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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Una cortina de hierro contra los talibanes en Afganistán

Los soldados de la compañía Able solían debatir sobre el sitio del vehículo blindado MRAP en el que nos convendría sentarnos para estar más seguros frente a un ataque con lanzagranadas. Dependía del destino, de qué lado quedasen los árboles en la carretera. Les preocupaba que nada malo le pasara al “reportero”. Si se trataba de un humvee, no había debate posible, ya que todas sus posiciones resultaban vulnerables.

Era la rutina que antecedía a cada una de las misiones de las que participamos “empotrados” el año pasado en el valle del Tagab. Y siempre les hacíamos caso. El único compañero que habían perdido había sido justamente por el disparo de un RPG-7, que suele abrir a los humvees como latas y que, dependiendo de la clase de proyectil que lleve, también puede causar un daño considerable a los MRAP. Junto a los famosos IED, los lanzagranadas son las principales causas de bajas entre los estadounidenses.

Crear defensas

Con la intención de limitar esta amenaza de los talibanes, el Ejército de EEUU adjudicó en noviembre 8 millones de dólares a Mustang Technology Group. Situada en Texas, esta compañía está desarrollando un dispositivo bautizado como Curtain Active Protection System, que se colocaría en lo alto de los MRAP para evitar el impacto de los proyectiles según muestra el siguiente vídeo de prueba.

Entre los desafíos, la empresa reconoce que está trabajando para limitar los daños colaterales. La munición que el MRAP dispara desde el techo al descubrir que se acerca un proyectil puede impactar tanto en civiles como en soldados que se encuentren cerca del vehículo. Una de las opciones que está barajando es emplear munición tipo Dense Inert Metal Explosive (DIME), cuyo uso por parte de Israel en Gaza – y sus potenciales efectos cancerígenos – denunciamos en este blog en 2006.

Si las pruebas resultan exitosas, se podría empezar a emplear este dispositivo en julio de 2009 no sólo en los MRAP y en los humvees, sino en toda posición vulnerable. Justo en el comienzo del despliegue de los 30.000 soldados que Barack Obama enviará en su apuesta fuerte en Afganistán, en su «surge» particular.

En 2007, cuando Bush decidió elevar el número de tropas en Irak – paradójicamente hoy, ante las duras críticas de Obama -, el Pentágono realizó un enorme esfuerzo por despachar y producir miles de MRAP para los soldados, ya que ofrecen mayor protección de los humvees frente a las bombas situadas en las carreteras.

La apuesta de Obama

Como el MRAP demostró ser demasiado pesado y torpe para la escarpada geografía de Afganistán, se diseñó un vehículo similar pero más ligero, llamado M-ATV (MRAP All Terrain Vehicle). Se espera que las primeras 1.000 unidades lleguen al terreno en diciembre. Las 5.000 restantes se irán enviando a lo largo de los meses, para que estén listas de cara a la próxima campaña de verano.

De este modo, los 30 mil soldados que lleguen a Afganistán el próximo año contarán con mejores equipos. El resto de la estrategia anunciada por Obama esta semana se vislumbra ciertamente incierta. Cualquier similitud entre Afganistán e Irak, dejando al margen la arena, no parece más que la consecuencia de un deseo voluntarista.

Bush tuvo la suerte de que los sunníes empezaran lo que se conoció como Despertar: una rebelión en la provincia de Anbar contra sus antiguos socios de Al Qaeda en la Mesopotamia, cuyos líderes eran mayoritariamente extranjeros. Los talibanes, aunque pasan de un lado a otro de la frontera con Pakistán, son pastunes, locales, que siempre han estado allí y siempre lo estarán. Dentro de Afganistán no hay hoy grupos dispuestos a hacerles frente fuera del ejército y la policía.

El declive de EEUU

Por otra parte, la tarea de formar a las fuerzas de seguridad y de articular un Estado no eran tan difícil en Irak, pues hasta 2003 contaba con cierto andamiaje gubernamental. En Afganistán, el vacío de poder lleva ya más de 30 años. Una sociedad escindida, enfrentada, que será muy difícil de poner a funcionar como conjunto. Así que la intención de empezar a pasar el poder militar a los afganos en julio de 2011, anunciada por Obama, parece complicada de conseguir. Además, está la otra parte de la película, Pakistán, que siempre ha boicoteado la idea de una administración fuerte e independiente en Kabul.

