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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Salir del gueto en Afganistán

Las motivaciones de los soldados de EEUU para estar en Afganistán son de lo más variadas: desde la voluntad de salir de zonas marginales y pueblos postergados de la América profunda, pasando por el deseo de hacer carrera militar, de vivir aventuras y viajar al extranjero, hasta la necesidad de conseguir el dinero para una beca de estudios, para ayudar a sus familias o para comenzar un negocio.

El cabo López, de 22 años, se sumó a las Fuerzas Armadas porque parecían ofrecerle la posibilidad de un nuevo comienzo en la vida.

Originario de Puerto Rico, viene de una familia desestructurada, en la que su madre es el principal motor que los mantiene unidos. Trabaja cuatro días a la semana como enfermera, el resto del tiempo lo dedica a la venta de productos de belleza. “Es una mujer luchadora, te vende lo que sea”, afirma López con orgullo.

López creció en un barrio marginal de Massachusetts, donde estuvo involucrado en el mundo de las bandas armadas urbanas y de la droga. De allí el tatuaje que luce en el brazo interno, junto a una herida que se hizo en el Ejército y que por el calor y la falta de higiene no le termina de cicatrizar: «Soldado del gueto».

“Me casé, tuve una hija. Quería que mi vida cambiara, que mi hija no se criase en el mismo ambiente que yo, y vi una oportunidad para salir de todo eso en el Ejército”, afirma y muestra otro tatuaje, que en esta ocasión cubre sus antebrazos y en el que se lee: “Un amor”.

De todos los soldados estacionados en la base de Tagab, los llamados “ingenieros” parecen ser lo que menos satisfechos se encuentran. Tal vez como consecuencia de las duras condiciones en las que viven: abarrotados en una tienda, inmersos en el implacable bochorno afgano, comenzando a trabajar a las cuatro de la mañana, apenas sale el sol, hasta bien entrada la tarde.

Quizás porque nunca entran en acción contra los talibán, son mirados por encima del hombro, con cierto desprecio, por sus compañeros de armas, que los acusan también de no traerse sus propios alimentos y de avalanzarse sobre la poca comida que hay en el chow hall.

Cobran unos 1.200 dólares por quince días de trabajo. Y van de cuartel en cuartel haciendo modificaciones. En el caso de Tagab han llegado para erigir cuatro torres de vigilancia, ya que esta estación rodeada de talibán pasará de tener un centenar largo de efectivos a más de setecientos, en su mayoría franceses, que se harán cargo del lugar tras la salida de los estadounidenses de la 101 Brigada Aerotransportada.

“Cuento los días para volver a mi casa y estar con mi familia. Todavía me faltan nueve meses de los quince que tengo que estar aquí. ¿Del futuro? Bueno, no sé. Es bueno para mi currículum que aparezca que estuve en el Ejército. Esto me va a ayudar a conseguir trabajo como electricista. O quizás vuelva aquí pero con una compañía privada como KBR, que les paga tres veces más a sus empleados”, explica.