territorios Ocupados. Una misiva valiente, lúcida, que fue firmada por más de cincuenta soldados y oficiales.

“Nosotros, que entendemos que el precio de la Ocupación es la pérdida del carácter humano del IDF y la corrupción de toda la sociedad israelí. Nosotros, que sabemos que los Territorios no son parte de Israel, y que todos los asentamientos deben ser evacuados. Declaramos que no vamos a seguir luchando esta guerra por las colonias. No vamos a seguir luchando más allá de las fronteras de 1967 para dominar, expulsar, matar de hambre y humillar a todo un pueblo”.

Al día de hoy, la organización cuenta con 628 integrantes, de lo que 280 han sido juzgados por cortes marciales y han pasado hasta 35 días en la cárcel. Hecho este, que implica una importante renuncia. No por el tiempo que permanecen en prisión, sino porque el Ejército es el sitio en el que se forja y cohesiona la sociedad israelí. Y una mancha en el expediente significa convertirse en un paria, en un traidor, de cara a futuras oportunidades laborales y tantos otros aspectos de la vida en Israel.

En la ofensiva del año 2006 contra Gaza también levantaron la voz, y publicaron un anuncio en el periódico Yedioth Ahronoth en el que se leía:

“Los disparos y bombardeos del IDF en Gaza contra zonas residenciales densamente pobladas son crímenes de guerra que destruyen la seguridad y la moralidad de Israel. La verdadera seguridad nunca se va a conseguir matando a niños. Es el deber y la obligación de cada soldado del IDF negarse a derramar la sangre de inocentes”.

La semana pasada, después del bombardeo de la escuela de la ONU, los miembros de Courage to Refuse difundieron una misiva similar en el periódico Haaretz. Hasta el momento, son ocho los reservistas que han respondido a este llamado a la sensatez y la verdad. El pasado lunes, uno de ellos recibió una condena de 14 días de prisión por ello. Desde entonces, sus compañeros no han dejado de manifestarse en las calles.

«El mundo está de acuerdo con nosotros»

Los primeros actos de insubordinación se remontan al año 1970, cuando un grupo de estudiantes envió una carta a la ministra Golda Meir expresando sus reservas en relación a la ocupación de Gaza y Cisjordania. De allí saldría, años más tarde, el movimiento conocido como Shministim, que está compuesto por estudiantes del último curso que se niegan a realizar el servicio militar en los Territorios Ocupados.

Pero el movimiento más potente de todos es Yesh Gvul ( que en hebrero quiere decir “todo tiene un límite”). Surgió en 1982, durante la invasión del Líbano que terminaría con la vida de millares de inocentes. La petición de no participar en la ofensiva, que se entregó a Ariel Sharón, contó con más de tres mil firmas de reservistas.

Entre los refuseniks más destacados está Adam Keller, que en 1988 escribió con aerosol en 117 tanques: “Soldados del IDF, negaros a ser ocupantes y opresores”. Fue condenado a tres meses de prisión.

Tras volver de una misión de “asesinato selectivo” en Gaza, el piloto Yonatan Shapira comprendió que acababa de cometer un crimen de guerra. Para terminar con la vida de Salah Shehadeh, había lanzado desde su F16 una bomba de una tonelada sobre la vivienda del líder de Hamás. Catorce personas habían muerto. Entre ellas, nueve niños.

Entonces escribió una carta a los medios, que firmó con 27 de sus compañeros en septiembre de 2007. Se lo acusó abiertamente de traidor y fue dado de baja de las fuerzas armadas. En una entrevista en televisión, la gente votó mayoritariamente en su contra. “Los espectadores no están de acuerdo con vosotros”, le dijo el periodista. “La mayor parte del mundo está de acuerdo con nosotros”, contestó él.

Salir del gueto en Afganistán

Las motivaciones de los soldados de EEUU para estar en Afganistán son de lo más variadas: desde la voluntad de salir de zonas marginales y pueblos postergados de la América profunda, pasando por el deseo de hacer carrera militar, de vivir aventuras y viajar al extranjero, hasta la necesidad de conseguir el dinero para una beca de estudios, para ayudar a sus familias o para comenzar un negocio.

El cabo López, de 22 años, se sumó a las Fuerzas Armadas porque parecían ofrecerle la posibilidad de un nuevo comienzo en la vida.

Originario de Puerto Rico, viene de una familia desestructurada, en la que su madre es el principal motor que los mantiene unidos. Trabaja cuatro días a la semana como enfermera, el resto del tiempo lo dedica a la venta de productos de belleza. “Es una mujer luchadora, te vende lo que sea”, afirma López con orgullo.

López creció en un barrio marginal de Massachusetts, donde estuvo involucrado en el mundo de las bandas armadas urbanas y de la droga. De allí el tatuaje que luce en el brazo interno, junto a una herida que se hizo en el Ejército y que por el calor y la falta de higiene no le termina de cicatrizar: «Soldado del gueto».

“Me casé, tuve una hija. Quería que mi vida cambiara, que mi hija no se criase en el mismo ambiente que yo, y vi una oportunidad para salir de todo eso en el Ejército”, afirma y muestra otro tatuaje, que en esta ocasión cubre sus antebrazos y en el que se lee: “Un amor”.

De todos los soldados estacionados en la base de Tagab, los llamados “ingenieros” parecen ser lo que menos satisfechos se encuentran. Tal vez como consecuencia de las duras condiciones en las que viven: abarrotados en una tienda, inmersos en el implacable bochorno afgano, comenzando a trabajar a las cuatro de la mañana, apenas sale el sol, hasta bien entrada la tarde.

Quizás porque nunca entran en acción contra los talibán, son mirados por encima del hombro, con cierto desprecio, por sus compañeros de armas, que los acusan también de no traerse sus propios alimentos y de avalanzarse sobre la poca comida que hay en el chow hall.

Cobran unos 1.200 dólares por quince días de trabajo. Y van de cuartel en cuartel haciendo modificaciones. En el caso de Tagab han llegado para erigir cuatro torres de vigilancia, ya que esta estación rodeada de talibán pasará de tener un centenar largo de efectivos a más de setecientos, en su mayoría franceses, que se harán cargo del lugar tras la salida de los estadounidenses de la 101 Brigada Aerotransportada.

“Cuento los días para volver a mi casa y estar con mi familia. Todavía me faltan nueve meses de los quince que tengo que estar aquí. ¿Del futuro? Bueno, no sé. Es bueno para mi currículum que aparezca que estuve en el Ejército. Esto me va a ayudar a conseguir trabajo como electricista. O quizás vuelva aquí pero con una compañía privada como KBR, que les paga tres veces más a sus empleados”, explica.