Pero lo más curioso del asunto es que el esfuerzo de la administración Obama para crear un Estado en Afganistán – aunque Washington niegue que pretenda alcanzar este objetivo – choca con la propia necesidad de los EEUU de hacer frente de manera imperiosa a sus propios desafíos internos: la monstruosa deuda, la decadencia de las infraestructuras, la puesta en marcha de la sanidad universal…

Más allá del aumento de tropas, de los nuevos vehículos y armas, no sólo tiene poco que ganar en el país del Hindu Kush, sino éste que podría ser el lastre que hiciera real lo que ya sabemos desde hace tiempo: que el siglo XXI no será de los EEUU.

Iphone, Skype y otras tecnologías para los talibanes

Cuando llegaron al poder en 1996, los talibanes prohibieron las películas de cine, la televisión, las fotografías y la música, porque consideraban que contradecían los preceptos de su versión medieval y reaccionaria del islam.

Sin embargo, desde que tuvieron que abandonar Kabul en 2001, parecen haber renunciado a las tesis antes sostenidas, especialmente gracias al Ministerio para la Supresión del Vicio y la Promoción de la Virtud, para lanzarse a los brazos de las últimas tecnologías tanto con el objetivo de comunicarse entre sí y coordinar ataques, como en labores de propaganda.

Hace un mes, el mulá Abdul Salaam Zaeef, antiguo embajador talibán en Pakistán que pasó cuatro años en la prisión naval de Guantánamo, confesaba su adicción al Iphone, que permite ver películas, fotos y escuchar música. “Es fácil y moderno y me encanta”, declaró.

Podría ser una anécdota, pero el Evening Standart mencionaba recientemente la preocupación por parte del servicio de inteligencia británico MI6 ante el uso creciente por parte de los talibanes de la versión móvil del Skype.

A diferencia de las llamadas telefónicas tradicionales, que pueden ser seguidas por los aviones espías Nimrod de la Real Fuerza Aérea, las llamadas de Skype – aplicación comercial de la tecnología conocida como Voice Over Internet Protocol (VOIP) – están fuertemente encriptadas.

Cuando estuvimos el año pasado acompañando a los soldados de EEUU en Afganistán, las misiones más importantes que realizaron fueron justamente por haber interceptado llamadas de los insurgentes o por haber recibido soplos por parte de la población local a través de teléfonos móviles.

A tal punto llegó la impotencia de los talibanes en este sentido, que en febrero de 2008 exigieron a las compañías de telefonía móvil que interrumpieran el servicio entre las cinco de la tarde y las tres de la mañana. Ya la insurgencia en Irak había dado pasos similares al destruir las torres que transmiten las señales de los teléfonos móviles.

Gracias a empresas de EEUU

También su presencia en Internet, quizás siguiendo el ejemplo de Al Qaeda, parece estar creciendo. Hace unos días, The Washington Post mencionaba dos direcciones en la web www.alemarah1.com y toorabora.com, en las que hacían publicidad de sus recientes ataques contra las fuerzas del ISAF.

Lo más curioso de esta historia es que ambos sitios se articulaban en el ciberespacio gracias a espacios contratados a empresas estadounidenses. Por www.alemarah1.com pagaban setenta dólares al mes, a través de tarjeta de crédito, a la compañía The Planet, situada en Houston, Texas. El servicio por toorabora.com, sitio que aún continúa en activo, se los brinda Tulix Systems, que tiene sus oficinas en Atlanta, Georgia.

Radio Mille Collines en Pakistán

El pasado viernes, The Wall Street Journal se hacía eco del nuevo programa del gobierno de Obama, que al menos de partida parece tener una estrategia más adecuada a la lucha de contrainsurgencia que la administración Bush, para terminar con las páginas de Internet y las radios ilegales que los talibanes emplean para lanzar sus mensajes.

El incombustible Richard Holbrooke, enviado especial para Pakistán y Afganistán, apoya la medida, que tendría entre sus objetivos las más de 150 emisoras FM que los talibanes tienen en lugares como el valle de Swat, y de cuyas prácticas da cuenta The New York Times.

Rememorando en cierta medida su propia experiencia con la administración Clinton en los años noventa, las comparó con la emisora Mille Collines, que tuvo un papel nefasto en el genocidio de Ruanda, pues permiten a los integristas “transmitir cada noche los nombres de las personas a la que van a decapitar o que ya han decapitado”.

No es una práctica nueva cortar de raíz los medios de comunicación de masas de los enemigos. En su guerra contra Hezbolá, Israel redujo a escombros el edificio beirutí de la estación de televisión Al Manar, que logró seguir transmitiendo hasta el final del conflicto. Lo mismo hizo el pasado mes de diciembre contra la televisión de Hamás en Gaza.

Sin embargo, algunos especialistas se oponen a esta clase de estrategia, pues afirman que priva de importantes fuentes de información sobre las actividades de los adversarios. Justamente Richard Holbrooke, que no tiene por norma callar lo que piensa, el pasado 8 de abril se quejaba de la escasa información que los servicios de inteligencia habían conseguido desde 2001 sobre los talibanes.

Un verdadero escollo para cualquier intento de llevar una estrategia similar a la que se aplicó en Irak, donde se compró y apartó de la lucha armada a los sectores menos radicales. “Necesitamos saber qué atrae a los talibanes”, declaró Holbrooke. Según sus estimaciones, “más de la mitad» de los combatientes no responden a las tesis más extremas de la organización.

Menos bombas sobre los civiles de Afganistán

Nuestra estancia en Afganistán, el pasado mes de julio, coincidió con un aumento exponencial de muertes entre civiles. Cada semana salían a la luz nuevas matanzas de inocentes provocadas principalmente por los bombardeos indiscriminados, que según un informe de la ONU publicado en el mes de septiembre, se habían incrementado un 39% en lo que iba de año. La cifra total en 2008 alcanzó los 1.620 civiles, de los que 680 fallecieron como consecuencia del fuego aéreo.

Matanzas que generaban una creciente indignación entre los afganos, hasta el punto de que el propio presidente Hamid Karzai pidió en numerosas ocasiones que se suspendieran los ataques.

Ya en junio de 2007, tras la muerte de 90 civiles en dos semanas, había dicho que las “vidas afganas no son baratas, y que no deben ser tratadas de esa manera”, para luego agregar que “nuestros civiles inocentes se están convirtiendo en víctimas de la falta de cuidado de la OTAN y demás fuerzas”.

El 22 de agosto de 2008, 76 no combatientes, que en su mayoría eran niños, perdieron la vida en la aldea de Aziziabad, en la provincia de Herat, lo que generó tanto protestas populares como una investigación interna entre las fuerzas de EEUU.

Un mes más tarde, Karzai se dirigió a la Asamblea General de Naciones Unidas para sostener que “las muertes sostenidas de civiles menoscaban la legitimidad de la lucha contra el terrorismo y la credibilidad del gobierno afgano en su alianza con la comunidad internacional”.

El 3 de noviembre de 2008, el lanzamiento de misiles sobre los asistentes a una boda en la remota aldea de Wech Baghtu, en la provincia de Kandahar, terminó con la vida de 37 personas, entre las que se contaban 22 mujeres y 10 niños. Dos días después, Karzai escribió a Barack Obama, que acababa de ganar las elecciones presidenciales:

Exigimos que no mueran más civiles en Afganistán. No podemos luchar contra el terrorismo con ataques aéreos… Esta es mi primera petición al nuevo presidente de EEUU, que termine con las bajas entre los civiles.

Como sostuvimos tras la experiencia junto a los soldados de EEUU, la supremacía aérea del ISAF, que siempre termina por inclinar la balanza militar hacia las fuerzas extranjeras – pues cuando aparecen los aviones A10 o los helicópteros Apache, los talibanes no pueden sostener más el enfrentamiento directo y se ven obligados a huir -, es también su mayor desventaja estratégica.

Cada misil Hellfire que se lleva por delante la vida de una mujer, de un anciano o de un niño, provoca nuevos apoyos a los talibanes. Y, según afirmaba Mao Zedong, en la lucha contra grupos insurgentes resulta fundamental contar con el apoyo de la población local (el agua en el que se mueven las guerrillas). De otro modo, la guerra está perdida.

Más aún en un sitio donde el sentimiento de independencia, de oposición a toda injerencia extranjera, es tan acusado como en Afganistán. Los soviéticos pudieron comprobar a lo largo de diez años las consecuencias de seguir la estrategia contraria: querer secar el agua en que se mueve la insurgencia.

Alto el fuego aéreo

Datos hechos públicos esta semana por la U.S. Air Force, demuestran una disminución en el número de bombas que se están lanzando sobre Afganistán.

En 2008 alcanzaron las 1.314 toneladas, lo que significa un descenso significativo en relación a 2007, cuando se lanzaron 1.956 toneladas, más aún si se tiene en cuenta que el año pasado fue el más violento desde la invasión de 2001, y la muerte de soldados extranjeros superó a la de Irak. Eso sí, aún se está lejos de las 163 toneladas empleadas en 2004, cuando se suponía que la historia de Afganistán seguiría otros derroteros.

Menos bombas y más efectivos en el terreno es la estrategia lanzada por Barack Obama que, a priori, parece sin dudas acertada. La idea que sostenía Donald Rumsfeld de pocas tropas propias, un alto número de contratistas militares privados y bombardeos, demostró su fracaso en Irak y en Afganistán.

Queda claro ahora que la administración Bush no llegó a comprender la dimensión y la lógica de los desafíos bélicos a los que se debía enfrentar, anclada a los métodos de la guerra convencional, de la lucha entre ejércitos regulares.

Obama también ha abogado por el diálogo con los talibanes moderados. Más que moderados, pues su ideología extrema no resiste este calificativo, en este blog siempre hemos hablado de talibanes ocasionales, que por un centenar de dólares al mes cogen el AK47 y salen a luchar.

La idea, que funcionó con los suníes que antes apoyaban a Al Qaeda, y que terminaron por crear los Hijos de Irak (aunque ahora esta estrategia está mostrando sus primeros signos de extenuación) es comprar con dinero el apoyo de estos sectores de la población, pagarles mejor de lo que podrían hacerlo los talibanes.

A estos tres ejes de la estrategia de Obama habría que sumar un reforzamiento de las obras de infraestructura, vitales para fomentar la movilidad dentro del país y el progreso material, que sin dudas sacaría a no pocos afganos de la tentación de apoyar a la insurgencia, por aquello que no en pocas ocasiones escuchamos en Afganistán de que “con los talibanes se vivía mejor”.

EEUU, Rusia, Irán y los problemas para abastecer a las tropas extranjeras en Afganistán

Cuando estuvimos el año pasado en el Valle de Tagab, fuimos testigos de lo difícil que resulta para los EEUU mantener aprovisionadas a sus tropas. No sólo por la desafiante geografía de Afganistán, sino también por el clima, extremo en invierno y verano, y por la ausencia de infraestructuras.

Un esfuerzo que deberá ser aún mayor, ya que esta semana Barack Obama ordenó el envío de 17 mil nuevos soldados para luchar contra los talibanes. En total, el contingente de EEUU asciende a más de 55 mil efectivos a los que se debe dar alojamiento, alimentación y armamento.

La decisión tomada el pasado viernes por Kurmanbek Bakiyev, presidente de Kirguizistán, de cerrar la base estadounidense de Manas significa un duro revés para esta línea de aprovisionamiento, ya que es el principal medio que emplean la tropas europeas y estadounidenses para llegar a Afganistán.

La presión de Rusia, que acaba de dar dos mil millones de dólares en ayuda a la maltrecha economía kirguiza, parece estar detrás de la medida adoptada por el ejecutivo de Biskek. No por nada el presidente Bakiyev hizo el anuncio del cierre de la base de EEUU desde el mismo Moscú.

El gran juego

En este sentido, parece como si volviésemos a los tiempos del Gran Juego, aquella disputa diplomática y militar entre Rusia y Gran Bretaña para dominar Asia Central. “Me confieso que los países son piezas en un tablero de ajedrez en el que se está jugando una partida para la dominación del mundo”, afirmó Lord Curzon, virrey de la India, en 1898.

En esta reedición del Gran Juego, la victoria parecería estar del lado ruso. La base de Manas, que contaba con mil efectivos estadounidenses, y por la que Washington pagaba un alquiler de 63 millones de dólares anuales, era el último enclave de EEUU en la región, tras el cierre en 2005 de la base de Karshi-Khanabad en Uzbekistán.

Inseguridad en la ruta pakistaní

El 70% de las provisiones que reciben los soldados de EEUU llegan a través de Pakistán, así como el 40% del combustible que usa la OTAN. Arriban al puerto de Karachi, viajan a través de 1.600 kilómetros hasta el paso de Khyber y luego Kabul.

Una ruta cada día más insegura, como lo demuestra el hecho de que los talibanes volaran uno de los puentes del trayecto el pasado 3 de febrero, según informara Geo TV (cadena paquistaní que acaba de perder a Musa Khankhel, uno de sus reporteros en el valle de Swat). Desde septiembre, esta vía de comunicación fue interrumpida en seis ocasiones.

A todo esto hay que sumar la importante amenaza que deviene del robo de equipamiento militar de los camiones privados que transportan las mercaderías, según denuncia Shahan Mufti en Global Post. En un mercado de la ciudad de Peshawar consiguió comprar un ordenador del ejército de EEUU con información sobre soldados y operaciones (algo similar a lo que sucedió en 2006 en las inmediaciones de la base de Bagram).

¿Opciones?

Dejando a un lado la propuesta de Xe (la empresa antes conocida como Blackwater), de brindar un servicio de aviones ligeros que lancen las provisiones a las tropas, las opciones para garantizar una vía de acceso fiable a Afganistán no parecen ser muchas, según reflexiona Patrick J. Buchanan en Antiwar.

1. Se podría volver a Uzbekistán y negociar con el presidente Islam Karimov, sátrapa acusado de violar sistemáticamente los derechos humanos.

2. Al igual que sucedió ya en el pasado, cuando británicos y rusos acordaron terminar con el Gran Juego en 1907, Washington podría dirigirse directamente a Moscú. Dejar de barajar la idea del acceso de Georgia y Ucrania a la OTAN, y renunciar al escudo antimisiles en Polonia, a cambio del acceso a Asia Central.

3. Aunque hoy parezca una meta complicada de alcanzar, lo cierto es que la ruta más directa sería a través de los puertos de Irán. Son tres décadas de enfrentamiento con Washington que parecen ya no tener sentido. Después de todo, Teherán fue el primer enemigo de los talibanes cuando estos negociaban con Bill Clinton los permisos para el oleoducto de UNOCAL (del mismo modo en que mantuvo ocho años de guerra contra Sadam Hussein al tiempo en que éste sostenía estrechos vínculos con la administración Reagan).

Eso sí, un hipotético acercamiento a Irán contaría con la vehemente oposición de Israel, crónica piedra en el zapato de cualquier atisbo de paz y estabilidad en Oriente Próximo.

Hasta ahora, Obama no ha hecho nada demasiado distinto a lo que hizo George Bush. La necesidad de mantener pertrechadas a sus tropas en Afganistán tal vez le brinde la oportunidad de mejorar algunas de las relaciones en la región.

Diálogo con los talibanes para no fracasar en Afganistán

Hace unos meses fui testigo de un curioso encuentro en Afganistán. La unidad de la Compañía Able con la que estaba empotrado se dirigió al colegio del pueblo de Tagab en una misión para ganarse “la mente y los corazones” de los locales.

Mientras los altos mandos se reunían con el consejo de ancianos en un aula, Ahmed y Cox, dos jóvenes de 18 años, uno afgano y otro estadounidense, comenzaron a hablar en el patio.

“Con los talibanes hay que negociar. Son nuestros hermanos musulmanes, no podemos pelear contra ellos”, afirmó Ahmed, vestido con su kurta blanca.

A lo que el joven soldado, ataviado con su chaleco antibalas, sus gafas Oakley y su fusil M4, le respondió aireado: “Los talibanes son terroristas. Somos nosotros, los americanos, los que estamos haciendo las rutas y las escuelas”.

El fracaso

Lo cierto es que en el valle de Tagab no se han construido escuelas ni carreteras. La ayuda al desarrollo llegó mal coordinada y con cuentagotas, como sucedió en buena parte del país. Y, desde 2006, la violencia ha alcanzado tales cotas que resulta muy arriesgado encarar cualquier obra que no sea multiplicar o ampliar las bases militares y las rutas que las conectan.

También es verdad que la opinión de Ahmed – aquel adolescente que para mi sorpresa no se mostró adulador con los soldados, sino que sacó ese orgullo nacional tan arraigado en los afganos-, parece ser la que está ganando peso en la comunidad internacional.

Como informa The Economist, el primer encuentro semioficial entre los talibanes y representantes del gobierno de Kabul tuvo lugar hace un mes en la Meca, gracias a la intermediación de Arabia Saudí.

Según afirmó Nic Robertson, corresponsal de la CNN con el que coincidí en el hotel Gandamack de Kabul, las señales que el mulá Omar ha enviado desde Pakistán «han sido positivas».

Posible cambio de rumbo

Al mismo tiempo, y para sorpresa de muchos, Washington ha dicho que está considerando la posibilidad de dialogar con aquellos talibanes dispuestos “a dejar la violencia y respetar la Constitución”. También han sumado su voz de apoyo los altos mandos británicos.

El frágil éxito conseguido en Irak parece ser el modelo a seguir. Allí se sentaron a negociar grupos suníes y consiguieron hacer descender la violencia. Apelaron a su espíritu nacionalista y a sus bolsillos para desligarlos de Al Qaeda.

Las realidades de Afganistán e Irak son muy distintas. Pero el presidente Karzai podría emplear a los antiguos líderes talibanes que viven en la capital para dialogar con aquellos miembros menos radicales del movimiento integrista y sacarlos así de la influencia de Bin Laden. De hecho, el conocido como «alcalde de Kabul», es uno de los principales entusiastas de esta iniciativa.

Esto desmovilizaría también a los que podríamos bautizar como «talibanes ocasionales». Aquellos campesinos que les venden sus servicios armados por un puñado de dólares, una vez terminada la temporada de recolección del opio. Recordemos que, en 1996, los talibanes ocuparon la mayor parte del país, más que luchando, comprando la voluntad de la gente.

Fracaso de las armas

Si deciden integrarse a los procesos democráticos, habrá que asegurarse de que no difundan su visión retrógrada y brutal del islam. Aunque la realidad de la que he sido testigo en Afganistán tampoco es la panacea.

En la práctica, poco han progresado los derechos de las mujeres. La corrupción estrangula cada esquina de la vida social. En este país, el quinto más pobre del mundo según el PNUD, el acceso a agua corriente, electricidad y asistencia médica es aún una quimera. La mitad de sus 30 millones de habitantes malvive por debajo de la línea de la miseria.

Algo queda claro, aumentar el número de armas y tropas extranjeras sólo conseguirá sumir al país aún más en el caos, más aún con la estampida que se está produciendo entre los soldados y policías afganos hacia las filas de los talibanes. Esta año han muero 222 soldados de la OTAN y cuatro mil civiles.

Niños, piedras y soldados de EEUU en Afganistán

Apenas escuchan el sonido de los blindados, los niños salen corriendo a la carretera. Poco les importan las nubes de tierra que se levantan al paso de los vehículos, que les cubren el rostro, los brazos, que los cincelan como sombras, como meras siluetas, bajo el sol que cae a plomo en el bochorno del verano de Afganistán.

Los soldados les han puesto nombre. Los llaman “los niños del polvo”. En cada una de las misiones diurnas en la que he salido con ellos del cuartel del valle de Tagab, los hemos encontrado, allí, junto a la ruta, levantando los brazos, pidiendo un regalo, una limosna.

“Al principio les tirábamos botellas de agua, bolis, pero ya no lo hacemos”, me comenta Cox, que viaja a mi lado en el blindado MRAP. “Tememos que un día uno se cruce y pase una desgracia”.

No sería la primera vez que esto ocurre en una zona de conflicto. Es consecuencia de las prisas, del miedo, del encuentro entre la apacible vida rural, en la que los niños vagan a su antojo, sin que sus padres estén encima de ellos, y el desembarco de la parafernalia militar y humanitaria de Occidente.

Sucede en el norte de Uganda, en donde los camiones del PMA (Programa Mundial de Alimentos), se han llevado la vida de numerosos niños en su raudo paso por las aldeas, flanqueados por vehículos armados que los protegen de los posibles ataques del LRA.

Tuvo lugar también hace poco, al sur del río Litani, en Líbano, cuando un blindado español colisionó contra un autobús escolar. La pequeña Noor, de nueve años, sufrió importantes heridas en la cara y en uno de los brazos, según informó Mikey Ayestaran en su blog. Heridas que le van a suponer numerosas operaciones a lo largo de los años.

Una piedra

Según me comenta Hernández, mi otro compañero en la parte trasera del MRAP, la presencia de los niños resulta siempre un buen augurio. Verlos en la carretera significa que los talibán no han planeado emboscada alguna. De otro modo, desparecen. Sus padres los meten en las casas. “La gente sabe cuando los terroristas no están por atacar”, explica.

Anochece en el valle de Tagab. La misión de hoy es establecer un puesto de control en la carretera principal. Los niños se acercan una y otra vez. Nos llaman a los gritos. Nos saludan. Hasta que arrancamos de regreso al cuartel. Es el momento crítico, el que suelen utilizar los talibán para lanzar sus granadas, cuando los convoyes dan media vuelta y los soldados se relajan.

Por la ventana posterior del MRAP veo que un niño coge una piedra. Corre y nos la tira. Acto seguido, el resto de los pequeños hace lo mismo.

Vidas minadas: los que construyen y los que destruyen en Afganistán

Solemos ver a las minas antipersona como un conjunto uniforme, pero lo cierto es que se presentan y actúan de formas muy distintas, dependiendo del modelo y del procedimiento según el cual son activadas.

El abanico de variedades resulta vasto y complejo. Toda una muestra de la creatividad humana, de su maravillosa capacidad para superarse en la gestación, como suele suceder tan a menudo, de objetos perversos.

Eso sí, un patrón une a las minas: cada una de ellas se comporta básicamente de la misma manera cobarde, sorda, indiscriminada. Sigue allí, cebándose con la población civil, cuando los conflictos han terminado.

Las víctimas

En el caso de Salem, la metralla se expandió de tal forma que no sólo le arrancó la pierna, sino que le causó daños irreparables en la vista, por lo que su vida cambió radicalmente, se quedó mermada a perpetuidad.

Salem, de 64 años, es uno de los cientos de pacientes cuya reinserción social coordina Alberto Cairo, que lleva 18 años en el país, a través de los centros de la Cruz Roja Internacional.

Otras casos se suceden en las salas de rehabilitación, en la consulta médica, como el de Amral, un miembro de la comunidad nómada kuchi, que perdió la primera pierna en 2001 y la segunda en 2006. Ambas como consecuencia de las minas antipersona.

Pero lo que más conmueven son los niños, que no faltan, que caminan sobre sus prótesis asidos a las paralelas que les sirven de apoyo y guía, así como el consejo y cuidado de los fisioterapeutas, para tratar de progresar, de llevar una existencia lo más normal posible.

Los esfuerzos

Uno de los aspectos que sorprende del centro de la Cruz Roja en Kabul – que tiene cinco réplicas en Mazar i Sharif, Herat, Jalalabad, Glbahar y Faizabad, en las que desde 1987 han atendido a 60.153 pacientes – es que todos los empleados locales son víctimas de minas antipersona.

A pesar de los cortes de luz, del calor insoportable, modelan las piezas de metal, de plástico, dan forma a las prótesis. Cuentan sus historias, en medio del ruido de las máquinas, igual de terribles que aquellas a los que intentan ayudar.

Por último, vale la pena recalcar del esfuerzo de Alberto Cairo y su equipo, que también otorgan microcréditos para que los mutilados puedan comenzar negocios, puedan salir adelante a pesar de todo.

Como conclusión, y a muy grandes rasgos, quizás la realidad podría dividirse en dos grupos. Por un lado está el esfuerzo de la gente que construye, que salva, y que tantas veces da la impresión de recibir escaso rédito económico y social (aunque seguramente no sea así en lo personal).

Y, en la acera contraria, la infatigable labor de quienes articulan el andamiaje de la industria de la «defensa», como eufemísticamente la llaman, a través de la fabricación de armas, de las empresas militares privadas.

Quizás sea por la actual situación de Afganistán, que resulta desgarradora, sumida en la miseria, la violencia y la injusticia, y que lleva a no observar con buenos ojos la tarea realizada en estos siete años tanto por la coalición internacional como por los políticos locales, la que hace que, al menos quién escribe estas palabras, albergue la lóbrega sensación de que los que marcan el rumbo de nuestra realidad no son los primeros, los Alberto Cairo del mundo, sino los otros, los que dan vida al fabuloso negocio de la guerra.

El perverso legado de las minas antipersona en Afganistán

Afganistán es uno de los países con mayor número de minas antipersona del mundo. Desde el arribo de las fuerzas soviéticas en 1979, se han plantado de forma sistemática en todo el territorio. Inclusive hoy, los talibán las siguen usando para causar bajas entre las fueras de la OTAN.

El Programa de Acción de Minas en Afganistán (MAPA), estima que el 15% de la población, cuatro millones de personas, vive en unas dos mil comunidades en las que se encuentran minas. Un área aproximada de 700 millones de metros cuadrados.

Cada mes, este armamento, así como la munición no detonada durante los conflictos pretéritos, afecta a 62 afganos, de los que el 80% son varones menores de 20 años.

Si bien esto supone un descenso del 50% en relación a la tasa de hace un lustro, lo cierto es que también afecta indirectamente a cientos de miles de agricultores que no se animan a adentrarse en zonas de cultivos por miedo a encontrarse con estas municiones.

Pérdida nada desdeñable de potencial económico si consideramos que se trata del cuarto país más pobre del mundo y que el norte está sufriendo una brutal sequía.

Asimismo, el crecimiento exponencial de la violencia desde 2006 ha hecho que vastas zonas del sur y el este del país queden fuera del acceso de los equipos que se dedican a desactivarlas, y que cuentan con un presupuesto de 28 millones de euros.

Tras haberse sumado en 2002 al Tratado de Otawa, que prohíbe el uso y almacenamiento de minas antipersona, se estimaba que el país estaría libre de este armamento en el año 2013. Objetivo que hoy parece imposible de alcanzar.

Si hay algo perverso de esta clase de munición, no es sólo que persisten después de que terminan las guerras, y que tienen un poder indiscriminado que no discierne entre combatientes y civiles, además, quienes son mutilados por ellas ven sus capacidades mermadas a perpetuidad.

Se estima que en Afganistán hay más de 65 mil personas en esta condición. Personas a las que Alberto Cairo ayuda a través de los centros de la Cruz Roja.

Continúa…

Alberto Cairo, dieciocho años en Afganistán

Vivió en Kabul bajo el gobierno pro soviético de Najibullah. Sufrió el arribo de los muyahaidines en 1992 y la guerra civil que destruyó la ciudad. Tiempos aquellos en los que, a pesar de las bombas y la parcelación de la urbe en infinitos puestos de control, salía a diario a buscar heridos.

Y luego, en 1996, cuando los acólitos el Mulá Omar lograron hacerse con el poder, siguió allí. “Tuvimos que separar a los hombres de las mujeres, pero pudimos continuar con nuestro trabajo a pesar de los talibán. Eran tiempos oscuros, tristes, donde parecía que la vida era en blanco y negro”, afirma.

Alberto Cairo es una de esas personas con las que a uno le gustaría hablar durante horas para tratar al menos de atisbar una ínfima parte de aquello de lo que fueron testigos, del fascinante bagaje histórico y humano que llevan consigo.

Sin embargo, y aunque hace 18 años que está en Afganistán, él intenta no referirse a sí mismo, y apenas lo consigue devuelve la conversación a la que ha sido su mayor motivación durante este tiempo: las víctimas de la guerra. Y, más en especial, aquellas que han quedado mutiladas como consecuencia de las minas antipersona.

Abogado de profesión, Alberto Cairo trabajaba en Torino. Pero a los 28 años decidió cambiar el rumbo de su vida. Estudió para hacerse fisioterapeuta y se sumó a la Cruz Roja. Primero recaló en Sudán. Y luego, en 1989, llegó a Afganistán.

Hoy dirige los centros que la Cruz Roja Internacional tiene en el país destinados a quienes sufren el impacto de las minas antipersona. Centros que no se limitan a colocar prótesis y dar rehabilitación, sino que van más allá: otorgan microcréditos para que estas personas puedan establecer pequeños negocios y ganarse así la vida.

Continúa…

La superioridad de EEUU y los bombardeos a civiles en Afganistán

Si hay un factor que marca la superioridad de las fuerzas de EEUU sobre los talibán en Afganistán es la capacidad de realizar ataques aéreos. Durante los diez días que he estado junto a las tropas estadounidenses en la provincia de Kapisa, he sido testigo de cómo recurren a los bombardeos de los aviones A10, al fuego de los helicópteros Apache, cuando se ven amenazados por los integristas.

Tanto es así que, tras un aumento en un 40% de los taques de los talibán y tras tres meses consecutivos en que las bajas de los EEUU han sido mayores en Afganistán que en Irak, la medida más importantes que se ha tomado es la de trasladar el portaviones USS Lincoln del golfo Pérsico al de Omán para acortar así las distancias en las misiones aéreas destinadas al país del Hindu Kush.

Este portaviones, en el que George Bush realizó en 2003 su desatinado discurso sobre la victoria en Irak, pesa 97 mil toneladas y transporta 90 aeronaves entre las que se encuentran los últimos modelos del F/A-18E/F Super Hornet.

Paradojas del poder

Sin embargo, y por más paradójico que pueda parecer, la superioridad aérea de EEUU también resulta su mayor desventaja estratégica, ya que no son pocos los casos en que los bombardeos se llevan por delante la vida de civiles.

En un artículo en el que critica durísimamente el “creciente militarismo” de Gran Bretaña, John Pilger, maestro de periodistas, da cuenta de dos de estos incidentes. El primero, que tuvo lugar el 10 de junio, cuando un bombardeo de la OTAN terminó con la vida de 30 inocentes en una aldea afgana: niños, mujeres, maestros, estudiantes.

El segundo, Pilger lo describe de la siguiente forma: “El 4 de julio, otros 22 civiles murieron de la misma manera. Todos, incluyendo los niños quemados, fueron descritos como “militantes” o “supuestos talibán”. El Secretario de Defensa, Des Browne dice que «la invasión de Afganistán es la causa noble del siglo XXI»”.

El más reciente de esta clase de hechos tuvo lugar el pasado domingo 13 de julio, según informa The Independent. Unos 47 civiles, de los que 39 eran mujeres y niños, perecieron bajo las bombas cuando se habían reunido para una boda en el este del país.

Ganarse a la gente

Cada uno de estos ataques constituye un golpe tanto para las fuerzas de EEUU, como para las de la OTAN, mayor aún que cualquier emboscada de los talibán, ya que agrandan aún más el apoyo popular que los integristas gozan en el este y sur del país.

Como escribió Mao Zedong, la guerrilla vive en la población como pez en el agua. Si con medio millón de soldados los soviéticos – mientras que la OTAN cuenta con 60 mil – nunca lograron dominar Afganistán, fue en buena medida por las masacres que cometieron entre los civiles, por su intento de secar el agua de la guerrilla.

Los tiempos han cambiado y las fuerzas que se enfrentan también. Los oficiales estadounidenses con los que he hablado parecen sumamente preocupados por esta situación. Y no es para menos. En el largo plazo, los bombardeos indiscriminados podrían hacer imposible el esfuerzo al que se han lanzado para tratar de ganarse las “mentes y los corazones” de los afganos, factor determinante en la lucha contra grupos insurgentes.